Muy buenas noches, amados amigos y hermanos presentes aquí en Minatitlán, Veracruz, República Mexicana; y también a cada uno de los que están a través de internet o del satélite en los diferentes países de la América Latina, del Caribe, de Norteamérica, de Europa, del África y demás naciones.
Que las bendiciones de Cristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes y sobre mí también; y nos abra las Escrituras y nos hable directamente a nuestra alma, y nos abra nuestro entendimiento y nuestro corazón para entender y recibir la Palabra revelada de Dios para nuestro tiempo.
En esta ocasión leemos en Apocalipsis, capítulo 1, versos 16… Vamos a ver…, comencemos en el verso 10 hasta el 20; dice… Juan el apóstol dice:
“Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta,
que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro,
y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.
Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego;
y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.
Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último;
y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades (o sea, las llaves de la muerte y del infierno).
Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.
El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias”.
Tomamos el verso 18, para de ahí tomar nuestro tema en esta ocasión. El verso 18 dice:
“ y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”.
Nuestro tema es: “LAS LLAVES EN LAS MANOS DE DIOS”, o “EN LAS MANOS DEL HIJO DEL HOMBRE”.
Las llaves en las manos de uno semejante al Hijo del Hombre, estas llaves del infierno y de la muerte, vean ustedes, están aquí señaladas.
Cuando Cristo en una ocasión preguntó a Sus discípulos (en San Mateo 16, versos 13 en adelante), quién decían los hombres que era el Hijo del Hombre, vean todo el cuadro de lo que allí sucedió: Capítulo 16, versos 13 en adelante dice, de San Mateo:
“Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas”.
O sea que el pueblo pensaba que Jesús era Juan el Bautista que había resucitado, como también lo pensaba el rey; y también otros pensaban que Jesús era el profeta Elías que había regresado; otros pensaban que era Jeremías; y otros pensaban que era alguno de los profetas. Era un profeta; era lo único que ellos sabían.
En una ocasión, cuando Cristo resucitó al hijo de la viuda de la ciudad de Naín…, el hijo de la viuda había muerto y era su único sostén en el hogar. Y ahora, Cristo tuvo compasión de ella cuando vio el funeral (en donde llevaban al hijo de la viuda) y detuvo el funeral; y se detuvo Cristo y se paró frente al féretro, y allí la compasión de Cristo por aquella mujer viuda que servía a Dios fue tan grande que le resucitó al hijo que esta viuda había tenido y había muerto, y se lo devolvió vivo; y las personas de la ciudad de Naín decían: “Dios ha visitado Su pueblo, porque un gran profeta se ha levantado entre nosotros”[1].
Cuando Dios levanta en medio del pueblo, del pueblo de Dios, un profeta, Dios está visitando a Su pueblo en una manifestación celestial a través de ese profeta; es una manifestación de Dios, de Cristo, a través de un hombre, a través del cual se manifiesta Dios visitando a Su pueblo. Esa es la forma en que Dios visita a Su pueblo.
Vean ustedes, en Génesis, capítulo… vamos a ver, Génesis… Esto fue cuando… En el Génesis (vamos a buscar), en el tiempo de José, cuando José murió, José dijo que cuando Dios visitara a Su pueblo se lo llevaran con ellos, porque Dios los iba a visitar; y él dijo que no dejaran sus huesos allí[2].
Eso también está en el Éxodo (ustedes lo pueden buscar luego en sus hogares), esto fue cuando el pueblo hebreo salió; en el capítulo 13, verso 19, dice:
“Tomó también consigo Moisés los huesos de José, el cual había juramentado a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis subir mis huesos de aquí con vosotros”.
Y cuando Dios visitó a Su pueblo allá en Egipto, lo visitó en un hombre, en un profeta llamado Moisés. Ahora, hemos visto cómo Dios visita a Su pueblo.
También, veamos en Génesis, capítulo 19… vamos a ver; o 15, del 12 al 19, vamos a ver lo que nos dice aquí:
“Mas a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él.
Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años.
Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza.
Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez.
Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí”.
Y ahora, aquí podemos ver que ya Dios le había prometido a Abraham que su descendencia iba a ser esclava en una tierra extraña, iba a morar en una tierra extraña, iba a ser esclavizada allí; pero después de los cuatrocientos años de estar ellos viviendo en esa tierra extraña, Dios los iba a libertar y los iba a regresar a la tierra que Dios le dio a Abraham, a Isaac, a Jacob y a los patriarcas.
Y ahora, ¿cómo lo hizo?, ¿cómo Dios visitó a Su pueblo?, ¿cómo Dios lo hizo? A través de un hombre llamado Moisés. Vean aquí en el capítulo 3 del Éxodo, dice [verso 1]:
“Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios.
Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.
Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema.
Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí.
Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar (donde) tú estás, tierra santa es.
Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.
Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,
y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.
El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.
Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.
Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?
Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo…”.
¿Ven? Y así Dios iba a visitar a Su pueblo Israel: yendo con Moisés y en Moisés.
“… Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte (o sea, sobre el monte Sinaí. Dios le apareció allá en el Sinaí a Moisés).
Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?
Y respondió Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros”.
Ahora, aquí podemos ver que cuando Dios visita a Su pueblo lo hace a través de un hombre, de un velo de carne.
Y ahora, viendo que esta es la forma en que Dios se manifiesta en medio de los seres humanos: a través de un hombre, de edad en edad y de dispensación en dispensación, un hombre llamado un profeta de Dios… “Porque no hará nada el Señor Jehová, sin que antes revele Sus secretos a Sus siervos Sus profetas”[3].
Y ahora, vean ustedes, cuando Dios vino para libertar al pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto, para redimirlos y llevarlos a la tierra que Dios le había prometido a Abraham, a Isaac y a Jacob, y a la descendencia de Jacob, los libertó manifestándose a través de un hombre, y así redimió a Israel; porque redimir es ‘volver al lugar de origen’.
Dios redime al ser humano: lo saca del reino de las tinieblas y lo coloca en el Reino de Dios, que es el Reino de Cristo. Y a Israel lo redimió sacándolos de la tierra de Egipto y colocándolos (¿dónde?) en la tierra de Israel, que fue la tierra que Dios le dio por heredad a Abraham, a Isaac, a Jacob y a los patriarcas; y por consiguiente, esa tierra es para toda la descendencia de Jacob.
Y ahora, Dios, para redimir al ser humano del reino de las tinieblas, sacarlo del reino de las tinieblas y colocarlos en el Reino de Dios, ¿cómo lo hizo? A través de Jesucristo; un hombre que vivió en este planeta Tierra, al cual llamamos nuestro Redentor, nuestro Salvador.
Por eso Cristo en San Juan, capítulo 8, nos dice…, en el verso 36 del capítulo 8… Aun podemos leer un poco antes: capítulo 8, verso 31 en adelante:
“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;
y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie (ahí están mintiendo, porque ellos fueron esclavos del faraón allá en Egipto). ¿Cómo dices tú: Seréis libres?
Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.
Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre.
Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”.
Y ahora, si Cristo, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios, liberta al ser humano: el ser humano es verdaderamente libre.
Cristo es nuestro Libertador, Cristo es nuestro Redentor, Cristo es nuestro Salvador. Y por consiguiente, el único que puede libertar al ser humano del reino de las tinieblas, de ese reino del maligno y de ese imperio del maligno, y colocarlo en el Reino de Dios de regreso, redimirlo, colocarlo nuevamente en el Reino de Dios con vida eterna, ¿quién es el que lo puede hacer? Nuestro amado Señor Jesucristo; y eso es Dios a través de Cristo libertando al ser humano.
Por eso Cristo decía que Él no hablaba nada de Sí mismo, sino que como Él escuchaba al Padre o veía al Padre, así Él hacía[4]. Y Él decía que Él no era el que hacía las obras, Él decía: “El Padre que mora en Mí, Él hace las obras”[5].
Por lo tanto, Jesús no hizo ningún milagro, todos los milagros los hizo Dios a través de Jesús. Moisés no hizo milagro alguno, todos los hizo Dios a través del profeta Moisés; Moisés solamente fue el velo de carne a través del cual Dios se manifestó.
Por lo tanto, es Dios el que hace los milagros, y el que habla a través de Sus profetas, y el que profetiza a través de Sus profetas; es Dios por medio de Su Espíritu Santo en Sus diferentes mensajeros, Sus diferentes profetas.
Y ahora, con relación a las llaves: para cada puerta hay una llave, y detrás de cada puerta hay un tesoro. Por lo tanto, tenemos que entender que si hay una llave, tiene que haber una cerradura en una puerta; y el que tenga esa llave es el único que puede abrir esa puerta, y puede sacar de ese lugar todo lo que hay en ese lugar.
Ahora, encontramos que Cristo aquí dice que Él tiene las llaves del infierno y de la muerte. Por esa causa fue que Cristo pudo resucitar, salir del infierno.
Y por cuanto Cristo tiene las llaves del infierno y de la muerte, puede sacar de la muerte a todos los muertos en Cristo; a todos los muertos creyentes en Él los puede resucitar, porque Él tiene las llaves de la muerte. Por eso Cristo resucitó: porque Él tiene las llaves de la muerte y del infierno.
Ahora, vamos aquí… vamos a ver aquí:
[1 Pedro 3:18] “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu…”.
Cristo murió en Su cuerpo de carne, en la carne, el cuerpo de carne fue lo que murió. Pero Cristo en Espíritu, en Su cuerpo angelical, Su cuerpo espiritual, Él bajó al infierno y predicó a los espíritus que allí estaban, los cuales habían sido desobedientes en el tiempo de Noé.
Vean, los que no obedecen a la Voz de Dios, la Palabra de Dios, vean a dónde van cuando mueren. Vamos a ver:
“… pero vivificado en espíritu;
en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados…”.
Fue en espíritu, en cuerpo espiritual, cuerpo angelical; un cuerpo parecido a nuestro cuerpo, pero de otra dimensión. Y tuvo que ir al infierno, ¿por qué? Porque Él murió por nuestros pecados, llevó nuestros pecados; y toda persona que muere con los pecados va al infierno. Él tuvo que ir al infierno.
“… y predicó a los espíritus encarcelados,
los (cuales) en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé…”.
¿Ven? Todas esas personas del tiempo antediluviano, del tiempo de Noé, que fueron desobedientes a la Palabra de Dios, perecieron cuando vino el diluvio, por incrédulos; y al morir fueron en espíritu al infierno, en cuerpo espiritual al infierno; y ahí estaban, en el infierno, que es la quinta dimensión. Pero Cristo fue también allí por causa de nuestros pecados.
Y ahora, Cristo les predica allí en el infierno; no para salvación, sino les predica que Noé habló de Él (de Cristo) y que el Mensaje que Noé les predicó era el Mensaje de Dios, era la Verdad. Y por ser incrédulos al Mensaje de Noé y, por consiguiente, a la Palabra de Dios: murieron y fueron al infierno; y de allí todavía no han salido. Pero van a salir, van a salir después del Reino Milenial de Cristo para ir ante el Tribunal de Dios, para ser juzgados y condenados en el Juicio Final, y ser echados en el lago de fuego[6]; porque ese es el lugar final para los incrédulos, que no obedecen la Voz de Dios y que no creen la Palabra de Dios.
“… los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua”.
Y ahora, de los millones de personas que hubo en el tiempo de Noé viviendo, solamente ocho personas se salvaron: Noé, su esposa, sus hijos (sus tres hijos) y las esposas de sus hijos; ocho personas entraron al arca. Entraron más animales que seres humanos al arca; o sea que los animales comprendieron mejor, que estaban viviendo en el tiempo final, que los mismos seres humanos.
Y la cosa es que Cristo, hablándonos del tiempo para la Venida del Hijo del Hombre, dice que será un tiempo como en los días ¿de quién? De Noé[7].
Por lo tanto, siendo que será un tiempo como en los días de Noé, en donde hubo un profeta dispensacional: habrá un profeta dispensacional en la Tierra en este tiempo final, que será el último profeta dispensacional, en el cual estará el Espíritu de Cristo obrando y dándonos a conocer todas estas cosas que deben suceder pronto.
Por lo tanto, siendo que será un tiempo como en los días de Noé, será un tiempo en que el mundo no comprenderá que ha llegado a su final. Así como el mundo antediluviano en el tiempo de Noé llegó a su final, también la humanidad ha llegado a su tiempo final.
Por lo tanto, el reino de los gentiles ha llegado a su tiempo final: ha entrado al tercer milenio de Cristo hacia acá o séptimo milenio de Cristo hacia acá, y por consiguiente ha llegado al milenio en donde los reinos de este mundo van a pasar a ser de nuestro amado Señor Jesucristo. Ha llegado la humanidad al tiempo en que, de un momento a otro, Apocalipsis 11 se cumple en toda su plenitud, y luego los reinos de este mundo vendrán a ser de nuestro amado Señor Jesucristo[8].
Por lo tanto, el reino o imperio de los gentiles, que comenzó con el rey Nabucodonosor allá en Babilonia, y continuó con el reino medo-persa o imperio medo-persa, y luego continuó con el imperio de Grecia (que comenzó Alejandro el Grande), y luego continuó con el imperio romano; ese reino, ese imperio de los gentiles, está a punto de dejar de existir.
El profeta Daniel le interpretó el sueño al rey Nabucodonosor, en el capítulo 2 de Daniel (del libro de Daniel). Y el sueño a Nabucodonosor se le había olvidado; pero Daniel se lo recordó —porque Dios le dio la revelación de ese sueño— y le mostró al rey Nabucodonosor todo el sueño que había tenido; y el final de ese sueño fue que él vio una Piedra no cortada de manos, que vino e hirió a la imagen, a la estatua que el rey Nabucodonosor había visto, la cual su cabeza era de oro puro, y su pecho y sus brazos eran de plata, su vientre y sus muslos eran de bronce, y sus piernas y sus pies de hierro… sus piernas de hierro, y sus pies de hierro y de barro cocido.
Y luego vio una Piedra no cortada de manos, que vino e hirió a la imagen en los pies de hierro y de barro cocido. Esa Piedra es la Segunda Venida de Cristo; es Cristo en Su Segunda Venida.
En Su Primera Venida el reino de los gentiles estaba en la etapa de las piernas de hierro, no en la etapa de los pies de hierro y de barro cocido. Por lo tanto, en la Primera Venida de Cristo, Cristo no heriría al reino de los gentiles, porque no era el tiempo para eso; pero en Su Segunda Venida caerá el reino de los gentiles y se levantará el Reino de Jesucristo nuestro Salvador, que será el Reino Milenial, en donde Cristo se sentará sobre el Trono de David, y reinará por mil años y luego por toda la eternidad.
Ahora, encontramos que ya estamos viviendo al final de la Dispensación de la Gracia, en donde la Dispensación del Reino se está entrelazando con la Dispensación de la Gracia.
Para el comienzo de la Dispensación de la Gracia encontramos que ya Cristo resucit-… ya Cristo… En este capítulo 16 (todavía no había muerto Cristo) le dice a Pedro:
[San Mateo 16:17] “… no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades (o sea, del infierno) no prevalecerán contra ella”.
Y también le dice algo muy bueno para San Pedro, lo cual está aquí en el verso 19:
“Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”.
Y ahora, encontramos que Pedro, teniendo las llaves del Reino de los Cielos (porque Cristo se las dio), Pedro, el Día de Pentecostés, teniendo las llaves del Reino de los Cielos: abrió la Puerta del Reino de los Cielos.
Recuerden que toda llave tiene una puerta para ser abierta; y tiene que ser colocada en la cerradura de esa puerta, y darle la vuelta para que abra esa puerta.
Y ahora, para entrar al Reino de los Cielos encontramos que tenía que ser abierta la Puerta del Reino de los Cielos, y Pedro tenía las llaves.
Por lo tanto, ninguna otra persona podía, el Día de Pentecostés, predicar, sino San Pedro. Y Pedro, con las llaves de la revelación de la Primera Venida de Cristo y Su muerte en la Cruz del Calvario como el Cordero de Dios quitando el pecado del mundo…, como lo presentó también Juan el Bautista cuando vio a Jesús y dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”[9].
Y también el Arcángel, o Ángel, que le apareció a José, le dijo, hablando de Jesús: “Él salvará a Su pueblo de sus pecados”[10].
Y ahora, Pedro, el Día de Pentecostés, con la revelación divina abre la Puerta del Reino de los Cielos. Y Cristo dijo: “Yo soy la Puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y hallará pastos”. San Juan, capítulo 10, verso 9.
Y ahora, la Puerta del Reino de los Cielos, que es Cristo, ha estado abierta desde el Día de Pentecostés; pero algún día será cerrada esa Puerta. Cristo dice en San Mateo, capítulo 7, versos 13 al 14:
“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella;
porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida (que lleva ¿a qué? A la vida eterna), y pocos son los que la hallan”.
Pocos son los que hallan a Cristo; aunque está abierta esa Puerta del Reino de los Cielos, pocos son los que entran por esa Puerta.
Pero no importa que sean muchos o pocos los que entren, lo importante es que yo soy uno de los que ha entrado por esa Puerta, ¿y quién más? Cada uno de ustedes también. Por lo tanto, hemos entrado por la Puerta que lleva a la vida eterna al ser humano; por eso sabemos que hemos entrado al Reino de los Cielos, y hemos entrado a la vida eterna.
Y ahora, en San Lucas, capítulo 13, versos 22 en adelante, dice:
“Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, y encaminándose a Jerusalén.
Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo:
Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán.
Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois”.
Ahí nos muestra que esa Puerta del Reino de los Cielos va a ser cerrada en algún momento; esa es la Puerta de la Dispensación de la Gracia.
Y por consiguiente, cuando haya entrado por esa Puerta, por Cristo, cuando haya recibido a Cristo hasta el último escogido de Dios, hasta la última persona que va a entrar por esa Puerta, hasta que haya entrado por esa Puerta hasta el último escrito en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, hasta que haya entrado por esa Puerta hasta el último que ha de ser salvo, que ha de recibir la vida eterna; entonces Cristo se levantará del Trono del Padre y tomará el Título de Propiedad, el Libro de los Siete Sellos, y lo abrirá en el Cielo.
Y la Puerta del Reino de los Cielos será cerrada porque ya no habrá Sangre de Expiación, no habrá Sangre allá en el Trono del Padre, no habrá Sangre allá en el Trono de Intercesión, no habrá Sangre en el Propiciatorio del Templo celestial, allá en el Lugar Santísimo; y ya Cristo no estará como Sumo Sacerdote haciendo intercesión con Su propia Sangre.
Ya Él se convertirá en el León de la tribu de Judá, en el Rey de reyes y Señor de señores y Juez de toda la Tierra, para tomar el Título de Propiedad y abrir el Título de Propiedad, el Libro de los Siete Sellos (donde están escritos nuestros nombres, porque ese es el Libro de la Vida del Cordero), y hará Su Obra de Reclamo: reclamará todo lo que Él ha redimido con Su Sangre preciosa, resucitará a los muertos creyentes en Él en cuerpos glorificados, y a nosotros los que vivimos: nos transformará.
¿Por qué Él resucitará a los muertos creyentes en Él? Porque Él tiene las llaves del infierno y de la muerte; por lo tanto, Él sacará de la sepultura, de la muerte, a todos los creyentes en Él: los resucitará en un cuerpo glorificado.
Él, por cuanto tiene las llaves del infierno y de la muerte, vean, nos sacó del reino de las tinieblas, que pertenece a la quinta dimensión ese reino, pertenece al infierno. Y vean ustedes, Él, por cuanto tiene la llave de la muerte y del Hades (el Hades es el infierno), Él puede sacar de la muerte a cualquier persona.
Vean, Cristo resucitaba a los muertos en Sus días. Y por esa causa, cuando Cristo murió y fue sepultado: en espíritu, en cuerpo espiritual o angelical Él bajó al infierno, y allí le quitó las llaves del infierno y de la muerte al diablo; y por eso salió del infierno; y luego salió de la muerte física, de la sepultura: resucitando, y así resucitando glorificado, para nunca más morir. Él tiene las llaves del infierno y de la muerte.
Por lo tanto, aquí, en este pasaje de Apocalipsis, capítulo 1, en donde Cristo está con una vestidura que llega desde la parte alta, desde el cuello, hasta los pies, tiene la cinta de oro sobre Su pecho; lo cual significa que ya ahí, para ese tiempo en que se cumpla esta profecía, ya Cristo no estará como Sumo Sacerdote; porque como Sumo Sacerdote Él tenía que tener la cinta o el cinturón en Su cintura, donde lo lleva el sumo sacerdote; pero al tenerlo en Su pecho, eso lo presenta ahí como Juez y Rey.
Cuando un candidato a la presidencia de una nación obtiene las elecciones, gana, sale electo como el próximo presidente, le colocan… – cuando lo presentan, cuando es la toma de posesión, le colocan, a la mayor parte de esos presidentes elegidos, le colocan una cinta en el pecho; y queda reconocido como el presidente que ganó las elecciones, para comenzar a gobernar desde ese momento.
Por lo tanto, Cristo ahí, en Apocalipsis, capítulo 1, es presentado con la cinta de oro sobre Su pecho; y por consiguiente ya ahí Él está como Rey de reyes y Señor de señores, como Juez de toda la Tierra, para traer el mundo a juicio.
Por lo tanto, Cristo está ahí en medio de los siete candeleros de oro, que es Su Iglesia. La Segunda Venida de Cristo será en medio de Su Iglesia, pues Su Iglesia lo está esperando para recibir su transformación, los que estamos vivos; y los muertos en Cristo recibirán la resurrección en cuerpos eternos; porque Cristo los resucitará.
Porque Cristo tiene (¿qué?) las llaves de la muerte: puede resucitar de entre los muertos a todos los creyentes en Él, así como Él resucitó de entre los muertos.
Y tiene las llaves del infierno: o sea que Él puede sacar del infierno a quien Él quiera, o puede meter en el infierno a quien Él quiera. Los puede mandar al infierno, a quien Él quiera, porque Él tiene las llaves del infierno también.
Por eso Él pudo salir del infierno y también de la sepultura: porque tiene las llaves de la muerte y del infierno.
Y ahora, Cristo con las llaves de la muerte y del infierno, como Juez de toda la Tierra, vean ustedes, estará en Su Segunda Venida en medio de Su Iglesia resucitando a los muertos creyentes en Él y transformándonos a nosotros los que vivimos. Y nos libertará: nos libertará del cuerpo, de esta muerte; y eso será dándonos un cuerpo eterno, inmortal, incorruptible y glorificado.
El cuerpo físico, a causa del pecado que fue efectuado en el Huerto del Edén: es mortal, la muerte está en el cuerpo físico; por eso en algún momento de la vida de la persona el cuerpo físico muere. Pero Cristo nos va a libertar de la muerte física, ¿cómo? Transformándonos a nosotros los que vivimos, y a los muertos en Cristo resucitándolos en cuerpos glorificados; porque Él tiene el poder para hacerlo, porque Él tiene las llaves de la muerte y del infierno.
Vean aquí en Filipenses, capítulo 3, verso 20 al 21, lo que dice San Pablo:
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;
el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra (¿Ven? Va a transformar nuestro cuerpo físico), para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya (o sea, para que sea un cuerpo glorificado como Su cuerpo glorificado. ¿Cómo lo va a hacer?), (con) el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”.
Por lo tanto, Él tiene el poder para hacerlo, porque Él tiene las llaves de la muerte y del infierno.
Por lo tanto, tenemos al que tiene las llaves del infierno y de la muerte, para resucitar a los muertos creyentes en Él; por lo tanto, si un creyente en Cristo muere, no tiene ningún problema: sabe que tiene Uno que tiene las llaves de la muerte para sacarlo de la muerte, resucitarlo; tiene las llaves de la muerte y del infierno para sacarlo de donde tenga que sacarlo.
Por lo tanto, Él nos ha sacado del reino de las tinieblas y nos ha colocado en Su Reino; porque las llaves del Reino de los Cielos fueron usadas por Pedro y abrió la Puerta.
Por eso ustedes encuentran cosas que en el libro del Apocalipsis aparecen en el Cielo, y luego, el cumplimento de esas cosas, la materialización de ellas, ha sido en la Iglesia del Señor Jesucristo.
Por ejemplo, ustedes ven veinticuatro tronos y veinticuatro ancianos sentados en esos veinticuatro tronos, ahí en Apocalipsis, capítulo 4, y en el capítulo 5 también, y en el capítulo 20; y luego, esos veinticuatro ancianos sentados sobre veinticuatro tronos son los doce patriarcas hijos de Jacob, y los doce apóstoles del Señor. Judas Iscariote perdió la bendición de ese trono, y luego le tocó a otro apóstol del Señor.
Y ahora, también tenemos las siete lámparas de fuego que están delante del Trono de Dios en Apocalipsis, capítulo 4, y que son los siete espíritus de Dios que recorren toda la Tierra; los cuales aparecen también en Apocalipsis, capítulo 1, verso 4, y en Apocalipsis, capítulo 5, verso 6.
Los siete ojos que recorren toda la Tierra aparecen en los siete cuernos del Cordero, y son los siete espíritus de Dios que recorren toda la Tierra. Y los siete ojos, vean ustedes, que son los siete espíritus de Dios, aparecen también como las siete lámparas en Apocalipsis, capítulo 4, verso 5. Esas siete lámparas son, dice ahí…, vamos a ver:
“Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios”.
Y en Apocalipsis, capítulo 5, verso 6, dice:
“Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra”.
¿Ven? Ahora, los siete espíritus de Dios, que eran las siete lámparas, ahora son los siete ojos en los siete cuernos del Cordero.
Y en Apocalipsis, capítulo 1, verso 4, dice:
“Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono”.
Y los siete espíritus que están delante del trono están en la forma de siete lámparas; y luego en el Cordero están en la forma de siete ojos en los siete cuernos.
Por lo tanto, lo que está en el Templo celestial ha estado materializándose, se ha estado actualizando o materializando en el Templo espiritual de Jesucristo.
Así como en el tabernáculo que construyó Moisés y el templo que construyó el rey Salomón, todo lo que estaba en el Cielo estaba también en esos dos templos: en el tabernáculo que construyó Moisés y el templo que construyó el rey Salomón, pero estaban en forma de objetos, estaban en diferentes formas.
Allí el candelero o candelabro con sus siete lámparas representaba a la Iglesia del Señor Jesucristo, y así por el estilo. En esas siete lámparas, que son las siete edades de la Iglesia o siete etapas de la Iglesia, vean ustedes, está el mensajero, que es la mecha mojada con aceite, y que está encendida con el Fuego del Espíritu Santo. ¿Ven lo sencillo que es todo?
Y Cristo está materializando en Su Iglesia todo lo que está en el Templo celestial, porque Su Iglesia es un Templo espiritual, para Dios morar en Ella en Espíritu Santo; por lo tanto, Cristo está en Espíritu Santo en medio de Su Iglesia.
Y ahora, encontramos, por ejemplo, a los dos olivos de Apocalipsis, capítulo 11: dice que son los Dos Ungidos que están delante de la presencia de Dios. Eso está en Apocalipsis, capítulo 11, verso 3 en adelante; y Zacarías, capítulo 4, versos 1 al 11.
Así que podemos ver que así como fue representado, reflejado en el tabernáculo que construyó Moisés y el templo que construyó el rey Salomón: lo que estaba en el Cielo, el Templo celestial, fue reflejado en esos templos; ahora en el Templo de Jesucristo, que es Su Iglesia, está materializándose todo lo que está en el Cielo.
Que Dios les bendiga a todos, y pasen todos muy buenas noches.
Con nosotros el reverendo Vicente Pérez para continuar.
“LAS LLAVES EN LAS MANOS DE DIOS”.
[Revisión abril 2025]
[1] San Lucas 7:11-16
[2] Génesis 50:24-25
[3] Amós 3:7
[4] San Juan 5:19, 8:28, 12:49
[5] San Juan 14:10
[6] Apocalipsis 20:11-15
[7] San Mateo 24:37-39, San Lucas 17:26-27
[8] Apocalipsis 11:15
[9] San Juan 1:29
[10] San Mateo 1:20-21