Muy buenas tardes, amados hermanos y amigos presentes aquí en Santa Catarina, Nuevo León. Es para mí una bendición y privilegio grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir unos momentos de compañerismo con ustedes alrededor de la Palabra de Dios y Su Programa correspondiente a este tiempo final.
Para lo cual quiero leer en la Escritura algunos lugares. Buscamos en el capítulo 10 de San Juan, versos 22 en adelante, donde dice:
“Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno,
y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.
Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí;
pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho.
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,
y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre uno somos.
Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle.
Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?
Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios.
Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois?
Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada),
¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?
Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis.
Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.
Procuraron otra vez prenderle, pero él se escapó de sus manos”.
Cada vez que decía que el Padre y Él eran uno, o que el Padre estaba dentro de Él, trataban de prenderlo para matarlo, para apedrearlo; pero Él se escapaba de ellos. Fue una lucha grande la de Jesús, en medio del pueblo hebreo siempre trataron de matarlo.
Ahora, aquí querían apedrearlo porque ellos decían que estaba blasfemando, porque siendo hombre se hacía Dios.
Y ahora vamos a ver la realidad de nuestro tema: “ÉL LLAMÓ DIOSES A QUIENES VINO LA PALABRA”. Eso es lo que Cristo dice aquí:
“¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois?
Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada)…”.
¿A los que vino la Palabra de Dios llamó qué? Dioses.
“ÉL LLAMÓ DIOSES A QUIENES VINO LA PALABRA”. ¿Y a quiénes vino la Palabra? A los profetas.
Ahora, veamos aquí, en el Salmo 82, verso 1 en adelante, donde Dios por medio (aquí) de este salmo dice:
“Dios está en la reunión de los dioses…”.
Y vamos a ver cuál es esta reunión de los dioses, quiénes son esos dioses mencionados aquí:
“… En medio de los dioses juzga.
¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente,
Y aceptaréis las personas de los impíos?
Defended al débil y al huérfano;
Haced justicia al afligido y al menesteroso.
Librad al afligido y al necesitado;
Libradlo de mano de los impíos.
No saben, no entienden,
Andan en tinieblas;
Tiemblan todos los cimientos de la tierra.
Yo dije: Vosotros sois dioses,
Y todos vosotros hijos del Altísimo…”.
¿A quiénes es que llama dioses? A los hijos del Altísimo. Si un león… Vean, vamos aquí:
“Pero como hombres moriréis,
Y como cualquiera de los príncipes caeréis.
Levántate, oh Dios, juzga la tierra;
Porque tú heredarás todas las naciones”.
Ahora, vean que estos dioses mencionados aquí, en medio de los cuales Dios está, son los hijos del Altísimo.
Si un león tiene un hijito, ¿qué será ese hijito del león? ¿Un becerrito?, ¿un cabrito?, ¿o un cachorrito de león? Y si Dios tiene hijos, pues son esos dioses mencionados aquí: hijos del Altísimo.
Y si Dios es Rey, ¿qué son esos hijos de Dios? Reyes también. Y Dios es el Rey de toda la Tierra; y con Él estarán Sus hijos, reinando con Cristo por toda la eternidad, como reyes.
Y si Cristo es el Sumo Sacerdote Melquisedec, el Sacerdote del Dios Altísimo, del Templo de Dios en el Cielo, ¿qué son entonces los hijos de Melquisedec, los hijos de Dios? Son sacerdotes también; son reyes, pero también son sacerdotes.
Y por eso la forma de ser rey y sacerdote, ya eso viene por un hilo de pensamiento divino desde el Antiguo Testamento. Y por eso cuando apareció Melquisedec a Abraham, apareció como Rey de Salem y como Sacerdote del Dios Altísimo1; porque así será Cristo durante el Reino Milenial y por toda la eternidad, y nosotros con Él como reyes y como sacerdotes también.
Ahora, vean ustedes quiénes son estos dioses mencionados aquí: son aquellos a quienes viene la Palabra de Dios. Estos son hijos de Dios.
Por eso Jesús podía usar esa Escritura como el Hijo de Dios, Hijo de Dios. Eso lo coloca en pleno cumplimiento también de esta Escritura. Y no era Jesús haciéndose Dios; vamos a ver qué era en realidad. Como no lo comprendieron, entonces pensaban que era un hombre haciéndose Dios.
En San Juan, capítulo 1, verso 1 en adelante, dice:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios.
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”.
Y luego, el verso 9 de este mismo capítulo 1 de San Juan, dice:
“Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo”.
Y ahora vamos a ver cómo venía a este mundo. En el capítulo 1 mismo de San Juan, verso 14, dice:
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…”.
Y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios; y el Verbo se hizo carne: Dios se hizo carne, Dios con Su cuerpo teofánico. Cuando nos habla del Verbo, se refiere al cuerpo teofánico de Dios, que es un cuerpo parecido a nuestro cuerpo pero de la sexta dimensión, o sea, un cuerpo angelical.
Esa es la clase de cuerpo que nosotros obtenemos al creer en Cristo como nuestro Salvador, lavar nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibir Su Espíritu Santo; y así nacemos de nuevo y obtenemos un cuerpo teofánico de la sexta dimensión.
Y ese es el ángel de cada persona, el cuerpo teofánico de cada persona, así como el Ángel de Jehová es Su cuerpo teofánico; y ahora el ángel suyo es su cuerpo teofánico, obtenido al nacer de nuevo.
Siempre que hay un nacimiento, un cuerpo tiene que nacer; si hay un nacimiento, un cuerpo nació.
Con el nuevo nacimiento, vean ustedes, nace nuestro cuerpo teofánico de la sexta dimensión. Y cuando seamos transformados, obtendremos el cuerpo físico y eterno; y los muertos en Cristo resucitarán en cuerpos eternos, y así tendrán un nuevo cuerpo; y eso es como nacer de nuevo en un nuevo cuerpo.
Y ahora, vean ustedes cómo Dios tipificó en el nacimiento natural tanto el nacimiento espiritual del cuerpo teofánico nuestro al creer en Cristo como nuestro Salvador, lavar nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibir Su Espíritu Santo, y también ha tipificado el nuevo cuerpo que hemos de tener.
Vean, cuando estemos en el nuevo cuerpo habremos terminado nuestra vida terrenal en cuerpos mortales y temporales; y ya estaremos jovencitos para toda la eternidad. Los niños ya serán jóvenes, y los ancianos serán jóvenes, y los adultos serán jóvenes; y los jóvenes serán jóvenes, pero en un cuerpo eterno para toda la eternidad.
O sea, ya no será la juventud que el proverbista llama vanidad2, porque es temporal. La persona la tiene, digamos, desde los 13 años hasta los 20 o 25 años; y después ya, cuando tiene 25 a 30 años, ya va pasando a una nueva etapa de adulto, a tal grado que después le van saliendo algunas canitas, pues va teniendo compromisos: si se casó, tiene que estar trabajando para mantener su esposa; y la esposa pues tiene que estar en sus quehaceres para tener bien su hogar y sus niños; o sea que ya entran a una nueva etapa.
Pero todas las etapas de la vida son hermosas si las pasamos sirviendo a nuestro Dios, porque las pasamos con una esperanza: una esperanza en una nueva vida que Cristo ha prometido en un nuevo cuerpo que Él nos dará.
Por lo tanto, las palabras de San Pablo en Romanos, capítulo 8, toman sentido para nosotros, pues dice capítulo 8, verso 18 en adelante:
“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”.
Cuando tengamos el nuevo cuerpo, esa manifestación de la gloria de Dios en nosotros estará en toda Su plenitud. ¿Saben lo que es vivir jovencito para toda la eternidad?
Los científicos han estado buscando que el ser humano pueda vivir 5, 10, 20, 30, 40 o 50 años más; y eso sería un triunfo para ellos. Pero miren, el triunfo para Cristo es que nosotros vivamos por toda la eternidad, con cuerpos eternos iguales a Jesucristo nuestro Salvador, a imagen y semejanza de Jesucristo. Y el triunfo será completo cuando los muertos en Cristo resuciten y nosotros seamos transformados; ahí obtendremos la plena victoria en el amor divino, y estaremos a imagen y semejanza de Jesucristo nuestro Salvador.
Ahora, vean ustedes, seremos a imagen y semejanza de Jesucristo nuestro Salvador, el cual es el Verbo que era con Dios y era Dios, el cual es el Ángel del Pacto que era con Dios y era Dios: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; y se hizo carne el Ángel del Pacto, el Verbo, y habitó en medio del pueblo hebreo en la forma de un hombre llamado Jesús, para llevar a cabo la Obra de Redención en la Cruz del Calvario.
Y Cristo nuestro Salvador, vean ustedes, siendo el Verbo hecho carne era con Dios y era Dios, Dios manifestado en carne humana en la persona de Jesús: “Grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, ha sido justificado…”.
Y ahora, eso está en Primera de Timoteo, capítulo 3, verso 16. Si quieren lo podemos leer, para que tengan la lectura tal y como lo dice San Pablo en su carta a Timoteo; capítulo 3, verso 16, dice:
“E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios fue manifestado en carne,
Justificado en el Espíritu,
Visto de los ángeles,
Predicado a los gentiles,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria (cuando ascendió Cristo victorioso y se sentó a la diestra de Dios, en el Trono de Dios)”.
Ahora podemos ver quién es nuestro amado Señor Jesucristo: es Dios manifestado en carne humana; el Ángel de Jehová, el Ángel del Pacto, al cual Juan el Bautista fue enviado para prepararle el camino. Y el que vendría después de Juan sería el Mesías, el Cristo, en donde estaría el Ángel de Jehová, el Ángel del Pacto, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, manifestado en carne humana visitando la raza humana en medio del pueblo hebreo para llevar a cabo la Obra de Redención en la Cruz del Calvario.
Y Cristo, como Sumo Sacerdote del Templo que está en el Cielo, como Melquisedec, el Sacerdote del Dios Altísimo, ofreció el Sacrificio por el pecado; y ese Sacrificio fue Su propio cuerpo físico que Él obtuvo aquí en la Tierra.
Y así como el sumo sacerdote tomaba en una vasija la sangre de la expiación y la llevaba al lugar santísimo del templo que construyó Salomón, y antes de eso en el tabernáculo que construyó Moisés; ahora Cristo como Sumo Sacerdote no llevó Su propia Sangre dentro del templo que estaba allí en Jerusalén, sino que la llevó al Templo de Dios en el Cielo: entró al Lugar Santísimo (como lo hacía el sumo sacerdote en el templo terrenal) y colocó Su Sangre sobre el Propiciatorio, para hacer intercesión por cada uno de ustedes y por mí también, y por todos los que han creído en Cristo en las edades pasadas. ¿Para qué? Para reconciliarnos con Dios.
Nuestra reconciliación, vean ustedes quién es el que la hace: el Sumo Sacerdote Melquisedec, el Sumo Sacerdote del Templo que está en el Cielo. Sin Su intercesión como Sumo Sacerdote, no hay reconciliación para el ser humano con Dios.
Por eso era tan importante lo que el sumo sacerdote hacía el día de la expiación dentro del templo; de eso dependía la reconciliación del pueblo hebreo con Dios para ese año, durante un año. Luego, el próximo año para la misma fecha, se volvía a efectuar ese sacrificio del macho cabrío el día 10 del mes séptimo, que era el día de la expiación.
Pero durante otros días del año efectuaban otros sacrificios, los cuales también tipifican a Cristo; o sea que tenían también el sacrificio diario, tenían un sinnúmero de sacrificios por la paz, y así por el estilo. Y por cuanto el pueblo hebreo siempre pecaba, cometía errores, pues vean ustedes: necesitaban esos sacrificios.
Ahora, tenemos el Sacrificio de Cristo, en el cual se condensan todos los sacrificios que el pueblo hebreo ofrecía a Dios. O sea que cada sacrificio que el pueblo hebreo ofrecía a Dios lo encontramos en el Sacrificio de Cristo:
El sacrificio de la expiación es el Sacrificio de Cristo. El sacrificio del cordero pascual es el Sacrificio de Cristo. El sacrificio diario es el Sacrificio de Cristo. Todo sacrificio que el pueblo hebreo efectuaba, lo encontramos cumplido en Jesucristo nuestro Salvador.
Y ahora, luego de la persona ser un creyente en Cristo y haber confesado a Cristo sus faltas y pecados (haberse arrepentido, y haber recibido a Cristo como su Salvador y lavado sus pecados en la Sangre de Cristo y recibido Su Espíritu), luego el ser humano, el cristiano, algunas veces comete errores, faltas o pecados; pero tenemos un Sacrificio continuo, diario: tenemos la Sangre del Sacrificio de Cristo en el Cielo, sobre el Trono de Dios, que es el Propiciatorio; por lo tanto, la Sangre de Cristo nos limpia de todo pecado3.
No podemos en la vida estar estancados porque hayamos cometido algún error, falta o pecado. No podemos creer que porque hayamos cometido algún error o falta o algún pecado, ya está: nos perdimos; no. Tenemos un Sacrificio que está todos los días allá en el Templo de Dios en el Cielo por nosotros. Confesamos a Cristo nuestro error, nuestra falta, nuestro pecado, y la Sangre de Cristo nos limpia de todo pecado.
Recuerden, confesamos a Cristo nuestras faltas, errores y pecados basados en el Sacrificio de Cristo, y colocamos sobre Cristo y Su Sacrificio nuestros pecados; y son limpios por la Sangre de Cristo, son quitados de nosotros.
¿Ven que el cristiano no puede en ningún momento detenerse en la vida cristiana?, sino seguir adelante.
Es como el niño pequeño. Miren, usted cuando fue un niñito de seis meses a un año (digamos, a los seis meses), veía a los niños mayores que usted y a sus padres que caminaban, y usted acostadito sin poder caminar; pero ya en la cunita o en el lugar donde lo colocaban comenzaba a moverse, y quería caminar, y se agarraba de las barandas y se paraba; y si no se agarraba bien, se caía; ¿pero qué hacía? Volvía y se paraba.
Y después, como no podía caminar comenzó a gatear; y después se paraba, y empezó a dar unos pasitos, y se caía; pero volvía y se levantaba, y se caía de nuevo. ¿Y cuántas veces no se cayó cuando niñito, cuando bebé, comenzando, aprendiendo a caminar? Siempre aprendiendo uno se da sus caídas y sus golpes, en lo que madura, y luego ya camina bien. Y aun después de grande algunos resbalan y se caen también.
Así que en la vida, vean ustedes, uno no se puede detener por los problemas de la vida, porque la gracia de Dios es mayor que todos los problemas que podamos tener en la vida terrenal.
Lo que la persona necesita saber es que es un hijo o una hija de Dios, que pertenece a ese grupo de hijos o hijas de Dios; y que la victoria Cristo la obtuvo en la Cruz del Calvario, y que Él la obtuvo para ustedes y para mí.
Por lo tanto, como el niño que quiere caminar: se levanta, camina un poquito y se cae, pero vuelve y se levanta y sigue caminando. Y algunas veces los padres dicen: “Este muchachito no escarmienta: se cae, y vuelve y se levanta, y sigue caminando; y se cae, y vuelve y se levanta, y sigue caminando”. Hasta que por último sigue caminando, hasta que aprende a caminar bien, como los mayores.
Ahora, vean ustedes, la vida cristiana hay que vivirla por fe y con fe, confiando en que Cristo está con nosotros; y pidiéndole a Él ayuda; y siempre agarraditos de Su mano, evitando las caídas, porque siempre uno se da duro cuando se cae. Pero si alguno tiene algún problema, lo confiesa a Cristo y sigue adelante en la vida cristiana, porque es un hijo o una hija de Dios.
Así que vean ustedes quiénes son los hijos e hijas de Dios, vean ustedes quiénes son estos a quienes llamó dioses.
Y ahora, los mensajeros de Dios, los profetas de Dios, son las personas en donde se cumple en toda su plenitud esta Escritura, porque a ellos viene la Palabra de Dios para el tiempo en que ellos están viviendo; y a ellos viene el Verbo, la Palabra, el espíritu teofánico de la sexta dimensión, y se manifiesta en ellos y opera el ministerio del tiempo en que ellos viven.
O sea que cada ministerio de cada profeta de Dios ha sido nada menos que la manifestación de un espíritu de profeta de la sexta dimensión, enviado a la Tierra en un cuerpo de carne llamado: el profeta de ese tiempo, llamado por el nombre que le han colocado a ese profeta.
Por eso tenemos un sinnúmero de profetas de Dios: digamos, Moisés, Isaías, Jeremías, Zacarías, Ezequiel, Daniel, y así por el estilo; y también en el Nuevo Testamento: Jesús… Juan el Bautista, Jesús; también los apóstoles, y los ángeles mensajeros de las siete edades, y el Ángel del Señor Jesucristo. Por eso es que en Apocalipsis, capítulo 11, nos dice, verso 15 en adelante:
“El séptimo ángel tocó la trompeta (ese séptimo ángel es el Ángel de Jesús), y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos”.
Y sigue hablando ahí, dice:
“Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios… ”.
Esos son los doce patriarcas y los doce apóstoles. ¿Recuerdan que Jesús les dijo que se sentarían en doce tronos, a los doce apóstoles?4. Ellos también se van a sentar en doce tronos en el Reino Milenial, en medio del pueblo hebreo, para juzgar las tribus de Israel.
Ahora, sigue diciendo:
“… diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado.
Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas (los profetas van a recibir el galardón de Dios), a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.
Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo”.
Y ahora pasamos a Hebreos, capítulo 12, versos 22 en adelante, donde dice:
“… sino que os habéis acercado al monte de Sion…”.
O sea, no nos hemos acercado al monte Sinaí, sino al Monte de Sion.
“… sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles,
a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos…”.
Estos primogénitos son estos mismos hijos e hijas de Dios llamados dioses en el Salmo 82, verso 1 en adelante; dice que son hijos e hijas de Dios en el Salmo 82.
Dice:
“… a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos…”.
“Los espíritus de los justos hechos perfectos”. Ese es el cuerpo teofánico, que es un espíritu perfecto, un cuerpo perfecto de la sexta dimensión.
“… a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”.
Aquí podemos ver que los hijos e hijas de Dios tienen sus nombres escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, desde antes de la fundación del mundo; y podemos ver que estos son los que reinarán con Cristo por mil años y luego por toda la eternidad.
Y ahora, los profetas de Dios del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento tienen una parte muy importante en el Reino de Dios: ellos tienen una posición que ocuparán en el Reino de Dios.
Y miren ustedes, los patriarcas, los hijos de Jacob, están ahí sentados sobre doce tronos, y los doce apóstoles en doce tronos también. Por eso hay 24 ancianos: 12 patriarcas y 12 apóstoles, sentados sobre 12 tronos; están como reyes ahí.
Y ahora, podemos ver que para el Reino Milenial todos los hijos e hijas de Dios tendrán una posición muy importante en el Reino de Jesucristo. Dice la Escritura que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo Jesús, Señor nuestro (eso está en Romanos, capítulo 8, verso 14 en adelante); y vamos a ser libertados, esto es, vamos a ser transformados; y vamos a ser libertados de la muerte, vamos a ser libertados del cuerpo mortal, corruptible y temporal, porque vamos a recibir una transformación los que vivimos, y los que han partido recibirán una resurrección en cuerpos eternos.
Si permanecemos vivos hasta que resuciten los muertos en Cristo, seremos transformados; pero si alguno se va antes, no hay ningún problema: vaya tranquilo a descansar al Paraíso, a la sexta dimensión, en lo que ocurre la resurrección; y usted resucitará también con todos los santos que están allí, y vendrá a visitarnos en un nuevo cuerpo. Y cuando lo veamos no vamos a ver un anciano, sino que vamos a ver una persona joven, de 18 a 21 años de edad.
Así como los santos que resucitaron con Cristo visitaron a sus familiares, también nos visitarán nuestros seres queridos que han partido, pero vendrán jovencitos; y cuando los veamos, nosotros seremos transformados.
Ahora vean la bendición tan grande que hay para estas personas a los cuales viene la Palabra.
Para cada edad y dispensación, primero viene la Palabra al mensajero de esa edad o dispensación; porque toda revelación divina tiene que venir a un profeta5; y toda revelación que Dios vaya a manifestar de Sí mismo en la Tierra, tiene que hacerlo por medio de un profeta. Si Dios se va a manifestar en la Tierra, lo hace por medio de un profeta; y si va a hablarle a Su pueblo, lo hace por medio de un profeta.
Vean, esto está en Deuteronomio, capítulo 18, verso 15 en adelante, donde nos dice el profeta Moisés:
“Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis…”.
¿Por qué Moisés dice que lo escuchen a él, a ese profeta? Vamos a ver por qué. Este mismo capítulo 18, verso 18 al 19, da la razón; dice:
“Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú…”.
Este es Dios hablando a Moisés. O sea que le dice a Moisés:
“Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú (como Moisés); y pondré mis palabras en su boca…”.
¿Dónde Dios coloca Sus palabras? En la boca del profeta que Él envía. A él viene la Palabra, a él es hecha Palabra de Dios; y a él viene el espíritu teofánico, el cuerpo teofánico de la Palabra, y se hace carne en el mensajero. Y el mensajero —por consiguiente— tiene las dos consciencias juntas, y puede ver y escuchar de y en otras dimensiones, y por eso puede escuchar a Dios y luego transmitirle al pueblo el Mensaje. A él viene el Mensaje de parte de Dios.
“… y él les hablará todo lo que yo le mandare.
Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta”.
O sea que toda persona tiene una responsabilidad delante de Dios, de escuchar la Palabra de Dios por medio del profeta que Él envía para el tiempo en que la persona está viviendo.
Por eso es que Dios le dijo al profeta Moisés, en una ocasión allá en el Éxodo, cuando él pensó que la liberación del pueblo hebreo sería imposible, y pidió un ayudante…; porque Moisés decía que él no podía hablar bien, era torpe hablando, y tenía miedo de ir al pueblo hebreo y de ir al faraón para pedir la liberación del pueblo. Ahora, veamos lo que Dios le habla al profeta Moisés. En el capítulo 4, verso 14 en adelante, dice:
“Entonces Jehová se enojó contra Moisés (esto fue cuando Moisés pidió un ayudante)…”.
¿Y por qué se enojó? Porque al Moisés pedir un ayudante, lo que Dios quería hacer por medio de un solo hombre ahora iba a estar dividido en dos hombres; y el ministerio de sumo sacerdote, que le correspondía a Moisés, iba a estar colocado en el ayudante de Moisés, que sería Aarón. Y eso no estaba bien, porque Moisés estaba tipificando a Cristo: a Cristo como Rey y como Sumo Sacerdote.
Por eso Moisés representa a Cristo como Rey, como Libertador, como Legislador; y Aarón, siendo sumo sacerdote, representa a Cristo como Sumo Sacerdote del Templo de Dios que está en el Cielo.
Si Moisés no pide un ayudante, ambos ministerios —el de profeta, profeta-rey, y sumo sacerdote— estarían en Moisés manifestados; en un profeta estarían los ministerios de sumo sacerdote y de rey. Pero Aarón no era un profeta. Donde mejor está un ministerio es ¿dónde? En un profeta.
Ahora, los ministerios de Rey de toda la Tierra y de Sumo Sacerdote pertenecen a Jesucristo nuestro Salvador. Y cuando Él estuvo en la Tierra era nada menos que el profeta más grande que ha pisado este planeta Tierra; era el Verbo hecho carne, el Ángel de Jehová, Dios con Su cuerpo teofánico dentro de un cuerpo de carne llamado Jesús.
Y ahora, vean ustedes lo que Dios aquí le dice a Moisés (luego que se enojó contra Moisés):
“Entonces Jehová se enojó contra Moisés, y dijo: ¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien?”.
Moisés tenía problema para hablar, no hablaba bien. Al tener que ir a Egipto a hablarle al faraón, vean ustedes, ya de seguro se le había olvidado la forma de hablar allá en Egipto; y quizás el hebreo también tenía problema para hablarlo; o quizás era tartamudo; algún problema le había venido o quizás siempre lo había tenido. Y como no se conceptuaba él un buen orador a causa de su problema, dice que era tardo para hablar, torpe para hablar. Eso es un problema para hablar una persona, un tartamudo, pues es lento, tardo para hablar.
Y ahora, Moisés, vean ustedes, aunque tenía ese problema era el profeta más grande para el pueblo hebreo; era un profeta dispensacional.
Esos problemitas así, más bien le ayudan al mensajero para que no se crea grande, sino que sepa que el grande es Dios, y que Dios obra con instrumentos sencillos.
La grandeza no es la humana, es la divina. Y le damos la gloria a Dios; no al hombre, sino a Dios.
Siempre toda manifestación de Dios es en forma sencilla, por medio de un instrumento sencillo. Y mientras más grande es la manifestación, más sencillo es el instrumento.
Miren la manifestación de Dios en Jesús. En el cumplimiento de la Primera Venida de Cristo, una manifestación tan grande fue realizada en un obrero de la construcción llamado Jesús, un carpintero de Nazaret.
¿Quién se iba a imaginar que en un obrero de la construcción se iba a cumplir la Venida del Mesías en medio del pueblo hebreo? Nadie se había imaginado que sería en un obrero de la construcción.
Y cuando vieron ese obrero de la construcción llamado Jesús, proclamando las profecías de ese tiempo y diciendo que se habían cumplido en medio del pueblo hebreo, y que estaban cumplidas en Él, decían: “¡No puede ser! De Nazaret no puede venir nada de bueno”6. No sabían que había nacido en Belén de Judea.
¿Por qué no buscaron el acta de nacimiento de Jesús? ¿Por qué no averiguaron? Más bien dijeron: “¡Ese hombre no puede ser!”. Es que no les gustaba, no les interesaba buscar nada acerca de Él, no querían un obrero de la construcción como Rey sobre ellos. Y no recordaban ellos que el rey más grande que ellos habían tenido, el rey conforme al corazón de Dios, era un pastor de ovejas: David.
Tenemos que comprender estas cosas para siempre buscar la manifestación de Dios para el tiempo que le toca a uno vivir, buscarla en un velo de carne sencillo, al cual viene la Palabra, al cual es hecha Palabra de Dios para ese tiempo; y viene el espíritu teofánico de profeta para esa persona, y se hace carne en esa persona; y ese es el profeta de Dios para ese tiempo, al cual viene la revelación divina de la Palabra de Dios para ese tiempo, para ser dada al pueblo.
Y ese Mensaje que predica ese profeta es el Mensaje de Dios para el pueblo de Dios. Y el que escucha ese Mensaje y a ese profeta está escuchando la Voz de Dios, y está viendo a Dios manifestado en un hombre hablándole a Su pueblo en ese tiempo.
Ahora, lo que estábamos leyendo aquí de Moisés, miren, dice:
“¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón.
Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya (con la de él), y os enseñaré lo que hayáis de hacer.
Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios”.
Y aquí Dios colocó en lugar de Dios a Moisés sobre Aarón; o sea que Aarón venía a ser el profeta de Moisés.
Ahora, el profeta de Dios era Moisés, pero el profeta de Moisés era Aarón. Y Aarón estaba llamado a repetir lo que Moisés le decía, sin añadirle y sin quitarle: llevar al pueblo lo que Dios le estaba dando a Moisés.
También nos dice en un lugar que Moisés era Dios para Faraón7. Dios colocó a Moisés en lugar de Dios para Faraón, para así Dios colocar en la boca de Moisés la Palabra creadora, y Moisés hablarla; y Dios cumplir, hacer, lo que le había revelado a Moisés.
Ahora, podemos ver cómo Dios coloca un hombre en lugar de Dios para otro hombre, o sea, para Aarón y también para Faraón; y para todo el pueblo. Cuando Dios envía un profeta a la Tierra, ese hombre ha sido colocado en lugar de Dios, porque es el instrumento de Dios en el cual Dios está manifestado y está hablándole al pueblo a través de ese hombre. Y escuchar a ese hombre es escuchar la Voz de Dios, porque la Palabra de Dios está colocada en ese hombre. Pero ese hombre no es Dios, pero ha sido colocado en lugar de Dios para el pueblo.
Y por eso es que Jesús usa esa Escritura: “Yo dije: Vosotros dioses sois”. Dijo Dios; y dijo dioses a aquellos a quienes es hecha la Palabra – Palabra; o sea, a quienes viene tanto el espíritu teofánico de la Palabra como la Palabra revelada para el pueblo hebreo. Es por medio de un hombre a través del cual Dios está manifestado, pero el Dios Todopoderoso es el Dios que está ungiendo a ese hombre.
Ahora podemos ver estas cosas, y ver cómo Dios coloca a un hombre en lugar de Dios; o sea que por medio de un hombre Dios se manifiesta.
Y la gente dicen: “Ese hombre se está haciendo Dios”. No se está haciendo Dios: es que Dios está en ese hombre manifestándose, y ese hombre es un hijo de Dios.
Por lo tanto, la forma visible de la manifestación de Dios para el pueblo es ese hombre: es el velo de carne que Dios está usando; pero el que está dentro de él, colocando esa Palabra en la boca de ese hombre, es Dios, Dios en Espíritu. Y “no hará nada el Señor Jehová (no hará nada), sin que antes lo revele a Sus siervos Sus profetas”8.
Por eso para cada tiempo tiene un profeta, un mensajero, donde coloca Su Palabra, donde coloca Su Espíritu y donde coloca un espíritu teofánico de profeta de la sexta dimensión; porque Dios es el Dios de los espíritus de los profetas9, o sea, de esos cuerpos teofánicos de la sexta dimensión de los profetas.
Cuando murió el profeta Samuel en días del rey Saúl, encontramos que Saúl tenía que tener una batalla en contra de sus enemigos, pero ya Samuel había muerto; y Saúl había consultado por medio del arca del pacto, había consultado a Dios por medio del sumo sacerdote, en todas las formas que se podía consultar a Dios, y Dios no le respondía.
Y estaba muy preocupado Saúl; y llegó a tal grado que se fue a una pitonisa, o sea, a una espiritista, para que hiciera venir el espíritu de Samuel, porque quería hablar con él; y antes de la muerte de Cristo podían lograr eso algunas personas. Pero Dios prohibió en medio del pueblo hebreo todas esas prácticas: prohibió el espiritismo, prohibió la adivinación, prohibió los agoreros; prohibió también los que observan las estrellas para predecir: la astrología y todas estas cosas, los astrólogos y todas estas cosas, para que el pueblo no se inclinara a una forma incorrecta de servir a Dios10; y le estableció por medio del profeta Moisés la forma de servir a Dios.
Esas otras formas eran incorrectas; y espíritus malignos se manifestaban y engañaban al pueblo, y lo guiaban a la idolatría y a un sinnúmero de cosas en contra de las leyes divinas. Por eso es que todas las naciones que tenían esas otras prácticas eran naciones que estaban en la idolatría; y de vez en cuando, algunas veces, tenían un poquito de Luz, cuando escuchaban un profeta del pueblo hebreo.
Y ahora, Samuel había muerto y Saúl estaba en una necesidad muy grande, una necesidad: la necesidad de hablar con un profeta, con Samuel; y miren lo que sucedió. Capítulo 28 de Primera de Samuel, dice, verso 6 en adelante:
“Y consultó Saúl a Jehová; pero Jehová no le respondió ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas.
Entonces Saúl dijo a sus criados: Buscadme una mujer que tenga espíritu de adivinación, para que yo vaya a ella y por medio de ella pregunte. Y sus criados le respondieron: He aquí hay una mujer en Endor que tiene espíritu de adivinación.
Y se disfrazó Saúl, y se puso otros vestidos, y se fue con dos hombres, y vinieron a aquella mujer de noche; y él dijo: Yo te ruego que me adivines por el espíritu de adivinación, y me hagas subir a quien yo te dijere.
Y la mujer le dijo: He aquí tú sabes lo que Saúl ha hecho, cómo ha cortado de la tierra a los evocadores y a los adivinos. ¿Por qué, pues, pones tropiezo a mi vida, para hacerme morir? (Y ella no sabía que estaba hablando con el rey Saúl).
Entonces Saúl le juró por Jehová, diciendo: Vive Jehová, que ningún mal te vendrá por esto.
La mujer entonces dijo: ¿A quién te haré venir? Y él respondió: Hazme venir a Samuel.
Y viendo la mujer a Samuel, clamó en alta voz, y habló aquella mujer a Saúl, diciendo:
¿Por qué me has engañado? pues tú eres Saúl. Y el rey le dijo: No temas. ¿Qué has visto? Y la mujer respondió a Saúl: He visto dioses que suben de la tierra (esos son los profetas de Dios).
Él le dijo: ¿Cuál es su forma? Y ella respondió: Un hombre anciano viene, cubierto de un manto. Saúl entonces entendió que era Samuel, y humillando el rostro a tierra, hizo gran reverencia.
Y Samuel dijo a Saúl: ¿Por qué me has inquietado haciéndome venir? Y Saúl respondió: Estoy muy angustiado, pues los filisteos pelean contra mí, y Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por medio de profetas ni por sueños; por esto te he llamado, para que me declares lo que tengo que hacer.
Entonces Samuel dijo: ¿Y para qué me preguntas a mí, si Jehová se ha apartado de ti y es tu enemigo?
Jehová te ha hecho como dijo por medio de mí; pues Jehová ha quitado el reino de tu mano, y lo ha dado a tu compañero, David.
Como tú no obedeciste a la voz de Jehová, ni cumpliste el ardor de su ira contra Amalec, por eso Jehová te ha hecho esto hoy.
Y Jehová entregará a Israel también contigo en manos de los filisteos; y mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos; y Jehová entregará también al ejército de Israel en mano de los filisteos”.
Ahora podemos ver lo que acontecería.
Ahora, esto era posible antes de la crucifixión de Cristo, porque el Paraíso estaba en cierto sitio: el Seno de Abraham, del cual habló Cristo11, pero después resucitaron los santos del Antiguo Testamento.
Y ahora, vean ustedes, los creyentes en Cristo van al Paraíso, a la sexta dimensión, con cuerpos eternos, porque por medio de la Sangre de Cristo sus pecados han sido quitados. Y ahora reciben un cuerpo eterno de la sexta dimensión, desde que creen en Cristo y lavan sus pecados en la Sangre de Cristo y reciben el Espíritu de Cristo. Y si mueren, pues no hay ningún problema: van al Paraíso, a la sexta dimensión.
Y de ahí no vienen hasta que Cristo los resucite en cuerpos eternos, y a nosotros nos transforme; y entonces nos encontraremos con todos ellos, y ellos con nosotros, y estaremos de 30 a 40 días aquí, ya con el nuevo cuerpo; y después iremos con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero.
Cuando estemos con el nuevo cuerpo, todos seremos a imagen y semejanza de Jesucristo nuestro Salvador. Y siendo todos hijos e hijas de Dios, seremos plenamente manifestados como esos dioses que dice ahí: “Dios está en la reunión de los dioses”.
Y después dice que esos dioses son los hijos e hijas de Dios. ¿Por qué? Porque si son hijos de Dios, y Dios es el Dios creador de los Cielos y de la Tierra, un hijo de Dios, vean ustedes, es hecho como Dios por el mismo Dios: es hecho a imagen y semejanza de Dios. Esos son estos dioses de los cuales habla aquí; son los hijos e hijas de Dios, redimidos por la Sangre de Jesucristo.
“Dios está en la reunión de los dioses;
En medio de los dioses juzga”.
Eso fue el verso 1; y verso 6 en adelante dice:
“Yo dije: Vosotros sois dioses,
Y todos vosotros hijos del Altísimo…”.
¿Quiénes son estos dioses? Los hijos del Altísimo, los redimidos por la Sangre de Cristo.
“Pero como hombres moriréis,
Y como cualquiera de los príncipes caeréis”.
Ahora podemos ver que no es que haya otro Dios fuera de Dios, sino que estos son los hijos e hijas de Dios; y a ellos viene la Palabra, a ellos viene el cuerpo teofánico, al creer en Cristo como nuestro Salvador, lavar nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibir Su Espíritu; y así viene el cuerpo teofánico para los hijos e hijas de Dios.
Y para el mensajero, vean ustedes, opera ese espíritu teofánico de la sexta dimensión; ese espíritu de profeta opera en cada profeta mensajero enviado por Cristo a Su pueblo. Ya ese es el que tiene el ministerio, el que recibe el Mensaje para ese tiempo, y a través del cual Cristo habla y llama a Sus ovejas, y las junta en la edad correspondiente.
“ÉL LLAMÓ DIOSES A QUIENES VINO LA PALABRA”.
Vean, son Sus hijos, los hijos e hijas de Dios. Esos son los que tienen la posición más alta en el Cielo y en la Tierra con Jesucristo nuestro Salvador: son los herederos de Dios y coherederos con Cristo nuestro Salvador.
Ha sido para mí un privilegio grande estar con ustedes, dándoles testimonio de quiénes son estos hijos e hijas de Dios, estos que son llamados dioses, a los cuales viene la Palabra.
Por eso es que cuando tengamos el cuerpo eterno, así como Jesucristo todos seremos. Y la Palabra de cada hijo e hija de Dios, cuando tenga el cuerpo glorificado, podrá hablar a existencia y las cosas ocurrirán; pero todo estará dirigido conforme al Programa Divino.
Y Dios tendrá para todos Sus hijos Sus líderes correspondientes a cada edad. Estarán bajo la dirección de Cristo tanto los líderes de Su pueblo de cada edad como el pueblo completo; será un Reino bien ordenado.
Y nosotros estaremos en la posición más alta del Reino Milenial, y luego por toda la eternidad. Todos los hijos e hijas de Dios estarán en la posición más alta: de reyes y sacerdotes, y heredando la herencia divina con Cristo nuestro Salvador.
Que las bendiciones de Jesucristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes y sobre mí también; y pronto todos seamos transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero en el Cielo. En el Nombre Eterno del Señor Jesucristo. Amén y amén.
Que Dios les bendiga y les guarde a todos.
“ÉL LLAMÓ DIOSES A QUIENES VINO LA PALABRA”.
[Revisión junio 2020]
1 Génesis 14:18-20
2 Eclesiastés 11:9-10
3 1 Juan 1:7
4 San Mateo 19:28, San Lucas 22:29-30
5 Amós 3:7; Los Sellos, pág. 81, párr. 106
6 San Juan 1:46
7 Éxodo 7:1
8 Amós 3:7
9 Apocalipsis 22:6
10 Deuteronomio 18:9-14; Levítico 19:26, 19:31, 20:6-8, 20:27 / Deuteronomio 4:19-20, 17:2 / Deuteronomio 4:23-24; Levítico 19:2-4, 20:22-23
11 San Lucas 16:22-23 y 26