Muy buenas noches, amables amigos y hermanos presentes, ministros presentes, y también los que están a través del satélite Amazonas. Es para mí un privilegio muy grande estar con ustedes en esta ocasión para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor de la Palabra de Dios y Su Programa correspondiente a este tiempo final.
Aprecio y agradezco mucho al doctor Ricardo López Firmino, y su Institución Soberana Orden Do Mérito Teológico Shalom, por tan alta distinción que me ha conferido.
Para esta ocasión deseo leer en el libro del Apocalipsis, el libro que contiene la revelación de Jesucristo, y en donde dice: “El que tiene oídos para oír, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” [Apocalipsis 2:7]
Y ahora vamos a ver lo que el Espíritu Santo dice en Apocalipsis, capítulo 4, verso 1 en adelante:
“Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas.”
Nuestro tema para esta ocasión es: “UNA PUERTA ABIERTA EN EL CIELO.”
Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.
A través de la Escritura, en el libro del Apocalipsis, encontramos que esta es la revelación de Jesucristo contenida en el libro del Apocalipsis y enviada a Juan en forma simbólica a través del Ángel del Señor Jesucristo; conforme a Apocalipsis, capítulo 1, verso 1 al 3, donde dice:
“La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que ha visto.
Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca.”
En este pasaje encontramos que la revelación de Jesucristo es enviada por medio del Ángel del Señor Jesucristo a Juan, para dar a conocer todas las cosas que han de suceder pronto.
Por lo tanto, en este libro del Apocalipsis, que es la revelación de Jesucristo y que fue enviada a Juan por medio del Ángel de Jesucristo, están en estos símbolos las cosas que han de suceder durante la Dispensación de la Gracia, que comenzó con la muerte de Cristo en la Cruz del Calvario y la venida del Espíritu Santo el Día de Pentecostés; encontramos que un nuevo ciclo divino comenzó en aquel tiempo: comenzó la Dispensación de la Gracia.
Estos cambios dispensacionales son muy importantes en el Programa Divino; por eso encontramos, por ejemplo, las palabras de Jesús en San Mateo, capítulo 11, y también en San Mateo… Vamos a ver lo que nos dice aquí, para tener un cuadro claro de la importancia de estos cambios dispensacionales. Por ejemplo, tenemos capítulo 11 de San Mateo, verso 7 en adelante dice:
“Mientras ellos se iban, comenzó Jesús a decir de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?
¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están.
Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta.
Porque éste es de quien está escrito:
He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz,
El cual preparará tu camino delante de ti.”
Eso es lo que dice Malaquías, capítulo 3, verso 1: que Él enviaría Su mensajero delante de Él para prepararle el camino, y luego vendría a Su Templo el Señor, “a quien vosotros buscáis, y el Ángel del Pacto, a quien deseáis vosotros.”
Ahora, Juan el Bautista vino preparándole el camino al Señor, al Ángel del Pacto, el cual vendría en carne humana en medio de Su pueblo, y eso sería Emmanuel, Dios con nosotros, conforme al capítulo 7 de Isaías, verso 14: “Porque la virgen concebiría, y daría a luz un hijo, y se llamaría su nombre Emanuel (que traducido es: Dios con nosotros).”
“De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él (Juan).”
Y ahora, encontramos que el más pequeño del Reino de los Cielos es mayor que Juan el Bautista, o sea, el más pequeño de la Iglesia del Señor Jesucristo es mayor que Juan el Bautista; porque Juan el Bautista pertenece a la Ley, y los creyentes en Cristo, miembros de la Iglesia de Jesucristo, pertenecen a la Dispensación de la Gracia, a una nueva dispensación: la dispensación para los hijos e hijas de Dios; y la Dispensación de la Ley es para los siervos, el pueblo hebreo. Tan sencillo como eso.
Y ahora, encontramos que los miembros del Reino de los Cielos, que son los miembros de la Iglesia de Jesucristo, son reyes, son sacerdotes y son jueces también; porque “los santos juzgarán al mundo.” Eso está en Primera de Corintios, capítulo 6: “Los santos van a juzgar al mundo”, y por consiguiente son jueces de ese Reino celestial. Quiero revisar aquí… Capítulo 6 de Primera de Corintios, verso 2 en adelante, dice:
“¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas?
¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? ¿Cuánto más las cosas de esta vida?”
O sea, que los miembros de la Iglesia de Jesucristo pertenecen al poder judicial del Reino de Dios y pertenecen al Orden de Melquisedec del Reino celestial, del Reino de Dios; por eso Cristo es nuestro hermano mayor y es el Sumo Sacerdote del Templo celestial, donde está con Su propia Sangre en el Lugar Santísimo, haciendo intercesión por toda persona que lo recibe como Su único y suficiente Salvador.
También Él es el Rey de reyes y Señor de señores; y todos los creyentes en Cristo nacidos de nuevo, son sacerdotes de ese Orden de Melquisedec, son del Orden Real. Vean, lo dice Primera de Pedro, capítulo 2 (para que tengan el cuadro claro de lo que estamos hablando). Dice el capítulo 2, verso 9:
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.”
Y ahora, los creyentes en Cristo nacidos de nuevo, que forman la Iglesia del Señor Jesucristo, son sacerdotes de ese Real Sacerdocio celestial de Melquisedec; porque del terrenal tendrían que ser descendientes de Leví y ser descendientes de Coah; y aún más, ser descendientes de Aarón. Pero ahora somos descendientes del Sumo Sacerdote celestial, o sea, del Orden de Melquisedec; “porque si alguno está en Cristo, nueva criatura es” [Segunda de Corintios 5:17]: ha obtenido el nuevo nacimiento por medio del Espíritu de Cristo, y por consiguiente es un descendiente de Dios por medio del segundo Adán, que es Jesucristo; y esto es por medio del nuevo nacimiento.
Por nacimiento natural a través de nuestros padres terrenales, somos descendientes de Adán; pero por medio del nuevo nacimiento somos descendientes de Jesucristo, y por consiguiente descendientes de Dios. Eso es lo que nos dice San Pablo en Efesios, capítulo 2, cuando habla acerca de lo que son los creyentes en Cristo. En el capítulo 2 de Efesios, dice, verso 14 en adelante:
“Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación,
aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz…”
Está haciendo un nuevo hombre, está haciendo una nueva criatura en cada y de cada persona que reciba a Cristo como Salvador. San Pablo decía: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es.” Es una nueva raza lo que Dios está creando por medio de Cristo. Sigue diciendo:
“…y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.
Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca;
porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.
Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios…”
Un miembro de la familia de Dios, un hijo o una hija de Dios; esos son los miembros de la familia de Dios: los hijos e hijas de Dios, que son los hermanos menores de Jesucristo nuestro Salvador, el Hijo de Dios. Vienen por medio de Jesucristo el Hijo de Dios, a través del nuevo nacimiento que produce el Espíritu de Cristo en cada persona que recibe a Cristo como Salvador. Sigue diciendo:
“…edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,
en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;
en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.”
Y ahora, esa Casa de Dios… cuando nos dice “la Casa de Dios” aquí, no se trata de un edificio de cuatro paredes, está hablando de una familia, una casa: Los hijos e hijas de Dios, la familia de Dios, donde está el Nombre de Dios, el Nombre del Padre; así como en una familia está el nombre del padre de esa familia, porque los hijos heredan el nombre del padre.
Y ahora, en la familia de Dios, la descendencia de Dios, encontramos que está el Nombre de Dios y que Cristo es la cabeza de esa familia. De eso fue que habló San Pablo en Hebreos, capítulo 3, verso 5 al 6:
“Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir;
pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza.”
Y ahora, Cristo está “como hijo sobre Su Casa, la cual Casa somos nosotros,” todos los creyentes en Cristo nacidos de nuevo; los cuales son los que forman la Iglesia del Señor Jesucristo.
La Iglesia del Señor Jesucristo es la Casa de Dios, la familia de Dios, el Templo espiritual de Dios, en donde mora Dios en Espíritu Santo, pues Cristo dijo: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” San Mateo, capítulo 28, verso 20.
En Espíritu Santo, Cristo ha estado en medio de Su Casa, en medio de Su familia, en medio de Su Iglesia. Y ahora, en la misma forma en que Dios está en Espíritu Santo en medio de Su Iglesia, también está en cada creyente en Cristo en su alma, en su corazón; porque cada persona es como individuo un templo de Dios.
El mismo Cristo enseñó que el ser humano es un templo de Dios, cuando Él mismo dice: “Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré.” Muchos pensaron que estaba hablando del templo de piedras, pero Él estaba hablando de Sí mismo como Templo de Dios; porque Dios moraba, mora y morará eternamente en Cristo.
Como persona Él es un templo donde Dios mora, porque la Casa de Dios es el lugar de morada de Dios, y si Dios mora en el corazón de una persona, esa persona es un templo de Dios; así era en Cristo y así es en cada creyente en Cristo lleno del Espíritu de Cristo.
Y ahora, podemos ver que cuando Cristo resucitó, entonces entendieron lo que Él les dijo: que destruyeran aquel templo y en tres días Él lo iba a levantar. Al tercer día fue resucitado ese Templo espiritual, Cristo físicamente fue resucitado y glorificado; y Dios mora en Él en toda Su plenitud, y por medio de Él está gobernando el universo. Eso lo encuentran en el libro de Hebreos, capítulo 1, verso 1 al 3. Dice:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas…”
¿Cómo le habló Dios al pueblo hebreo? Por medio de los profetas. A través del Espíritu Santo, que es el Ángel del Pacto, manifestado en Sus profetas, le habló al pueblo hebreo. Eso lo encuentra también en Zacarías, capítulo 7, verso 11 al 12, la forma en que Dios habla siempre: por medio de Su Espíritu a través de los profetas.
“…en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.”
San Pablo dice “en estos postreros días” dos mil años atrás, ¿por qué? Porque un día delante del Señor es como mil años, y mil años como un día. (Segunda de Pedro, capítulo 3, verso 8; y el Salmo 90, verso 4).
Desde los días de Jesús comenzaron los días postreros, porque los días postreros delante de Dios, son los milenios postreros; que son quinto milenio, sexto milenio y séptimo milenio.
Y ahora, nosotros estamos viviendo (conforme al calendario gregoriano), ya estamos viviendo en el año 7000, estamos viviendo el año 7000; ya hemos entrado al séptimo milenio conforme al calendario gregoriano. Y si estamos ya viviendo el año 7000, estamos viviendo el Día Postrero delante de Dios. De Cristo hacia acá ya han transcurrido dos mil años, delante de Dios solamente son dos días, porque un día delante del Señor es como mil años, y mil años como un día.
Y ahora, de los tres días postreros, que son: quinto, sexto y séptimo milenio, ya estamos viviendo en el último de los días postreros. Por eso cuando predicamos, y hablamos de los días postreros, identificamos en cuál de los días postreros estamos viviendo; estamos en el Día Postrero, ya los otros dos días postreros anteriores han transcurrido.
Y ahora, podemos ver entonces, de qué nos está hablando Oseas, en el capítulo 6, cuando nos dice [verso 2]: “…después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él.”
O sea, que el Programa Divino con el pueblo hebreo será para el Día Postrero, para el tercer día. Por eso por muchos años durante la Dispensación de la Gracia, han tratado de convertir al pueblo hebreo al cristianismo, a Cristo, y no ha sido posible. Dios trata con el pueblo hebreo como nación, y con los gentiles como individuos. Y ahora, para el Día Postrero, que será el tercer día de los días postreros, es que Dios va a tratar con el pueblo hebreo como nación.
Ahora, al cristianismo han entrado muchos judíos de diferentes tribus, de las tribus de Israel, pero como individuos; pero como nación, Israel no ha recibido a Cristo. Es que el Programa Divino para el pueblo hebreo como nación, está en la Dispensación del Reino, y bajo la predicación del Evangelio del Reino es que va Dios a tratar con el pueblo hebreo.
Por lo tanto, cuando sea visto Israel acercándose a un mensajero, a una persona que conocerá lo que es el Evangelio de la Gracia y la Dispensación de la Gracia, y lo que es la Dispensación de la Ley, y lo que es la Dispensación del Reino; cuando ustedes vean a los judíos acercándose a esa persona, recuerden: Israel está cerca de entrar al Reino (el Reino de Dios), que será la restauración del Reino de David, está cerca de ser establecido, de ser restaurado el pueblo hebreo.
Recuerden que a Jesús le preguntaron Sus discípulos, ya Cristo resucitado, antes de subir al Cielo, le preguntan: “¿Restaurarás tú el reino de Israel en este tiempo?” [Hechos 1:6] Pero no le tocaba a ellos saber eso, porque no era para aquel tiempo; es para el Día Postrero.
Y es para el Día Postrero también, que Cristo dijo que Él resucitará a todos los creyentes en Él que han partido. Eso está en San Juan, capítulo 6, versos 39 al 40; y luego continúa en ese capítulo hasta el verso 58.
Y también en el capítulo 11, versos 21 al 27, de San Juan, cuando fue a resucitar a Lázaro, le dice a Marta: “Tu hermano resucitará.” Ella le dice: “Yo sé que resucitará en el Día Postrero.” Es que ella sabía que Jesús enseñaba que la resurrección para los creyentes era para el Día Postrero. Ya en el capítulo 6, Cristo lo está enseñando; y en el capítulo 11, ya ella conocía esa enseñanza. Y ahora Cristo le dice:
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque este muerto, vivirá.
Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.”
Y ahora, podemos ver que el Día Postrero traerá grandes bendiciones a los creyentes en Cristo, traerá la resurrección de los muertos en Cristo. ¿Y qué más traerá para los creyentes en Cristo? San Pablo dice en Primera de Corintios, capítulo 15, versos 49 al 58, Él hablando acerca de la resurrección dice: “He aquí os digo un misterio: No todos ciertamente moriremos, mas todos seremos transformados, a la Final Trompeta; porque será tocada la Trompeta y los muertos en Cristo resucitarán primero, y nosotros que vivimos seremos transformados.”
La resurrección primero, la cual es para el Día Postrero, y luego la transformación de los vivos creyentes en Cristo.
Por lo tanto, la resurrección de los creyentes en Cristo que han muerto físicamente, es para el Día Postrero, y por consiguiente la transformación de los creyentes que están vivos.
Vean la importancia que tiene el Día Postrero; y tenemos que conocerlo, tenemos que estar conscientes qué es y cuál es el Día Postrero. Es el séptimo milenio de Adán hacia acá, es el milenio sabático; porque el séptimo día de la semana es el sábado, el día de reposo, el Día del Señor para el pueblo hebreo y para todos los que guardan el sábado. Y el Señor Jesucristo dijo que el Hijo del Hombre es Señor del Sábado; ese sábado es tipo y figura del séptimo milenio, donde Cristo va a establecer Su Reino, que será la restauración del Reino de David y Trono de David, al cual Él es heredero.
El Ángel Gabriel le dijo a la virgen María que “Dios le dará el Trono de David su padre; y reinará sobre Jacob (sobre Israel) para siempre, y Su Reino no tendrá fin.” Eso está en San Lucas, capítulo 1, versos 30 al 36.
Ahora, tenemos que estar conscientes de lo que es el Día Postrero, y buscar, y estar preparados para recibir las bendiciones que Dios tiene en ese Día Postrero; tenemos que tener la fe para ser transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero.
Y ahora, podemos comprender que va a haber un entrelace dispensacional en el Día Postrero. En el Día Postrero, que es el séptimo milenio de Adán hacia acá, se va a entrelazar la séptima dispensación, la Dispensación del Reino con la Dispensación de la Gracia, como se entrelazó la Dispensación de la Gracia con la Dispensación de la Ley; en esa misma forma va a ocurrir en este tiempo final.
Por lo tanto, habrá un Mensaje dispensacional, llamado un Mensaje de Gran Voz de Trompeta. Cuando se habla de una Gran Voz de Trompeta se está hablando de la Voz de Dios, es Dios hablando por medio de Su Espíritu en el Día Postrero. Recuerdan Apocalipsis, capítulo 1, verso 10 al 11, que Juan escuchó detrás de él algo que le llamó la atención; y lo vamos a leer. Capítulo 1, verso 10 al 11, de Apocalipsis, dice:
“Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta…”
Y ahora, está hablando de algo que él vio y oyó; y eso es, no para el tiempo de Juan, sino que él estaba en el espíritu en el Día del Señor; y el Día del Señor es el séptimo milenio de Adán hacia acá o tercer milenio de Cristo hacia acá.
“…que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último.”
¿Quién es el Alfa y la Omega?, ¿quién es el primero y el último? El Señor Jesucristo. Es Jesucristo hablando en el Día Postrero, en el Día del Señor. Esa es la Gran Voz de Trompeta: es la Voz de Dios por medio del Espíritu Santo hablando a Su Iglesia, porque Juan y en Juan está representada la Iglesia del Señor Jesucristo.
Y ahora, tenemos aquí la misma Gran Voz de Trompeta que San Pablo dice que va a sonar y los muertos en Cristo van a ser resucitados.
Es la misma Gran Trompeta de Isaías, capítulo 27, verso 13, que va a llamar y juntar los desterrados de Israel y los dispersos del pueblo hebreo.
Será el Mensaje Final de Dios, un Mensaje dispensacional, el Mensaje de la Dispensación del Reino, con el cual van a ser llamados y juntados ciento cuarenta y cuatro mil hebreos, doce mil de cada tribu. De eso fue que habló Cristo en San Mateo, capítulo 24, verso 31, donde dice:
“Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro.”
Son ciento cuarenta y cuatro mil, doce mil de cada tribu, de las tribus de Israel. Ahí están las diez tribus perdidas, que van a ser restauradas para ser unificados con las otras dos tribus: la tribu de Judá y la tribu de Benjamín, para la restauración del Reino de David. Y todo eso es para el Día Postrero, o sea, para el séptimo milenio de Adán hacia acá o tercer milenio de Cristo hacia acá.
El día en que Cristo preguntó: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” Unos decían: “Algunas personas dicen que Tú eres Elías, otros dicen que Tú eres Juan el Bautista, otros dicen que Tú eres alguno de los profetas.” O sea, que todos concordaban en que era un profeta (eso está en el capítulo 16 de San Mateo).
Y entonces Cristo pregunta a ellos: “¿Y ustedes…? ¿Quién dicen ustedes que soy yo?” (Capítulo 16, verso 13 al 20, es que está ese evento). Pedro le dice: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que has venido al mundo, el Hijo del Dios viviente.” Vamos a leerlo para que lo tengan tal y como fue dicho. Verso 16 dice:
“Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.
Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.”
Y ahora, el Día de Pentecostés San Pedro abrió la puerta del Reino de los Cielos, revelando el misterio de la Primera Venida de Cristo y Su Obra de Redención en la Cruz del Calvario. Pedro tenía las llaves, la revelación del Reino de los Cielos, así abrió la Dispensación de la Gracia, la sexta dispensación; porque la puerta de la Dispensación de la Gracia, la puerta de la dispensación de la Iglesia, la puerta del Cielo, es Cristo. Él dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo.” San Juan, capítulo 10, verso 9. Y en San Mateo, capítulo 7, verso 13 al 14, Él habla de la puerta angosta y del camino angosto, el cual lleva a la vida eterna.
Por lo tanto, Pedro abrió la puerta del Reino de los Cielos y comenzaron a entrar; allí entraron como tres mil personas que recibieron a Cristo como Su Salvador cuando Pedro predicó, y así estuvo abierta la Puerta del Reino de los Cielos por estos dos mil años.
Esa es la misma puerta que ha estado abierta en la parábola de las diez vírgenes, esa es la misma puerta también que ha estado abierta en San Lucas, capítulo 13, pero que algún día va a ser cerrada. Capítulo 13, verso 25 en adelante dice:
“Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois.”
Así es como se va a cerrar la Dispensación de la Gracia; pero la puerta de la Dispensación del Reino será abierta. La puerta de la Dispensación de la Gracia es Cristo en Su Primera Venida, es la Primera Venida de Cristo y Su Obra de Redención en la Cruz del Calvario; y la puerta de la Dispensación del Reino es la Segunda Venida de Cristo como León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores en Su Obra de Reclamo; y Él tiene la llave del Reino de David.
Recuerden que Él es el León de la tribu de Judá, Él es la raíz y linaje de David, la Estrella resplandeciente de la Mañana, Apocalipsis, capítulo 22, verso 16.
Y ahora, el Reino de Dios va a ser abierto, ese Reino terrenal, el Reino de David; y hay una llave y hay una puerta. Apocalipsis, capítulo 3, verso 7, dice:
“Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre.”
Con esa Llave de David, va a ser abierto el Reino de David, va a ser restaurado el Reino de David; y por consiguiente, Israel va a entrar al Reino de David como pueblo; y todo eso es la Dispensación del Reino.
Se abrirá la puerta de la Venida del Señor como Rey, como Rey de Reyes y Señor de Señores, como el León de la tribu de Judá, como el Hijo de David; y entonces miren lo que se va a cumplir con el pueblo hebreo: Capítulo 23, versos 37 al 39; y esto fue después que Él tuvo Su entrada triunfal a Jerusalén, en el capítulo 21; después de eso, ahora en el capítulo 23, versos 37 al 39, dice [San Mateo]:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!
He aquí vuestra casa os es dejada desierta.
Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.”
Eso es lo que va a pasar en este tiempo final. En Su Primera Venida no lo recibieron; es en Su Segunda Venida que lo van a recibir como Rey de Reyes y Señor de Señores; es en Su Segunda Venida que el Reino de Dios o Reino de David, va a ser restaurado en la Tierra al pueblo hebreo.
E Israel vendrá a ser cabeza de todas las naciones; la capital del mundo será Jerusalén, no solamente de Israel será la capital sino del mundo entero; y todo el territorio de Israel será el Distrito Federal. Dice que las riquezas de las naciones vendrán a Israel, y sobre todo a Jerusalén. Desde Jerusalén se administrará ese Reino del Mesías a nivel mundial; porque en Jerusalén estará el Trono de David, el Trono del Mesías.
Ahora, hemos estado viendo que luego de las diferentes etapas de la Iglesia en la Dispensación de la Gracia, luego se abrirá una puerta: la puerta de la Dispensación del Reino, la puerta de la dispensación para el pueblo hebreo entrar; y por consiguiente el pueblo hebreo va a recibir al Mesías en este tiempo final. Es en el Día Postrero; y van a recibir a Elías, porque Elías vendrá, o sea, el ministerio de Elías, el ministerio de Moisés y Elías, el ministerio de los Dos Olivos de Apocalipsis, capítulo 11, que también en Zacarías, capítulo 4, verso 1 al 14, está mostrado. O sea, que el pueblo hebreo está a la expectativa y el cristianismo también.
Es un tiempo de estar con nuestra mirada puesta a las cosas celestiales, a las cosas de Dios. Cristo dijo que cuando veamos suceder todas estas cosas que Él profetizó que acontecerían, Él dijo: “Levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca.” [San Lucas 21:28] O sea, vuestra transformación, que será la redención del cuerpo, conforme a Romanos, capítulo 8, versos 14 al 31. Por lo tanto, nuestra redención está cerca, nuestra transformación, y la resurrección de los muertos en Cristo.
Ya estamos en el Día Postrero conforme al calendario gregoriano, ya estamos en el séptimo milenio, viviendo el séptimo milenio de Adán hacia acá o tercer milenio de Cristo hacia acá.
Por lo tanto, tenemos que saber cuáles son las promesas de Dios para el Día Postrero, para creerlas de todo corazón y esperar el cumplimiento de ellas, y ver las que ya están cumplidas, y vigilar las que faltan por ser cumplidas.
Nuestra Redención está cerca; una puerta va a ser abierta y la Puerta es Cristo. Cristo en Su Primera Venida es la Puerta de la Dispensación de la Gracia y Cristo en Su Segunda Venida es la Puerta de la Dispensación del Reino. Tan simple como eso. Todo eso mostrado en esta visión apocalíptica que tuvo el apóstol Juan.
El libro del Apocalipsis contiene en símbolos todas las cosas que sucederían bajo la Dispensación de la Gracia y bajo la Dispensación del Reino; por eso nos habla de cosas que acontecerán en la eternidad también.
Y ahora, es importante que todos entren por la puerta abierta de la Dispensación de la Gracia, que es Cristo, recibiéndolo como único y suficiente Salvador para obtener la salvación y vida eterna.
Y luego verán, más adelante, la puerta de la Segunda Venida de Cristo como Rey, para, cuando comience el Reino del Mesías en la Tierra, estar en ese Reino terrenal; porque Cristo ha prometido que vamos a reinar con Él, porque Él nos ha hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos con Él por mil años y luego por toda la eternidad; porque Él nos ha limpiado con Su Sangre de todo pecado. Eso está en Apocalipsis, capítulo 1, verso 5 al 6; Apocalipsis, capítulo 5, versos 8 al 11; y Apocalipsis, capítulo 20, versos 4 al 6.
Por lo tanto, vigilemos, sirvamos a Dios con temor y temblor, agradecidos a Él por habernos llamado y colocado en Su Iglesia como miembros de Su Iglesia, sabiendo la bendición tan grande que es ser un creyente en Cristo y sabiendo el futuro glorioso que nos espera en el Reino del Mesías.
Si hay alguna persona que todavía no ha recibido a Cristo como Salvador, lo puede hacer en estos momentos para que Cristo le reciba en Su Reino; para lo cual puede pasar al frente y estaremos orando por usted.
Vamos a dar unos minutos mientras llegan a los Pies de Cristo; y los que están en otras naciones también pueden venir a los Pies de Cristo, ustedes que están a través del satélite Amazonas, en diferentes lugares de la República del Brasil y en los demás países de la América Latina, Norteamérica, África y demás naciones.
Cristo tiene mucho pueblo en esta ciudad de Manaos, y los está llamando en este tiempo final. “Si oyes hoy Su Voz, no endurezcas tu corazón,” Él te está llamando para que entres por la puerta de la Gracia, la puerta de la Dispensación de la Gracia, que es Cristo, para que así entres al Reino de los Cielos y tengas vida eterna. La vida eterna es lo más importante para el ser humano.
“¿De qué le vale el hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según sus obras.” San Mateo, capítulo 16, verso 26 al 28.
Estamos en este planeta Tierra con y para un propósito divino; para escuchar la predicación del Evangelio de Cristo, nazca la fe de Cristo en nuestra alma, creamos en Él, lo recibamos como nuestro Salvador, seamos bautizados en agua en Su Nombre, y Él nos bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en nosotros el nuevo nacimiento; y así entremos al Reino de los Cielos.
El mismo Cristo dijo a Nicodemo en el capítulo 3 de San Juan, versos 1 al 6:
“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”
Así como para nosotros poder ver este reino terrenal en que vivimos, tuvimos que nacer; y para ver el Reino de Dios, el Reino de los Cielos, tenemos que nacer de nuevo: nacer en el Reino de los Cielos para ver el Reino de los Cielos. Sigue diciéndole, porque Nicodemo no entendía y pensaba que tenía que entrar en el vientre de su madre nuevamente y nacer; Cristo le dice:
“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.”
Se requiere entrar al Reino de Dios, naciendo del Agua y del Espíritu; se requiere nacer de nuevo, del Agua y del Espíritu: del Evangelio de Cristo y del Espíritu Santo, nacer del Evangelio y del Espíritu Santo; y así nacemos en el Reino de Cristo, nacemos a la vida eterna.
Lo más importante es la vida eterna. Si esta vida terrenal es tan buena, ¡cuánto más la vida eterna! Cuando tengamos el cuerpo eterno tendremos la vida eterna física, seremos jóvenes para toda la eternidad, tendremos cuerpos glorificados.
Ahora, cuando la persona recibe a Cristo como Salvador, es bautizada en agua en Su Nombre y recibe el Espíritu de Cristo: obtiene la vida eterna. La vida eterna la tiene todo creyente en Cristo nacido de nuevo; ha entrado al Reino de Cristo (que está en la esfera espiritual), y cuando esté en la esfera física acá en la Tierra, ahí vamos a estar con Él en cuerpos eternos y glorificados.
No podemos perder la oportunidad de obtener la vida eterna por medio de Cristo. No hay otra forma ni oportunidad para el ser humano obtener la vida eterna: es a través de Cristo mientras vivimos en esta Tierra; si nos vamos de esta Tierra sin haber recibido a Cristo, ya no habrá más oportunidad.
Todos deseamos vivir eternamente, y hemos visto la puerta al Reino y del Reino de Dios, del Reino de los Cielos: es Cristo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo.” San Juan, capítulo 10, verso 9. Son palabras de Jesucristo nuestro Salvador.
No hay otra puerta al Reino de los Cielos, solamente hay un Salvador, y Su Nombre es Señor Jesucristo. Él murió en la Cruz del Calvario por mí, para salvarme a mí, ¿y por quién más?, ¿y para salvar a quién más? A cada uno de ustedes también.
Vamos a estar puestos en pie para orar por las personas que han venido a los Pies de Cristo en esta ocasión.
Cristo dijo que cuando un pecador se arrepiente, hay gozo en el Cielo. Por lo tanto, sabemos cómo está el Cielo en estos momentos. ¡Hay gozo en el Cielo!, porque no solamente hay uno que se ha arrepentido, sino hay muchos que están viniendo a los Pies de Cristo arrepentidos de sus pecados, para recibir a Cristo como su único y suficiente Salvador. ¡Hay gozo en el Cielo!
Si falta alguno por venir a los Pies de Cristo, puede venir; y los que están en otras naciones pueden continuar viniendo a los Pies de Cristo.
Los niños de 10 años en adelante también pueden venir a los Pies de Cristo nuestro Salvador.
Con nuestras manos levantadas al Cielo, a Cristo, y nuestros ojos cerrados; los que han venido a los Pies de Cristo en estos momentos, repitan conmigo esta oración:
Señor Jesucristo, escuché la predicación de Tu Evangelio y nació Tu fe en mi corazón.
Creo en Ti con toda mi alma. Reconozco que soy pecador y necesito un Salvador. Creo en Tu Primera Venida, creo en Tu muerte en la Cruz del Calvario como el Sacrificio de Expiación por nuestros pecados; y creo en Tu Nombre como el único Nombre en el cual podemos ser salvos.
Reconociendo que soy pecador, doy testimonio público de mi fe en Ti, y te recibo como mi único y suficiente Salvador.
Te ruego perdones mis pecados, y con Tu Sangre me limpies de todo pecado; y me bautices con Espíritu Santo y Fuego, y produzcas en mí el nuevo nacimiento.
Quiero nacer en Tu Reino, quiero vivir eternamente. ¡Sálvame, Señor!
Te lo ruego en Tu Nombre Eterno y glorioso, Señor Jesucristo. Amén.
Con nuestras manos levantadas a Cristo todos decimos: ¡LA SANGRE DEL SEÑOR JESUCRISTO ME LIMPIÓ DE TODO PECADO! ¡LA SANGRE DEL SEÑOR JESUCRISTO ME LIMPIÓ DE TODO PECADO! ¡LA SANGRE DEL SEÑOR JESUCRISTO ME LIMPIÓ DE TODO PECADO! AMÉN.
Cristo les ha recibido en Su Reino, ha perdonado vuestros pecados y con Su Sangre les ha limpiado de todo pecado, porque ustedes le han recibido como vuestro único y suficiente Salvador.
Cristo dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.” [San Marcos 16:15-16]
Ustedes me dirán: “Escuché la predicación del Evangelio de Cristo, nació la fe de Cristo en mi alma, lo recibí como mi Salvador, y deseo ser bautizado en agua en Su Nombre. ¿Cuándo me pueden bautizar?”
Por cuanto ustedes han creído en Cristo de todo corazón, bien pueden ser bautizados; y que Cristo les bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en ustedes el nuevo nacimiento.
El mismo Cristo fue bautizado por Juan el Bautista para cumplir toda justicia. Si Cristo fue bautizado para cumplir toda justicia, ¡cuánto más nosotros necesitamos ser bautizados! Es un mandamiento de Cristo.
El bautismo en agua no quita los pecados, el agua no tiene poder para quitar los pecados; es la Sangre de Cristo la que nos limpia de todo pecado. Pero el bautismo en agua y en el bautismo en agua la persona se identifica con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección.
El bautismo en agua es tipológico, simbólico. Cuando la persona recibe a Cristo como Salvador, muere al mundo; y cuando el ministro lo sumerge en las aguas bautismales, tipológicamente está siendo sepultado; y cuando es levantado de las aguas bautismales, está resucitando a una nueva vida: a la vida eterna con Cristo en Su Reino Eterno. Tan simple como eso es el simbolismo del bautismo en agua.
Conociendo la tipología del bautismo en agua, bien pueden ser bautizados; y que Cristo les bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en ustedes el nuevo nacimiento; y nos continuaremos viendo por toda la eternidad en el glorioso Reino de Jesucristo nuestro Salvador.
Dejo al ministro aquí presente para que les indique cómo hacer para ser bautizados; y en cada nación dejo al ministro correspondiente para que haga en la misma forma; y nos continuaremos viendo por toda la eternidad.
Continúen pasando todos una noche feliz, llena de las bendiciones de Cristo nuestro Salvador.
“UNA PUERTA ABIERTA EN EL CIELO.”