Muy buenos días, amados hermanos y amigos reunidos aquí en Barranquilla, Colombia. Es para mí una bendición grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor de la Palabra de Dios y Su Programa correspondiente a este tiempo final.
Dice San Mateo, capítulo 7, verso 13 al 14:
“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella;
porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”.
Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.
“EL SER HUMANO FRENTE A LA ENCRUCIJADA DE LA VIDA”. Ese es el tema que tenemos para esta ocasión.
Dios ha colocado delante del ser humano la vida y la muerte; y ha colocado la puerta angosta y la puerta ancha: ha colocado delante del ser humano el camino ancho y espacioso que lleva a la perdición, y ha colocado el camino angosto con la puerta angosta para entrar en ese camino; y el camino angosto y la puerta angosta llevan a la vida eterna.
Ahora, vean cómo también Dios dijo en Deuteronomio, capítulo 30, acerca de esta verdad divina; Él dijo algo que no podemos ignorar: del 19 al 20, del capítulo 30 de Deuteronomio, dice:
“A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia;
amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar”.
Vean, en esta promesa todos nosotros tenemos parte. ¿Por qué? Porque cuando Dios dice: “Para que habites en la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar”, nosotros también tenemos parte en esa promesa de esa tierra, porque vamos a vivir ¿dónde? En Jerusalén. Vamos a ser reyes y sacerdotes con Cristo, y Jerusalén es la capital; por lo tanto, ese es un territorio donde nosotros estaremos con Cristo. ¿Por qué? Porque somos simiente de Abraham, somos descendientes de Abraham por medio de Jesucristo.
Y eso que pensaban muchas personas, que Jesucristo no había tenido hijos. Lo que sucede es que Jesucristo lo que tiene son hijos perfectos, y por consiguiente no los trae por medio de la unión con una mujer, sino que los trae por creación divina; esos son los hijos de Abraham más perfectos que hayan aparecido en este planeta Tierra.
Y ahora, vean ustedes el por qué nosotros estaremos en la tierra de Israel reinando con Cristo sobre el pueblo hebreo y sobre todas las naciones.
Y ahora, vean cómo, al Dios colocar delante del ser humano la vida y la muerte, la puerta ancha y la puerta angosta, el camino ancho y el camino angosto, encontramos que el ser humano teniendo el libre albedrío le toca hacer su elección. Y el que es de Dios: oye la Voz de Dios1, y toma la entrada por la puerta angosta: por el camino angosto camina todos sus días de su vida; y ese es el camino que lleva (¿a dónde?) a la vida eterna.
Vean cómo también en el capítulo… Vamos a ver en Proverbios, capítulo 15, verso 24; nos dice:
“El camino de la vida es hacia arriba al entendido,
Para apartarse del Seol abajo (el Seol: el infierno)”.
Y vean ustedes, ahora, ¿el camino de la vida, hacia dónde es? Hacia arriba. Por eso, vean ustedes, cuando Cristo resucitó y ascendió al Cielo, ¿ascendió hacia dónde? Hacia arriba.
Y ahora, vean ustedes cómo en el capítulo 14 de San Juan, Cristo hablando, dice:
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.
En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.
Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?
Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto”.
Ahora vean cómo aquí Jesucristo se identifica como el Camino, como la Verdad y la Vida; pues Él es el Camino de la Vida. Y el camino de la vida es hacia arriba; por eso es que todos los que han tomado el camino de la vida, irán a la Cena de las Bodas del Cordero, hacia arriba, a la Casa de nuestro Padre celestial.
Y cuando una persona que ha tomado el camino de la vida, si parte su cuerpo físico, si muere su cuerpo físico: va hacia arriba, va a la sexta dimensión, que es una dimensión más arriba de esta dimensión terrenal en la cual nosotros vivimos.
Pero vean ustedes, el ser humano, por cuanto tiene libre albedrío, le toca decirle “sí” al camino de la vida, o decirle “no”. O toma el camino de la vida eterna, que es Cristo; o toma el camino de la muerte, que lo llevará al infierno.
Y ahora, vean ustedes cómo Dios por medio del profeta Isaías, y por medio también del profeta Jeremías, nos habla acerca del camino, y nos dice… Veamos por medio del profeta Jeremías, en el capítulo 21 y verso 8 (es uno de los lugares que nos habla)…, y también en el capítulo 6 nos habla también. Capítulo 6, verso 16, dice:
“Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma.”
Esta es la recomendación de Dios; pero, ¿qué sucede? Muchos han dicho así:
“Mas dijeron: No andaremos”.
Esos son aquellos que rechazan el buen camino.
Y ahora, Cristo es el Buen Camino. El camino de Cristo, que es el camino de la fe en Jesucristo como nuestro Salvador, es el buen camino que nos lleva (¿a dónde?) a la vida eterna; nos lleva a la Casa de nuestro Padre celestial con vida eterna; y estaremos viviendo por toda la eternidad con un cuerpo eterno físico y glorificado, y con un espíritu teofánico de la sexta dimensión, eterno también. Ese cuerpo teofánico de la sexta dimensión se parece a nuestro cuerpo físico, pero es de otra dimensión.
Y vean cómo desde el Antiguo Testamento Dios está prometiendo ese buen camino, para caminar en ese buen camino que Él abriría para los seres humanos, tanto para el pueblo hebreo como para todos los seres humanos entre los gentiles.
Dice en el capítulo 21, verso 8, de Jeremías:
“Y a este pueblo dirás: Así ha dicho Jehová: He aquí pongo delante de vosotros camino de vida y camino de muerte”.
Dios coloca el camino de la vida delante del ser humano; pero también está delante del ser humano el camino de la muerte.
El que no toma el camino de la vida, automáticamente estará caminando en el camino de la muerte; porque solamente hay dos caminos para el ser humano andar; y la persona, o está caminando en uno o en el otro; no puede tampoco caminar en los dos caminos a la vez.
Ahora, tenemos que ver cómo Dios abre camino: Como abrió camino en el Mar Rojo allá, abrió camino para que el pueblo hebreo pasara, así Dios abre camino para Su pueblo. Nos dice Dios que Él hace ese camino.
Dios también por medio del profeta Isaías nos habló de la vida y de la muerte, y del camino de la vida y el camino de la muerte. Veamos algunas porciones aquí: capítulo 30, verso 21 de Isaías, dice:
“Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”.
Vean cómo Dios ha colocado el camino delante del ser humano, para que viva el ser humano en el camino de Dios. Dios es el que ha hecho este milagro de darnos el buen camino; y el Buen Camino, ahora podemos ver que es Cristo.
Y la fe en Cristo, sirviéndole a Cristo habiendo lavado nuestros pecados en la Sangre de Cristo y habiendo recibido Su Espíritu Santo, y caminando en Cristo y Su Programa, eso es, vean ustedes, ¿estar dónde? En el buen camino, en el camino que lleva ¿a dónde? A la vida eterna.
No hay otro camino que lleve a la vida eterna, sino Jesucristo nuestro Salvador, el cual dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; y nadie viene al Padre sino por mí”2. Esas son las palabras de nuestro amado Señor Jesucristo.
Y ahora, en San Lucas, capítulo 13, nos habla del camino de la vida y de la puerta angosta también. Capítulo 13, verso 22 en adelante, dice… vamos a ver, 22 al 30 dice:
“Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, y encaminándose a Jerusalén.
Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo:
Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán.
Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois.
Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste.
Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad.
Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos.
Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros”.
Ahora vean cómo Cristo aquí nos enseña (¿a qué?): Hay que entrar por la puerta angosta antes que el Padre de Familia cierre esa puerta. Y Cristo es la Puerta. Y se requiere que toda persona entre por esa puerta angosta: recibiendo a Cristo como nuestro Salvador, lavando nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibiendo Su Espíritu Santo; porque viene un momento en que ya esa puerta estará cerrada.
La Puerta de la Gracia estará cerrada, y ya no será efectivo el recibir a Cristo como nuestro Salvador para lavar nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibir Su Espíritu Santo.
¿Por qué? Porque ya Cristo habrá salido del Trono de Intercesión en el Cielo y ya no habrá más llamamientos ni habrá más misericordia extendida para la raza humana; porque ya Cristo no estará en el Lugar de Intercesión en el Cielo, sobre el Propiciatorio allá en el Cielo.
Y cuando en el templo construido por Moisés y el templo construido por Salomón, no había sangre sobre el propiciatorio en el tiempo correspondiente a esa sangre estar allí, ¿qué sucedía? Era un trono de juicio. Pero si estaba la sangre colocada, de la expiación, allí sobre el propiciatorio, era un trono de misericordia.
Y así es en el Trono allá en el Cielo, en el Trono de Dios allá en el Propiciatorio o Asiento o Silla de Misericordia: mientras está la Sangre (está la Sangre allí de Cristo nuestro Salvador, el Cordero de Dios), y Cristo como Sumo Sacerdote haciendo intercesión con Su propia Sangre: es un Trono de Misericordia; pero cuando Cristo termine Su labor de Intercesión allá en el Cielo como Sumo Sacerdote, haciendo intercesión con Su propia Sangre (eso será cuando haya entrado hasta el último de los escogidos de Dios, en donde Cristo hace intercesión por el último), cuando entre hasta el último: ya Cristo ha terminado Su Obra de Intercesión en el Cielo, y entonces sale; como salía el sumo sacerdote luego que terminaba su labor de intercesión allá en el templo que construyó Moisés y el templo que construyó Salomón.
Tenía cierta cantidad de tiempo en donde el sumo sacerdote ministraba en el lugar santísimo; pero luego, cuando terminaba de ministrar en el lugar santísimo, salía; y ya había sido efectuada la reconciliación de todas las personas del pueblo hebreo que habían tomado ese tiempo para arrepentirse de sus pecados y llorar por sus pecados. Porque vean, ese era el día de la expiación. ¿Y que decía para el día de la expiación, Dios, ahí en Levítico, capítulo 23? Dice capítulo 23, verso 26 en adelante:
“También habló Jehová a Moisés, diciendo:
A los diez días de este mes séptimo será el día de expiación; tendréis santa convocación, y afligiréis vuestras almas, y ofreceréis ofrenda encendida a Jehová.
Ningún trabajo haréis en este día; porque es día de expiación, para reconciliaros delante de Jehová vuestro Dios.
Porque toda persona que no se afligiere en este mismo día, será cortada de su pueblo.
Y cualquiera persona que hiciere trabajo alguno en este día, yo destruiré a la tal persona de entre su pueblo.
Ningún trabajo haréis; estatuto perpetuo es por vuestras generaciones en dondequiera que habitéis.
Día de reposo será a vosotros, y afligiréis vuestras almas, comenzando a los nueve días del mes en la tarde; de tarde a tarde guardaréis vuestro reposo”.
O sea, desde la tarde del día 9 hasta la tarde del día 10; y los días comienzan por la tarde. O sea que en la tarde del día 9, a la caída del sol comenzaba el día 10; y ahí comenzaba el día de la expiación. Y desde ese momento, los que querían la reconciliación con Dios, ¿estaban cómo? Estaban afligidos, arrepentidos de sus pecados y llorando por sus pecados.
Dice: “… y afligiréis vuestras almas”. También dice:
“Porque toda persona que no se afligiere en este mismo día, será cortada de su pueblo”.
O sea, toda persona que no se afligiere por sus pecados, que no estuviera arrepentida por sus pecados cuando en este día se ofrecía la expiación por el pecado; el que no estuviera afligido por sus pecados, arrepentido y confesado sus pecados sobre la expiación, el macho cabrío…; pues el sumo sacerdote, vean ustedes, confesaba todos los pecados del pueblo sobre el macho cabrío.
Y ahora, encontramos que las personas que se habían afligido por sus pecados, y estaban arrepentidos, y pedían la misericordia de Dios y la reconciliación con Dios: cuando el sumo sacerdote efectuaba esta oración, llevando los pecados del pueblo, ahí iban los pecados de todas esas personas que se habían afligido.
Y ahora, vean ustedes, cuando durante estos dos mil años que han transcurrido (en lo que queda en este tiempo de misericordia), las personas que han venido afligidas, arrepentidas de sus pecados a Cristo, recibiéndolo como nuestro Salvador, recibiéndolo como nuestra Expiación por el pecado: encontramos que nuestras oraciones y nuestro arrepentimiento es aceptado por Cristo; y Cristo lo ofrece allá ante Dios, y hace intercesión por nosotros, y quita nuestros pecados con Su Sangre, y somos reconciliados con Dios.
Por eso San Pablo decía: “Reconciliaos con Dios hoy”3. O sea, es en el presente en el cual vive el ser humano, que el ser humano se tiene que arrepentir de sus pecados y ser reconciliado con Dios. No puede decir: “Yo cuando me muera, me voy a reconciliar con Dios”; ya esperó demasiado tarde.
San Pablo decía: “Reconciliaos hoy con Dios”; o sea, ese hoy es mientras la persona está viviendo; es en tiempo presente. No puede decir: “Mañana…”, pues la persona no sabe si mañana ya estará muerta; tiene que ser en el presente.
Y por eso es que Dios ha estado llamando a todos los que tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida del Cordero (¿a qué?) a arrepentimiento, para ser reconciliados con Dios.
El pueblo hebreo, vean ustedes, como nación era reconciliada con Dios el día de la expiación, el día 10 del mes séptimo, con el sacrificio de la expiación. Y el que no obtuviera esa reconciliación, pues tendría un año de graves problemas en su vida.
Y si la nación hebrea, como nación, no efectuaba ese sacrificio y obtenía la reconciliación con Dios: durante todo ese año lo que le vendría al pueblo hebreo serían juicios divinos; “porque la paga del pecado es muerte”4.
Pero por medio de la expiación, vean ustedes, eran quitados sus pecados – eran cubiertos con la sangre del sacrificio, y entonces Dios no veía los pecados del pueblo hebreo y su gente; y por consiguiente, enviaba Su bendición a la Tierra y a las personas.
Y ahora, vean ustedes cómo todo aquello era tipo y figura de Cristo como nuestro Sacrificio, nuestra Expiación. Él es nuestra Pascua y también es nuestra Expiación (la expiación del macho cabrío que se efectuaba el día 10 del mes séptimo de cada año).
Y ahora, vean ustedes cómo Cristo, así como estaba el sumo sacerdote, el día 10 del mes séptimo, entrando al lugar santísimo y ofreciendo allí esa sangre de la expiación, Cristo ha estado en el Lugar Santísimo del Templo que está en el Cielo, y ha estado allí ministrando como Sumo Sacerdote del Orden de Melquisedec; porque Él es ese Melquisedec, Sacerdote del Dios Altísimo del Templo que está en el Cielo.
Y ahora vean cómo todo lo que Cristo haría en el Cielo, en el Lugar Santísimo, fue reflejado en ese día en que el sumo sacerdote entraba con la sangre de la expiación del macho cabrío al lugar santísimo, para ofrecerla allí a Dios por el pecado del pueblo, para ser cubierto el pecado del pueblo.
Y ahora, por la Sangre de Cristo, siendo presentada en el Lugar Santísimo allá en el Cielo, nuestros pecados no son cubiertos, sino quitados5.
Ahora, podemos ver la bendición tan grande que Cristo ha estado colocando sobre el alma de los seres humanos que han tomado la puerta angosta y el camino angosto, que lleva hacia arriba, al Cielo, a la Casa de nuestro Padre celestial.
Y Cristo es el Camino, y es la Verdad, y es la Vida Eterna; y Él es el que nos llevará a vivir eternamente con Dios en Su Reino; porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y Él es la Puerta angosta.
Cristo, en el capítulo 10 de San Juan, dijo que Él es la Puerta; veamos… Capítulo 10, verso 1 en adelante, dice:
“De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ese es ladrón y salteador.
Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.
A este abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por (su) nombre, y las saca.
Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.
Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
Esta alegoría les dijo Jesús; pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.
Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas”.
¿Quién es la Puerta? Nuestro amado Señor Jesucristo. Él es esa Puerta angosta.
Y ahora, en Apocalipsis, capítulo 4, verso 1, también encontramos esa Puerta abierta en el Cielo, que es el mismo Cristo; porque la Puerta abierta en el Cielo es el Séptimo Sello abierto en el Cielo.
Y ahora, veamos cómo el ser humano ha estado por todos estos dos mil años, de Cristo hacia acá, frente a la encrucijada de la vida; para que ahí, frente a la vida y a la muerte, el ser humano —conforme a la enseñanza divina— escoja la vida; pues es el mismo Dios el que le dice al ser humano que escoja la vida. Vean, dice en el capítulo 30, verso 19 al 20, de Deuteronomio:
“A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”.
¿Qué aconseja Dios? Que la persona escoja la vida. Y ese es el mejor consejo que nos da Él: que escojamos la vida, entrando por la puerta angosta, y caminando por el camino angosto que lleva, ¿a dónde? A la vida eterna. Porque Él nos ama y quiere que vivamos eternamente con Él.
Pero tonto es el que no escoge la puerta angosta y el camino angosto, que es Cristo, y se va por el camino ancho y por la puerta ancha; porque ese nunca llegará a la vida eterna; sino que ese, en el camino que ha tomado, ese camino lo lleva hacia abajo; o sea que lo lleva hacia el infierno y lago de fuego, y dejará de existir en cuerpo, en espíritu y en alma también.
Ese es el camino por el cual normalmente los seres humanos transitan. Al nacer la persona aquí en la Tierra está caminando, viene caminando, o viene para caminar en ese camino; pero hay la oportunidad de cambiar de camino: cambiar del camino de la muerte al camino de la vida, cambiar de la puerta ancha a la puerta angosta de la vida.
Ahora, vean cómo Cristo en San Juan, capítulo 5, nos muestra el milagro que ocurre cuando la persona cree en Cristo como nuestro Salvador: capítulo 5, verso 24, dice:
“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”.
¿Por qué? Porque ha pasado del camino de la muerte al camino de la vida; y ahora ha pasado por la puerta, que es Cristo, al camino de la vida, para caminar en Cristo en su vida cristiana todos los días de su vida. Y va caminando en el camino de la vida; y por eso es que, si muere la persona físicamente, va al Paraíso a vivir en su cuerpo teofánico, y en el Día Postrero recibirá la resurrección en un cuerpo eterno, y nosotros los que vivimos seremos transformados. ¿Por qué? Porque es una promesa para todos los que estarían caminando en el camino de la vida eterna, habiendo entrado por la puerta, que es Cristo nuestro Salvador.
Y ahora, algún día esa puerta (que es Cristo) y ese camino (que es Cristo), vean ustedes, esa puerta algún día será cerrada. Dice en el capítulo 13, verso 24 al 25 [San Lucas]:
“Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán.
Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois”.
La Puerta, que es Cristo, será esa Puerta cerrada; o sea que ya no habrá más oportunidad para las personas arrepentirse, recibir a Cristo como su Salvador, y lavar sus pecados en la Sangre de Cristo; porque ya Él habrá salido del Trono de Intercesión en el Cielo, en el Lugar Santísimo.
Ahora, podemos ver que es muy importante entrar por la puerta angosta y caminar en el camino angosto: eso es recibiendo a Cristo como nuestro Salvador, lavando nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibiendo Su Espíritu Santo; y caminando en el camino de la vida, en el camino cristiano, todos los días de nuestra vida; eso es estar caminando en el camino de la vida eterna habiendo entrado por la puerta, que es Cristo.
Y ahora, en este tiempo final, vean ustedes cómo miles o millones de seres humanos han entrado al camino de la vida eterna por la puerta de la vida (que es Cristo) y el camino de la vida (que es Cristo). Caminando en Cristo es estar caminando en el camino de la vida, el camino de Cristo, el camino de la salvación; el camino cristiano es el camino de la vida eterna.
Y ahora, podemos ver cómo hemos entrado a la Casa de Dios: hemos entrado por una puerta; y esa puerta es Cristo, nuestro Salvador.
Ahora, podemos ver que en la encrucijada del ser humano en su vida, muchos prefirieron caminar por el camino ancho, entrando por la puerta ancha; pero ese camino les llevará al infierno y al lago de fuego. Pero hay un grupo que, si lo tomamos desde los días de Pentecostés hacia acá, pues forma millones de personas; pero separados cada grupo en su edad, ya esos no serán tantos, comparados con la cantidad de millones de personas que para cada edad estaban viviendo en la Tierra.
Pero por cuanto los escogidos de Dios tomaron el camino de la vida eterna, entrando por la puerta de la vida eterna, que es Cristo: en el Día Postrero serán resucitados en cuerpos eternos, y los que vivimos seremos transformados; y entonces sí seremos millones de hijos e hijas de Dios, con cuerpos eternos y con espíritus teofánicos eternos también.
Y estaremos en esta Tierra de 30 a 40 días, antes de ir a la Cena de las Bodas del Cordero. Cuando estemos en el nuevo cuerpo entonces veremos a nuestro amado Señor Jesucristo en Su cuerpo eterno también, Su cuerpo glorificado.
Ahora, hemos visto que el Padre de la Familia, el cual es Cristo en Su manifestación final a través de Su siervo fiel y prudente, en algún momento cerrará esa Puerta; como dice Apocalipsis, capítulo 10 (y también nos habla en otros lugares), que el tiempo no será más.
Se habrá acabado el tiempo para salvación, para redención; se habrá acabado el tiempo para recibir a Cristo como nuestro Salvador y lavar nuestros pecados en la Sangre de Cristo. Pero ya todos los escogidos de Dios, que tienen sus nombres escritos en el Libro la Vida del Cordero, habrán entrado por la puerta de salvación, que es Cristo, y estarán caminando en el camino de la vida, que es Cristo.
Por lo tanto, el que la Puerta sea cerrada en este tiempo final por el Padre de la Familia, no nos afectará a nosotros; porque ya estaremos nosotros dentro del camino de la vida eterna; ya estaremos dentro de la Casa de Dios, que es Su Iglesia, en la etapa que nos corresponde, que es la etapa de la Edad de la Piedra Angular. Por esa Puerta que tiene esa Casa, es que entrarían todos los hijos e hijas de Dios, y de edad en edad serían alimentadas por el siervo fiel y prudente, que es el mensajero que Él tiene para cada etapa, o sea, para cada edad.
Y para nuestro tiempo Él tiene Su Ángel Mensajero, que es el siervo fiel y prudente que estará en el Día Postrero alimentándonos en la Casa de Dios. Ese será el Ángel Mensajero que estará presente en el tiempo de Su Venida.
“Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su Señor venga, le halle haciendo así”6.
O sea que en la Casa de Dios, que es Su Iglesia, habrá un siervo fiel y prudente: un mensajero que estará presente en el cumplimiento de la Segunda Venida de Cristo. Y ese es el que tiene la bendición más grande de todos los siervos fieles y prudentes que Dios tendría en Su Casa, en Su Iglesia, de edad en edad.
Ese siervo fiel y prudente será el Ángel Mensajero de Jesucristo en la Edad de la Piedra Angular; y por medio de esa manifestación, cuando entre hasta el último de los escogidos (los cuales son llamados y juntados en este tiempo final, los últimos escogidos de Dios), luego se cerrará la Puerta; porque ya no se puede tener la Puerta abierta cuando ya haya entrado hasta el último de la Familia de Dios.
Eso está también mostrado en San Mateo, capítulo 25, versos 10 al 13, en la parábola de las diez vírgenes. Mientras cinco de las vírgenes (las fatuas), que no tenían aceite en sus lámparas, fueron a comprar aceite… Dice:
“Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo (o sea, se cumplió la Segunda Venida de Cristo); y las que estaban preparadas (esas son las vírgenes prudentes) entraron con él a las bodas (o sea, a la unión de la Iglesia con Cristo; se unen ahí)<em>; y se cerró la puerta”.
¿Qué es una boda? La unión de dos seres que se aman, la unión legal de dos seres que se aman; y cuando se unen, ambos vienen a ser una sola carne. Y ahí viene el momento en donde esa novia obtiene el nombre de su esposo, el cual fue su novio anteriormente; y ahí es donde esa novia se convierte en heredera con él.
Ahora, vean ustedes cómo en esta parábola nos muestra que cuando vino el Esposo, las que estaban preparadas entraron con Él a las Bodas, y se cerró la Puerta.
El Espíritu Santo es el aceite en nosotros, y eso es el nuevo nacimiento en la persona; o sea que entran con Él a las Bodas los escogidos de Dios, los primogénitos de Dios, que han creído en Cristo como nuestro Salvador, han lavado sus pecados en la Sangre de Cristo y han recibido Su Espíritu Santo; oyen la Voz de Cristo, la Voz del Esposo, y entran con Él a las Bodas, entran con Él a la Edad de la Piedra Angular, para unirse con Cristo en Su Venida en este tiempo final, para luego ir a la Cena de las Bodas del Cordero en el Cielo.
Ahora, vean todo lo que conlleva para el ser humano estar frente a la encrucijada de la vida.
Todo esto, vean ustedes, está contenido en nuestro tema: “EL SER HUMANO FRENTE A LA ENCRUCIJADA DE LA VIDA”.
Y es el ser humano —por cuanto tiene libre albedrío— el que le dice “Amén” a la Palabra, o le dice “no”. Pero Dios dice: “… escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia (para que vivas por toda la eternidad)”.
“EL SER HUMANO FRENTE A LA ENCRUCIJADA DE LA VIDA”.
Que las bendiciones de Jesucristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes y sobre mí también; y que pronto entre hasta el último de los escogidos de Dios; y todos seamos transformados cuando los muertos en Cristo sean resucitados en cuerpos eternos; y luego vayamos a la Cena de las Bodas del Cordero, luego de estar de 30 a 40 días aquí en el nuevo cuerpo. En el Nombre Eterno del Señor Jesucristo. Amén y amén.
Una pregunta: frente a la encrucijada de la vida, ¿dónde están los que han tomado la puerta angosta y han entrado por ella, y han tomado el camino de la vida eterna, el camino angosto? Pues aquí estamos; por lo tanto, viviremos por toda la eternidad; por lo tanto, seremos transformados y tendremos un cuerpo eterno, así como tenemos un cuerpo teofánico eterno también.
Que Dios les continúe bendiciendo a todos, y muchas gracias por vuestra amable atención; y nos veremos nuevamente en la actividad de las 6:00 o 6:30, en el lugar que ya está asignado. ¿Cuántos saben dónde es el lugar? Bueno, el único que no sabe soy yo. Así que me llevarán hasta allá y nos veremos nuevamente en el lugar que ya está preparado para la actividad de la noche.
Que Dios les continúe bendiciendo a todos, que Dios los guarde, y nuevamente con nosotros el reverendo Miguel Bermúdez Marín, el cual les dirá cuál será el tema de esta noche. Y ya con lo que hemos escuchado en esta ocasión, tenemos ya un anticipo (¿verdad, Miguel?); un anticipo o una preparación, para poder comprender más ampliamente el tema de esta noche, que será (¿cuál, Miguel?): “LA VIDA Y LA MUERTE DELANTE DEL SER HUMANO EN EL DÍA POSTRERO”, o sea, en este tiempo en el cual nosotros estamos viviendo.
Que Dios les bendiga y les guarde a todos.
“EL SER HUMANO FRENTE A LA ENCRUCIJADA DE LA VIDA”.
[Revisión septiembre 2021]
1 San Juan 8:47
2 San Juan 14:6
3 2 Corintios 5:20
4 Romanos 6:23
5 Hebreos 9:11-28, 1 Juan 1:7
6 San Lucas 12:43