Quédense con la Palabra

Muy buenas noches, amables amigos y hermanos televidentes, radioyentes y los aquí presentes en el Palacio de los Deportes, en la ciudad de Oruro, Bolivia. Es para mí un privilegio grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir unos momentos con ustedes, alrededor del Programa Divino correspondiente a este tiempo final.

Para lo cual quiero leer en el Evangelio según San Juan, capítulo 6, versos 60 al 71, donde nos dice:

“Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?

Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os ofende?

¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?

El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.

Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar.

Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre.

Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él.

Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?

Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.

Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Jesús les respondió: ¿No…?”.

Aquí, vean ustedes, tenemos un pasaje muy importante del ministerio de Jesús, donde, por palabras que habló Cristo y que no fueron comprendidas, muchos de Sus discípulos, muchos de los que le habían seguido, dejaron de seguir a Jesús; pero Pedro y los otros discípulos se quedaron con Jesús.

Nuestro tema para esta ocasión es “QUÉDENSE CON LA PALABRA”.

Cristo es el Verbo, la Palabra, que se hizo carne; y al estar en carne humana, seguía siendo la Palabra.

A través del Antiguo Testamento, Dios habló por medio de los profetas; y esa Palabra que habló es la Palabra Divina, el pensamiento divino expresado. Y toda persona que ha creído esa Palabra Divina ha sido bendecida.

Y ahora, en la Palabra profética encontramos, en el Antiguo Testamento, las profecías de la Primera y Segunda Venida de Cristo. Y siendo que están en la Biblia, son Palabra de Dios y está escrita: cuando esa Palabra escrita se cumple, los que decían que creían esa Palabra que estaba escrita, están llamados a creer el cumplimiento de esa Palabra en la forma sencilla en que es cumplida. Y los que se quedan con el cumplimiento de esa Palabra en carne humana, y siguen esa manifestación de Dios en carne humana, se están quedando con la Palabra, porque la Palabra se ha hecho carne y está en medio del pueblo.

Ahora, de esto fue de lo que nos habló San Juan en el capítulo 1, verso 1 en adelante, cuando nos dice:

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

Este era en el principio con Dios.

Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”.

Luego, en el mismo capítulo 1 de San Juan, verso 9 al 10, dice:

“Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.

En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.

A lo suyo vino (o sea, el pueblo hebreo), y los suyos no le recibieron.

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;

los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.

Ahora vean cómo el Verbo que era con Dios y era Dios y creó todas las cosas, y es la Luz de todo hombre que viene a este mundo, luego se hizo carne y habitó entre los seres humanos.

Ahora, cuando se habla del Verbo que era con Dios y era Dios y se hizo carne, se está hablando del mismo Dios en Su cuerpo teofánico, cuerpo de la sexta dimensión, un cuerpo parecido a nuestro cuerpo pero de otra dimensión.

Y Dios, estando en ese cuerpo teofánico de la sexta dimensión, creó el universo completo, y colocó luego al ser humano en este planeta Tierra.

Antes del ser humano ser colocado en este planeta Tierra, había sido colocado en la sexta dimensión, con un cuerpo teofánico de la sexta dimensión, igual al cuerpo teofánico de Dios.

Ahora, el cuerpo teofánico, siendo parecido a nuestro cuerpo y perteneciendo a otra dimensión, no puede estar en esta Tierra trabajando, o sea, llevando a cabo labores con herramientas, porque es un cuerpo de otra dimensión. Pero Dios le dio a Adán también un cuerpo de esta dimensión terrenal, creándole del polvo de la tierra un cuerpo de carne en el cual colocó a Adán, y Adán entonces podía trabajar en esta Tierra; y él vino a ser el rey de este planeta Tierra.

Ahora, Dios todavía no se había hecho para Sí mismo un cuerpo de carne; pero luego, cuando fue necesario, lo hizo; y eso fue cuando Él creó en el vientre de la virgen María una célula de vida, la cual se multiplicó célula sobre célula, y fue así creado el cuerpo de Jesús, el cual nació en Belén de Judea; y en ese cuerpo habitó Dios en toda Su plenitud. Era el Verbo que era con Dios y era Dios, el Ángel del Pacto, el Ángel de Jehová, Dios en Su cuerpo teofánico, viniendo a la Tierra y tomando un cuerpo de carne y habitando entre los seres humanos.

Por eso el profeta Isaías, hablando de la Venida del Mesías, en el capítulo 7, verso 14, dice que el mismo Señor os dará señal; es una señal eterna. Dice:

“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”.

Emanuel significa ‘Dios con nosotros’.

Ahora, vean que este niño que nacería sería Emanuel, o sea, Dios con nosotros. Era el mismo Dios Todopoderoso viniendo entre los seres humanos vestido de un cuerpo de carne llamado Jesús, en el cual habitó la plenitud de Dios.

Ahora, siendo que el Verbo, el cuerpo teofánico de Dios, estaba dentro de aquel velo de carne: el Verbo, la Palabra, se había hecho carne. Y ahora las personas estaban llamadas a oír y seguir a Jesucristo nuestro Salvador, porque Él es el Verbo, la Palabra hecha carne en medio del pueblo hebreo.

Hubo muchas personas que se levantaron en contra de Jesús, pero hubo también un grupo de personas que creyó en Jesús; aunque era una situación difícil para los que creían en Jesús, pues la religión hebrea no lo había aceptado como el Mesías, el Gobierno del pueblo hebreo tampoco lo había recibido como el Mesías, y el Gobierno romano, que era el que gobernaba sobre Israel, tampoco lo había recibido como el Mesías; pero hubo un grupo de personas sencillas, las cuales lo recibieron como el Mesías prometido a través de toda la Escritura.

Y ahora, San Pedro es una de estas personas. Y por eso cuando Jesús dice a Sus discípulos: “¿Quieren ustedes también irse?”, Pedro dice: “¿Y a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros creemos, hemos creído y conocemos que Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

Vean la revelación tan grande que tenía el apóstol San Pedro; revelación que no tenía el sumo sacerdote y que tampoco la tenían los miembros del Concilio del Sanedrín.

Ahora, podemos ver la importancia de quedarse con la Palabra. Aunque las religiones de aquel tiempo no habían recibido a Jesús como el Mesías prometido; pero “el que es de Dios, la Voz de Dios oye”1. Y Cristo, hablando acerca de todos los hijos e hijas de Dios, los representó en ovejas; y dijo en el capítulo 10, verso 14 al 16, de San Juan:

“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas (…),

así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.

También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor”.

Ese rebaño es la Iglesia del Señor Jesucristo, y ese pastor es nuestro amado Señor Jesucristo.

Aquí podemos ver el Programa Divino que Cristo llevaría a cabo para juntar todos los hijos e hijas de Dios, que estaban desparramados por el mundo.

Cristo vino a buscar y a salvar lo que se había perdido2, o sea, todos los hijos e hijas de Dios, para restaurarlos a la vida eterna. Y esas personas tienen un alma que viene de Dios, y por consiguiente oyen la Voz de Dios en el tiempo que les toca vivir y se quedan con la Palabra de Dios.

Ahora, cuando la Palabra se hace carne, ellos ven esa Palabra prometida para ese tiempo convertida en realidad, hecha carne, y dicen: “Esto era lo que yo estaba esperando”, y reconocen el cumplimento de esa Palabra hecha carne.

Es muy importante quedarse la persona con la Palabra, pues Cristo nos dijo en el capítulo 5 de San Juan, verso 24:

“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”.

¿Ven la importancia de quedarse con la Palabra de Dios?, pues la persona pasa de muerte a vida. Cuando la persona nace en este planeta Tierra, la persona obtiene un cuerpo mortal, corruptible y temporal, y recibe un espíritu del mundo, y lo inclina —ese espíritu del mundo— hacia el mal.

Y por esa causa es que Cristo dijo a Nicodemo en el capítulo 3, verso 1 en adelante, de San Juan, que es necesario nacer de nuevo. Un nuevo nacimiento se requiere, porque con el nacimiento a través de papá y mamá hemos nacido en un mundo que está muerto, sin vida eterna, un mundo que vive un tiempo y después muere.

Pero Cristo dijo que el que oye Su Palabra, y cree al que lo envió, tiene vida eterna, y ha pasado de muerte a vida. La persona ha obtenido un nuevo nacimiento y ha obtenido, por consiguiente, un espíritu teofánico de la sexta dimensión; y para el Día Postrero, si físicamente murió su cuerpo, recibirá un cuerpo eterno y glorificado el cual Cristo le dará: los resucitará en cuerpos eternos; y a nosotros los que vivimos nos transformará, y entonces tendremos vida eterna física también. Eso es para todos los que oyen la Palabra de Jesucristo y se quedan con la Palabra.

Ahora, vean cómo le habla Cristo a Nicodemo:

“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.

Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?

Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.

Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo”.

Es un requisito divino nacer de nuevo para entrar al Reino de los Cielos.

Toda persona que cree en Jesucristo como nuestro Salvador y lava sus pecados en la Sangre de Cristo y recibe Su Espíritu Santo: ha nacido de nuevo, ha nacido en lugares celestiales en Cristo Jesús y ha obtenido un cuerpo teofánico de la sexta dimensión, y ha nacido del Cielo; y así ha comenzado en su vida el Programa de Redención: ha comenzado a materializarse en él ese Programa de Redención, que es un Programa de creación divina en donde Dios está creando una nueva raza.

Dios está creando una nueva raza con vida eterna; y por eso se requiere que la persona obtenga primero el cuerpo teofánico de la sexta dimensión: para luego, en el Día Postrero, obtener el cuerpo físico eterno, incorruptible, inmortal y glorificado, igual al cuerpo de nuestro amado Señor Jesucristo.

Ahora podemos ver la importancia de quedarse la persona con la Palabra de Dios.

Solamente en la Palabra Divina es que tenemos las promesas de vida eterna. No hay ningún otro libro terrenal que nos hable de la vida eterna y nos asegure la vida eterna.

Hay muchas religiones en la Tierra, pero solamente encontramos que hay un hombre que vino a esta Tierra, predicó, murió en la Cruz del Calvario y luego resucitó; y ese es nuestro amado Señor Jesucristo. Y si Él nos habla de la vida eterna y de la resurrección, Él mostró que es una realidad lo que Él nos dijo, porque Él murió y resucitó, y ascendió al Cielo.

Ahora, podemos ver que nuestra fe está colocada en nuestro amado Señor Jesucristo. Él es el único que nos puede dar vida eterna; ninguna otra persona nos puede dar vida eterna. Nos dice la Escritura que “en él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”.

Ahora, podemos ver este misterio de la vida eterna: está en Jesucristo nuestro Salvador; y solamente de Él es que podemos recibir la vida eterna.

Ahora, Jesucristo ha estado llevando a cabo una Obra de creación divina: creando una nueva raza con vida eterna, de la cual Jesucristo es el primero, es la cabeza3. Por eso es que la Biblia le llama a Jesucristo “el segundo Adán”. Por medio del primer Adán, todos mueren; por medio del segundo Adán, todos somos vivificados y obtenemos vida eterna4.

Por medio del segundo Adán, a través de creer en Él, en Jesucristo, lavar nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibir Su Espíritu, obtenemos vida eterna, y pertenecemos a esa nueva raza que está siendo creada por nuestro amado Señor Jesucristo.

Esta nueva raza es también llamada “la Iglesia del Señor Jesucristo”, y esta nueva raza pronto recibirá el cuerpo físico y eterno, y seremos todos a imagen y semejanza de nuestro amado Señor Jesucristo.

Ahora podemos ver por qué es necesario quedarse la persona con la Palabra: para así recibir todas las bendiciones de Jesucristo prometidas para esta Nueva Creación que Él está llevando a cabo. Es una Nueva Creación.

Por lo tanto, cuando los muertos en Cristo resuciten y nosotros los que vivimos seamos transformados, ya no tendremos este cuerpo de carne mortal, corruptible y temporal: tendremos un nuevo cuerpo, eterno y glorificado, igual al cuerpo de Jesucristo; y entonces veremos a nuestro amado Señor Jesucristo en Su cuerpo glorificado; y luego nos iremos con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero en el Cielo.

Ahora, para este tiempo final, así como en otros tiempos Dios envió profetas mensajeros, Cristo envió a Su Iglesia diferentes mensajeros —conforme al libro del Apocalipsis—, para este tiempo final Él ha prometido un profeta mensajero, el cual vendrá a la Iglesia del Señor Jesucristo para darle a conocer todos estos misterios divinos correspondientes a este tiempo final. Jesucristo mismo en Apocalipsis, capítulo 22, verso 16, dice:

“Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias”.

Aquí tenemos la promesa de Jesucristo:

“Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias”.

El mismo Ángel Mensajero que Dios, que Jesucristo le envió al apóstol San Juan para darle la revelación del Apocalipsis, es el mismo Ángel que Jesucristo envía a Su Iglesia para darle testimonio de todas estas cosas que deben suceder pronto; y, para este Día Postrero, esta promesa divina será una realidad en medio de la Iglesia de Jesucristo; y por medio de este Ángel Mensajero, este profeta mensajero, Jesucristo estará dándonos a conocer todas las cosas que han de suceder en el tiempo final.

En Apocalipsis, capítulo 4, verso 1, dice:

“Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas”.

Y para darle a conocer a Su Iglesia todas estas cosas que sucederán después de las que ya han sucedido durante estos dos mil años que han transcurrido, Cristo enviará a Su Ángel, conforme a como Él lo ha prometido, para por medio de Su Ángel Mensajero ser dadas a conocer todas estas cosas que deben suceder pronto. Dice Apocalipsis, capítulo 22, verso 6:

“Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto”.

¿A quién ha enviado? A Su Ángel Mensajero. ¿Para qué? Para mostrar a Sus siervos las cosas que deben suceder pronto.

Ninguna persona podrá entender las cosas que deben suceder pronto, excepto aquellos que estarán recibiendo y escuchando la Palabra de Dios a través del Ángel Mensajero de Jesucristo; porque ese Ángel Mensajero viene con la Palabra de Jesucristo, dando a conocer todas estas cosas que deben suceder pronto, en este tiempo final.

Sigue diciendo:

“¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de (esta) profecía…”.

Y esta es la profecía que trae el Ángel del Señor Jesucristo dando a conocer todas estas cosas que deben suceder pronto; porque una profecía es una Palabra profética de parte de Dios, que anuncia las cosas que han de suceder.

Por eso es que también en Apocalipsis, capítulo 1, verso 1 al 3, es mencionado el Ángel de Jesucristo, y dice:

“La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan”.

¿Por medio de quién recibió Juan el apóstol esta revelación del Apocalipsis? Por medio del Ángel del Señor Jesucristo, que es un profeta, un profeta dispensacional, el cual Jesucristo envió a Juan y lo envía a Su Iglesia en este tiempo final.

Sigue diciendo, en el verso 3:

“Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca”.

Son bienaventurados los que escuchan las palabras de esta profecía o leen las palabras de esta profecía, porque las palabras de esta profecía son la Palabra de Dios, la Palabra de Jesucristo para Su Iglesia, para todos los creyentes en Él. Y son bienaventurados los que leen y escuchan las palabras de la profecía de este libro, que muestra, que da testimonio de las cosas que han de suceder.

Y ahora, en Apocalipsis, capítulo 1, verso 10 al 11, nos dice Juan el apóstol:

“Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta,

que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último”.

¿Quién es el Alfa y Omega?, ¿quién es el primero y el último? Nuestro amado Salvador Jesucristo. Es la Voz de Jesucristo en el Día del Señor, en el Día Postrero, o sea, en el séptimo milenio, séptimo milenio de Adán hacia acá.

Y la Voz de Jesucristo como una Gran Voz de Trompeta dando a conocer todas estas cosas que deben suceder pronto, la encontramos en el Ángel del Señor Jesucristo; porque así como Jesucristo estuvo en San Pedro, en San Pablo y en los demás mensajeros de las diferentes etapas de la Iglesia, Jesucristo en Espíritu Santo también estaría en Su Ángel Mensajero hablándonos todas estas cosas que deben suceder pronto; y por medio de Su Ángel Mensajero le hablaría a Su Iglesia, y llamaría y juntaría a Sus escogidos con la Gran Voz de Trompeta del Evangelio del Reino. Trompeta que fue prometida en San Mateo 24, verso 31, cuando dijo:

“Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos”.

Esa Gran Voz de Trompeta es la predicación del Evangelio del Reino, que gira alrededor de la Segunda Venida de Cristo como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores en Su Obra de Reclamo.

Y este misterio de la Segunda Venida de Cristo es el misterio más grande de los Cielos y de la Tierra; y este es el misterio que Cristo, con esa Gran Voz de Trompeta hablándonos por medio de Su Ángel Mensajero, nos revela en el tiempo final. Ese es el misterio que nos da en el tiempo final, en el Día Postrero: la fe para ser transformados y raptados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero.

Por eso es tan importante quedarse con la Palabra de Dios.

Y cuando la Palabra de Dios, el Verbo, se hace carne y se manifiesta en cada edad por medio del mensajero de cada edad, es necesario que los creyentes en Cristo se queden con esa Palabra hecha carne en el mensajero de cada edad.

Y así también es para nuestro tiempo: es necesario quedarnos con la Palabra viniendo en carne humana en el Ángel Mensajero del Señor Jesucristo en este tiempo final, dándonos a conocer todas estas cosas que deben suceder pronto para así recibir la fe para ser transformados y obtener el nuevo cuerpo que Cristo ha prometido para cada uno de ustedes y para mí también.

Estamos en el tiempo más grande y glorioso de todos los tiempos. Estamos en el tiempo para quedarnos y de quedarnos con la Palabra de Cristo viniendo por medio de Su Ángel Mensajero.

Y son bienaventurados los que leen y los que oyen las palabras de la profecía de este libro que el Ángel de Jesucristo le dio a Juan en forma simbólica, y que, para este Día Postrero, Cristo por medio de Su Ángel nos daría a todos nosotros, dándonos a conocer el significado de estos símbolos apocalípticos y dándonos a conocer así todos estos símbolos apocalípticos que hablan de este tiempo final; y así abriéndonos esas Escrituras; y quedando grabadas en videos, en folletos y en cintas magnetofónicas, para que todos puedan leer y escuchar las palabras de la profecía de este libro del Apocalipsis, y entender las palabras de la profecía de este libro profético que Jesucristo envió por medio de Su Ángel a Juan dos mil años atrás aproximadamente; y a Su Iglesia en este tiempo final envía Su Ángel Mensajero para abrirle estos misterios del libro del Apocalipsis, y para así obtener la fe para ser transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero.

Ahora, hay algo muy importante que todos necesitamos comprender: este Ángel del Señor Jesucristo no es el Señor Jesucristo; él es un redimido con la Sangre de Jesucristo. Y por eso cuando Juan el apóstol trató de adorarlo en Apocalipsis, capítulo 19, versos 6 al 10, y Apocalipsis, capítulo 22, versos 6 al 10, este Ángel le dijo a Juan el apóstol que no lo hiciera. ¿Por qué? Porque este Ángel es un profeta.

Él no es el Señor Jesucristo, sino un profeta dispensacional enviado por Jesucristo y llamado el Ángel del Señor Jesucristo, o sea, el Mensajero del Señor Jesucristo enviado a Su Iglesia para dar testimonio de todas estas cosas que deben suceder pronto, para que así todos nos quedemos con la Palabra de Dios para este tiempo final.

Y ahora, ¿dónde están los que en el Día Postrero en el cual vivimos, se quedarían con la Palabra de Dios? Aquí estamos en esta noche escuchando Su Palabra, Su Voz, y dándole gracias a Cristo por darnos Su Palabra en este Día Postrero.

“QUÉDENSE CON LA PALABRA”. Ese ha sido nuestro tema para esta noche, amables amigos, televidentes, radioyentes y los aquí presentes.

Muchas gracias por vuestra amable atención, amables amigos, televidentes, radioyentes y los aquí presentes.

“QUÉDENSE CON LA PALABRA”.

[Revisión junio 2020]

1 San Juan 8:47

2 San Mateo 18:11, San Lucas 19:10

3 Colosenses 1:18

4 1 Corintios 15:22

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