La Ley de Moisés magnificada

Muy buenas noches, amados amigos y hermanos presentes. Es para mí una bendición grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor de la Palabra de Dios y Su Programa correspondiente a este tiempo final.

Para esta noche tenemos la lectura en Hebreos, capítulo 8; y leemos desde el verso 7 en adelante, donde nos habla San Pablo de un Nuevo Pacto que Dios establecería; dice:

“Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo.

Porque reprendiéndolos dice:

He aquí vienen días, dice el Señor,

En que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto;

No como el pacto que hice con sus padres

El día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto;

Porque ellos no permanecieron en mi pacto,

Y yo me desentendí de ellos, dice el Señor.

Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel

Después de aquellos días, dice el Señor:

Pondré mis leyes en la mente de ellos,

Y sobre su corazón las escribiré;

Y seré a ellos por Dios,

Y ellos me serán a mí por pueblo;

Y ninguno enseñará a su prójimo,

Ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor;

Porque todos me conocerán,

Desde el menor hasta el mayor de ellos.

Porque seré propicio a sus injusticias,

Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.

Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer”.

Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.

“LA LEY DE MOISÉS MAGNIFICADA”; o sea, la Ley de Moisés magnificada, engrandecida; eso es lo que Dios prometió hacer.

Y la Ley dada al pueblo hebreo bajo Moisés, bajo el ministerio de Moisés, vean ustedes, fue dada para una nación que fue libertada de la esclavitud en Egipto; y Dios le estableció Sus leyes y también el Pacto bajo el cual el pueblo hebreo estaría; pero el pueblo hebreo le falló a Dios, y por eso tuvo tantos problemas en su vida (el pueblo hebreo como nación); pero Dios prometió que Él escribiría Sus leyes en el corazón de las personas, dando un Nuevo Pacto al pueblo.

Vean, en Jeremías, capítulo 31, verso 31 en adelante, dice:

“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá.

No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová.

Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo (esto lo mismo que citó San Pablo1).

Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”.

Vean cómo Dios engrandece la Ley que dio al pueblo hebreo por mano de Moisés, cuando Él escribe en el corazón de las personas (en tablas no de piedra, como en aquel tiempo, sino en tablas del corazón de las personas) Su Ley, Su Palabra, para así que esté en la mente y en el corazón de cada persona que entra a ese Nuevo Pacto con Dios.

Cristo, cuando en la última cena estuvo con Sus discípulos, tomando el pan, dando gracias a Dios dijo: “Este es mi cuerpo, o sea, mi carne, que por vosotros es partida”. Y luego tomando el vino, la copa con el vino, dijo: “Esta es mi Sangre del Nuevo Pacto, que por vosotros es derramada”2.

En el pan y el vino representó Su cuerpo y Su Sangre del Nuevo Pacto, para que así todos los hijos de Dios pudieran entrar a un Nuevo Pacto: el Nuevo Pacto que Dios establecería por medio de Jesucristo, por medio de Su cuerpo y Su Sangre muriendo en la Cruz del Calvario y derramando Su Sangre allí, para así establecer el Nuevo Pacto; para que todo aquel que oye la predicación del Evangelio y cree en Jesucristo como su Salvador: lave sus pecados en la Sangre de Cristo y reciba Su Espíritu Santo, y permanezca así en ese Nuevo Pacto; entre a ese Nuevo Pacto por medio de la Sangre del Nuevo Pacto (que es la Sangre de Jesucristo), y queden escritas…, o Dios escriba en su mente y en su corazón Su Ley, Su Palabra, Sus ordenanzas divinas; y así sirvamos a Dios en y por la fe, al entrar por la fe creyendo en Cristo, la fe en Cristo, entrar así al Nuevo Pacto, en donde Dios escribe en nuestros corazones (o sea, en nuestras almas) y en nuestra mente Sus leyes divinas; y son engrandecidas.

Porque, vean ustedes, Cristo dijo: “No…”; cuando estuvo citando la Ley de Moisés, dijo que estaba escrito en la Ley de Moisés: “No matarás”; pero también Él dice que cualquiera que se enoja locamente con su hermano, ya ha cometido el pecado de matar3. Y también dice que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró en su corazón4. Eso es la Ley pero engrandecida.

Moisés había dicho: “No matarás” y también había dicho: “No adulterarás”, pero ahora Cristo engrandece la Ley; y ahora es ampliada la Ley cubriendo todas esas cosas que ocurren no físicamente, sino en el corazón, en el alma de la persona, sin que se manifiesten físicamente esas cosas; porque Dios juzga el corazón de las personas.

También dice: “Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Ese es el primer mandamiento”. Y también dijo: “Oye, Israel; el Señor tu Dios uno es. Y amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.

San Marcos nos habla de esto en el capítulo 12, cuando le hicieron esta pregunta a Jesús. Capítulo 12 de San Marcos, los versos (vamos a ver) 28 en adelante, dice:

“Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?

Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es.

Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.

Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.

Entonces el escriba le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro fuera de él;

y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios.

Jesús entonces, viendo que había respondido sabiamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios. Y ya ninguno osaba preguntarle”.

Ahí podemos ver cómo la Ley de Dios, los mandamientos divinos, la Ley de Moisés, es magnificada.

Ahí tenemos la Ley magnificada al uno reconocer que Dios es uno, y amarlo con toda el alma, con todo el corazón, con toda la mente y con todas sus fuerzas, y amar a su prójimo como a uno mismo. Ahí está la Ley de Dios magnificada en la vida de la persona, engrandecida en la vida de la persona, y escrita en el alma, en el corazón de la persona y en la mente de la persona.

Y esto ocurre bajo el Nuevo Pacto de Dios por medio del Sacrificio de Cristo, ofreciendo Su cuerpo en sacrificio vivo por nosotros, derramando Su Sangre preciosa y limpiándonos así de todo pecado.

Y bajo ese Nuevo Pacto, bajo la Sangre de Cristo y Su Sacrificio, la Ley Divina es magnificada, engrandecida, en nosotros como individuos y en la Iglesia de Jesucristo como Cuerpo Místico de creyentes.

Y así este pueblo, que tendría la Ley Divina escrita en sus corazones, sería la Iglesia del Señor Jesucristo. Y luego, en el Día Postrero, Israel, el pueblo hebreo, entraría también al Programa de Dios, en donde la Ley será escrita en sus corazones y en sus mentes; y así el pueblo hebreo, en el cual la Ley de Dios estará escrita por la mano de Dios, recibirá grandes bendiciones de Dios.

La Ley de Dios es escrita en el corazón por medio del Espíritu de Dios en las personas que entran a ese Nuevo Pacto. Dice en el capítulo 51, verso 7, de Isaías:

“Oídme, los que conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi ley. No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes.

Porque como a vestidura los comerá polilla, como a lana los comerá gusano; pero mi justicia permanecerá perpetuamente, y mi salvación por siglos de siglos.

Despiértate, despiértate, vístete de poder, oh brazo de Jehová; despiértate como en el tiempo antiguo, en los siglos pasados. ¿No eres tú el que cortó a Rahab, y el que hirió al dragón?

¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que transformó en camino las profundidades del mar para que pasaran los redimidos?

Ciertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a Sion cantando, y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas; tendrán gozo y alegría, y el dolor y el gemido huirán.

Yo, yo soy vuestro consolador”.

Ahora vean ustedes cómo nos habla aquí Dios por medio del profeta Isaías: hablándole al pueblo en cuyo corazón está la Ley de Dios.

Y ahora vean ustedes, Dios escribiría Su Ley, Sus leyes, en el corazón y en la mente de Su pueblo, tanto de Su pueblo de entre los gentiles (que es Su Iglesia) como del pueblo hebreo, bajo el Nuevo Pacto; bajo el Nuevo Pacto, que es bajo la Sangre de Jesucristo derramada en la Cruz del Calvario.

El Antiguo Testamento tenía la sombra, los tipos y figuras, de las cosas que en el Nuevo Testamento serían cumplidas en forma engrandecida, magnificadas.

El Nuevo Testamento, vean ustedes, contiene las personas en cuyo corazón está la Ley de Dios escrita en sus mentes y en sus corazones; contiene ese pueblo, que es la Iglesia de Jesucristo. Y pronto el pueblo hebreo también recibirá una bendición grande y entrará bajo el Nuevo Pacto Divino.

Vean cómo el mismo profeta San Pablo, profeta y apóstol San Pablo, en el capítulo 11 de su carta a los Romanos dice…, hablando del pueblo hebreo y el endurecimiento que hubo en el corazón de ellos cuando rechazaron a Jesús; dice capítulo 11, verso 25 en adelante, de Romanos:

“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles…”.

O sea, hasta que haya entrado hasta el último de los escogidos de Dios al Cuerpo Místico de Cristo, o sea, a la Iglesia de Jesucristo, hasta que haya entrado hasta el último de Sus escogidos de entre los gentiles, y también de entre los hebreos; porque de entre los hebreos y de entre los gentiles hay escogidos de Dios que vendrían a formar parte de la Iglesia de Jesucristo.

Y ahora, sigue diciendo…

Vean, ese endurecimiento del corazón del pueblo hebreo es en parte, o sea, es parcial, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles, hasta que se haya completado la Iglesia de Jesucristo; hasta que Dios haya escrito en los miembros de Su Iglesia Sus leyes, en el corazón y en la mente de ellos, llamándolos y juntándolos y dándoles vida eterna.

Pues Cristo dijo en San Juan, capítulo 10, verso 14 al 16:

“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen,

así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.

También tengo otras ovejas que no son de este redil (o sea, que no son del pueblo hebreo); aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor”.

Esto es lo que Cristo ha estado haciendo durante la Dispensación de la Gracia, de Jesús hacia acá, o del nacimiento de la Iglesia de Jesucristo el Día de Pentecostés hacia acá; Él ha estado llamando y juntando a Sus ovejas, las ovejas de en medio del pueblo hebreo, pero también las ovejas de entre los gentiles, que son los miembros de la Iglesia de Jesucristo de entre los gentiles, los cuales han creído en Cristo como su Salvador y han lavado sus pecados en la Sangre de Cristo, y han entrado a ese Nuevo Pacto bajo la Sangre del Nuevo Pacto, la Sangre de Jesucristo, y han estado recibiendo la Ley Divina en sus corazones, en sus almas, y en sus mentes; porque Dios ha estado escribiendo con Su poderosa mano (Dios, el Espíritu Santo, ha estado escribiendo en el corazón y en las mentes de las personas que han recibido a Cristo como su Salvador), ¿ha estado escribiendo qué? Las leyes divinas.

Esa es la forma en que Él lo ha estado haciendo, así como Él prometió: que escribiría en nuestros corazones y en nuestras mentes Su Ley, Su Palabra; y eso es lo que ha estado sucediendo durante todos estos cientos de años de Cristo hacia acá.

Y ahora, cuando se complete el número de los escogidos de Dios, y Dios termine de escribir Sus leyes en el corazón y en la mente de los últimos hijos e hijas de Dios que vivirían en este tiempo final y recibirían a Cristo como su Salvador y entrarían al Programa Divino del Nuevo Pacto, cuando se complete el número, entonces ya se habrá completado la Casa de Dios, la Iglesia del Señor Jesucristo, el Israel celestial.

Porque el Israel celestial es la Iglesia del Señor Jesucristo; y es en el Israel celestial en donde Dios escribe Sus leyes y Sus mandamientos en el alma (en el corazón) y en la mente de los miembros de Su Iglesia; porque ese es el Israel celestial, y están bajo el Nuevo Pacto, bajo la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo.

Y pronto también entrarán 144.000 hebreos que creerán en Cristo, recibirán a Cristo en Su Segunda Venida, y luego también entenderán lo que ha sido la Primera Venida de Cristo, y creerán también en la Primera Venida de Cristo y Su Pacto, Su Nuevo Pacto bajo Su Sangre.

Pacto que fue establecido por Cristo, al cual hemos estado entrando de edad en edad durante estos dos mil años que han transcurrido; y todavía están entrando más y más personas al Nuevo Pacto de Dios bajo la Sangre del Nuevo Pacto, que es la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo, en donde la Ley dada por Moisés al pueblo hebreo ha sido engrandecida.

Esa Ley que fue colocada en tablas de piedras, ha sido colocada ahora, bajo el Nuevo Pacto, en tablas de carne, del corazón, en el alma y la mente de todas las personas que reciben a Cristo como su Salvador.

Y eso hace que la persona que recibe a Cristo como su Salvador y lava sus pecados en la Sangre de Cristo y recibe Su Espíritu Santo: entra al Nuevo Pacto de vida eterna por la fe en Cristo. Y al recibir vida eterna, la persona si muere físicamente no tiene ningún problema: ella tiene un cuerpo teofánico que recibió cuando recibió a Cristo como su Salvador, lavó sus pecados en la Sangre de Cristo y recibió Su Espíritu Santo.

Así, el que ha recibido a Cristo pues tiene un cuerpo nuevo, un cuerpo teofánico, que ha recibido al nacer de nuevo; y si muere físicamente, si muere su cuerpo físico, va al Paraíso a vivir en ese cuerpo teofánico.

San Pablo dijo5: “Si nuestra casa terrestre (este cuerpo terrenal) se deshiciere (o sea, muere), tenemos un edificio no hecho de manos (ese es el nuevo cuerpo, el cuerpo teofánico de la sexta dimensión)”. Y permanece la persona allí, en el Paraíso, donde hay árboles, hay pajaritos, hay ríos; y donde hay millones de personas viviendo allí, pero que no tienen los problemas que tenemos en esta dimensión terrenal, ni los afanes de esta dimensión terrenal: no tienen que madrugar para ir a trabajar. Tampoco allí hay noche, tampoco les da hambre, tampoco comen, tampoco duermen, y están muy felices allí.

Pero ellos van a regresar a la Tierra de nuevo, van a recibir un cuerpo físico inmortal, incorruptible y glorificado, como el de nuestro amado Señor Jesucristo; eso será en la resurrección que Cristo ha prometido para ellos; resurrección que será conforme a como Cristo ha prometido. ¿Para qué tiempo será? Cristo dice para qué tiempo será. En el capítulo 6, verso 39 al 40, de San Juan, dice:

“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero”.

¿Cuándo dice Cristo que resucitará a los santos, los creyentes en Él que han muerto físicamente? Dice que será en el Día Postrero.

“Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.

Nuevamente dice que será en el Día Postrero que Él resucitará a todos los creyentes en Él que han partido.

Y nosotros los que vivimos, si permanecemos vivos hasta que ocurra la resurrección de los muertos en Cristo, pues seremos transformados.

Pero si alguno de los nuestros se va, no tiene ningún problema: va al Paraíso, vive en ese cuerpo teofánico; y luego regresará con su cuerpo teofánico y recibirá también un cuerpo físico eterno y glorificado, en el cual vivirá por toda la eternidad. Y nosotros los que vivimos pues seremos transformados.

Así que no hay ningún problema: si alguno parte, muere su cuerpo físico; y si permanece vivo, tampoco hay ningún problema: seguimos luchando aquí, seguiremos luchando aquí, hasta que seamos transformados, y entonces se acabarán todas las luchas terrenales que tenemos en este cuerpo terrenal.

Ahora, para el pueblo hebreo, vean lo que San Pablo dice que viene para este tiempo final, cuando haya entrado la plenitud de los gentiles [Romanos 11:25]. Dice que el endurecimiento…:

“… ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles;

y luego todo Israel será salvo, como está escrito:

Vendrá de Sion el Libertador,

Que apartará de Jacob la impiedad.

Y este será mi pacto con ellos,

Cuando yo quite sus pecados.

Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son (muy) amados por causa de los padres.

Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”.

Hemos visto que para el pueblo hebreo viene una bendición grande, en la cual ellos entrarán al Nuevo Pacto del Nuevo Testamento.

Esa es la promesa divina para ellos; así como nosotros hemos entrado al Nuevo Pacto bajo la Sangre de Cristo derramada en la Cruz del Calvario y llevada al Lugar Santísimo del Templo que está en el Cielo, por nuestro amado Señor Jesucristo como Sumo Sacerdote del Orden de Melquisedec; porque Él es aquel Melquisedec que le apareció a Abraham y le dio pan y vino a Abraham, y Abraham pagó a Él los diezmos.

Él es Sacerdote del Dios Altísimo del Templo que está en el Cielo y Rey de Salem, o sea, de Jerusalén. Él es el Rey de reyes y Él es el Sumo Sacerdote del Templo que está en el Cielo.

Y así como en el templo terrenal que Dios le ordenó a Moisés construir se colocaba la sangre de la expiación del macho cabrío, se colocaba sobre el propiciatorio (el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo y colocaba, esparcía con su dedo siete veces sobre el propiciatorio), así Cristo cuando ascendió al Cielo, como Sumo Sacerdote del Orden de Melquisedec…; porque Él es el Sumo Sacerdote Melquisedec del Templo que está en el Cielo; por lo tanto no podía ir al templo terrenal (que estaba en Jerusalén) con Su Sangre, porque ese Sacrificio de ese Cordero de Dios para la expiación del pecado, tenía que ser llevada esa Sangre no al templo terrenal, sino al Templo celestial. Pero todo eso estaba ya tipificado, reflejado, en el templo terrenal que Moisés había construido y en el templo que Salomón luego había construido.

En la misma forma en que hacía el sumo sacerdote, ahora Cristo tenía que hacer, pero no en el templo terrenal, sino en el Templo celestial.

Y Cristo entró al Templo celestial y fue hasta el Lugar Santísimo y colocó Su Sangre allí, sobre el Propiciatorio; y ha permanecido allí como Sumo Sacerdote, como permanecía el sumo sacerdote durante el día de la expiación, el día 10 del mes séptimo de cada año, allí haciendo la intercesión.

Y como lo hacía el sumo sacerdote, en favor del pueblo hebreo, para la reconciliación del pueblo hebreo cada año, ahora Cristo ha estado en el Cielo durante estos dos mil años (y todavía está allá en el Cielo) como Sumo Sacerdote según el Orden de Melquisedec; porque Él es ese Sacerdote Melquisedec, el cual es Sacerdote no del templo de acá de la Tierra, sino del Templo que está en el Cielo; y Él ha estado allí durante todo este tiempo (desde que ascendió al Cielo) haciendo intercesión por todos los que tienen sus nombres escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero; porque ellos son el Israel celestial.

Y por el Israel celestial es que Cristo ha estado haciendo intercesión, para la reconciliación de todos los pertenecientes al Israel celestial, para ser reconciliados con Dios. Por eso es que San Pablo dice6: “Reconciliaos hoy con Dios”. Es por medio de la Sangre de Cristo derramada en la Cruz del Calvario y colocada en el Lugar Santísimo del Templo que está en el Cielo.

Y mientras Él esté en el Lugar Santísimo del Templo que está en el Cielo haciendo intercesión con Su Sangre, hay oportunidad para las personas recibir a Cristo como su Salvador, lavar sus pecados en la Sangre de Cristo y recibir Su Espíritu Santo, y así obtener el nuevo nacimiento; porque “el que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”, dijo Jesucristo a Nicodemo en el capítulo 3 de San Juan.

Nicodemo pensó que era nacer de nuevo por medio de una mujer y le pregunta a Jesús: “¿Cómo puede hacerse esto? ¿Puede acaso el hombre, ya siendo viejo, entrar en el vientre de su madre y nacer?”. Y Nicodemo ya estaba viejo, ¿y qué – cómo estaría su mamá, si estaba viva? Estaría muy ancianita. Pero Jesús le dice que no es en esa forma que él piensa; Jesús le dice: “De cierto, de cierto te digo, que el que no nazca del Agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios”.

Es por medio de creer en Cristo como nuestro Salvador, lavar nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibir Su Espíritu Santo, que entramos al Reino de Dios obteniendo el nuevo nacimiento.

Por eso es que Cristo les anunció a Sus discípulos que Él tenía que irse para que pudiera venir el Consolador, el Espíritu Santo.

Y cuando Cristo se fue y ascendió al Cielo, se colocó en el Lugar Santísimo del Templo que está en el Cielo, con Su propia Sangre, Él allí como Sumo Sacerdote haciendo intercesión por todos los que creerían en Él; y 120, que habían creído en Él y estaban en el aposento alto esperando la venida del Espíritu Santo, fueron llenos del Espíritu Santo el Día de Pentecostés, y así obtuvieron el nuevo nacimiento; y entraron al Reino de Dios 120 personas por medio del nuevo nacimiento: al creer en Cristo como su Salvador y recibir el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesucristo.

Y de ahí hacia acá, millones de seres humanos han estado recibiendo el nuevo nacimiento al creer en Cristo como nuestro Salvador y lavar sus pecados en la Sangre de Cristo y recibir Su Espíritu Santo. Así que son millones los que han estado entrando al Nuevo Pacto, bajo la Sangre de Jesucristo nuestro Salvador.

Ya no se requiere la sangre de los sacrificios que el pueblo hebreo efectuaba allá durante diferentes épocas del año, como la sangre del cordero pascual y la sangre del macho cabrío. El macho cabrío, que sacrificaban el día 10 del mes séptimo, y el cordero pascual, que sacrificaban el día 14 del mes primero, nada de eso ya se requiere, ningún sacrificio ya con animalitos, porque ya Juan presentó un cordero perfecto cuando dijo7: “He aquí el Cordero de Dios”. Y cuando los discípulos de Juan miraron, vieron un hombre llamado Jesús. Ese es el Cordero de Dios, que murió en la Cruz del Calvario y quitó el pecado del mundo.

Y los que lo reciben como su Salvador, creyendo en Él como su Salvador, y lavando sus pecados en la Sangre de Jesucristo y recibiendo Su Espíritu Santo, entran al Nuevo Pacto, al Pacto de Dios, en donde Dios escribe Sus leyes, Sus mandamientos, Su Palabra, en nuestros corazones y en nuestra mente. Y así es como el Israel celestial, que es la Iglesia de Jesucristo, obtiene la bendición del Nuevo Pacto: entrando al Nuevo Pacto, y los mandamientos y leyes divinas siendo escritas en el alma y en la mente de cada uno de los miembros del Israel celestial.

El Israel terrenal representa al Israel celestial, como el templo que construyó Moisés y el templo que construyó Salomón representan al Templo celestial que está en el Cielo. Y también representan a la Iglesia del Señor Jesucristo, porque la Iglesia del Señor Jesucristo es el Templo del Señor Jesucristo; y por consiguiente, ya la representación del Templo que está en el Cielo ni es el templo de Moisés ni es el templo de Salomón, sino un nuevo templo: el Nuevo Templo del Señor Jesucristo, que es Su Iglesia, la cual está bajo un Nuevo Pacto: el Nuevo Pacto de la Sangre, y bajo el Nuevo Pacto en la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo.

Y ahora vean lo maravilloso que es estar bajo el Nuevo Pacto, bajo la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo.

Ya no se requieren esos sacrificios que el pueblo hebreo efectuaba; y ya el pueblo hebreo tampoco los puede efectuar porque ya no tiene ni el templo, allá en Jerusalén, por lo tanto no tienen dónde efectuar ese sacrificio de la expiación para la reconciliación del pueblo hebreo con Dios; y por cuanto tampoco han creído en nuestro amado Señor Jesucristo, tampoco entonces tienen una sangre de expiación que quite sus pecados.

En el Antiguo Testamento la sangre de aquellos animalitos solamente cubría el pecado de las personas porque no eran sacrificios perfectos; pero cuando vino Jesucristo y murió en la Cruz del Calvario derramando Su Sangre, al recibirlo como nuestro Salvador, como la Expiación por nuestros pecados, Su Sangre sí quita el pecado del mundo, quita el pecado del ser humano, porque Él es un Sacrificio perfecto; el único Sacrificio perfecto, el cual es nuestro Sacrificio; y por consiguiente quita el pecado del ser humano; no lo cubre, como hacía la sangre de los sacrificios en el Antiguo Testamento.

Por eso cuando Jesucristo murió en la Cruz del Calvario derramando Su Sangre, los pecados de los santos del Antiguo Testamento (que estaban en el Paraíso ellos, en el Seno de Abraham), sus pecados estaban cubiertos con la sangre de aquellos sacrificios que ellos habían ofrecido a Dios; pero cuando Jesucristo murió y derramó Su Sangre, la Sangre de Jesucristo quitó también el pecado de todos ellos; y por eso cuando Jesucristo resucitó el Domingo de Resurrección, resucitaron con Cristo los santos del Antiguo Testamento.

En el capítulo 27 y versos 51 al 53 dice, de San Mateo:

“Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron (esto fue el día de la crucifixión de Cristo);

y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron;

y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él (¿Cuándo salieron de los sepulcros? Después de la resurrección de Cristo), vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos”.

O sea, Cristo resucitó y con Él resucitaron los santos del Antiguo Testamento, y aparecieron a muchas personas en la ciudad de Jerusalén.

Ahora vean, esto fue así porque el Sacrificio de Cristo, siendo un Sacrificio perfecto, la Sangre de Cristo quitó los pecados de ellos; estaban cubiertos sus pecados con la sangre de los sacrificios que habían efectuado, pero ahora con la Sangre de Cristo fue quitado el pecado de ellos y pudieron entonces resucitar.

Y luego cuando Cristo ascendió al Cielo, 40 días después de haber resucitado, en el día 40 subió al Cielo, ascendió al Cielo; y con Él, los santos del Antiguo Testamento que habían resucitado.

Ahora podemos ver lo importante que es el Sacrificio de Cristo, tanto para los santos del Antiguo Testamento como también para los santos del Nuevo Testamento, para todos los creyentes en Cristo nuestro Salvador.

Sin ese Sacrificio no hay perdón de pecados para ninguna persona; sin ese Sacrificio, la persona no puede quitarse sus pecados. Solamente la Sangre de Cristo nos limpia de todo pecado8.

Y eso lo hace con aquellos que lo reciben como su Salvador y lavan sus pecados en la Sangre de Jesucristo, y luego reciben el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu Santo, y así reciben un cuerpo teofánico de la sexta dimensión; así es como nacen de nuevo. Y nacen en la sexta dimensión, obteniendo un cuerpo teofánico de la sexta dimensión, siendo colocados en lugares celestiales en Cristo Jesús. Y para el Día Postrero, si han muerto físicamente sus cuerpos, pues serán resucitados en un nuevo cuerpo, en un cuerpo eterno y glorificado, igual al cuerpo de nuestro amado Señor Jesucristo.

Y los que estamos vivos, si permanecemos vivos hasta que los muertos en Cristo resuciten, seremos transformados: seremos cambiados de mortales a inmortales: nuestro cuerpo físico mortal, corruptible y temporal será transformado, y entonces tendremos un cuerpo inmortal, incorruptible, eterno y glorificado, igual al cuerpo de nuestro amado Señor Jesucristo; y así seremos a imagen y semejanza de nuestro Señor Jesucristo, con vida eterna físicamente también.

Y luego estaremos aquí en la Tierra de 30 a 40 días, como Él estuvo unos 40 días aquí en la Tierra luego de haber resucitado, y también los santos que resucitaron con Él.

Y luego nos iremos a la Casa de nuestro Padre celestial, a la Cena de las Bodas del Cordero, que durará tres años y medio, en donde Cristo estará repartiendo los galardones a todos los que han creído en Él y han lavado sus pecados en Su Sangre y han entrado al Nuevo Pacto: han recibido el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo, que es la Vida de la Sangre de Cristo, y así recibieron la señal de que Su Sangre, la Sangre de Cristo, ha estado aplicada en su alma, y sus pecados han sido quitados.

Y ahora tienen, en sus corazones y en sus mentes, escritos los mandamientos divinos, la Ley Divina escrita en la mente y en el corazón. Y eso es LA LEY DE MOISÉS MAGNIFICADA, engrandecida.

Vean cómo Dios engrandece Su Ley Divina: colocándola en nuestra alma, en nuestro corazón, escribiéndola en nuestros corazones; ya no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, del corazón de cada uno de los creyentes en Él, en Jesucristo nuestro amado Salvador.

Y “si oyes hoy Su Voz, no endurezcas tu corazón”9, como hizo el pueblo hebreo, el cual fue rebelde y quebrantó el Pacto Divino.

Nosotros tenemos un Nuevo Pacto bajo la Sangre de Cristo, y entramos a ese Nuevo Pacto recibiendo a Cristo como nuestro Salvador, lavando nuestros pecados en Su Sangre y recibiendo Su Espíritu Santo.

Miren qué sencillo es todo; y es para vida eterna. No hay otra forma en que la persona pueda recibir vida eterna.

Cristo, en San Mateo, capítulo 16, nos dice, vamos a ver… Y capítulo 14 de San Juan… Vamos a ver San Juan, capítulo 14, dice verso 1 en adelante:

“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.

En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.

Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez (Su Segunda Venida – de Su Segunda Venida está hablando aquí), y os tomaré a mí mismo (¿Por qué dice “a mí mismo”? Porque somos Su Cuerpo Místico de creyentes), para que donde yo estoy, vosotros también estéis (nos va a llevar para la Casa de nuestro Padre celestial).

Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.

Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?

Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”.

Ahí tenemos el camino a la Casa de nuestro Padre celestial; ahí tenemos el camino, el cual es la vida eterna, el cual es Jesucristo nuestro Salvador.

También Él dice en San Juan, capítulo 11, versos 23 en adelante, hablando con Marta la hermana de Lázaro, cuando Jesús fue para resucitar a Lázaro: capítulo 11, verso 23 en adelante, de San Juan:

“Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.

Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero”.

Marta sabía que para el Día Postrero Jesucristo resucitaría a todos los creyentes en Él que físicamente habían muerto; porque es para el Día Postrero que Cristo ha prometido la resurrección. Pero ahora Jesucristo va a colocar como ejemplo de la resurrección de todos los santos que Él resucitará en este Día Postrero, en este tiempo final, va a colocar a Lázaro como ejemplo, y vean lo que dice:

“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?

Le dijo (ella): Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”.

Ahora vean, el tipo y figura de los que van a ser resucitados lo tenemos ahí en Lázaro.

El que ha prometido resucitar a todos los creyentes en Él…, los cuales a través de los diferentes tiempos terminarían su tiempo en el cuerpo físico y morirían físicamente, pero con la promesa y esperanza de una resurrección en un cuerpo eterno.

Y ahora, Cristo nos mostró por medio de la resurrección de Lázaro que Él tiene el poder para resucitar a todos los creyentes en Él, como Él ha dicho: para resucitarlos en el Día Postrero.

Dice Jesús en San Juan, capítulo 6, verso 39 al 40:

“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.

Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.

Ahí está la promesa de Cristo; hemos leído aquí dos lugares donde Él dice que le resucitará en el Día Postrero. Y si continuamos leyendo este capítulo 6 de San Juan, encontraremos dos ocasiones más en donde dice: “… y yo le resucitaré en el día postrero”.

Y ahora, el Día Postrero es el séptimo milenio, en donde los muertos en Cristo, creyentes en Cristo, serán resucitados en cuerpos eternos, y nosotros los que vivimos seremos transformados. Y esto es así porque estamos bajo el Nuevo Pacto – bajo el Nuevo Pacto que está bajo la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo.

Ese es el Nuevo Pacto para todo ser humano para obtener vida eterna; y si muere físicamente, ser resucitado en el Día Postrero, en el séptimo milenio; y si permanece vivo en este tiempo final hasta que los muertos en Cristo resuciten, pues será transformado. Seremos transformados y entonces tendremos un cuerpo igual al de nuestro amado Señor Jesucristo.

Ahora hemos visto lo importante que es estar bajo el Nuevo Pacto, bajo la Sangre del Nuevo Pacto, que es la Sangre de Jesucristo.

Vean, en el Antiguo Testamento, el día o en el tiempo que Dios iba a libertar al pueblo hebreo se requería el sacrificio de un cordero pascual: Cada familia tenía que sacrificar un cordero pascual, colocar la sangre de ese cordero pascual en el dintel y los postes de las casas (de sus casas), y estar dentro de una casa durante la noche de la pascua, sin salir de ella, porque Dios estaría hiriendo a Egipto con la muerte de todos los primogénitos. Y el que estuviera fuera de sus casas, moriría; y el que estuviera dentro de una casa que no tuviese la sangre del cordero pascual aplicada en el dintel y los postes, también moriría. Todo primogénito iba a morir, excepto aquellos que estarían en las casas con la sangre del cordero pascual aplicada en el dintel y los postes.

Y vean ustedes, los egipcios en todas sus casas tuvieron muertos, un muerto, el primogénito de la casa, de la familia; pero los hebreos no tuvieron muertos en sus hogares, porque ellos tenían la señal de la sangre aplicada en el dintel y los postes (o sea, en el marco de las puertas), y la muerte no entró a esas casas para los primogénitos, sino que continuaron viviendo.

Y así es para los seres humanos: toda persona que tenga la Sangre de Jesucristo, el Cordero de Dios, aplicada en su alma, en el dintel y la puerta de su corazón: no morirá, sino que vivirá eternamente. La muerte espiritual no puede matar a esa persona; por lo tanto, si muere físicamente, resucitará en un cuerpo eterno en el Día Postrero, y continuará viviendo por toda la eternidad. Esa es la única forma para la persona poder vivir eternamente.

Dice San Juan, capítulo 3, verso 16, que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Ahora vean cuán grande es el amor de Dios: nos ha provisto un Sacrificio por el pecado, el Sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario, para que podamos vivir eternamente.

Todo aquel que toma ese Sacrificio recibiendo a Cristo como su Salvador, lavando sus pecados en la Sangre de Cristo y recibiendo Su Espíritu Santo: vivirá por toda la eternidad.

Si muere físicamente, pues será resucitado en un cuerpo eterno en el Día Postrero, o sea, en el séptimo milenio; y si permanece vivo en este tiempo final y ocurre la resurrección de los muertos en Cristo, pues será transformado; y entonces ya no tendrá el cuerpo físico mortal y corruptible, sino un nuevo cuerpo, un cuerpo eterno creado por Dios; y seremos entonces todos iguales a Jesucristo; y seremos jovencitos por mil años y por toda la eternidad, representando siempre de 18 a 21 años de edad.

Vean la bendición tan grande que Jesucristo nos ha dado en Su Venida muriendo en la Cruz del Calvario. O sea que fue para bendición de todos nosotros que Jesucristo murió en la Cruz del Calvario. Y ahora, Él murió por nosotros para que nosotros podamos vivir eternamente.

“LA LEY DE MOISÉS MAGNIFICADA”, engrandecida.

Vean cómo engrandece Dios la Ley: escribiéndola en nuestras almas, en nuestras mentes, en nuestro ser; en nuestro corazón, dándonos vida eterna, para que nosotros podamos ir a la Casa de nuestro Padre celestial, a la Cena de las Bodas del Cordero, y luego podamos regresar a la Tierra y reinar con Cristo por mil años y luego por toda la eternidad.

Y si usted no ha tenido ni siquiera una posición en su país, en el Gobierno de su país, no se preocupe: en el Gobierno de Jesucristo, en ese Reino Milenial, usted tendrá la mejor posición. Es la posición de reyes y de sacerdotes la que Él ha prometido para todos nosotros.

En Apocalipsis, vean ustedes, capítulo 5, verso 8 al 10, dice:

“Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos;

y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación;

y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”.

Reinaremos sobre la Tierra con Jesucristo nuestro amado Salvador, en Su glorioso Reino Milenial, por mil años y después por toda la eternidad.

Vean la bendición tan grande que Jesucristo nos ha dado; y ya nos ha hecho reyes y sacerdotes, ya hemos sido elegidos por Dios desde antes de la fundación del mundo, y hemos sido lavados en la Sangre de Cristo; y pronto seremos transformados, y entonces estaremos vestidos con un nuevo cuerpo, una nueva vestidura. Esa es la vestidura, el nuevo cuerpo, que usaremos como reyes y sacerdotes, para reinar con Cristo por toda la eternidad.

Pero en este cuerpo mortal estamos pasando por una etapa temporal, en donde tenemos la oportunidad de hacer contacto con la vida eterna; y entrar así al Nuevo Pacto, bajo la Sangre de Jesucristo, el Cordero de Dios; y Dios escribir en nuestras mentes y en nuestros corazones Su Ley, y así magnificarla en nosotros y en Su Iglesia, y así colocarla en tablas no de piedra sino de carne: en nuestros corazones.

Así es como la Ley de Moisés es magnificada, engrandecida: escribiéndola en nuestros corazones y en nuestras mentes.

Ha sido para mí un privilegio grande estar con ustedes en esta noche, en la dedicación de este hermoso lugar, compartiendo con ustedes la Palabra de Dios y Sus bendiciones, para así darles a conocer estas grandes bendiciones del Cielo, de parte de Jesucristo para toda persona.

Hemos visto la bendición tan grande que hay para toda persona; y el que lo recibe como su Salvador y lava sus pecados en la Sangre de Cristo y recibe Su Espíritu Santo: recibe vida eterna, vivirá por toda la eternidad.

Si físicamente muere, será resucitado en cuerpo eterno, un cuerpo eterno; si permanece vivo hasta que los muertos en Cristo resuciten, pues será transformado. No hay ningún problema.

Y cuando ya estemos en el nuevo cuerpo, ya nunca más ni nos enfermaremos, ni nos pondremos viejos, ni moriremos. Estaremos viviendo en ese cuerpo eterno con Jesucristo por toda la eternidad.

Por eso es que, para este tiempo final, Jesucristo dice en Apocalipsis, capítulo 22, verso 16:

“Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias”.

Para dar testimonio de todas las cosas que deben suceder en este tiempo final; y mostrarle a la Iglesia de Jesucristo y a todo el pueblo, a todas las personas, el Programa de Dios correspondiente a este tiempo final; y darle a conocer también ese Sacrificio glorioso que Cristo realizó en la Cruz del Calvario, y las bendiciones, beneficios, que hay en ese Sacrificio para mí, ¿y para quién más? Para cada uno de ustedes también.

Es realmente la bendición más grande que uno puede recibir: entrar al Nuevo Pacto de Dios bajo la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo para vivir por toda la eternidad. No hay otra forma para poder vivir por toda la eternidad. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; y nadie viene al Padre, sino por mí”, dijo Jesucristo en San Juan, capítulo 14.

Hemos visto la bendición tan grande que Dios nos ha dado bajo el Nuevo Pacto, bajo la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo, el Cordero de Dios, que vino dos mil años atrás y quitó el pecado del mundo con Su Sacrificio en la Cruz del Calvario.

Y en este tiempo final envía Su Ángel Mensajero para dar testimonio de todas estas cosas que deben suceder en este tiempo final, y darles a conocer a todos los hijos de Dios que pronto los muertos en Cristo resucitarán en cuerpos eternos y nosotros los que vivimos seremos transformados; porque estamos bajo el Nuevo Pacto, bajo la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo, con la Ley magnificada en nosotros: escrita en nuestros corazones y en nuestras mentes.

“LA LEY DE MOISÉS MAGNIFICADA”.

Que Dios les continúe bendiciendo a todos, que Dios les guarde; y que pronto se complete el número de los escogidos de Dios, y pronto todos seamos transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero en el Cielo. En el Nombre Eterno del Señor Jesucristo. Amén y amén.

Y aunque las tormentas de la vida rujan aquí en la Tierra, no temeré; porque Él está con nosotros y nosotros con Él. Y Él es la Roca, y nosotros estamos al amparo de Él, estamos bajo Su amparo, por consiguiente estamos al amparo de la Roca; y al amparo de la Roca no hay temor. “Al amparo de la Roca”.

[Cántico]

Al amparo de la Roca salvo estoy, ¿y quién más? Ustedes también.

Que Dios les continúe bendiciendo a todos; y continúa con nosotros el joven José Benjamín Pérez, el cual continuará y concluirá nuestra parte en esta noche.

Que Dios les bendiga, y pasen todos muy buenas noches.

“LA LEY DE MOISÉS MAGNIFICADA”.

[Revisión enero 2020]

1 Hebreos 10:16

2 San Mateo 26:26-28, San Marcos 14:22-24, San Lucas 22:19-20, 1 Corintios 11:23-26

3 San Mateo 5:21-22

4 San Mateo 5:27-30

5 2 Corintios 5:1

6 2 Corintios 5:20

7 San Juan 1:29

8 1 Juan 1:7

9 Hebreos 3:8, 3:15, 4:7

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