A un paso de la tierra prometida

Muy buenas noches, amados amigos y hermanos presentes aquí en el Gaitán, y también cada uno de ustedes allá en el Centenario, y en todo lugar en la República de Colombia que se encuentren a través de la línea telefónica.

Que las bendiciones de Dios de la Dispensación del Reino sean sobre cada uno de ustedes y sobre mí también; y que en esta noche, en estas palabras de despedida, de un “hasta luego”, Él nos dé Su Palabra y llegue hasta nuestro corazón. Ya mañana estaré viajando, pero les llevo dentro de mi corazón.

En Josué, capítulo 3, comenzando en el verso 1, dice así:

“Josué se levantó de mañana, y él y todos los hijos de Israel partieron de Sitim y vinieron hasta el Jordán, y reposaron allí antes de pasarlo.

Y después de tres días, los oficiales recorrieron el campamento,

y mandaron al pueblo, diciendo: Cuando veáis el arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y los levitas sacerdotes que la llevan, vosotros saldréis de vuestro lugar y marcharéis en pos de ella,

a fin de que sepáis el camino por donde habéis de ir; por cuanto vosotros no habéis pasado antes de ahora por este camino. Pero entre vosotros y ella (el arca del pacto) haya distancia como de dos mil codos; no os acercaréis a ella.

Y Josué dijo al pueblo: Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros.

Y habló Josué a los sacerdotes, diciendo: Tomad el arca del pacto, y pasad delante del pueblo. Y ellos tomaron el arca del pacto y fueron delante del pueblo.

Entonces Jehová dijo a Josué: Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como estuve con Moisés, así estaré contigo.

Tú, pues, mandarás a los sacerdotes que llevan el arca del pacto, diciendo: Cuando hayáis entrado hasta el borde del agua del Jordán, pararéis en el Jordán.

Y Josué dijo a los hijos de Israel: Acercaos, y escuchad las palabras de Jehová vuestro Dios.

Y añadió Josué: En esto conoceréis que el Dios viviente está en medio de vosotros, y que él echará de delante de vosotros al cananeo, al heteo, al heveo, al ferezeo, al gergeseo, al amorreo y al jebuseo.

He aquí, el arca del pacto del Señor de toda la tierra pasará delante de vosotros en medio del Jordán”.

Cuando llegó el tiempo de pasar a la tierra prometida, llegó el momento glorioso en donde Dios le dijo a Josué: “Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel”. “Desde este día”.

Encontramos que para pasar a la tierra prometida cruzando el Jordán, Dios ordenó a Josué para ese trabajo.

El paso del Jordán por Josué y el pueblo de Israel es muy significativo para todos los hijos de Dios, porque eso representa el paso de los hijos de Dios a la vida eterna, el regreso de los hijos de Dios a la vida eterna.

En tipos y figuras, en la vida del pueblo hebreo, se reflejó todo lo que Dios estaría haciendo con Sus hijos, el Israel celestial, para nuestro regreso a la vida eterna.

Josué, miren ustedes, fue el ayudante, el servidor o ministro de Moisés; fue uno de los doce espías. Y Josué no se llamaba Josué, Josué tenía otro nombre; Josué era llamado por el nombre que su padre le había puesto, o sea, Oseas hijo de Nun. Pero miren lo que aconteció para Josué ser Josué.

En Números, capítulo 13, encontramos ahí el acontecimiento. En el capítulo 13, verso 1, dice, hablando de los espías que Moisés envió a la tierra de Canaán, dice:

“Y Jehová habló a Moisés, diciendo:

Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel; de cada tribu de sus padres enviaréis un varón, cada uno príncipe entre ellos”.

Eran príncipes los que serían enviados como espías. Vamos a ver quiénes eran estos príncipes, o algunos de ellos:

“Y Moisés los envió desde el desierto de Parán, conforme a la palabra de Jehová; y todos aquellos varones eran príncipes de los hijos de Israel.

Estos son sus nombres: De la tribu de Rubén, Samúa hijo de Zacur.

De la tribu de Simeón, Safat hijo de Horí.

De la tribu de Judá, Caleb hijo de Jefone.

De la tribu de Isacar, Igal hijo de José.

De la tribu de Efraín, Oseas hijo de Nun”.

Y por ahí sigue enumerando los demás príncipes de las demás tribus, que fueron enviados como espías a la tierra de Canaán; de los cuales se dice que vinieron hablando negativamente, y diciendo: “Allá en esa tierra vimos gigantes, vimos los hijos de aquel gigante, hijos de gigantes estaban allí; y nosotros parecíamos langostas: pequeñitos, pequeñitos, al lado de ellos” [Números 13:31-33].

Pero entre esos doce espías, doce príncipes que fueron allá, hubo dos de ellos: Josué y Caleb (o sea, Oseas hijo de Nun; y Caleb). Ellos vinieron, diciendo: “Esa gente son nuestro pan; esa gente las venceremos nosotros” [Números 14:6-9]. ¿Por qué? Porque Dios había dicho que ellos heredarían esa tierra [Génesis 12:7, 15:18-21]. Y cuando Dios ha hecho una promesa, no importa cuántos obstáculos haya, Dios cumplirá Su promesa a aquellos que con todo su corazón la creen.

Los que dudan, como estos otros espías, no podrán recibir esas bendiciones; no podrán ser colocados como valientes de la fe, sino incrédulos, que con su incredulidad contaminan a los demás creyentes para hacer que duden lo que Dios ha prometido.

Pero Josué y Caleb, hombres de fe, valientes…; valientes no solamente para pelear en lo literal, sino para pelear la buena batalla de la fe, creyendo lo que Dios ha prometido.

Josué fue uno de estos príncipes, pero él se llamaba Oseas; pero en el verso 16 dice [Números 13]:

“Estos son los nombres de los varones que Moisés envió a reconocer la tierra; y a Oseas hijo de Nun le puso Moisés el nombre de Josué”.

Miren quién fue el que le colocó ese nombre al que metería el pueblo a la tierra prometida.

Josué entró a la tierra prometida primero que el pueblo; y entró con aquellos once príncipes, de los cuales diez fueron incrédulos. Pero uno con Josué, Caleb, fue un creyente verdadero.

Ahora, Josué recibió ese nombre nuevo; se llamaba Oseas; y de Oseas a Josué encontramos que la bendición es grande.

Moisés, su nombre no significaba ‘salvador’ o tenía que ver con la entrada del pueblo hebreo a la tierra prometida, sino que hablaba de la salida del pueblo hebreo; porque Moisés lo que significa es (¿qué?) ‘sacado de las aguas’; como Dios sacó de las aguas del imperio romano [egipcio]; porque aguas representan naciones, pueblos y lenguas.

Y sacó a Su pueblo, Israel, de esa nación egipcia. Y en el nombre de Moisés, así como fue sacado de las aguas, Dios sacó de en medio de esa nación a Su hijo, Su pueblo, Israel.

Pero el Nombre para la entrada a la tierra prometida lo llevaba el Ángel del Pacto, al cual le preguntó Moisés: “¿Cuál es Tu Nombre?” [Éxodo 3:13-14].

Encontramos que el Nombre del Ángel del Pacto para la Dispensación de la Gracia fue Jesús; y el nombre Jesús significa ‘Salvador’, ‘Redentor’; y el nombre Josué significa lo mismo. Moisés le puso a su servidor, a su siervo, le puso el Nombre de Jesucristo, le puso el Nombre de Jesús, el Nombre de Salvador; el Nombre con el cual el pueblo hebreo entraría a la tierra prometida, pues lo llevaba en su mensajero.

Moisés sabía lo que estaba haciendo, Moisés sabía que Josué sería su sucesor.

Y Moisés, aunque quería entrar a la tierra prometida, no pudo entrar (estando en su cuerpo físico), sino que entró en su cuerpo teofánico, luego que terminó su carrera terrenal y ministerial en su cuerpo físico.

Pero después, muchos años después o cientos o miles de años, o cientos de años después, encontramos a Moisés con Elías y con Jesucristo en el Monte de la Transfiguración en su cuerpo teofánico [Mt. 17:1-5, Mr. 9:2-8, Lc. 9:28-32].

Ahora, miren ustedes cómo Dios coloca en el mensajero el nombre que va con la labor que tiene que ser llevada a cabo. El nombre Moisés: ‘sacado de las aguas’, porque Dios sacaría de Egipto, de esas aguas (que son naciones), de esa nación, sacaría a Su hijo Israel como Su hijo primogénito. Y el nombre Josué: colocado en el mensajero que entraría, que llevaría, que pasaría a la tierra prometida a Israel; y que le repartiría su heredad, la herencia que Dios le dio y que estaba en manos de otras personas, de otras naciones [Josué 1:1-6].

Josué, vean ustedes, nunca dudó, nunca tuvo los problemas que otros tuvieron, ni siquiera los problemas que tuvo Moisés; aprendió muy bien de Moisés, su maestro.

Encontramos que Josué, cuando necesitó más tiempo en una batalla en donde tenía ya casi vencido al enemigo, tenía de su lado la victoria, la batalla, pidió más tiempo. ¿Pero cómo lo hizo? Diciéndole a la luna: “Tú, luna, detente allá en el valle; y tú, sol, detente”; y se detuvo [Josué 10:12-14]. Él llevaba ese nombre que tenía la bendición para entrar a la tierra prometida y para obtener todas las victorias que tenía que realizar.

Encontramos que en otra ocasión extendió su lanza; y mientras él tenía su lanza extendida, la victoria iba a favor del pueblo hebreo [Josué 8:18].

Encontramos que Josué, cuando tenía una necesidad en favor del pueblo hebreo, no preguntaba como Moisés ni se lamentaba, sino que actuaba: hablaba la Palabra y las cosas acontecían.

Josué es tipo y figura de Cristo, así como también lo es Moisés. Josué: ‘Salvador’, Jesús: ‘Salvador’.

Encontramos que el Señor Jesucristo es el que mete a la tierra prometida a Sus hijos, a Su pueblo: a la tierra prometida de la vida eterna, la tierra prometida del cuerpo nuevo y eterno, y a la tierra prometida del glorioso Reino Milenial.

Es el Señor Jesucristo en Su manifestación final, en donde Él entrará a la tierra prometida a Su pueblo: a la vida eterna, al cuerpo eterno, a la herencia eterna que perdió la raza humana seis mil años atrás aproximadamente y que será restaurada esa herencia a los hijos de Dios; como le fue restaurada la herencia al pueblo hebreo con la entrada de Josué y el pueblo hebreo cruzando el Jordán.

Josué es un tipo y figura perfecto de Cristo en Su manifestación final. Josué llevaba el Nombre de Jesús, porque Jesús y Josué significan lo mismo.

Y miren ustedes, fue Moisés, un profeta, el que le puso el nombre que necesitaba Oseas para entrar con el pueblo hebreo a la tierra prometida. Fue Dios también el que le dijo que Josué sería su sucesor [Números 27:18-23]; y Josué era uno de los príncipes del pueblo hebreo, Josué era príncipe de la tribu de Efraín, la tribu que se llevó la Bendición de la Primogenitura cuando Jacob se la echó a Efraín, el hijo de José [Génesis 48:8-20].

Vean ustedes, Josué viene de la línea de José, de la línea de profeta, de la línea del que es tipo y figura perfecto de Jesucristo. José es un tipo y figura perfecto de Jesucristo, y también Josué.

Miren ustedes, a José también le fue cambiado su nombre, y se sentó en el trono del faraón como segundo en el trono del faraón [Génesis 41:41-45]. Y Josué, siendo un príncipe del pueblo hebreo y siendo un príncipe representante de la tribu de Efraín, vino a ser el legislador, gobernante y rey del pueblo hebreo, a través del cual Dios reinó en ese ministerio que tuvo Josué.

Josué, como Moisés, además de ser profetas fueron reyes, fueron gobernantes del pueblo hebreo; y cuando el pueblo hebreo ha tenido un rey que sea profeta, encontramos que Dios ha estado con ese pueblo, y Dios le ha hablado y ha guiado a ese pueblo, y las bendiciones de Dios han sido sobre ese pueblo. Ese es el Programa Divino: Dios tener en el pueblo hebreo un Rey-Profeta.

Por eso, cuando vino Jesucristo, el Rey de Israel, el Rey de los judíos, era profeta. Cuando Dios creó al hombre en el Huerto del Edén, le formó su cuerpo: era un hombre-profeta, era el Rey de esta Tierra: Adán; pues Dios le dio todo este planeta Tierra con todas las cosas, para que Adán fuera el que gobernara todo este planeta Tierra. Pero perdió esa posición allá en la caída, y el pueblo, los hijos de Dios, han vivido en este planeta Tierra en una condición de esclavos y siervos; pero serán restaurados los hijos de Dios a su posición de reyes y sacerdotes con Cristo. En el fin del tiempo y en el glorioso Reino Milenial estaremos con Cristo reinando por mil años, para comenzar, y luego por toda la eternidad.

Así como José recibió un cambio de nombre, también Oseas recibió un cambio de nombre y recibió el nombre Josué. También Israel (o Jacob) recibió un cambio de nombre y le fue dado el nombre de Israel: ‘Príncipe con Dios’ [Génesis 32:22-28]. También Abraham recibió un cambio de nombre [Génesis 17:1-5], que no se nota tanto, pero que tuvo ese cambio de nombre, en donde le fueron agregadas una o dos letras; y Sara recibió un cambió de nombre [Génesis 17:15-16] eliminándole una letra a su nombre o cambiándole una letra: la “i” por la “h”.

Encontramos que también el apóstol San Pedro se llamaba Simón y le fue cambiado por el nombre de Pedro [San Juan 1:42]. También Saulo de Tarso recibió un cambio de nombre y fue llamado Pablo [Hechos 13:9]. Y así por el estilo, podemos ver estos cambios de nombres y el efecto que han tenido estos cambios de nombre.

También encontramos que el Señor Jesucristo dice que Él tiene un Nombre Nuevo; Él recibió un cambio de nombre cuando ascendió al Cielo victorioso. Y ese cambio de nombre que Él recibió, en el fin del tiempo, en Su Venida, tendrá un efecto positivo en favor de todos los hijos de Dios, para nuestro regreso a la vida eterna.

Él dice: “Al que venciere, Yo le haré columna en el Templo de Mi Dios, y nunca más saldrá fuera; y escribiré sobre él el Nombre de Mi Dios, y el Nombre de la Ciudad de Mi Dios, la Nueva Jerusalén, la cual desciende del Cielo, de Mi Dios, y Mi Nombre Nuevo”. Apocalipsis, capítulo 3, verso 12.

Esa es la promesa divina. Y ese Nombre Nuevo será motivo de bendición para todos los hijos de Dios, para nuestra entrada a la tierra prometida del nuevo cuerpo y a la tierra prometida del glorioso Reino Milenial. Ese Nombre será el Nombre que Él usará para nuestro regreso a la tierra prometida.

Por esa causa, en Apocalipsis, capítulo 19, el Jinete de Apocalipsis 19, que viene sobre un caballo blanco como la nieve, tiene un Nombre, y ese Nombre es: el Verbo de Dios. Dice [verso 11]:

“Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea.

Sus ojos…”.

“Se llamaba Fiel y Verdadero”, pero “Fiel y Verdadero” no es un nombre, o no son nombres, sino que son atributos de un nombre, como Emanuel. Aunque Emanuel actualmente lo usan como nombre, pero cuando fue hablado acerca de Jesús que sería Emanuel, traducido es: Dios con nosotros [Isaías 7:14, San Mateo 1:23].

Ahora, dice [Apocalipsis 19:12]:

“Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo (por lo tanto, ese Nombre no es Jesús, porque el nombre Jesús todo el mundo lo conoce).

Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: el Verbo de Dios (y ‘Verbo’ no es nombre)”.

Cuando en San Juan, capítulo 1, verso 1 en adelante, dice:

“En el principio era el Verbo (el Verbo, la Palabra, la Teofanía), y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios (o sea, el Logos, la Shekinah, la Columna de Fuego, era Dios)”.

Y sigue diciendo el apóstol San Juan:

“Este era en el principio con Dios.

Todas las cosas por él fueron hechas (es el Creador de todas las cosas, el Verbo, la Palabra, la Columna de Fuego, el Logos, la Shekinah), y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (ahí tenemos el origen de la vida).

La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.

Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.

Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.

No era él la luz (Juan el Bautista no era la Luz, no era la Luz grande que él anunciaba, sino que era una luz pequeña), sino para que diese testimonio de la luz.

Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo”.

¿Y cómo vendría a este mundo? Vendría en carne humana, vendría en forma de hombre; esa Luz verdadera, la Palabra, el Verbo, el Logos, la Shekinah, la Columna de Fuego, Dios en teofanía, se velaría también en carne humana.

“Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.

En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.

A lo suyo vino (el pueblo hebreo), y los suyos no le recibieron.

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;

los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.

Esta Luz verdadera, la Columna de Fuego, el Logos, venía a este mundo, venía a este mundo velado en carne humana, en forma de hombre; venía a este mundo, y cuando vino, Él dijo: “Yo soy la Luz del mundo” [San Juan 8:12], la Luz que alumbra a todo hombre.

Ahora, vean ustedes cómo dice aquí que vendría esa Luz verdadera:

[San Juan 1:14] “Y aquel Verbo fue hecho carne (se hizo hombre), y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.

Era el Verbo hecho carne, la Palabra hecha carne, el Verbo manifestado en forma humana, velado en un cuerpo humano; y ese Verbo era con Dios, y era Dios.

Y aquí nuevamente tenemos la promesa del regreso del Verbo, del Logos, de la Columna de Fuego, para el fin del tiempo:

[Apocalipsis 19:13] “Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: el Verbo de Dios.

Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos.

De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro…”.

¿Recuerdan ustedes la promesa hecha a una de las edades, donde dice: “Al que venciere, Yo le daré autoridad sobre las naciones, y él las regirá con vara de hierro”? Y dice que Él las desmenuzará [Apocalipsis 2:26-27].

Ahora, vean ustedes aquí; aquí tenemos la forma en que Dios cumplirá todas esas promesas hechas en esas siete etapas a las siete iglesias y a los siete ángeles, los cuales saludaron esas promesas de lejos.

Pero aquí, en el cumplimiento de este capítulo 19, se convertirán en una realidad. Dice:

[Apocalipsis 19:15] “De su boca sale una espada aguda (que es la Palabra), para herir con ella a las naciones (para traer el juicio divino, las plagas divinas), y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso”.

¿Para qué? Para que se desate sobre esas naciones el día de venganza del Dios nuestro [Isaías 61:1-2], el día de la ira del Dios Todopoderoso. Y por esa causa, en el fin del tiempo, el día de venganza del Dios nuestro sería proclamado, anunciado, por el mensajero enviado de Dios para ese propósito.

“Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores”.

Porque viene como el Hijo de David, viene como Rey de reyes y Señor de señores, viene como el León de la tribu de Judá; viene para reclamar todo lo que Él redimió con Su Sangre preciosa.

Por esa causa, miren ustedes, en Apocalipsis 19 y verso 19 dice:

“Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército”.

¿Pero qué pasará?, ¿cuál será el final de esta lucha, de esta batalla? Aquí está más detallado: en Apocalipsis, capítulo 17, verso 14 en adelante, dice:

(Y) Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles”.

Elegidos desde antes de la fundación del mundo; y fieles a la Palabra, a Cristo; y llamados con el Mensaje de la Gran Voz de Trompeta.

Ahora, podemos ver lo que todo esto significa. Y para tener más claro el cuadro, el séptimo ángel mensajero, en el libro de Los Sellos, en la página 256 en español, dijo:

“[121]. … cuando nuestro Señor aparezca sobre la Tierra, Él vendrá sobre un caballo blanco como la nieve, y será completamente Emmanuel —la Palabra de Dios encarnada en un hombre”.

Y ahí Dios cumplirá todas esas promesas. Será Cristo manifestándose, revelándose, en Su Ángel Mensajero, usando a Su Ángel Mensajero; aunque Su Ángel Mensajero no será el Señor Jesucristo, y él dirá claramente que él no es el Señor Jesucristo, sino Su Ángel Mensajero, enviado por el Señor Jesucristo para dar testimonio de todas estas cosas en las iglesias y a todos los seres humanos.

Y ese es el día en donde Dios (en ese día y desde ese día) engrandecerá a Su mensajero final, a Su Ángel, en el cual Cristo estará llevando a cabo la Obra final para meter al pueblo a la tierra prometida del nuevo cuerpo, a la tierra prometida del glorioso Reino Milenial, a la tierra prometida de la vida eterna.

Una cosa muy importante fue que Josué llamó al pueblo a santificación, para luego la entrada a la tierra prometida. “El santo sea santificado todavía, santifíquese más” [Apocalipsis 22:11]. Eso fue lo que Josué ordenó al pueblo: santificación.

Y Josué entraría con el pueblo a la tierra prometida, y repartiría la herencia a los hijos de Israel.

Y así hará el Señor Jesucristo: Entraremos a la tierra prometida, y será repartida la herencia divina a cada hijo de Dios y a cada edad de la Iglesia, desde la primera hasta la Edad de la Piedra Angular; y será repartida la herencia divina a los herederos de Dios y coherederos con Cristo Jesús Señor nuestro.

Así que tenemos por delante la tierra prometida, ya estamos muy cerca de nuestra entrada a la tierra prometida, en cuanto al cuerpo eterno, y luego en cuanto al glorioso Reino Milenial, y en cuanto a la vida eterna en cuerpos eternos. Ya estamos tan y tan cerca, que podemos ya sentir el aire fresco, el aire espiritual de la nueva tierra.

Podemos ver que ya estamos tan y tan cerca que solamente podemos decir una cosa: Este es un momento muy sublime, muy especial, en el cual todos nosotros estamos llamados a ser santificados, Él llamó al pueblo a santificación.

Es tiempo de ser personas conscientes del día en que estamos viviendo, y de entrar en esa etapa en donde la presencia de Dios estará siendo sentida en nuestros corazones más plenamente; y estaremos más y más seguros, y más protegidos por el Señor Jesucristo, que está en nuestra edad y en nuestra dispensación, Jesucristo en esa Columna de Fuego, para llevar a Sus hijos a la tierra prometida del cuerpo eterno y a la tierra prometida del glorioso Reino Milenial, y repartir así la herencia que les corresponde, y ser restaurados a la herencia divina con vida eterna.

Josué: ‘Salvador’. Jesús: ‘Salvador’. Es muy importante los nombres que Dios ha usado en los mensajeros que Él ha enviado; porque Dios de alguna forma obra para que lleven el nombre correcto para la Obra que les corresponde llevar a cabo en el Programa Divino.

Josué: ‘Salvador’. Es el nombre que necesitaba Oseas, el sucesor de Moisés, y le fue colocado ese nombre. De Moisés, y por palabra de Moisés, fue dado ese nombre de Josué a Oseas; él lo necesitaba [Números 13:16].

Así que podemos ver que cuando Dios comenzó a engrandecer a Josué, era porque iban a entrar a la tierra prometida. Tengan en cuenta ese detalle, porque es muy importante para todos nosotros.

Estamos ya casi para entrar al nuevo cuerpo, al cuerpo eterno, al cuerpo que Dios diseñó para cada uno de nosotros desde antes de la fundación del mundo, para estrenarlo aquí en la Tierra en un corto tiempo y luego usarlo en el Milenio y por toda la eternidad.

Un paso hacia la tierra prometida, eso es lo que nos falta para nuestra entrada a la tierra prometida.

Recuerden: El Jordán representa la muerte, pero cuando el Jordán se detuvo a un lado, y luego las aguas que estaban pasando terminaron de pasar, el pueblo pasó en seco; o sea, las aguas del Jordán no le hicieron daño al pueblo hebreo. Esto representa que la muerte no le hará daño a los hijos de Dios: pasaremos en seco a la nueva tierra, al nuevo cuerpo, sin ver muerte.

Que Dios nos continúe bendiciendo a todos y nos ayude, porque estamos a un paso de la tierra prometida.

Que Dios les bendiga, Dios les guarde.

Muchas gracias por vuestra amable atención; y será hasta muy pronto, hasta el día 8 del próximo mes, que estaré nuevamente acá en Bogotá, en el Centenario en la noche, y al otro día en reunión de ministros. Ya será una visita así, de pasada por aquí, pero estaremos viéndonos, y estaré pidiendo a Dios Sus bendiciones para cada uno de ustedes; porque estamos a un paso de la transformación, a un paso del cuerpo eterno, a un paso de la tierra prometida.

Que todas las bendiciones de la Dispensación del Reino sean sobre todos ustedes y sobre mí también.

Con nosotros nuevamente Miguel Bermúdez Marín, para concluir nuestra parte en esta noche, y así darle gracias a Dios por todas las bendiciones que Él nos ha dado en este día, y también por las que nos ha dado en estos días que hemos estado aquí en Colombia.

Oren mucho también por el trabajo que se está haciendo en Puerto Rico, por la antena; y que Dios les bendiga por vuestras oraciones y por vuestras contribuciones para esta labor, por todo lo que han hecho, y por todo también lo que ustedes continuarán haciendo, lo cual será de beneficio para cada uno de ustedes.

Pronto, en este mismo año, tendremos aquí voz e imagen directamente desde Puerto Rico.

Así que esto va, de seguro, con lo que hemos estado hablando hoy: con lo que Dios le dijo a Josué. Vamos a dejarlo ahí. De seguro Miguel ya se dio cuenta y cada uno de ustedes también. Pues Dios dijo: “Desde este día Yo comenzaré a engrandecerte”, le dijo Dios al que llevaba el nombre de Jesús; porque Josué y Jesús significan lo mismo.

Y vamos a dejarlo ahí quietecito; porque tendríamos que decir entonces…, o hablar del Nombre Nuevo del Señor Jesucristo, del cual Él dijo: “Al que venciere, Yo le haré columna en el Templo de Mi Dios; y escribiré sobre él el Nombre de Mi Dios, y el Nombre de la Ciudad de Mi Dios, la Nueva Jerusalén, y Mi Nombre Nuevo” [Apocalipsis 3:12].

Si engrandeció a Josué, que llevaba Su Nombre, engrandecerá también a ese del cual Él dice: “Al que venciere, lo haré columna en el Templo de Mi Dios, y escribiré sobre él el Nombre de Mi Dios, el Nombre de la Ciudad de Mi Dios, y Mi Nombre Nuevo”.

Él lo engrandecerá, y pasaremos a la tierra prometida del nuevo cuerpo, y a la tierra prometida del glorioso Reino Milenial.

Bueno, ya eso será un tema del cual podremos hablar en otras ocasiones; pero ya ustedes tienen suficiente o bastante conocimiento acerca del Nombre Nuevo del Señor, y acerca de estas promesas del Nombre Nuevo; y con el Nombre Nuevo es que pasamos a la tierra prometida.

Ahí está la fe para el rapto, está la fe para nuestra transformación, ahí está la fe que todos necesitamos: está en el Nombre Nuevo del Señor Jesucristo como León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores; es el Nombre Nuevo del Señor Jesucristo para Su manifestación como el León de la tribu de Judá, Rey de reyes y Señor de señores.

Vamos a dejarlo quietecito ahí, porque siguen llegando muchas cosas…

Miren ustedes, nadie sabía cuál sería el nombre del Mesías en Su Primera Venida, pero estaba representado en el nombre de Josué, que significa lo mismo, y estaba representado en otros nombres; pero cuando vino, Él llevó ese nombre, y el Ángel le dijo a María cuál era el nombre que tenía que colocarle a ese niño que nacería de su vientre.

Nadie sabía cuál sería el nombre del Señor en Su Primera Venida, y así también ha sido con el Nombre Nuevo del Señor Jesucristo para Su Segunda Venida, como León de la tribu de Judá, mostrado como el Verbo de Dios, mostrado como Rey de reyes y Señor de señores, mostrado como Fiel y Verdadero, y así por el estilo. Todo esto describe lo que ese Nombre Nuevo del Señor Jesucristo significa para Dios y para todos los hijos de Dios.

Que las bendiciones del Señor Jesucristo como León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores con Su Nombre Nuevo, sean sobre cada uno de ustedes y sobre mí también, en este momento en que estamos a un paso de la tierra prometida, o sea, del nuevo cuerpo.

Que Dios nos continúe bendiciendo a todos. Y con nosotros nuevamente Miguel Bermúdez Marín; si lo tenemos ya en la línea, ya puede pasar adelante.

Que Dios te bendiga, Miguel; que Dios te bendiga, Fernando; que Dios te bendiga, Rigo (Rigoberto); y que Dios les bendiga a todos los ministros aquí en Colombia, y les bendiga a todos ustedes hermanos en Colombia.

Ya tenemos a Miguel por aquí.

Que Dios les continúe bendiciendo a todos, y pasen todos muy buenas noches.

“A UN PASO DE LA TIERRA PROMETIDA”.

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