Heme aquí, envíame a mí (El Enviado del Dios de Israel)

Muy buenos días, amados amigos y hermanos presentes, ministros compañeros en el Cuerpo Místico de Cristo, y damas reunidas, juntamente con jóvenes también aquí presentes; y también a los que están en otras naciones, ministros, y también damas y congregaciones; que las bendiciones de Cristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes.

Para esta ocasión leemos un pasaje en Isaías, capítulo 6, versos 1 en adelante, donde nos dice…, 1 al 8, donde nos dice:

“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.

Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban.

Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.

Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.

Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.

Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas;

y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.

Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.

Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis”.

Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.

Nuestro tema es: “HEME AQUÍ, ENVÍAME A MÍ (EL ENVIADO DEL DIOS DE ISRAEL)”.

El profeta Isaías tuvo el privilegio y bendición de ver a Dios sentado en Su Trono; pero aun la Escritura dice que a Dios nadie le vio jamás[1].

Isaías vio a Dios en Su cuerpo angelical, que es el Ángel del Pacto y que es el Espíritu Santo, sentado en el Trono celestial. Tan sencillo como eso.

El mismo Dios que estaba en el Ángel del Pacto, que le apareció a Moisés en una zarza que ardía, y la zarza no se quemaba, no se consumía; ese mismo que le dijo a Moisés: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”[2].

Y Dios está hablándole a Moisés a través de Su Ángel, el Ángel del Pacto, en donde está el Nombre de Dios. Y por eso dice la Escritura que el Ángel fue enviado para libertar al pueblo hebreo, y luego para llevarlo por el desierto, y luego para introducirlo en la tierra prometida.

El Ángel defendía al pueblo hebreo; porque el Ángel es el cuerpo angelical de Dios; y en palabras más sencillas: es Cristo en Su cuerpo angelical. Por eso Cristo podía decir, Jesucristo decía: “Abraham, vuestro padre, deseó ver mi día; lo vio, y se gozó”. Le dicen los judíos: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y dices que has visto a Abraham?”. Jesús les dice: “Antes que Abraham fuese, Yo soy”. San Juan, capítulo 8, verso 56 al 58.

Ahora podemos ver entonces Quién es Jesucristo: es nada menos que el Ángel del Pacto, en donde habita Dios eternamente, y a través del cual Dios creó los Cielos y la Tierra; es nada menos que el Verbo que era con Dios y era Dios, y creó todas las cosas. “Y todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho”. Eso está en San Juan, capítulo 1, versos 1 al 14. Y luego aquel Verbo que era con Dios y era Dios…, dice:

[San Juan 1:9] “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.

En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”.

Ahora vean cómo el mundo fue hecho por el Verbo, que es el Ángel del Pacto, que es Cristo en Su cuerpo angelical. Y luego, más adelante, dice:

“A lo suyo vino (o sea, al pueblo hebreo), y los suyos no le recibieron.

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Estos son los creyentes en Cristo que lo han recibido como Salvador, han sido bautizados en agua en Su Nombre, y Cristo los ha bautizado con Espíritu Santo y Fuego, y ha producido en ellos el nuevo nacimiento; estos han nacido en el Reino de Dios, del Agua y del Espíritu; han nacido no de carne, no por medio de la unión de un hombre y de una mujer, sino por el Espíritu Santo, que ha producido en ellos el nuevo nacimiento; han obtenido un cuerpo angelical.

Y ya la primera parte de la redención se ha cumplido en ellos; y la segunda parte será el cuerpo eterno, inmortal, incorruptible y glorificado que Cristo les dará a todas esas personas; y eso es la redención del cuerpo: la transformación es para los vivos, y para los muertos: la resurrección en cuerpos eternos, cuerpos nuevos, iguales al cuerpo glorificado de Cristo nuestro Salvador.

Y ahora, este Trono que vio Isaías, y a Dios sentado en Su Trono… Dios sentado en Su Trono: Dios en Su cuerpo angelical sentado en el Trono celestial; porque el Trono celestial es el Trono del Espíritu Santo, en el cual Dios —con Su cuerpo angelical, que es el Espíritu Santo— está sentado.

En ese Trono es que Cristo decía que se sentaría con el Padre. Eso está en San Mateo y en San Marcos. Veamos lo que nos dice: San Marcos, capítulo 14, verso 61 en adelante, dice:

“Mas él callaba…”.

Vamos a ver…, verso 60 en adelante, dice:

“Entonces el sumo sacerdote, levantándose en medio, preguntó a Jesús, diciendo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti?

Mas él callaba, y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?

Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.

Entonces el sumo sacerdote, rasgando su vestidura, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos?

Habéis oído (Su) blasfemia; ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron, declarándole ser digno de muerte.

Y algunos comenzaron a escupirle, y a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos, y a decirle: Profetiza. Y los alguaciles le daban de bofetadas”.

Ahora vean cómo Cristo dice, cuando le preguntan si Él es el Cristo, el Hijo del Bendito, o sea, el Hijo de… si es el Hijo de Dios:

“… Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”.

El Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios: eso es sentado en ese Trono que vio Isaías, en donde vio a Dios sentado en ese Trono.

Y ahora, Cristo se sienta en el Trono de Dios al subir al Cielo, y por consiguiente, Dios con Su cuerpo angelical dentro del cuerpo físico glorificado de Jesucristo. Tan sencillo como eso. Por eso, ahora veamos… No es que Jesucristo se sienta en el Trono y entonces Dios se sale del Trono para que Jesucristo se siente. Dios nunca ha dejado Su Trono.

Y ahora, veamos Apocalipsis, capítulo 3, verso 20 al 21, donde está más claro esto que estamos hablando. Dice, capítulo 3, verso 20 al 21, del Apocalipsis:

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.

Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con (el) Padre en su trono”.

“… así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre (¿dónde?) en su trono”.

Cristo, al subir victorioso al Cielo, glorificado, se sentó en el Trono de Dios con el Padre; o sea, Dios con Su cuerpo angelical dentro del cuerpo glorificado. Tan sencillo como eso.

Y ahora, podemos ver por qué cuando San Pablo ve la Columna de Fuego que le aparece en el camino a Damasco, y le dice: “Saulo, Saulo…” (capítulo 9 del libro de los Hechos). “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. Y Saulo, sabiendo que ese era Dios hablándole, el mismo que le habló a Moisés y le dijo: “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” (capítulo 3 del Éxodo), ahora San Pablo pregunta, Saulo pregunta: “Señor… (o sea, lo reconoce como el Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob) Señor, ¿quién eres?”. Y desde la Columna de Luz, de Fuego, oye la Voz que le dice: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”; y esto es nada menos que Dios en el cuerpo angelical apareciéndole a Saulo de Tarso, como le apareció a Moisés.

Y ahora, por cuanto el Nombre de Dios está en el Ángel… Y cuando Cristo vino a la Tierra era nada menos que el Ángel del Pacto hecho carne: “el Verbo, que era con Dios y era Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros; y vimos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de virtud”. San Juan, capítulo 1, verso 14.

El Verbo, el Ángel del Pacto, hecho carne en medio del pueblo hebreo, eso era lo que estaba manifestándose en el velo de carne llamado Jesús; y eso está de acuerdo a Malaquías, capítulo 3, que dice: “Vendrá a Su Templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el Ángel del Pacto, a quien deseáis vosotros”.

Vean, Dios el Padre, y el Ángel del Pacto, que es el cuerpo angelical de Dios, vendrían a Su templo.

El templo humano de Dios es el velo de carne llamado Jesús. Recuerden que en el capítulo 2 de San Juan, Cristo frente al templo en Jerusalén dice: “Destruyan este templo, y en tres días yo lo levantaré”. Y muchos pensaban que estaba diciendo que destruyeran el templo de piedras, pero la Escritura dice: “Pero Él hablaba de Su cuerpo”; porque recuerden que el templo humano de Dios es Jesús.

Somos templo de Dios. San Pablo dice: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”[3]. ¿No saben ustedes que son templo de Dios como seres humanos? Por eso tenemos atrio (el cuerpo físico), lugar santo (el espíritu de la persona) y lugar santísimo (que es el alma de la persona).

Somos, por esa causa, a imagen y semejanza de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ahí tenemos el misterio de Dios, velado y revelado en la persona de Jesucristo. Ese es el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, donde están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Colosenses, capítulo 2, versos 2 al 3).

Y ahora, Cristo dijo: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono”. Este Trono sobre el cual Cristo dice: “le daré que se siente conmigo en mi trono”, ese Trono del Señor es el Trono de David aquí en la Tierra; pero el Trono del Padre es el Trono celestial, sobre el cual Isaías vio a Dios sentado en Su Trono.

Ese Trono celestial es donde Cristo se sentó con el Padre y —por consiguiente— heredó el Trono celestial. En palabras más claras: la lucha en el tiempo de Jesús era por la conquista del Trono celestial; y lo conquistaría: o Jesucristo, o lo conquistaría el enemigo de Dios; para lo cual, entonces, el enemigo de Dios tendría una persona, y ese era Judas Iscariote. Pero obtuvo la victoria Cristo.

Vean, uno tenía que morir por los pecados del ser humano; vean, tenía que morir en un madero. Judas Iscariote se ahorcó en un árbol[4], pero no era así la labor de expiación que tenía que ser llevada a cabo. Judas Iscariote murió por sus pecados, vendió a su Maestro, y luego no tuvo lugar para arrepentimiento; aunque devolvió el dinero, pero lo que hizo no pudo ser quitado.

Pero toda obra para bien en el Programa Divino. La muerte tenía que ser de un hombre, pariente redentor del ser humano, un hombre sin pecado, que tomara los pecados del ser humano y así se hiciera pecado por nosotros, y morir como pecador por los pecados del pueblo; se hizo pecado por nosotros y murió como pecador, y le aplicaron la pena de muerte máxima o la pena máxima: la pena de muerte, muriendo en un árbol: una cruz de madera, y ahí dio Su vida por todos aquellos escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, desde antes de la fundación del mundo.

Él vino a morir por las ovejas que el Padre le dio para que les dé vida eterna. Por eso Él dijo: “Nadie tiene…”. Vamos a leerlo aquí: San Juan, capítulo 10, para poder comprender mucho mejor; San Juan, capítulo 10, verso 14 en adelante, dice:

“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen,

así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas”.

¿Por quién pondría Su vida Cristo? Por esas ovejas que el Padre le dio.

“También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.

Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar”.

Él vino con una visión divina: poner Su vida en expiación por nuestros pecados, poner Su vida en expiación por las ovejas que el Padre le dio, para que las busque y les dé vida eterna. Recuerden que Él dijo…, San Lucas, capítulo 19, verso 10:

“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

Y ahora, leímos aquí en San Juan, capítulo 10, versos 14, y ahora vamos por el verso 18:

“Nadie me la quita (o sea, nadie le quita la vida)… Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”.

Y ahora, viene a la Tierra con un mandamiento divino: para poner Su vida en expiación por las ovejas que el Padre le dio, para que las busque y les dé vida eterna; porque no es la voluntad de nuestro Padre celestial, que está en los Cielos, que se pierda uno de estos pequeñitos, una de estas ovejas del Padre. Y dice que “sus ángeles ven el rostro de su Padre cada día”. Eso está en San Mateo, capítulo 18, versos 11 al 14. Ahí también Él dice: “Porque el Hijo del Hombre vino a salvar lo que se había perdido”.

Y ahora, podemos ver que Cristo vino con una comisión divina; y por eso, así como tenía una comisión divina, recibió una comisión divina Isaías, Cristo también.

Encontramos que también otros profetas la habían recibido, como Moisés, el cual fue llamado por Dios, y él dijo: “Heme aquí”.

Así también Josué: fue llamado por Dios y cumplió la misión para la cual Dios lo envió: fue para introducir al pueblo hebreo en la tierra prometida. Josué tipifica al Espíritu Santo, y tipifica también al mensajero último, el mensajero del Día Postrero, que es a través del cual el Espíritu Santo va a introducir el pueblo a la tierra prometida del cuerpo nuevo, cuerpo glorificado.

A través de la labor que el Espíritu Santo estará haciendo por medio del último mensajero, el mensajero de la Dispensación del Reino, en la etapa de la Edad de la Piedra Angular, será que recibiremos la fe para ser transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero.

Así que, como hubo un Moisés, un Josué, diferentes jueces que Dios envió en medio del pueblo hebreo, a través de los cuales Dios reinaba sobre el pueblo hebreo…; y al final a Isaías – o a Samuel, el cual fue el último de los jueces: fue profeta, fue también el último de los jueces a través del cual Dios reinaba.

Por eso, cuando ellos pidieron rey, Samuel estaba muy triste, porque creyó que lo habían rechazado a él; pero Dios le dice: “No te han rechazado a ti, sino que me han rechazado a Mí, para que Yo no reine sobre ellos”[5]; porque Dios reinaba sobre el pueblo hebreo a través del profeta Samuel.

Samuel fue luego el que introdujo la monarquía, ungiendo a Saúl[6]; y después que fue rechazado Saúl, luego de cierto tiempo, Samuel ungió (en Primera de Samuel, capítulo 16) a David; pero David cuando fue ungido no comenzó a reinar.

Algunas veces piensan, algunas personas, que todo tiene que ocurrir al momento. No. Pero ya estaba ungido, que era lo importante; era lo más difícil.

Luego, después se fue David a continuar su labor de pastor de ovejas. Ser pastor de ovejas en lo literal es pastorear ovejas literales; y ser pastor de ovejas en lo espiritual, en el Nuevo Testamento, es ser ministro de miembros del Cuerpo Místico de Cristo, miembros de la Iglesia del Señor Jesucristo; los cuales tienen una responsabilidad muy grande, porque cuando venga el Príncipe de los pastores le pedirá cuenta a todos los pastores que Él ha colocado sobre Su Rebaño.

El Príncipe de los pastores es Cristo, Él es el Obispo de nuestras almas, Él es el que nos pastorea con Su Palabra, de edad en edad y de dispensación en dispensación.

Encontramos que luego llegó el tiempo de los reyes con Saúl. Saúl, luego de un tiempo de estar reinando, no obedeció la Palabra de Dios dada por Samuel[7]. Aunque Saúl era el rey, Samuel era el último de los jueces a través del cual Dios estaba reinando. Dios reinando a través de un hombre, eso es la teocracia; la monarquía es un hombre reinando para Dios.

Por lo tanto, Dios reinando a través de un hombre: Samuel, le daba las instrucciones a Saúl: cómo reinar para Dios. Tan sencillo como eso. Y lo estaba enseñando, cómo hacer las cosas; y él le decía: “Haz esto en esta forma; haz esto otro en esta otra forma”; era como un hijo para Samuel.

Luego cuando ungió a David, luego de que Dios había desechado a Saúl para no ser rey…; pero Saúl continuó reinando: reinó por 40 años; pero David fue ungido, y… Vean, algunas veces se ponen celosos algunos. Y Saúl se puso celoso con David; cada cosa que David hacía era prosperada, se veía la presencia de Dios respaldando a David.

Y David permanecía con las ovejas. En una ocasión buscaron una persona que tocara bien el arpa, para que, al tocar el arpa, el espíritu malo que había sido enviado a Saúl, el cual ya estaba desechado por Dios, y tenía momentos difíciles cuando ese espíritu malo lo atacaba… No explica bien lo que le sucedía a Saúl, pero algo pasaba en Saúl[8]; y con la música de un hombre ungido, tocando…

Recuerden, los que cantan para Dios, los músicos y cantantes: oren siempre a Dios, para que cuando ustedes toquen sus instrumentos y hagan sus cánticos también —abran sus bocas (los que cantan) para cantar—, sea algo ungido, que llegue al corazón de las personas, y que también aleje los espíritus malos.

Como hacía en el caso de David, como era hecho: que la música que interpretaba David alejaba el espíritu malo que estaba en Saúl.

Era un jovencito y estuvo un tiempo tocando, era el músico principal y el músico privado también, de Saúl. Podía haber muchos músicos, pero ese era el que tenía e interpretaba la música que espantaba ese espíritu malo que venía o estaba en Saúl.

Pero vean, en algunas ocasiones el espíritu malo ese, algunas veces trataba de atacar a David. Luego David tuvo que irse, se fue, y se fue de nuevo a su labor: pastor de ovejas.

Un rey como David tiene que ser un pastor de ovejas. Cristo dice: “Yo soy el Buen Pastor”: Pastor de ovejas espirituales, Pastor de seres humanos. Él dijo: “Mis ovejas oyen mi Voz y me siguen, y yo las conozco, y yo les doy vida eterna; y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. San Juan, capítulo 10, versos 27 al 30. En el 30 dice: “El Padre y yo”, o: “mi Padre y yo, una cosa somos”, o: “yo y el Padre, uno somos”.

Y ahora, David continúa creciendo y continúa siendo preparado por Dios; continúa allí en el campo pastoreando ovejas, y tenía experiencias maravillosas, en las cuales ve la intervención de Dios: cuando un lobo, un oso o un león… un oso o un león venía y arrebataba una de las ovejas, David se la quitaba; y si se levantaba contra David, David lo mataba[9]. Era el Espíritu de Dios en David.

Y si se iba corriendo el león o el oso, David lo perseguía y se la quitaba, y lo mataba si se levantaba en contra de David; pero era el Espíritu de Dios, como también había estado o estuvo más adelante en… o había estado anteriormente en Sansón, que había sido uno de los jueces también de Israel.

Pensamos que Sansón era el hombre más fuerte. No. El que estaba en Sansón: Dios. Porque Sansón era un hombre normal, pero cuando llegaba el Espíritu de Dios sobre él era el superhombre.

El que tomó las puertas o portones de una ciudad, se los colocó en los hombros y los llevó y los colocó bien arriba en el monte[10]… Y las personas quizás pensaban: “¿Quién traería o llevaría esos portones, esas puertas de la ciudad, allá?”. Un hombre. Pero el que tiene conocimiento de quién era ese hombre dice: “Fue Dios a través de ese hombre”. El poder fue el poder de Dios en él.

Y ahora, recordemos que era Dios por medio de Su Espíritu, el Espíritu Santo, el Ángel del Pacto, en Sansón manifestándose; el velo de carne era Sansón allí. Y así ha obrado un sinnúmero de veces en diferentes personas.

Esos valientes de David, que tenían unas victorias tan inconcebibles, era el Espíritu de Dios en ellos, como en David.

Por eso David, cuando ya está un poquito con más edad, y hay un enfrentamiento entre el ejército de los filisteos contra el ejército de Israel, el ejército de Saúl…; y del campamento de los filisteos salía todos los días un hombre en la mañana, diciendo que le enviaran un hombre, un guerrero, un soldado para que peleara con él; y el que venciera, entonces…: si vencía el que Israel enviaba, entonces los filisteos serían siervos de Israel; pero si vencía el gigante Goliat, entonces todo Israel sería siervo de los filisteos[11].

Y como tenían ese hombre gigante, que medía alrededor de cuatro metros, entonces decían: “La victoria la tenemos segura”; y además tenía cuatro hermanos más, gigantes como él. Así que los filisteos estaban contentos; decían: “No hay por dónde perder. Les podemos ofrecer que seremos siervos de ellos si nos ganan, si le ganan al soldado que les estamos enviando”.

Pero ellos no sabían que había un joven que había sido ungido para ser rey, y que Dios lo estaba entrenando allá en el campo, pastoreando ovejas, en donde había tenido la victoria sobre osos y leones.

Y ahora, cuando salía ese gigante, los soldados del rey temblaban; no solamente ellos, sino el rey también.

Porque el rey, Saúl, era el hombre más grande en medio del pueblo hebreo; dice la Escritura que Saúl era más alto, del hombro hacia arriba, que cualquiera de los del pueblo hebreo; o sea que el más alto del pueblo hebreo le llegaba al hombro nada más[12]; era más alto; era como uno de esos baloncelistas gigantes, así.

Pero siempre habrá uno más alto, más grande que él. Siempre el que se crea grande sabrá que habrá uno más grande que él; y el más grande que haya sabrá – tiene que entender que hay uno más grande que él, que es Dios.

Y ahora, Saúl ahí tenía miedo.

Ninguno quería ir a enfrentarse con el gigante; y Saúl no dejaría a ninguno, porque sabía que iba a perder y se iban a convertir en siervos de los filisteos. Y cualquiera le podía decir: “Ve tú, Saúl”. Él podía decir: “Esto no se va a resolver de esa forma, yo yendo allá; ¿o es que quieren quedar como siervos todos?”.

Pero llegó un jovencito, no alto, no un hombre alto como Saúl; y entonces los hermanos de David le dicen: “¿Qué tú haces aquí? ¿Has venido para ver la batalla? Sabemos que tú eres así”. Sabían que David era de esa forma de ser: no le tenía miedo a nada. Y los hermanos de David estaban en el ejército y no – ninguno de ellos fue para enfrentarse con Goliat. Y el mayor de – hermano de David, el mayor de los hermanos, era una persona alta también; pero ninguno se atrevía.

Y sus hermanos lo regañaron: “¿Tú estás aquí…?, has venido para ver la batalla”. Y David les dice: “No, si yo he venido a traerles queso, comidas que papá me envió a ustedes, y para saber cómo están ustedes”. Pero David también… él sabía lo que estaba pasando y estaba interesado en la batalla.

Y en esos momentos aparece Goliat: Goliat retando al pueblo hebreo y retando a que le envíen uno para que pelee con él.

Y David lo escuchó, y se puso bravo David; y averigua también David qué le van a dar, qué le darán al que venza a ese hombre. Y co-… nadie se atrevía a ir para pelear con el hombre porque sabía que sería hombre muerto; no importa lo que le dieran, no iba a disfrutar de nada de lo que estarían ofreciendo. Y le dicen a David: “Le van a dar la hija del rey como esposa, y muchos dones, mucha riqueza”.

Y va por otro lugar y pregunta entre los soldados: “¿Qué le darán al hombre que venza, a la persona que venza a ese gigante, qué le darán?”. Y le dicen lo mismo, y se – empezó a interesarse David: casarse con la hija del rey, vendría a ser el segundo en el reino; y si se muere el rey, pues queda él como rey. Y como David había sido ungido como rey, pues ve como que el camino se está abriendo para llegar al trono.

Y llegan las noticias al rey Saúl, que está ahí en el campamento, y le dicen que hay un joven ahí preguntando mucho, preguntando qué le van a dar al que venza a ese gigante. Quizás el rey pensó que David era un hombre grande o que David conocía a una persona que podía pelear con ese gigante; y lo llaman (porque como nadie se atrevía, y aparece uno interesado, lo llaman). Y cuando el rey lo ve, ¿qué pensaría? Él pensaba que sería un hombre grande; y ahora cuando se encuentra que es un jovencito…

Pero Dios no menosprecia a los jóvenes; los jóvenes son instrumentos de Dios cuando se ponen en las manos de Dios. La edad no cuenta, lo que cuenta es lo que hay en el corazón.

Isaías no era un hombre viejo cuando comenzó; y cuando vio la gloria de Dios y escucha a Dios que dice: “¿A quién enviaré, y quién irá?”, Isaías dice: “Heme aquí, Señor, envíame a mí”.

Y ahora David está en el campo, en el campamento de Saúl y su reino – y su ejército, y ya está frente al rey. David lo conocía, pero Saúl no se recordaba que ese era el que le tocaba el arpa. Y David le dice al rey: “¡Yo iré!”.

El rey quizás preguntaba: “¿Quién va a ir?”; y ahora aparece uno que dice: “Yo iré. ¡Yo iré y lo venceré! Este incircunciso que ha provocado las huestes del Señor es como uno de aquellos osos o leones que yo maté”, y le cuenta la historia de cómo él hacía: venía un oso o un león, le tomaba una oveja, y él lo perseguía, le quitaba la oveja; y si se levantaba contra él: mataba al león o al oso. Y le dice: “Así es ese gigante, así será; es otro más, como un oso o un león, igual”.

Así David creyó que iba a ser, pues él está viendo que hay unos problemas en medio del pueblo y no hay quién resuelva esos problemas; y David está ungido. Por lo tanto, David sabía que si Dios dijo que él iba a ser rey, se iba a sentar en el trono como rey sobre Israel, pues no podía morir; eso lo entiende cualquiera. Por lo tanto, David mira eso como un escalón o una escalera para pasar a la realeza, para lograr llegar al trono.

Y le dice: “¡Yo iré!”.

Entonces Saúl le coloca un armamento, una armadura (no la de Saúl porque le quedaba grande; y le coloca una armadura). Y comienza David… Y quizás por poco se cae, porque no est-… Le dice: “Quítenme esto. Yo no estoy acostumbrado a tener estas vestiduras, a tener estas armaduras de militar”.

Se la quitan; y él agarra su honda y unas piedritas: cinco piedras que tomó del río, porque eran cinco gigantes: Goliat y sus cuatro hermanos, así que una para cada uno (las tenía contaditas ya); y va confiado de que él va a hacer lo mismo que hacía con los osos y con los leones; así es que usaba la honda: le daba, y después es fácil: cuando cae lo remata con el cuchillo que tenía o con alguna otra cosa que tuviera a la mano. De seguro andaba con un cuchillo o una arma blanca más grande, porque está en el campo y aparecen leones y osos; pero la honda era la especialidad de él.

Y ahora, no puede pensar en un cuchillito para Goliat; pero él ya había visto que tenía una espada grande, y con esa espada grande sí podía hacer algo; lo único que tenía era que tumbarlo y quitarle la espada, y con esa espada quitarle la cabeza.

Entonces David le dice: “Yo iré”. Toma su cayado, su honda, y va al río y busca cinco piedras. Y de seguro que Saúl dice: “Este muchacho tiene mucha fe; pero el enemigo es grande, ese gigante lo puede matar”; pero confió, por lo menos, en David. David le habló en Nombre del Señor, dijo que Dios les daría la victoria.

Entonces se enfrenta a Goliat. Y Goliat se molestó, porque está pidiendo que le envíen un hombre, un militar, y ahora le envían un muchacho con un palo, el cayado, un bolsito de piedras y una honda; y dice: “¿Soy yo acaso perro para que me envíen un muchacho con palos y piedras?” (porque así es como espantan a los perros, parece, en esos lugares), y maldijo a David.

¡Tremendo error!: maldecir a una persona que está bendecida por Dios; porque el que lo maldiga será maldito.

Así que cuando David escucha que lo está maldiciendo, dice: “Su derrota”.

Y entonces le dice: “Ven, te voy a enganchar en mi lanza, y te voy a colocar sobre los árboles para que te coman las aves”.

Y David camina hacia adelante y dice: “Tú vienes a mí con espada y lanza en el nombre de tu dios o de tus dioses, pero ¡yo vengo a ti en el Nombre de Jehová de los Ejércitos! Voy a cortar tu cabeza”. ¿Y con qué? Con la espada que Goliat tenía.

Y se mueven a la batalla.

Goliat de seguro pensó: “Esto es sencillo”; y además de eso tenía otra persona: el… (la otra persona) su ayudante; dos contra uno. Pero David solito, aparentemente; por lo tanto, eran dos contra dos, porque Dios estaba con él.

Quizás el escudero de Goliat no era tan grande, pero Goliat era grande. Pero del otro lado, el que se iba a enfrentar era pequeño, pero el que estaba con él era el grande: Dios, era el Gigante, más grande que Goliat.

Y ahora, David se mueve a la batalla y da, con una piedra que lanza de su honda, da en la frente de Goliat; el único lugar que tenía descubierto, ahí la colocó David. Tenía buena puntería, era un experto, y más: que con el poder de Dios con el cual iba esa piedra, iba más rápida que una bala disparada por el rifle más potente que tengan en la Tierra.

Cayó Goliat. El escudero, de seguro huyó con todo el pueblo cuando ven al gigante en el piso. Y David toma la espada de Goliat, le corta la cabeza (no se lo lleva a él completo, se lleva la cabeza nada más, y a lo mejor pesaba mucho, y la espada también), y se la trae a Saúl: “Aquí está. Como te dije que iba a ser, así ha sucedido”. Y la victoria fue ¿para quién? Para el pueblo hebreo.

El Hijo de David está prometido para sentarse en el Trono de David —porque el Trono de David es el Trono de Dios en la Tierra, y el Reino de David es el Reino de Dios en la Tierra—; por lo tanto, el Mesías-Príncipe, el Hijo de David, vencerá al anticristo.

Allá tenemos algo histórico, algo que ya ocurrió, que viene a ser tipo y figura de lo que va a ocurrir en este tiempo final.

Para este tiempo tenemos grandes bendiciones prometidas por Dios.

En la Primera Venida de Cristo tenía que morir; por eso no fue recibido como Rey. Por lo tanto, no criticamos el pueblo hebreo por lo que pasó; más bien le damos gracias a Dios por lo que pasó, porque todo obró para bien: para efectuarse la Redención allá en la Cruz del Calvario y la misericordia de Dios ser extendida sobre todos nosotros.

La Segunda Venida de Cristo será como Rey, como el León de la tribu de Judá, como el Hijo de David, Rey de reyes y Señor de señores, y Juez de toda la Tierra; es ahí donde la victoria del Señor será para bien, en favor del Reino de Dios. Cristo vencerá, y el Reino de Dios va a ser establecido en el planeta Tierra, y traerá la paz para Israel y para todas las naciones.

Ahora, para el Día Postrero habrá un hombre como Moisés —profeta dispensacional—, que será enviado al pueblo de Dios; primero a la Iglesia del Señor Jesucristo, y luego al pueblo hebreo. Habrá también un profeta mensajero que hará el entrelace de la Dispensación del Reino con la Dispensación de la Gracia, y el entrelace del Reino de Dios en la Tierra. Habrá un hombre también como David.

David fue el octavo hijo de Isaí; en el tipo y figura fue el octavo; y por consiguiente, en el Día Postrero, para la Edad de la Piedra Angular (que corresponde al número ocho), se cumplirán estos tipos y figuras.

Para el Día Postrero el Ángel del Señor Jesucristo será enviado de la presencia de Dios a la Tierra en carne humana, para estar como el mensajero de la Edad de la Piedra Angular.

Será enviado como Isaías; él dirá: “Heme aquí, Señor, envíame a mí”; y el Señor lo enviará. Es el único que está prometido que será enviado en el Día Postrero.

Será un mensajero dispensacional para traer el Mensaje dispensacional del Evangelio del Reino, y así el pueblo recibir la fe para ser transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero; porque el Mensaje del Evangelio del Reino gira alrededor de la Segunda Venida de Cristo y de la restauración – venida y restauración del Reino de Dios en la Tierra, que será la restauración del Reino de David.

Y la Venida de Cristo es como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores, como Hijo de David. Todo eso está dentro del Mensaje del Evangelio del Reino, que estará proclamando el Ángel del Señor Jesucristo, y dando así a conocer todas las cosas que han de suceder en la Tierra.

Estará también hablando de los juicios divinos que han de caer sobre la Tierra, porque estará abriendo el misterio de lo que es la hora del juicio divino, estará abriendo el misterio de lo que es el día de venganza del Dios nuestro; estará dando a conocer todas estas cosas que han de suceder en la Tierra.

Las cuales ya tenemos moviéndose todas estas cosas con el calentamiento global, los problemas todos del medio ambiente; la capa de ozono, que por los vientos solares se ha movido de las áreas de Perú, Ecuador y Colombia (Bogotá, Colombia), y están entrando ahora los rayos ultravioletas en una forma muy fuertes sobre esas regiones; y pueden continuar – puede continuar alejándose la capa de ozono de todo el territorio del continente americano y de otros continentes.

Fue publicado que fue movida, se movió para los polos; o sea, como cuando se hace así: se echa para un lado y para otro; pues para – los vientos solares entonces han echado hacia los polos: polo sur y polo norte, el ozono de esas áreas, y están en peligro esos lugares. Pero de eso hablaremos más adelante, en otras actividades.

Las plagas que fueron manifestadas en Egipto se estarán repitiendo en este tiempo final, por eso las encontramos en el libro del Apocalipsis.

Ahora, todas esas cosas que van a suceder las estará dando a conocer el Espíritu Santo por medio del Ángel del Señor Jesucristo, que estará en medio de la Iglesia del Señor, en la Edad de la Piedra Angular, en carne humana. Recuerden que ángel significa ‘mensajero’.

Y ahora, ese Ángel Mensajero, al llamado de Dios dirá: “Heme aquí, envíame a mí”. Por lo cual, así como a Ezequiel le fue dado un Libro que – para que se lo comiera, donde estaban todos los juicios, las plagas que caerían sobre el pueblo, para que se lo comiera ese Libro y hablara, profetizara de acuerdo a lo que estaba escrito en ese Libro[13]

No es un libro como los que tenemos nosotros, ni tampoco un pergamino literal, sino la Palabra; es de otra dimensión; y al comérselo recibe la orden de profetizar todas esas cosas que han de suceder.

En Apocalipsis, capítulo 10, también aparece el Ángel Fuerte, Cristo, el Espíritu Santo, con el Título de Propiedad, el Libro de los Siete Sellos, abierto, para entregarlo a un hombre para que se lo coma.

Juan el apóstol es tipo y figura de ese hombre que en el Día Postrero se lo va a comer, y es tipo y figura también de la Iglesia del Señor Jesucristo, la cual va a recibir toda esa revelación divina a través del mensajero que se comerá ese Título de Propiedad; y luego recibe la orden de profetizar sobre muchos pueblos, naciones y lenguas, ahí mismo en Apocalipsis, capítulo 10.

Y luego, en Apocalipsis, capítulo 11, tenemos el ministerio de los Dos Olivos, de los Dos Candeleros, que están delante de la presencia de Dios, que son los ministerios que el Espíritu Santo estará operando en el Día Postrero; ministerios que estarán en el Ángel del Señor Jesucristo, enviado para manifestar a Sus siervos las cosas que han de suceder pronto, conforme a Apocalipsis, capítulo 22, verso 6, y Apocalipsis, capítulo 22, verso 16, donde dice:

“Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana”.

Es el Señor Jesucristo el que dice que Él ha enviado Su Ángel; y si Él lo dice, pues así es.

Fue a través de ese Ángel del Señor Jesucristo que Juan el apóstol recibió toda la revelación de Jesucristo en el Apocalipsis o del Apocalipsis.

Así que ese será el que en el Día Postrero habrá dicho: “Señor, heme aquí, envíame a mí”; para lo cual coloca Dios Su Palabra en la boca de esa persona, para que pueda hablar no de acuerdo a sus pensamientos propios, sino conforme a los pensamientos de Dios expresados en esa Palabra que le es dada para que se la coma.

Le será amargo en el vientre, hablar, profetizar todas esas cosas; pero será dulce en la boca hablar la Palabra de Dios; porque no hay cosa más dulce que la Palabra de Dios[14].

Y ahora, hemos visto nuestro tema: “HEME AQUÍ, ENVÍAME A MÍ”.

Hemos visto quién ha sido el Enviado de Dios en diferentes tiempos: Moisés, los jueces, los profetas, luego Juan el Bautista; Jesús, los apóstoles, los mensajeros de cada edad de la Iglesia; y para el Día Postrero: el Ángel del Señor Jesucristo, el último de los mensajeros, que será el mensajero del Día Postrero, en el cual estará el Espíritu Santo hablando todas las cosas que han de suceder; y estará dándonos la fe para ser transformados y raptados y llevados a la Cena de las Bodas del Cordero.

Hemos visto nuestro tema: “HEME AQUÍ, ENVÍAME A MÍ”.

Hemos visto los que fueron enviados en tiempos pasados por Dios, para hablar la Palabra de Dios, y hemos visto quién será enviado en este tiempo final. Y todos los que han sido enviados por Dios han sido enviados por el Dios de Israel, el único Dios verdadero. Ese es mi Dios, ¿y de quién más? De cada uno de ustedes también.

Así que estamos muy cerca de algo grande que está prometido para suceder con la Iglesia del Señor Jesucristo y también con el pueblo hebreo.

Que las bendiciones de Cristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes y sobre mí también; y nos use a todos grandemente en Su Obra en este tiempo final.

Y ahora dejo nuevamente con ustedes al misionero Miguel Bermúdez Marín, para continuar y finalizar nuestra parte en esta ocasión. (Ya lo tenemos por aquí cerca).

Dios les bendiga y les guarde a todos.

“HEME AQUÍ, ENVÍAME A MÍ (EL ENVIADO DEL DIOS DE ISRAEL)”.

[Revisión marzo 2025]

[1] San Juan 1:18

[2] Éxodo 3:1-6

[3] 1 Corintios 3:16-17

[4] San Mateo 27:3-5

[5] 1 Samuel 8:4-9

[6] 1 Samuel 10:1

[7] 1 Samuel 15:1-35

[8] 1 Samuel 16:14-23

[9] 1 Samuel 17:34-36

[10] Jueces 16:1-3

[11] 1 Samuel 17:1-58

[12] 1 Samuel 9:2

[13] Ezequiel 2:1-10, 3:1-11

[14] Salmos 119:103

Scroll al inicio