Muy buenas noches, amados amigos y hermanos aquí en la ciudad de Chiclayo. Es para mí un privilegio grande estar con ustedes aquí en el Perú, en la ciudad de Chiclayo, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor del Programa Divino correspondiente a este tiempo final.
Conforme a la publicación del periódico, para esta noche tenemos el tema: “DESPOJÁNDONOS DEL PESO DEL PECADO”; y vamos a ver en esta noche, a través de la Palabra de Dios, cómo nos despojamos del peso del pecado.
Dice San Pablo a los Hebreos en el capítulo 12, verso 1 al 2:
“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.
Que Dios bendiga nuestras almas y nos permita entender Su Palabra en esta noche. En el Nombre Eterno del Señor Jesucristo. Amén y amén.
El ser humano, cuando fue colocado en este planeta Tierra, fue colocado en un cuerpo creado por Dios del polvo de la tierra; pero antes de venir el ser humano a este planeta Tierra en un cuerpo de carne, él ya estaba en un cuerpo espiritual, un cuerpo angelical, en el cual vivió no sabemos cuántos días, años, milenios o millones de años; esa clase de cuerpo espiritual o angelical que tienen los ángeles, y en el cual el primero que ha estado en ese cuerpo ha sido nuestro amado Señor Jesucristo.
Es la clase de cuerpo en el cual Dios apareció a los profetas del Antiguo Testamento, y a través del cual les habló a los profetas del Antiguo Testamento, y fue conocido por el nombre del Ángel de Jehová; el cual le apareció al profeta Moisés y le dijo1: “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. Y el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Ángel de Jehová, libertó al pueblo hebreo.
Ahora, Dios estaba en ese cuerpo teofánico de la sexta dimensión, que es un cuerpo angelical de la sexta dimensión; y en ese cuerpo o clase de cuerpo es que están los ángeles; y esa es la clase de cuerpo en el cual Dios colocó a Adán antes de venir a este planeta Tierra en un cuerpo de carne.
Este cuerpo angelical, vean ustedes, es el cuerpo en el cual encontramos a Dios manifestado, y desde ese cuerpo fue que Dios creó todas las cosas. Ese cuerpo angelical de Dios (o teofánico de Dios) es un cuerpo parecido a nuestro cuerpo pero de otra dimensión. Y de esto es de lo que nos habla…, por ejemplo, en el Génesis dice:
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.
Y ahora nos dice… Eso está en Génesis, capítulo 1, verso 1. Y en San Juan, capítulo 1, verso 1 en adelante, dice:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios.
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”.
Ahora vean que el Verbo era en el principio con Dios, y el Verbo era Dios; y el Verbo fue el que creó todas las cosas.
Ahora, ¿cómo puede ser esto?, ¿cómo se puede entender? En el principio era el Verbo, que es el cuerpo teofánico o angelical de Dios; y el cuerpo angelical de Dios, el Verbo, era con Dios; y por Él fueron hechas todas las cosas. O sea, Dios dentro de Su cuerpo teofánico, angelical, desde ahí creó el universo, creó todas las cosas. Y miren ustedes, dice:
“… y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”.
O sea que toda la Creación la llevó a cabo Dios a través de Su cuerpo teofánico, Su cuerpo angelical, un cuerpo parecido a nuestro cuerpo pero de otra dimensión. O sea que el que creó todas las cosas, el universo completo, es un hombre de otra dimensión, llamado el Ángel de Jehová o Ángel del Pacto, el cual es el mismo Dios en Su cuerpo teofánico, o sea, cuerpo angelical.
En esa forma les aparecía Dios a muchos profetas. Le apareció a Abraham: le apareció como Melquisedec2 y luego le apareció como Elohim3. Le apareció también a Jacob: como el Ángel con el cual luchó Jacob, el cual le cambió el nombre a Jacob cuando lo bendijo4.
Y también le apareció a Manoa, el padre de Sansón. Y Manoa quería saber el Nombre del Ángel de Jehová, pero el Ángel no le dio a conocer Su Nombre. Y Manoa le dijo a su esposa: “Hemos de morir, porque hemos visto a Dios cara a cara”. Habían visto a Dios cara a cara en el cuerpo teofánico de Dios5.
Y así sucedió a través del Antiguo Testamento, cuando le aparecía Dios en esa forma visible, en la forma de un hombre, pero de otra dimensión. En esa forma le apareció también Dios al profeta Moisés.
Pero vean ustedes, aun con todo y eso la Biblia continúa diciendo que nadie jamás ha visto a Dios6. ¿Por qué? Porque lo que han visto es el cuerpo teofánico de Dios, pero no han visto el que está dentro de ese cuerpo teofánico.
Ahora, continuamos viendo lo que aquí nos dice:
“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.
Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan (o sea, Juan el Bautista).
Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.
No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.
Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo (o sea, esa Luz verdadera, el Verbo, que era con Dios y era Dios).
En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.
A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron (o sea, el pueblo hebreo).
Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
Y ahora vean [verso 14]:
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de (virtud)”.
Y cuando el Verbo se hizo carne, ¿qué pasó? Lo conocimos por el nombre de Jesús. El Verbo hecho carne es nuestro amado Señor Jesucristo. “Y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Dios hecho carne.
Dice San Pablo, en Primera de Timoteo, capítulo 3, verso 16, de la siguiente manera, y vean ustedes las palabras de San Pablo; dice:
“E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios fue manifestado en carne…”.
¿Cómo fue Dios manifestado? En carne. Eso fue cuando Dios con Su cuerpo teofánico —llamado el Verbo— se hizo carne, y habitó en medio del pueblo hebreo, y fue conocido Su cuerpo físico por el nombre de Jesús.
“Justificado en el Espíritu,
Visto de los ángeles,
Predicado a los gentiles,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria”.
Ahora vean que este es el misterio grande de Dios: manifestado en carne humana en la persona de Jesús de Nazaret.
Por eso es que el profeta Isaías, en el capítulo 7, cuando habló de la Venida del Mesías (capítulo 7, verso 14), dijo:
“Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (y Emanuel significa: Dios con nosotros)7”.
Era Dios descendiendo en medio de la raza humana en la forma de hombre, porque Dios creó al ser humano a Su imagen y semejanza; por lo tanto, lo más que se parece a Dios es el hombre, el ser humano, y lo más que se parece al ser humano es Dios; por lo tanto, Dios le dio al ser humano la forma divina.
Y ahora, Dios, cuando viene en medio de la raza humana en carne, viene en la forma de hombre. No viene en la forma de un animal, porque los animales no están creados a imagen y semejanza de Dios, sino el ser humano.
Por lo tanto, cuando Dios apareció en medio de la raza humana en forma visible, pues era como los hombres de esta Tierra, porque vino a la semejanza de los hombres; porque así fue como Dios lo diseñó desde antes de la fundación del mundo.
Ahora, vean ustedes, Dios no tenía un cuerpo de carne, pero en Su Programa estaba el tener un cuerpo de carne; y eso lo obtuvo cuando creó en el vientre de María una célula de vida, la cual se multiplicó célula sobre célula, y se formó así el cuerpo de Jesús; y en ese cuerpo habitó Dios en toda Su plenitud. Ese es el cuerpo de carne de Dios.
Y Dios tomó ese cuerpo de carne y lo ofreció en Sacrificio vivo en la Cruz del Calvario para la redención del ser humano, el cual había caído en el Huerto del Edén y había perdido el derecho a la vida eterna; cayó de la vida eterna, perdió el derecho a vivir eternamente en el cuerpo que Dios le había dado.
Por lo tanto, el ser humano, de ahí en adelante tendría un lapso de tiempo de vida aquí en la Tierra; y los descendientes de Adán y Eva vivirían por una cantidad de años en la Tierra y después morirían. Ya el ser humano no podía obtener el cuerpo teofánico de la sexta dimensión antes de venir a esta Tierra en un cuerpo de carne; por lo tanto, vendría sin vida eterna.
Para venir con vida eterna tiene que primero —el ser humano— obtener el cuerpo teofánico de la sexta dimensión, vivir en ese cuerpo teofánico, y luego obtener un cuerpo físico y eterno creado por Dios en esta Tierra. Pero por causa de la caída, el ser humano perdió ese privilegio; y ahora el ser humano viene por medio de la unión de un hombre y de una mujer, que son sus padres terrenales. Pero mucho hacen nuestros padres terrenales; ni aun los científicos han podido hacer lo que nuestros padres terrenales hacen.
Ahora, darnos un cuerpo físico, eso es un milagro; y es un privilegio y es una oportunidad única que Dios nos da, el venir nosotros en estos cuerpos mortales, corruptibles y temporales, para hacer contacto con la vida eterna, que es Jesucristo nuestro Salvador.
Y Él, por medio del Sacrificio efectuado en la Cruz del Calvario, ha pagado el precio de la redención. Y Él, siendo inmortal, viniendo en carne humana, Él dijo8: “Nadie me quita la vida; yo la pongo por mí mismo para volverla a tomar”.
Él también dijo9: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, él solo queda”. O sea que Jesucristo, el Grano de Trigo, el Hijo del Hombre, seguiría viviendo en Su cuerpo físico por toda la eternidad, pero el resto de los seres humanos morirían; Él solo quedaría, Jesucristo solo, permanecería viviendo por toda la eternidad. Pero dice: “Pero si el grano de trigo cae en tierra y muere, mucho fruto lleva”, o sea, muchos hijos e hijas de Dios con vida eterna.
Por eso cuando Cristo murió en la Cruz del Calvario, Él tomó nuestros pecados, y así se hizo mortal y murió por nuestros pecados; y por eso Él tuvo que ir al infierno en lugar nuestro: para que nosotros podamos vivir eternamente y no tengamos que ir al infierno.
Y ahora, miren ustedes, en la carta de San Pedro nos habla algo de lo que sucedió cuando Jesús murió. Dice en Primera de Pedro, capítulo 3, verso 18 en adelante:
“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios (¿Para qué sufrió Cristo muriendo en la Cruz del Calvario? Para llevarnos a Dios, para reconciliarnos con Dios), siendo a la verdad muerto en la carne (o sea que lo que murió fue Su cuerpo físico), pero vivificado en espíritu (vivificado en Su cuerpo teofánico, que es el Espíritu);
en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados,
los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua”.
Ahora vean, cuando Jesucristo murió, murió solamente Su cuerpo físico, pero Él continuó viviendo en Su cuerpo teofánico, que es un cuerpo parecido a nuestro cuerpo pero de otra dimensión, de la sexta dimensión; y en ese cuerpo Él bajó a la quinta dimensión, al infierno, y allí les predicó a los espíritus encarcelados, que fueron desobedientes en el tiempo de Noé.
O sea, las personas que fueron desobedientes, que no creyeron el Mensaje de Noé; y ahora, como habían muerto en el diluvio, ahora sus cuerpos habían muerto, pero estaban viviendo en espíritu; porque la persona cuando muere, lo que muere físicamente es su cuerpo físico, pero la persona sigue viviendo; pero la persona va a la quinta dimensión, que es el infierno, si no ha recibido a Cristo como su Salvador, si no ha creído la Palabra de Dios para el tiempo en que está viviendo.
La quinta dimensión es otro mundo, del cual la persona no puede salir hasta que Dios los resucite para llevarlos al Juicio Final; y eso será después del Reino Milenial. Es un mundo, otro mundo, otra dimensión, en donde ni se habla de Dios, ni se predica de Dios, ni se sirve a Dios, y en donde Dios no está.
Ahora, en esa ocasión, Dios en Su cuerpo teofánico, Jesucristo en Su cuerpo teofánico visitó el infierno, y les predicó a las almas que estaban en sus cuerpos espirituales, o sea, en sus espíritus, en esos cuerpos de esa quinta dimensión: les predicó no para salvación, sino les predicó juicio, condenación; porque no habían creído al Mensaje de Noé, el cual era el Mensaje de Dios para aquel tiempo, y por eso fueron destruidos con el diluvio.
Algunas personas piensan que cuando Dios envía un profeta, toda la gente van a creer en él; pero miren, en los días de Noé Dios envió un profeta dispensacional, para darles a conocer que el fin de aquella generación antediluviana había llegado; pero solamente ocho personas: Noé, su esposa, sus tres hijos y sus tres nueras, creyeron y entraron al arca; fueron también los que trabajaron en la construcción del arca (y quizás algún carpintero al cual Noé le pagó).
Ahora, podemos ver que cuando Dios envía un profeta mayor, que es un profeta dispensacional como Noé, no necesariamente todas las personas tienen que creer; solamente creen los que son de Dios. “El que es de Dios, la Voz de Dios oye”10. “Mis ovejas oyen mi Voz, y me siguen”11.
Algunas personas piensan que Dios no puede destruir una ciudad, una nación o el mundo entero. Pero miren, con el diluvio, vean ustedes, destruyó hasta los animales; pero se salvó Noé y su familia, porque Dios no destruye al justo con el injusto.
Y ahora, nosotros estamos en un tiempo mejor, superior al tiempo de Noé; “superior” en el sentido de que ahora ya no necesitamos hacer unos sacrificios de animalitos, como los hacía Noé y como los hacía Enoc y como los hacían aquellas personas del Antiguo Testamento.
Aquellos sacrificios funcionaban, tenían valor delante de Dios, por una sola causa: porque representaban el Sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario; no había otra razón. Todos los sacrificios establecidos por Dios para el pueblo hebreo representaban el Sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario.
Por eso es que cada año el pueblo hebreo estaba llevando a cabo sacrificios; y en el mes séptimo, el día 10 del mes séptimo, efectuaban el sacrificio de la expiación, en donde eran tomados dos machos cabríos y uno era sacrificado para la expiación12. Era el sacrificio de la expiación: su sangre era llevada por el sumo sacerdote al lugar santísimo, y esparcía sobre el propiciatorio, que era la tapa del arca del pacto, donde estaban los dos querubines de oro; y sobre el propiciatorio, ahí estaba la presencia de Dios en la Luz de la Shekinah.
Aquella misma Luz que había aparecido a Moisés, y que había libertado al pueblo hebreo y los había guiado por el desierto, estaba sobre el propiciatorio; y ahí venía el sumo sacerdote y esparcía con su dedo siete veces, con la sangre de la expiación del macho cabrío.
También él traía el incensario y echaba el incienso dentro del incensario, que estaba encendido en fuego; y al quemarse el incienso, subía la nube de humo del incienso y cubría todo el propiciatorio. Y ahí venían las oraciones de todo el pueblo, y la misericordia de Dios era extendida al sumo sacerdote y al pueblo hebreo.
Luego salía el sumo sacerdote y tomaba el macho cabrío (el otro macho cabrío), y confesaba, poniendo sus manos sobre la cabeza del macho cabrío, confesaba los pecados del pueblo (sobre ese macho cabrío que no había sido sacrificado); y luego era enviado por una persona escogida para ese propósito, era enviado por el desierto. Y así eran llevados lejos los pecados del pueblo.
Ahora, tanto el macho cabrío de la expiación (que era sacrificado) como el otro macho cabrío (que no era sacrificado, sino que eran confesados los pecados del pueblo sobre él y luego enviado al desierto), ambos representan a Cristo.
El macho cabrío que era sacrificado, y su sangre llevada al lugar santísimo y colocada, esparcida sobre el propiciatorio, representa a Cristo siendo sacrificado en la Cruz del Calvario; y vean ustedes, es nuestro amado Señor Jesucristo en Su cuerpo físico.
Y luego el otro macho cabrío representa a Jesucristo en Su cuerpo teofánico de la sexta dimensión, el cual descendió al infierno, a ese lugar desierto, donde Él fue con nuestros pecados, y allá los dejó. Y cuando se levantó, se levantó justificado: sin los pecados del pueblo; porque fueron llevados lejos: allá donde estaba el que originó el pecado, el diablo. Y así, vean ustedes, Él quitó de nosotros el pecado, porque Él es nuestro Salvador, nuestro Redentor.
Y ahora, cuando la persona escucha la predicación del Evangelio, y recibe a Cristo como su Salvador, y lava sus pecados en la Sangre de Cristo: los pecados de la persona son quitados por la Sangre de Cristo; porque la Sangre de Cristo nos limpia de todo pecado13. Y luego nos da Su Espíritu y produce el nuevo nacimiento; del cual le habló Cristo a Nicodemo cuando le dijo14: “De cierto, de cierto te digo, que el que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”.
Nicodemo estaba interesado en el Reino de Dios, y toda persona está interesada en el Reino de Dios; todos quieren entrar al Reino de Dios, y hay una forma para entrar. Cristo le dijo que era necesario nacer de nuevo. Nicodemo le dice: “¿Cómo puede hacerse esto? ¿Puede acaso el hombre, ya siendo viejo…?”. Parece que ya Nicodemo estaba avanzado en edad; ¿y cómo estaría su mamá? Ahora: “¿Cómo puede hacerse esto, ya siendo el hombre viejo? ¿Puede acaso el hombre entrar en el vientre de su madre y nacer de nuevo?”. Jesús le dice: “De cierto, de cierto te digo, que el que no nazca del Agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios (o Reino de los Cielos)”.
Es por medio del nuevo nacimiento, al creer en Cristo como nuestro Salvador y lavar nuestros pecados en Su Sangre, que obtenemos el nuevo nacimiento; y así obtenemos un cuerpo teofánico, un espíritu teofánico de la sexta dimensión, un cuerpo teofánico igual al cuerpo teofánico de nuestro amado Señor Jesucristo; y entramos a vida eterna, hemos nacido en el Reino de Dios, tenemos un cuerpo teofánico de la sexta dimensión.
Y para el Día Postrero, vean lo que Cristo ha prometido en San Juan, capítulo 6; es una promesa de nuestro amado Señor Jesucristo para todos los creyentes en Él. Dice, capítulo 6, verso 39 y 40:
“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero”.
¿Cuándo Él dice que lo resucitará? En el Día Postrero.
“Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.
Ahora vean: el que cree, tiene vida eterna, recibe vida eterna; sus pecados son perdonados y son quitados de él, y queda justificado como si nunca antes hubiese pecado.
Y ahora, la promesa es que —para esas personas— Él los resucitará, si han muerto físicamente los resucitará, y si estamos vivos nos transformará; y esto es para el Día Postrero; y el Día Postrero es el séptimo milenio de Adán hacia acá o tercer milenio de Cristo hacia acá.
Ahora, ¿en qué año del tercer milenio de Cristo hacia acá o séptimo milenio de Adán hacia acá? No sabemos en qué año; pero en alguno de los años de ese milenio postrero…; porque “un día delante del Señor es como mil años y mil años como un día”15. O sea que un día delante del Señor, para los seres humanos son mil años (o sea, un día milenial).
Y ahora, si le añadimos al calendario los años de atraso que tiene, ya estamos en ese Día Postrero, en ese séptimo milenio, que es el Día Postrero delante de Dios; pero si dejamos el calendario como está, solamente faltan unos 5 meses y algo (para algunas naciones y algunas personas) para terminar el milenio que estamos viviendo y comenzar el nuevo milenio, y comenzar también el siglo XXI.
Para otras naciones será cuando termine el año 2000 y comience el año 2001; pero para otros será cuando termine el año 1999 y comience el año 2000. Es porque algunos cuentan (el año en el calendario), cuentan desde el año 0 en adelante desde el nacimiento de Jesús, y otros cuentan año 1 desde el momento en que nació nuestro amado Señor Jesucristo. Pero si le añadimos al calendario los años de atraso que tiene, ya hace tiempo estamos dentro de ese Día Postrero, que es el milenio postrero, o sea, séptimo milenio de Adán hacia acá y tercer milenio de Cristo hacia acá.
Pero ¿en qué año de ese milenio postrero Él resucitará a los muertos en Cristo y nos transformará a nosotros? No sabemos; pero sabemos que Él prometió un llamamiento:
“Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos…”. San Mateo, capítulo 24, verso 31.
Ese llamado de Gran Voz de Trompeta es el llamado final, para llamar y juntar a todos los escogidos de Dios de este tiempo final, para ser preparados para ser transformados nosotros los que vivimos; y si alguno se va antes, no hay ningún problema: resucitará en un cuerpo nuevo.
Y cuando los muertos en Cristo resuciten, eso será cuando ya se haya completado el número de los escogidos de Dios: hayan sido llamados y juntados dentro del Cuerpo Místico del Señor Jesucristo, que es la Iglesia del Señor Jesucristo. Es el pueblo de los primogénitos de Dios, escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero.
Y cuando se complete ese Cuerpo Místico de creyentes, entonces Cristo se levantará del Trono de Intercesión en el Cielo; porque Él, así como el sumo sacerdote hacía intercesión en el tabernáculo que construyó Moisés y en el templo que construyó el rey Salomón…; y cuando terminaba su obra de intercesión en el lugar santísimo, luego salía, y el pueblo quedaba reconciliado completamente con Dios, y sus pecados cubiertos con la sangre de la expiación.
Pero ahora tenemos una expiación perfecta, que es la Expiación de Cristo; por lo tanto no se necesita todos los años estar llevando a cabo un sacrificio por el pecado. Cristo efectuó ese Sacrificio, y entró al Lugar Santísimo del Templo celestial, y allí ha estado haciendo intercesión como Sumo Sacerdote; porque Él es el Sumo Sacerdote Melquisedec, el Sumo Sacerdote del Templo que está en el Cielo.
Todo eso fue representado en el templo terrenal que construyó Moisés y el templo terrenal que construyó Salomón, y el orden sacerdotal de Leví, del cual Aarón fue el primero de los sumos sacerdotes. Todo ese sumo sacerdocio es tipo y figura del Sumo Sacerdocio del Templo celestial, el Sumo Sacerdocio de Melquisedec.
Ahora, ya no necesitamos un templo terrenal; ya no tenemos el de Moisés ni el de Salomón, y no hay ningún templo terrenal en Israel, en Jerusalén, para llevar a cabo los sacrificios por el pecado, pues ya ese tiempo pasó; y entró en función todo el Orden celestial, en donde Cristo está como Sumo Sacerdote efectuando esa labor, hasta que quede reconciliado con Dios hasta el último de los escogidos de Dios.
Por eso San Pablo dice16: “Reconciliaos hoy con Dios”. Y esto es por medio del Sacrificio de Jesucristo nuestro Salvador, con el cual son quitados nuestros pecados y somos reconciliados con Dios; y obtenemos el nuevo nacimiento, y así obtenemos un cuerpo teofánico, un cuerpo angelical, de la sexta dimensión; para luego, en el Día Postrero, en este tiempo final, obtener un cuerpo físico eterno y glorificado, igual al cuerpo de nuestro amado Señor Jesucristo.
Por eso es que Cristo vino dos mil años atrás a este planeta Tierra, vino con un propósito definido, y lo llevó a cabo. Y actualmente está en el Lugar Santísimo del Templo celestial, como Sumo Sacerdote, haciendo intercesión con Su propia Sangre por cada hijo e hija de Dios: por cada persona que tiene su nombre escrito en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, el cual pertenece al Israel celestial; y luego se tornará, cuando termine Su labor, se tornará al pueblo hebreo.
Y el pueblo hebreo, como también nosotros, no necesitamos un templo terrenal en donde efectuemos sacrificios de animalitos: ya el Sacrificio perfecto fue efectuado por nuestro amado Señor Jesucristo.
¿Ven el por qué ya no se necesitan templos terrenales donde se lleven a cabo sacrificios? Porque esos sacrificios eran tipo y figura del Sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario. En ese Sacrificio de Cristo se cumplieron todos los demás sacrificios de animalitos, los cuales solamente cubrían el pecado; pero el único que quita el pecado es el Sacrificio de nuestro amado Señor Jesucristo.
Por eso cuando Jesucristo resucitó, resucitaron con Él los santos del Antiguo Testamento17; porque el pecado de ellos estaba cubierto por los sacrificios que ellos habían efectuado, pero cuando murió Cristo en la Cruz del Calvario los pecados de ellos fueron quitados. Ellos habían efectuado los sacrificios que tipificaban el Sacrificio de Cristo, por lo tanto tenían sus pecados cubiertos, esperando que llegara el Sacrificio perfecto para que sus pecados fueran quitados y pudieran ir a la presencia de Dios. Fueron resucitados cuando Cristo resucitó; y después, cuando Cristo ascendió al Cielo, ascendieron al Cielo con Cristo todos los santos del Antiguo Testamento.
Para este tiempo final ascenderán con Cristo todos los santos del Nuevo Testamento; resucitarán los muertos en Cristo y nosotros los que vivimos seremos transformados, y ascenderemos con Él a la Casa de nuestro Padre celestial, a la Cena de las Bodas del Cordero.
Ahora miren todos los beneficios, las bendiciones que hay para todos los que se despojan del peso del pecado; y es por medio de nuestro amado Señor Jesucristo y Su Sacrificio en la Cruz del Calvario.
Usted no puede quitar sus pecados con buenas obras; es solamente por medio de la Sangre del Sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario. Usted no puede nacer de nuevo de sí mismo, como decía Nicodemo: “¿Cómo puede hacerse esto? ¿Puede acaso el hombre, ya siendo viejo, entrar en el vientre de su madre y nacer de nuevo?”. ¿Ven? Él pensó en una forma humana, pero no era en una forma humana: era en una forma divina; era por medio de nacer del Agua y del Espíritu, un nuevo nacimiento, en el cual la persona obtiene vida eterna; y está disponible para todo ser humano.
Pero algún día se cerrará la Puerta de la Misericordia y ya no habrá más oportunidad, porque Cristo saldrá del Trono de Intercesión en el Cielo y ya no habrá quién interceda por las personas; ya habrá terminado Su labor, Su Obra de Intercesión.
Recuerden que en el día de la expiación el pueblo estaba llamado a afligirse delante de Dios, arrepentido de sus pecados, para obtener el perdón de sus pecados; y el que no lo hiciera en ese tiempo, en ese día, sería cortado del pueblo18.
Y así es para todo ser humano: Dios le da la oportunidad, mientras vive en la Tierra, para arrepentirse de sus pecados y afligirse; y pedirle perdón a Dios, a Cristo, por sus pecados, para que Cristo le perdone, borre sus pecados con Su Sangre y lo llene de Su Espíritu, y produzca en él el nuevo nacimiento, y así nazca de nuevo del Agua y del Espíritu; para en el Día Postrero obtener la resurrección, si ha partido físicamente, si ha muerto físicamente; o si permanece vivo: obtener la transformación de su cuerpo; y así obtener un cuerpo eterno y glorificado, igual al cuerpo de nuestro amado Señor Jesucristo, un cuerpo jovencito, representando de 18 a 21 años de edad para toda la eternidad.
Mientras Cristo está en el Trono de Intercesión hay oportunidad de salvación, hay oportunidad para que nuestros pecados sean quitados. Y si alguna persona, luego de ser convertida a Cristo, si comete alguna falta, error o pecado: la confiesa a Cristo, y la Sangre de Jesucristo lo limpia de todo pecado. O sea, no se puede detener y pensar que porque cometió alguna falta o algún error o pecado, ya está perdido; no. Hay una Sangre: la Sangre de Jesucristo, en el Trono de Intercesión en el Cielo, para quitar sus pecados, si los confiesa a Cristo arrepentido. Y así sigue hacia adelante en su vida cristiana, sirviendo a Cristo y esperando una transformación, si permanece vivo; pero si parte, si muere físicamente, pues permanecerá esperando la resurrección.
Ahora, él vivirá en un cuerpo teofánico en la sexta dimensión, que es el Paraíso; es otro mundo, donde no hay los problemas que hay aquí en esta dimensión. Pero acá, aun con todos los problemas que hay, es mejor, porque aquí estamos trabajando en la Obra de Cristo y esperando nuestra transformación.
Ahora, hemos visto la importancia de la persona despojarse del peso del pecado. Todos tenemos la oportunidad. Es para cada uno de ustedes y para mí también, y para todo ser humano.
Ahora podemos ver por qué vino Jesucristo, y por qué murió en la Cruz del Calvario.
Les dije que algún día se cerrará la Puerta de la Misericordia, y ya nadie más podrá obtener esa oportunidad de misericordia; pero todavía está abierta la Puerta; y por lo tanto todos los seres humanos que viven en la Tierra tienen esa oportunidad.
Que Dios les ayude a todos y les hable directamente a sus almas, para que aprovechen la oportunidad de despojarse de todo pecado, de quitar de sí mismo todos los pecados por medio del Sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario y Su Sangre derramada, la cual nos limpia de todo pecado.
“DESPOJÁNDONOS DEL PESO DEL PECADO”.
Que las bendiciones de Jesucristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes y sobre mí también; y nos mantenga limpios de todo pecado la Sangre de nuestro amado Señor Jesucristo. En el Nombre Eterno del Señor Jesucristo. Amén y amén.
Que Dios les bendiga y les guarde, y muchas gracias por vuestra amable atención.
“DESPOJÁNDONOS DEL PESO DEL PECADO”.
[Revisión diciembre 2020]
1 Éxodo 3:6
2 Génesis 14:18-20
3 Génesis 18:1
4 Génesis 32:22-28
5 Jueces 13
6 San Juan 1:18, 1 Juan 4:12
7 San Mateo 1:23
8 San Juan 10:17-18
9 San Juan 12:24
10 San Juan 8:47
11 San Juan 10:27
12 Levítico 16
13 1 Juan 1:7
14 San Juan 3:3-7
15 2 Pedro 3:8, Salmos 90:4
16 2 Corintios 5:20
17 San Mateo 27:53
18 Levítico 23:26-29