Hemos tomado la Santa Cena: El pan en representación del cuerpo de Cristo, y el vino en representación de la Sangre de Cristo nuestro Salvador; recordando Su Sacrificio en la Cruz del Calvario por todos nosotros para limpiarnos de todo pecado y reconciliarnos con Dios, y así restaurarnos a la vida eterna.
Ya tenemos vida eterna en nuestra alma, ha sido restaurada al Reino de Dios, como nos dice San Pablo en Colosenses, capítulo 1, donde nos dice, verso 12 al 14:
“…Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz;
el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo,
en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.”
Hemos sido trasladados al Reino de Cristo, que es el Reino de Dios. Nacimos en esta Tierra en el reino de las tinieblas y ahora Cristo nos trasladó al Reino de Dios, que es el Reino de Cristo.
“El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.
Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.
Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;
y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos (porque es el primero que resucitó para nunca más morir; resucitó y vive eternamente), para que en todo tenga la preeminencia;
por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud,
y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.”
Y cuando haya terminado la lucha, la batalla, del Cuerpo Místico de Cristo en esta Tierra, y por consiguiente de los creyentes en Cristo, Él nos dará de Sí mismo. Así como nos dio de Sí mismo al darnos Su Espíritu, nos dio de Su imagen, que es el cuerpo teofánico, el cuerpo angelical, el cuerpo espiritual, nos dio Su Espíritu; y ahora en el Día Postrero, en Su Venida, nos dará Su semejanza física, que es el cuerpo glorificado, inmortal, incorruptible, joven para toda la eternidad.
Aquí lo dice. Es importante saber para qué está prometida la Venida del Señor a Su Iglesia, y cada persona saber porqué lo está esperando.
Sin su Venida no habrá resurrección de los muertos ni transformación para los que están vivos. Y ellos estarán recordando la muerte de Cristo siempre, en la Santa Cena, en memoria de Cristo y Su muerte en la Cruz del Calvario; estaremos recordando lo que Él hizo por todos nosotros para perdonarnos y limpiarnos de todo pecado y mantenernos limpios, lo cual recordamos en el lavatorio de pies; y recordamos que esto lo estaremos haciendo hasta que Él venga, por lo tanto, estaremos recordando también que Él volverá. ¿Para qué volverá?
Filipenses, capítulo 3, versos 20 al 21, donde dice:
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;
el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.”
Y ahora vean, “el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra.” Aunque somos reyes, sacerdotes y jueces, aquí en la Tierra en estos cuerpos pasamos como cualquier otra persona común y corriente; pero todos los creyentes en Cristo nacidos de nuevo, son de la Realeza. Y la realeza siempre es el rey, la reina y sus hijos; los otros que le siguen son de otros niveles; así en todo reino. Por lo tanto, la familia más importante es el rey, la reina y sus hijos, esos son los que forman la realeza.
Y por ahí es que vienen los miembros de la Realeza celestial: por medio de Jesucristo el Hijo de Dios, el cual ya está en el Trono celestial; y por consiguiente, estamos con Él en lugares celestiales sentados. Y luego establecerá Su Reino en la Tierra, porque Él es el heredero al Reino de David y Trono de David; y con Él reinaremos por mil años y luego por toda la eternidad.
Así que ya sabemos por qué estamos esperando la Venida del Señor en este tiempo final: Porque sin Su Venida no habrá transformación, y por consiguiente tampoco rapto o arrebatamiento para ir a la Cena de las Bodas del Cordero. Él es el que le coloca la Vestidura de Boda: primero, la primera parte, que es el bautismo del Espíritu Santo, donde nos da el cuerpo espiritual o angelical o teofánico; y luego nos dará el cuerpo físico glorificado.
¿Qué otra persona puede hacer eso? No hay otra persona. Solamente hay uno, y Su Nombre es Señor Jesucristo, nuestro amado Salvador, el cual murió, fue sepultado y resucitó el domingo de resurrección.
Que las bendiciones de Cristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes que están aquí presentes, y los que están en otras naciones, y sobre mí también, y sobre Miguel, y también sobre José Benjamín Pérez.
Continúen pasando una tarde feliz, llena de las bendiciones de Jesucristo nuestro Salvador. Dejo con ustedes nuevamente al misionero Miguel Bermúdez Marín.
“ACTIVIDAD DE SANTA CENA Y LAVATORIO DE PIES.”