Muy buenas tardes, amados amigos y hermanos presentes y también todos los que están a través del satélite Amazonas o de internet en diferentes naciones, y también en diferentes lugares de la República Mexicana.
Un especial saludo para el misionero Miguel Bermúdez Marín que se encuentra en la República Mexicana, y que Dios te bendiga Miguel y te use grandemente en Su Programa Divino. Para esta ocasión también extiendo un saludo para el doctor Salomón Cunha y la doctora Kélita Machado.
Para esta ocasión leemos en San Mateo, capítulo 6, versos 5 en adelante, donde nos dice:
“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.
Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.
No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.
Vosotros, pues, oraréis así:
Padre nuestro que estás en los cielos,
Santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.”
Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.
Tomamos el verso 10 que dice:
“Venga tu reino.
Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”
“LA BENDICIÓN DE HACER LA VOLUNTAD DE DIOS.” Ese es nuestro tema para esta ocasión.
De todas las cosas que hacemos en la Tierra todos los creyentes en Dios, hacer la voluntad de Dios es la más importante, es más importante que los sacrificios que las personas efectúan, o sea, llevan a cabo.
Vean, en Hebreos, capítulo 10, nos dice el apóstol Pablo, versos 3 en adelante… vamos a comenzar en el verso 1, verso 1 en adelante del capítulo 10 de Hebreos, dice:
“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.
De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado.
Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados;
porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
Por lo cual, entrando en el mundo dice:
Sacrificio y ofrenda no quisiste;
Mas me preparaste cuerpo.”
Ese cuerpo que fue preparado fue el cuerpo de Cristo, ese cuerpo fue preparado para ser ofrecido en Sacrificio a Dios, por nuestros pecados, para ser reconciliados con Dios, por eso Dios cargó en Él el pecado de todos nosotros, Él llevó nuestros pecados:
“Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.”
Todos esos sacrificios, holocaustos y expiaciones por el pecado que se hacían en el Antiguo Testamento, solamente eran el tipo y figura del Sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario:
“Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad,
Como en el rollo del libro está escrito de mí.”
Y ahora, el Mesías viene conforme a como está escrito en el rollo del Libro allá por el Salmo… en los Salmos está escrito del Mesías, Salmo 40, verso 6 al 7: “He aquí, vengo para hacer Tu voluntad.” Para eso vino Jesucristo a la Tierra.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
Eso es San Juan, capítulo 1, versos 14 al 19. También nos dice:
“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado (sería levantado allá en la Cruz del Calvario),
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
También Cristo en San Juan, capítulo 10, versos 14 en adelante nos dice: “Yo soy el buen Pastor, y el buen Pastor Su vida da por las ovejas,” y sigue hablando Cristo (más abajo), dice:
“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen,
así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.”
Vino para hacer la voluntad del Padre, la voluntad de Dios para poner Su vida por las ovejas, ponerla en Expiación por el pecado de Sus ovejas, y sigue diciendo:
“También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.
Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar.
Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.”
Y ahora vean, Él vino a la Tierra para y por un propósito divino, y para en ese propósito divino hacer la voluntad de Dios, y nosotros estamos en la Tierra por un propósito divino: para hacer la voluntad de Dios; y hacer la voluntad de Dios es más agradable para Dios, que los sacrificios, le agrada a Dios que hagamos Su voluntad.
Recordamos a Jesús cuando tenía unos 12 años, el cual se quedó en Jerusalén, cuando Él fue con José y María para llevar a cabo allá una fiesta importante que siempre efectuaban, ellos iban siempre en la fiesta de la pascua a Jerusalén, porque tres veces al año el pueblo tenía que presentarse ante Dios, y Dios estaba allí en Jerusalén porque allí es llamada ese lugar: “La Ciudad de Dios.”
Y ahora, Jesús se quedó en Jerusalén sin pedir permiso a José y María, se quedó allá hablando con los doctores de la ley, con todos esos líderes religiosos; ellos le preguntaban, Él les contestaba, y Él les preguntaba a ellos y ellos le contestaban, y se maravillaban de la sabiduría que veían en Jesús; y después de tres días se habían dado cuenta que cuando ya se fueron José y María con el grupo de personas que vinieron de Nazaret, cuando ya llevan algún día, uno o dos días de camino, se dan cuenta que Jesús no está entre ellos.
Preguntaban a sus familiares y no estaba, tuvieron que regresar a Jerusalén a buscar al niño, y luego lo encontraron allá en el templo y le dicen: “¿Qué nos has hecho? Ya llevamos tres días buscándote tu padre y yo, ¿por qué nos has hecho esto?” Y Jesús contesta a María: “¿No sabías que en los negocios de mi Padre, me conviene estar?” Ahí se identifica como Hijo de Dios, no como hijo de José, porque si le convenía hacer los negocios de José, tenía que estar en Nazaret, pero por cuanto le convenía hacer los negocios del Padre celestial, estaba allí en el templo, en la casa de Dios, y estaba trabajando en esos negocios.
Cumplir la Palabra, la promesa divina para el tiempo en que la persona vive, cumplir el Programa de Dios para ese tiempo en lo que le corresponde a la persona y creer en lo que tiene que creer, es hacer la voluntad de Dios; y en esa voluntad divina somos bendecidos.
Encontramos una ocasión en que Jesús está predicando y llegan unas personas y le dicen a Jesús: “Tu madre y tus hermanos están aquí (o sea, llegaron) y te buscan.” Y ahora veamos lo que contesta Cristo, no porque menospreciaba a su familia, sino porque supo hacer la diferencia de familia terrenal y familia celestial, y Él dice que los que hacen la voluntad del Padre celestial, Él dice: “Esos son mis hermanos y mis hermanas y mi madre.”
Los que hacen la voluntad de Dios, esos son la familia de Dios, pertenecen a la familia de Dios, a la familia celestial, y por consiguiente pertenecen a una familia, a la familia del nivel más alto, la familia de Dios, los hijos e hijas de Dios, los descendientes de Dios, a esa familia yo pertenezco, ¿y quién más? Cada uno de ustedes también. Dice: “A los que creen en Su Nombre les dio potestad de ser hechos Hijos de Dios, y si hijos, pues también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo Señor nuestro.”
Y ahora, esta familia está mencionada en diferentes lugares de la Escritura, como en Hebreos, capítulo 3, versos 5 al 6, donde San Pablo dice:
“Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir;
pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza.”
Esta casa, la casa de Dios, a la cual pertenecemos, no es una casa de cuatro paredes de concreto o de madera, la casa de Dios, la familia de Dios, la descendencia de Dios. Por eso es que le podemos llamar Padre nuestro, porque somos Sus hijos, somos Su familia, somos Su casa, la casa de Dios.
Por eso la Iglesia del Señor Jesucristo como Cuerpo Místico de creyentes, es la casa de Dios, la familia de Dios, eso es lo que acabamos de leer de San Pablo en Hebreos, capítulo 3, verso 5 al 6. Y para ver esto más claro, leemos la Palabra que nos dice en Primera de Corintios, capítulo 3, verso 16 en adelante:
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”
Y ahora vean, somos templo de Dios, la casa de Dios, la familia de Dios, el templo de Dios, compuesto por seres humanos. De esto también nos habló San Pedro en Su primera carta, Primera de Pedro, capítulo 2, versos 4 en adelante cuando dijo:
“Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.
Por lo cual también contiene la Escritura:
He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa;
Y el que creyere en él, no será avergonzado.
Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen,
La piedra que los edificadores desecharon,
Ha venido a ser la cabeza del ángulo;
y:
Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados.
Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable;
vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.”
Vean lo que Dios ha hecho con cada uno de nosotros: nos ha colocado en Su casa espiritual, Su Templo, como piedras vivas para así venir a ser parte de la familia de Dios, de la descendencia de Dios. Más claro también lo explica San Pablo en Efesios, capítulo 2, versos 12 en adelante, dice:
“En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.
Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.
Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación,
aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz,
y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.
Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca;
porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.
Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.”
Pertenecemos a la familia de Dios como hijos e hijas de Dios, eso es así para todos los creyentes en Cristo nacidos de nuevo:
“Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,
en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;
en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.”
Y ahora, la casa de Dios, la familia de Dios, la descendencia de Dios, los hijos e hijas de Dios, son un Templo espiritual como individuos, y como Cuerpo Místico de creyentes forman la Iglesia del Señor Jesucristo que como Cuerpo Místico es un Templo espiritual también.
Y ahora, hemos visto que pertenecemos a una familia celestial, a la familia de Dios, los hijos e hijas de Dios que vienen por medio del segundo Adán, el Señor Jesucristo, naciendo en el Reino de Dios al recibir a Cristo como único y suficiente Salvador, ser bautizados en agua en Su Nombre y recibir Su Espíritu Santo y obtener así el nuevo nacimiento, y así han nacido del Agua y del Espíritu, o sea, del Evangelio de Cristo al escucharlo, y del Espíritu Santo que es el que trae el nuevo nacimiento a cada individuo, nacen en el Reino de Dios como hijos e hijas de Dios, y por consiguiente son descendientes de Dios.
Y ahora, estamos viendo que son en el Programa Divino los creyentes en Cristo nacidos de nuevo, como individuos son Templo espiritual en donde mora Dios en Espíritu Santo, y todos los creyentes en Cristo forman la Iglesia del Señor Jesucristo, el redil del Señor que también Su Iglesia como Cuerpo Místico de creyentes es un Templo espiritual.
Es la familia de Dios, la descendencia de Dios, los que vienen a la Tierra para hacer la voluntad de Dios, esos son de los cuales Cristo dice: “Estos son mis hermanos y mis hermanas, mi madre y mi padre, esta es mi familia.” ¿Y quiénes son esas personas? Todos nosotros, y estamos en la Tierra para hacer la voluntad de aquél que nos ha enviado a vivir en este planeta Tierra, como dijo Cristo: “Yo he venido no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.” ¿Y quién más puede decir en esa misma forma? Cada uno de nosotros, como dijo nuestro hermano mayor, Jesucristo, decimos también nosotros: Sus hermanos menores dicen en la misma forma.
Por lo tanto, entendemos que estamos en la Tierra por un propósito divino: para hacer la voluntad de Dios, el que nos envió a nacer y vivir en este planeta Tierra por una temporada, para aprovechar y hacer contacto con la Vida eterna, hacer esa conexión con la Vida eterna a través de Jesucristo nuestro Salvador.
“Porque de tal manera (dice la Escritura que) amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (San Juan, capítulo 3, verso 16).
Y San Pablo hablando de este misterio de la muerte de Cristo en la Cruz del Calvario, en Romanos, capítulo 5, nos dice del verso 6 en adelante:
“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.
Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.
Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.
Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.
Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.”
Hemos sido reconciliados con Dios por Jesucristo nuestro Salvador, Él nos reconcilió por medio de Su Sacrificio en la Cruz del Calvario al tomar nuestros pecados y morir por todos nosotros.
Y ahora, estamos reconciliados con Dios, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, el cual nos amó y se entregó por nosotros en Sacrificio vivo en la Cruz del Calvario, vino para hacer la voluntad de Dios, y esa fue, esa era la voluntad de Dios para con Jesucristo, y la voluntad de Dios para con nosotros es que escuchemos la predicación del Evangelio de Cristo, nazca la fe de Cristo en nuestra alma, en nuestro corazón, creamos en Cristo, lo recibamos como nuestro Salvador, seamos bautizados en agua en Su Nombre arrepentidos de nuestros pecados y Él nos bautice con Espíritu Santo y Fuego y produzca en nosotros el nuevo nacimiento, y así nazcamos en el Reino de Cristo a la Vida eterna.
Esa es la voluntad de Dios para con nosotros, y luego ya estando nacidos en el Reino de Cristo, pues trabajar en la obra del Señor Jesucristo como Él lo ordenó:
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.”
Por medio de Su Iglesia se lleva a cabo la obra misionera, la obra evangelística y se predica el Evangelio a toda criatura, y por cuanto Cristo dijo: “Y yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo,” en Espíritu Santo ha estado y continúa en medio de Su Iglesia obrando por medio de Su Iglesia, los instrumentos a través de los cuales Cristo se manifiesta, son los miembros de Su Iglesia, ha colocado en Su Iglesia apóstoles, evangelistas, profetas, pastores y maestros, para la perfección de los santos (Efesios, capítulo 4, verso 11 y Primera de Corintios, capítulo 12, verso 28), y también Él en San Mateo, capítulo 23, versos 34 al 36, Él dijo que enviaría a Su Iglesia, a Su pueblo, Él dijo que enviaría profetas y maestros y así por el estilo. Y eso lo enviaría ¿dónde? A Su Iglesia.
Y ahora, todos estamos en el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia del Señor Jesucristo, para hacer la voluntad del que nos envió a esta Tierra para nacer aquí y vivir y creer en Cristo y servirle todos los días de nuestra vida.
Por lo tanto, adelante sirviendo a Cristo todos los días de vuestra vida, y que Cristo les use grandemente en Su Obra, y firmes con vuestra fe puesta en Cristo hasta obtener nuestra transformación.
Ya estamos al final, pero estos últimos días que nos toca vivir en la Tierra, queremos aprovecharlos sirviéndole a Cristo, haciendo Su voluntad. Ahí es donde está la bendición de Dios para la persona: en hacer la voluntad de Dios, la voluntad del que nos envió a este planeta Tierra y nos dio un tiempo para vivir aquí, y Dios es el que sabe cuánto tiempo le dio a usted para vivir, cuántos años, y cuánto tiempo, cuántos años me dio a mí para vivir en esta Tierra en este cuerpo mortal, pero después me dará un cuerpo inmortal, incorruptible y glorificado, igual al cuerpo glorificado de Jesucristo, y en ese cuerpo es para vivir por toda la eternidad, porque es un cuerpo perfecto, nunca se pondrá viejo, nunca se enfermará, nunca morirá.
En ese cuerpo quiero yo estar muy pronto, ¿y quién más? Cada uno de ustedes también, ese es el anhelo de nuestra alma, y eso será la adopción, la redención del cuerpo conforme a las palabras de San Pablo en Romanos, capítulo 8, versos 14 al 29.
Así que, estamos esperando ese momento glorioso que está prometido para todos nosotros, por lo cual queremos que nos encuentre haciendo Su voluntad, porque ahí está la bendición de Dios para los creyentes en Cristo: en hacer la voluntad de Dios, y todos van a estar haciendo la voluntad de Dios, todos los que van a ser transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero.
Si hay alguna persona que todavía no ha recibido a Cristo como Salvador, lo puede hacer en estos momentos, puede hacer la voluntad de Dios en cuanto a recibirlo como Salvador, porque esa es la voluntad de Dios para que usted reciba la salvación y Vida eterna.
“El que creyere y fuere bautizado, será salvo.”
Esa persona habrá hecho la voluntad de Dios, el propósito es que escuche el Evangelio siendo predicado, crea y reciba a Cristo como Salvador y sea bautizado en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, y Cristo lo bautice con Espíritu Santo y Fuego y produzca en la persona el nuevo nacimiento, y así la persona reciba la Vida eterna, nazca de nuevo, nazca en el Reino de Dios.
Recuerden, Cristo hablándole a Nicodemo en el capítulo 3 de San Juan, le dice: “De cierto, de cierto te digo, que el que no nazca del Agua y del Espíritu, no puede entrar al Reino de Dios.
Nacer del Agua ya les dije, que es nacer del Evangelio de Cristo, y nacer del Espíritu es recibir el Espíritu de Cristo y así obtiene el nuevo nacimiento, nace en el Reino eterno de Dios, porque ha hecho la voluntad de Dios.
La voluntad de Dios es que seamos rociados con la Sangre de Cristo nuestro Salvador, por eso Cristo murió en la Cruz del Calvario: para que haya Sangre que nos limpie de todo pecado. El justo Jesucristo murió por los injustos, el santo por los pecadores. Por lo tanto, la voluntad de Dios es que creamos y lo recibamos a Él, a Cristo como nuestro único y suficiente Salvador, seamos bautizados en agua en Su Nombre y Él nos bautice con Espíritu Santo y Fuego y produzca en nosotros el nuevo nacimiento.
La voluntad de Dios es que nazcamos de nuevo, nazcamos a la Vida eterna, la voluntad de Dios es que vivamos eternamente en cuerpos eternos, inmortales, glorificados, como el cuerpo glorificado de Jesucristo nuestro Salvador.
Por lo tanto, si hay alguna persona que todavía no ha recibido a Cristo, lo puede hacer en estos momentos y estaremos orando por usted, para lo cual puede pasar acá al frente y estaremos orando por usted. Y los niños de diez años en adelante también pueden venir a los Pies de Cristo, también los que están en otras naciones o en otros lugares de la República Mexicana o por internet, también pueden venir a los Pies de Cristo si todavía no lo han recibido como su Salvador, para que queden incluidos en la oración que estaremos haciendo por todos los que estarán recibiendo a Cristo como único y suficiente Salvador, para lo cual ya pueden venir a los Pies de Cristo, para que oremos por ustedes.
Dios tiene mucho pueblo en esta ciudad y los está llamando para darle Vida eterna, Él dijo: “Mis ovejas oyen mi Voz y yo las conozco y yo les doy Vida eterna,” se predica el Evangelio y se da la oportunidad para que las personas reciban a Cristo como Salvador, para que Cristo les dé la Vida eterna.
Cuando el ser humano nace en la Tierra, viene con angustia existencial, porque no sabe de dónde ha venido, no sabe porqué está aquí en la Tierra, y no sabe a dónde va cuando muera su cuerpo físico, pero cuando ha recibido a Cristo, ya la angustia existencial se va porque sabe que ha venido de Dios, de donde vino Cristo, del Cielo, y sabe porqué está aquí en la Tierra: para hacer la voluntad de Dios para creer en Cristo y recibirlo como Salvador, y ser limpio con la Sangre de Cristo y luego sabe que cuando muera físicamente, va al Paraíso, va al Cielo donde están los apóstoles y todos los creyentes en Cristo que han muerto físicamente en tiempos pasados y algunos de nuestro tiempo también creyentes en Cristo que físicamente han muerto.
A la muerte de los creyentes Cristo le llama dormir, porque Cristo los va a despertar, los va a resucitar en el Día Postrero como Él lo ha prometido en San Juan, capítulo 6, versos 39 al 40, donde dice que la voluntad del Padre, el que lo ha enviado, es que todo aquel que en Él crea, tenga Vida eterna, y Él dice: “Y yo le resucitaré en el Día Postrero.”
La Vida eterna solamente la podemos recibir a través de Jesucristo nuestro Salvador, luego si morimos aquí en la Tierra vamos al paraíso, y luego Él va a resucitarnos en el Día Postrero en cuerpos eternos, cuerpos inmortales, cuerpos glorificados como el cuerpo que Él tiene que está tan joven como cuando subió al Cielo dos mil años atrás, esa es la clase de cuerpo que yo necesito para no ponerme viejo, ¿y quién más? Cada uno de ustedes también, y ustedes jóvenes también, porque ustedes jóvenes cuando les pasen 50 años, ya también van a estar ancianos, pero en el nuevo cuerpo vamos a permanecer jóvenes para toda la eternidad.
Estamos en la Tierra para hacer la voluntad del Padre, el que nos envió a esta Tierra para vivir y ser redimidos con la Sangre de Cristo nuestro Salvador.
Vamos a estar puestos en pie para orar por las personas que han venido a los Pies de Cristo, los que faltan por venir pueden pasar acá al frente para que queden incluidos en la oración que estaremos haciendo.
Lo más importante es recibir a Cristo como nuestro único y suficiente Salvador, esa es la decisión más importante que un ser humano puede hacer en la Tierra, la única decisión que coloca al ser humano en la Vida eterna. No hay otra decisión que el ser humano pueda hacer que lo coloque en la Vida eterna.
Por lo tanto, todos queremos hacer la voluntad de Dios el que nos envió a la Tierra, y esa voluntad es que creamos en Jesucristo como nuestro Salvador, para que recibamos la Vida eterna, porque la voluntad de Dios es que nosotros vivamos eternamente. Dios no quiere que nos perdamos, Él quiere que nos salvemos, que vivamos por toda la eternidad en el Reino del Señor, en el Reino de Cristo el cual es eterno.
Ya vamos a orar por todas las personas que están presentes y los que están en otras naciones, los niños de diez años en adelante también pueden venir a los Pies de Cristo nuestro Salvador. Recuerden que mientras estamos en la Tierra es que tenemos la oportunidad de recibir a Cristo como Salvador para que Él nos dé la Vida eterna, si se nos pasa esa oportunidad no hay otra oportunidad en la vida, es mientras estamos en estos cuerpos mortales.
Vamos a estar con nuestros brazos levantados al Cielo, a Cristo, nuestros ojos cerrados los que están presentes y los que están en otras naciones, y vamos a orar por las personas que han venido a los Pies de Cristo en esta ocasión, por los que están presentes y por los que están en otras naciones que han venido a Cristo en estos momentos. Repitan conmigo los que han venido a los Pies de Cristo en estos momentos:
Padre nuestro que estás en los Cielos, escuché la predicación del Evangelio de Cristo y nació Tu fe en mi corazón, creo en Tu primera Venida Señor Jesucristo, creo en Tu Nombre como el único Nombre bajo el Cielo en el cual podemos ser salvos, creo en Tu muerte en la Cruz del Calvario como el único Sacrificio de Expiación por mis pecados y por los de todo ser humano.
Reconozco que soy pecador y necesito un Salvador, doy testimonio público de mi fe en Ti y Te recibo como mi único y suficiente Salvador, Te ruego perdones mis pecados y con Tu Sangre me limpies de todo pecado y me bautices con Espíritu Santo y Fuego y produzcas en mí el nuevo nacimiento. Quiero nacer en Tu Reino, quiero vivir eternamente, Señor sálvame, Te lo ruego en Tu Nombre eterno y glorioso, Señor Jesucristo. Amén.
Y con nuestras manos levantadas al Cielo, a Cristo, todos decimos: ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! Amén.
Cristo les ha recibido en Su Reino, ha perdonado vuestros pecados y con Su Sangre les ha limpiado de todo pecado, porque ustedes han creído en Cristo y lo han recibido como vuestro único y suficiente Salvador, ustedes me dirán: “Quiero ser bautizado en agua en el Nombre del Señor Jesucristo lo más pronto posible, porque he creído en Cristo y lo he recibido como mi Salvador, pues Él dijo: ‘El que creyere y fuere bautizado, será salvo.’ ¿Cuándo me pueden bautizar?” es la pregunta de ustedes.
Por cuanto ustedes han creído en Cristo de todo corazón, bien pueden ser bautizados. Y que Cristo les bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en ustedes el nuevo nacimiento.
El mismo Cristo fue bautizado en agua por Juan el Bautista, el cual cuando vio a Jesús que venía donde él estaba bautizando a las personas, le dice: “Yo tengo necesidad de ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí para que yo te bautice?” y no lo quería bautizar, y Jesús le dice: “Nos conviene cumplir toda justicia.”
Y si a Cristo le convenía cumplir toda justicia siendo bautizado, ¿cuánto más a nosotros? El bautismo en agua es un mandamiento del Señor Jesucristo, los apóstoles del Señor Jesucristo también fueron bautizados por Juan el Bautista, y luego cuando Cristo predicaba, los apóstoles bautizaban a todas las personas que creían.
Y el Día de Pentecostés Pedro predicó y como tres mil personas creyeron y fueron bautizadas en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, y fueron añadidas a la Iglesia del Señor Jesucristo. Pedro les dijo:
“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos (y para todos los que están cerca); para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.”
Es para todos los creyentes en Cristo el bautismo del Espíritu Santo en donde la persona recibe el nuevo nacimiento.
Por lo tanto, el bautismo en agua siendo un mandamiento del Señor Jesucristo, ha estado siendo obedecido, ha estado siendo practicado por los apóstoles y por todos los que han recibido a Cristo como Salvador.
Cuando la persona recibe a Cristo como Salvador, muere al mundo; y cuando el ministro lo sumerge en las aguas bautismales, tipológicamente está siendo sepultado; y cuando el ministro lo levanta de las aguas bautismales, está resucitando a una nueva vida, a la Vida eterna con Cristo en Su Reino eterno. Tan simple, tan sencillo como eso es el simbolismo, la tipología del bautismo en agua.
El agua no quita los pecados, es la Sangre de Cristo la que nos limpia de todo pecado, pero el bautismo en agua es un mandamiento del Señor Jesucristo en el cual nos identificamos con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección.
Por lo tanto, bien pueden ser bautizados. Y que Cristo les bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en ustedes el nuevo nacimiento.
Dejo al pastor Lucio Zapata León, para que les indique hacia dónde dirigirse cada uno de ustedes para colocarse las ropas bautismales y ser bautizados en agua en el Nombre del Señor Jesucristo.
Y en cada nación y en cada lugar dejo al ministro correspondiente para que haga en la misma forma, y nos continuaremos viendo por toda la eternidad en el glorioso Reino de Jesucristo nuestro Salvador.
Continúen pasando una noche feliz, llena de las bendiciones de Cristo nuestro Salvador.
“LA BENDICIÓN DE HACER LA VOLUNTAD DE DIOS.”