A él oid

Muy buenas noches, amados amigos y hermanos presentes y los que se encuentran en otras ciudades y en otras naciones.     Que las bendiciones de Cristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes y sobre mí también.     Para esta ocasión leemos en San Mateo, capítulo 17, versos 1 en adelante, donde nos dice, verso 1 al 5… esto fue la experiencia o visión del Monte de la Transfiguración. Dice, capítulo 17, verso 1 al 5 de San Mateo:     “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;     y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.     Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.     Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.     Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.”      Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.     “A ÉL OID.”     Toda persona escucha a alguien, porque Dios nos ha dado uno de los sentidos que es el audio, el oído, y para podernos comunicar escuchando a las demás personas y luego hablándole a las demás personas; cosa que no ocurre así en la forma que sucede entre los seres humanos, no ocurre en medio de los animales en esa forma tan clara. Es que el ser humano fue hecho a imagen y semejanza de Dios, y por consiguiente es alma, espíritu y cuerpo; así como Dios es trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero estos tres son uno dice la Escritura: “Y el Padre y Yo una cosa somos,” dice Cristo. Y dice: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre.” (San Juan, capítulo 27, verso 30; y también San Juan, capítulo 14, verso 6 en adelante).     Es como usted y yo podemos decir: “El que me ha visto a mí, ha visto al que está dentro de mí.” Recuerden que el Padre, en el ser humano, equivale al alma de la persona, porque es lo más grande que hay en la persona el alma, eso es lo que es la persona en sí; y lo mismo es en Dios, Padre, es lo grande, lo mayor, el mismo Cristo dijo: “El Padre que mora en mí, Él hace las obras, el Padre es mayor que Yo.”     Y ahora, en Dios el Espíritu Santo que es el Ángel del Pacto, el cuerpo angelical de Dios, equivale en el ser humano al Espíritu de la persona, que es un cuerpo pero de otra dimensión parecido a nuestro cuerpo; así como es el Ángel del Pacto, un cuerpo espiritual de otra dimensión, el cual aparecía a los diferentes hombres de Dios desde Adán en adelante. El que le apareció a Moisés, el que libertó al pueblo hebreo, el que se aparecía en diferentes ocasiones a diferentes profetas.     En algunas ocasiones aparecía en la forma de luz, una Columna de Fuego o de luz, y en otras ocasiones aparecía en la forma de un hombre. Es que en esa luz, en esa Columna de Fuego, está ese cuerpo angelical; se ve en forma de luz en algunas ocasiones y en otras ocasiones es visto en la forma de un cuerpo humano, pero de otra dimensión; así es nuestro espíritu también, un cuerpo parecido a nuestro cuerpo pero de otra dimensión. Por eso cuando la persona muere físicamente, su cuerpo físico muere, la persona no murió, lo que murió fue su cuerpo físico, su casa terrenal, pero él sigue viviendo en otra dimensión.     Ahora, el ser humano así como Dios es trino el ser humano es trino, pero es una sola persona; y el cuerpo físico de Dios, que es el cuerpo de Jesús, equivale al cuerpo físico nuestro. Tan sencillo como eso.     Y ahora, el ser humano se pregunta viendo que hay tantas personas que hablan, dan discursos importantes, políticos o económicos (de la economía o también de la religión); y cuando se trata del asunto religioso el ser humano por consiguiente quiere escuchar la Voz de Dios, y se preguntan: “¿A quién oiré? Porque estos dicen, hablan de Dios y dicen que tienen la verdad; estos otros dicen que hablan de Dios y tienen la verdad, ¿quién tiene la verdad? ¿A quién debo escuchar? ¿A quién oiré?” En la Escritura estamos llamados a escuchar a Dios.     ¿Ahora, cómo es que Dios habla al ser humano? Eso es lo importante para saber cómo vamos a escuchar la Voz de Dios.     A través de la Escritura podemos dar un recorrido sencillo para ver cómo es que Dios habla y cómo es que podemos escuchar en este tiempo a Dios. Por ejemplo, tenemos el caso de Zacarías, capítulo 7, versos 11 en adelante que nos muestra claramente como es que Dios le habla a Su pueblo, como le habla a Sus hijos. Por eso la Escritura dice: “Si oyes hoy la Voz de Dios, no endurezcas tu corazón.”     Y ahora, Zacarías, capítulo 7, versos 11 al 12, dice hablando del pueblo hebreo:     “Pero no quisieron escuchar, antes volvieron la espalda, y taparon sus oídos para no oír;     y pusieron su corazón como diamante, para no oír la ley ni las palabras que Jehová de los ejércitos enviaba por su Espíritu, por medio de los profetas primeros…”     ¿Cómo Dios le hablaba? Por medio de Su Espíritu, el Espíritu Santo que es el Ángel del Pacto. Por medio del Ángel del Pacto, ese Cuerpo angelical de Dios, es que Dios le hablaba al pueblo; pero las personas no pueden escuchar el Espíritu de Dios a menos que tenga un velo de carne a través del cual hablarle en el idioma de las personas; y para eso dice:     “…las palabras que Jehová de los ejércitos enviaba por su Espíritu, por medio de los profetas primeros.”     ¿Ve? En palabras más claras: Dios dentro de Su Cuerpo angelical, el Ángel del Pacto, se metía en un cuerpo de carne llamado un profeta, y entonces Él le hablaba a través de ese profeta al pueblo. Tan simple como eso. Porque Dios no tenía el cuerpo de carne porque estaba más adelante cuando Él se creara Su propio cuerpo físico, el cual vino a aparecer con el nacimiento del niño Jesús a través de la virgen María; ese cuerpo de carne es el cuerpo de carne de Dios, es el velo de carne de Dios. Por eso en Isaías, capítulo 7, verso 14, nos dice:     “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo (un niño), y llamará su nombre Emanuel (que traducido es Dios con nosotros).” (Isaías, capítulo 7, verso 14).      Y también en San Mateo, nos habla lo mismo cuando el Ángel Gabriel le aparece a la virgen María y le habla acerca de que va a tener un niño, y que va a ser llamado Hijo de Dios, y Dios le dará el Trono de David su Padre, y reinará para siempre sobre la casa de Jacob. Eso está en San Lucas, capítulo 1, versos 30 al 36. Pero en San Mateo, capítulo 1, verso 18 al 25 nos dice también como fue el nacimiento de Jesús, dice:     “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo.”     Había concebido no de un hombre sino del Espíritu Santo; no de José sino del Espíritu Santo.     “José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente.     Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David…”     ¿Por qué le dice José, hijo de David? Porque es un descendiente del rey David; José descendiente del rey David por la línea de Salomón, y la virgen María descendiente del rey David por la línea de Natán, hijo de David; Natán hijo de David y Salomón hijo de David también, por esas dos líneas, vino María por la línea de Natán y por la línea de Salomón vino José; por eso le llama José hijo de David.     “…no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es.     Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.     Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo:      He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo,     Y llamarás su nombre Emanuel,     que traducido es: Dios con nosotros.”     Y ahora, vean cómo el Ángel le habla a José para que no deje a su esposa María, o sea, su comprometida María, porque lo que en ella está engendrado es del Espíritu Santo; y por eso será llamado ¿qué? Hijo de Dios. El Ángel le dice la virgen María que será llamado Hijo de Dios.     Y ahora, encontramos que en Jesucristo moró la plenitud de la divinidad. En Él encontramos la plenitud de la divinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. O sea, encontramos a Dios vestido de carne humana, encontramos a Dios a la semejanza física del ser humano, o sea, con un cuerpo físico llamado Jesús; por eso es que Jesús decía: “Yo he venido en el nombre de mi Padre.”     Y ahora, miren ustedes la promesa de la Venida del Mesías, de la primera y de la segunda, está en Malaquías, capítulo 3, es uno de los lugares; y en el capítulo 4; en el capítulo 3, dice, verso 1 en adelante:     “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí…”     Un precursor que viene preparando el camino al que vendrá después de él, o sea, le viene preparando el camino al Mesías. Juan el Bautista fue ese mensajero que vino delante del Señor, preparándole el camino, el cual decía que después de él vendría uno mayor que él, del cual él no era digno de desatar la correa de su calzado, y le dice: “Él les bautizará con Espíritu Santo y Fuego, ése es el que les va a bautizar con Espíritu Santo y Fuego,” y por consiguiente el que va a producir el nuevo nacimiento en las personas, el que va a producir esa transformación.     Así es el programa para el nuevo nacimiento de las personas, y así se efectúa esa parte espiritual en el ser humano, nacen de nuevo al recibir el Espíritu de Cristo luego de haber creído en Cristo y haber sido bautizados en agua en Su Nombre; y al recibir el Espíritu obtienen el nuevo nacimiento. Ahora obtienen el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, y por consiguiente han obtenido un cuerpo angelical porque un espíritu es un cuerpo de otra dimensión.     Recuerdan cuando Pedro estuvo preso, (ahí en el libro de los Hechos nos habla de eso), y dice que un Ángel lo libertó, el Ángel de Dios, lo sacó de la cárcel y lo guió hasta la mitad del camino, y él cuando se da cuenta, él creía que era visión lo que él estaba teniendo pero era realidad.     Algunas veces pensamos: “¿Será realidad o sueño lo que estamos teniendo?” Aquello era un sueño hecho realidad. El cumplimiento de la promesa divina es un sueño hecho realidad, el sueño que todos han tenido: ver la Venida del Señor. Por eso Él dice a Sus discípulos Cristo en el capítulo 13 de San Mateo, versos 11 al 17:     “…bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.”     La bienaventuranza de ver y oír ¿cuál era?  “Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque muchos de los profetas desearon ver, ven y oyen lo que muchos de los profetas desearon ver y oír, y no lo oyeron.”     ¿Y qué era lo que ellos estaban viendo y oyendo? Estaban viendo la Venida del Mesías y estaban oyendo al Mesías predicando, hablándoles; y por consiguiente estaban oyendo a aquel del cual en el monte de la Transfiguración Dios dijo: “Este es mi Hijo amado, a Él oid.” Por lo tanto los discípulos del Señor Jesucristo estaban oyendo a quien tenía que escuchar.     También el profeta Moisés en el capítulo 18 de Deuteronomio nos da a conocer lo que Dios le dijo que iba a hacer; porque el pueblo al escuchar la Voz de Dios y ver la presencia de Dios en el monte Sinaí tuvo miedo al ver el Fuego divino allí, y dijo: “No hable Dios más con nosotros porque hemos de morir, que te hable a ti Moisés, tú habla con Dios y Él contigo, y entonces tú nos dices a nosotros lo que Dios diga.” Vamos a verlo aquí, capítulo 18 de Deuteronomio, versos 15 en adelante, dice:     “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis…”     ¿Y por qué al estar escuchando ese profeta se estará escuchando la Voz de Dios? Porque en él estará Dios, Dios velado en un cuerpo humano hablándole a Su pueblo; y esta promesa se cumple parcialmente en todos los profetas y plenamente en el Mesías. En los profetas se cumple parcialmente y viene a ser tipo y figura de lo que Él va a hacer luego más adelante a través del Mesías Príncipe. Ese es al que tenemos que escuchar, ¿por qué? Porque en él está el Ángel del Pacto, el Espíritu Santo hablando, Dios por medio de Su Espíritu Santo hablando a través de un velo de carne llamado un profeta; y eso es escuchar la Voz de Dios para el tiempo en que la persona está viviendo, porque para cada tiempo Dios tiene un mensajero.     Casi siempre usted encontrará que el mensajero que Dios tiene para cada tiempo es perseguido, y el más que fue perseguido fue el Señor Jesucristo; así que en Él tenemos el ejemplo de lo que es un profeta y de las persecuciones por las cuales pasa un profeta. Hablaban algunas personas muy bien de Jesús (los creyentes en Él), pero los que no creían en Él hablaban muy feo acerca de Jesús.     ¿Y a quién tenían que escuchar las personas? ¿A los que hablaban mal de Jesús? No, los que hablaban mal de Jesús eran enemigos de Jesús, se constituían en enemigos de Jesús y por consiguiente en enemigos de Dios; porque Dios estaba en Cristo manifestado en toda Su plenitud. Por eso Él decía: “Yo no habla nada de mí mismo, lo que Yo escucho al Padre hablar eso es lo que Yo hablo, lo que Él me muestra. Y el Padre que mora en mí, Él es el que hace las obras; Yo no las hago de mí mismo.”     Era Dios obrando por medio de Su cuerpo de carne llamado Jesús, como obró por medio de los diferentes profetas: por medio del profeta Elías, por medio del profeta Moisés, esos grandes hombres de Dios, profetas de Dios, eran el velo de carne a través del cual Dios se manifestaba, hablaba al pueblo en aquellos días.     Hay profetas de edades y hay profetas de dispensaciones; los profetas de dispensaciones son muy pocos, solamente siete, uno para cada dispensación; por medio de ese profeta de cada dispensación es que Dios se vela en ese cuerpo humano, en ese mensajero o profeta de esa nueva dispensación, y a través de ese profeta comienza una nueva dispensación, coloca Su Palabra creadora en la boca y el corazón de ese hombre, y ese hombre capta esa revelación divina y comienza a hablar, comienza a hablar esa Palabra y las cosas comienzan a ocurrir y los que son de Dios oyen, ¿qué? La Voz de Dios; los que son almas de Dios que tienen sus nombres escritos en el Cielo en el Libro de la Vida del Cordero.     Por eso es que Cristo dijo: “El que es de Dios, la Voz de Dios oye.” (San Juan, capítulo 8, verso 47). Y en San Juan, capítulo 10, versos 14 en adelante, y también capítulo 10, verso 27 al 30, el Señor Jesucristo comparando a los que escucharían Su Voz, los menciona, los llama ovejas, dice: “Mis ovejas oyen mi Voz y me siguen; y Yo las conozco, y Yo les doy Vida eterna; y no perecerán jamás. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y Yo una cosa somos.” Ahí tenemos a Dios con Su cuerpo angelical dentro del cuerpo de carne llamado Jesús; ahora, eso era la Venida del Mesías.     Ahora, vamos a continuar leyendo en Deuteronomio, capítulo 18, y luego pasamos a un pasaje que solamente les leí la mitad y les debo la mitad. Sigue diciendo… vamos a repetir este verso 15 del capítulo 18 de Deuteronomio:     “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis…”     ¿Por qué Dios exige que escuchen al profeta que Dios levantará? Recuerden que Él dijo: “El que recibe al que Yo enviare me recibe a mí.” ¿Por qué? Porque Dios está en el que Él envía, Dios está por medio de Su cuerpo angelical, el Espíritu Santo en ese mensajero que Él envía. Dice:     “…conforme a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera.     Y Jehová me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho.     Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.     Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta.     El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá.”     Ahora, podemos ver a quién Dios dice que escuchemos, y si Dios lo dice, yo lo creo.     Y ahora, vemos lo que nos dice Dios en Éxodo, capítulo 23, verso 20 en adelante:     “He aquí yo envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado.     Guárdate delante de él, y oye su voz…”     ¿A quién dice Dios que escuche el pueblo? Al Ángel que Él envía; ese Ángel es el cuerpo angelical de Dios, es la imagen divina, la imagen del Dios viviente, o sea, el cuerpo visible pero de otra dimensión de Dios. Sigue diciendo:     “Guárdate delante de él, y oye su voz;  no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él.”     Muchas personas han querido saber cuál es el Nombre de Dios, pero miren el Nombre de Dios está en el Ángel, en ese cuerpo angelical de Dios. Por eso cuando Moisés en el capítulo 3, del Éxodo se encuentra con el Ángel de Dios y el Ángel lo envía para la liberación del pueblo hebreo allá en Egipto, Moisés luego le pregunta: “Si ellos me preguntan cuál es Tu Nombre ¿qué les voy a contestar?” Y entonces ahí es que el Ángel del Pacto le dice: “Yo Soy el que Soy; y dirás al pueblo: Yo Soy me envío a vosotros.” (Capítulo 3, verso 13 al 15 del Éxodo).     Es que así como en cada uno de nosotros está el nombre nuestro, el que nos pusieron nuestros padres terrenales, por eso cuando usted ve a una persona dice: “Ahí va fulano de tal,” porque el nombre está colocado en el velo de carne; y si la persona muere y usted lo ve y lo reconoce, dice: “Ahí está fulano de tal,” porque el nombre también está en el cuerpo espiritual. Así era en el cuerpo angelical de Dios; el Nombre de Dios estaba en el Ángel, en ese cuerpo angelical, que es el Espíritu Santo. Y luego cuando se hizo carne el Nombre de Dios estaba ¿dónde? En el velo de carne también; por eso Jesús decía: “Yo he venido en el Nombre de mi Padre.” Por eso el nombre Yeshua viene a ser el Nombre de Dios, que es colocado en el cuerpo físico de Dios en la primera Venida del Señor.     Pero ahora el Señor Jesucristo dice en Apocalipsis, capítulo *3, verso 17.     “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.”     Les voy a confirmar el capítulo, capítulo 3, verso 12, les había citado capítulo 2, verso 17, ahí pues algo también, donde dice:     “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.”     En la piedrecita blanca; y recuerden somos piedras vivas, y el Señor Jesucristo es la Piedra del Ángulo que los edificadores desecharon, el cual dijo: “Yo he venido en Nombre de mi Padre.” Ahí estaba el Nombre de Dios, en Cristo, la Piedra del Ángulo, la Piedra Angular; y en Su segunda Venida va a estar Su Nombre nuevo, y el Nombre de nuestro Dios, y el Nombre de la Ciudad de nuestro Dios, el Nombre de la nueva Jerusalén va a estar ahí en la segunda Venida del Señor.     Por eso en Apocalipsis, capítulo 19, habla también de un nombre; capítulo 19, verso 11 en adelante, del Apocalipsis, dice:     “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea.     Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo.      Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS.     Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos.     De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso.”     Aquí viene con un nombre que nadie entiende, y Su Nombre es el Verbo de Dios, el Verbo es el Ángel del Pacto, el cuerpo angelical de Dios; el que viene en ese caballo blanco ese jinete es el Verbo de Dios, el Ángel del Pacto, el Espíritu Santo, Dios en ese cuerpo angelical llamado el Ángel del Pacto o Ángel del Señor, o Ángel de Dios; ahí está el Nombre de Dios, viene con un Nombre que nadie entiende, que nadie conoce; por lo tanto no es Jesús, el Nombre es el Nombre nuevo del cual fue prometido en Apocalipsis, capítulo 3, verso 12:     “…y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo. ”     Ahí viene con el Nombre nuevo.     La segunda Venida de Cristo será con Su Nombre nuevo; y si era misteriosa la segunda venida de Cristo en las Escrituras, aun más, al saber que viene con un Nombre nuevo. Pero es el mismo Ángel del Pacto, el cual es Cristo en Su cuerpo angelical, ese es el Ángel del Pacto.     Por eso Él cuando estuvo hablando con los judíos en una ocasión en donde hubo una discusión entre los judíos y Jesús, vean, donde quiera que Jesús iba hubo ciertas dificultades cuando se acercaban aquellos que estaban en contra de Él, contra suyo, discutían con Él y Él les hablaba; pero Él era también… les hablaba fuerte en muchas ocasiones. Él les decía que no eran de Dios, que si fueran de Dios lo amarían; y Él les dice: “Abraham deseó ver mi día, y lo vio y se gozó.” Le dicen entonces los judíos (San Juan, capítulo 8, verso 56 al 58)… le dicen los judíos: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y dices que has visto a Abraham?” Entonces Jesús les dice: “Antes que Abraham fuese, Yo soy.” ¿Y cómo era? Si Su cuerpo físico había nacido hacían de treinta a treinta y tres años en Belén de Judea a través de la virgen María.     ¿Cómo un hombre puede decir que era antes que Abraham cuando todos saben que no tenía ni cincuenta años todavía? Es que en Su cuerpo físico tenía unos treinta a treinta y tres años, pero en Su cuerpo angelical era antes que Abraham, porque ese cuerpo angelical de Dios llamado el Espíritu Santo, el Ángel del Pacto, es llamado el Verbo que era con Dios y era Dios, del cual nos dice San Juan, capítulo 1, versos 1 en adelante:     “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.     Este era en el principio con Dios.     Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.”     El Verbo creó todas las cosas, y el Verbo que era con Dios y era Dios, es el Ángel del Pacto, el Espíritu Santo, el Ángel de Dios en el cual estaba Dios, está y estará eternamente; y luego se creó un cuerpo de carne en el vientre de la virgen María.     Ahora vean, sigue diciendo:     “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.     La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.     Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.    Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.     No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.     Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.     En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.”     El mundo por Él fue hecho, el creador, ahí tienen el origen de la creación; la ciencia está buscando el origen de la creación, miren, y es nada menos que el Verbo que era con Dios, el Ángel del Pacto, el cual es Cristo en Su cuerpo angelical. Sigue diciendo, hablando de Juan:     “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan.     Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.     No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.”     O sea, diese testimonio del Mesías, el cual es la luz, el Ángel del Pacto, la Columna de Fuego que vendría a este mundo vestido de un cuerpo humano, y ése sería el Mesías, la Venida del Señor.     “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.”     ¿Cómo vendría? Vendría en un cuerpo humano; dentro de ese cuerpo estaría el Espíritu Santo, la Columna de Fuego. Recuerden que cuando Juan el Bautista bautizó a Jesús, el Espíritu Santo reposó sobre Jesús, y luego Jesús… y dice Dios: “Este es mi Hijo amado.” ¿Y a quién van a oír? A Él. A Él oid.     Y ahora, veamos lo que nos sigue diciendo:     “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.     A lo suyo vino (o sea, a los judíos), y los suyos no le recibieron.     Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios…”     Los que creen en el Nombre del Señor Jesucristo y lo reciben como Salvador, son bautizados en agua en Su Nombre y Cristo los bautiza con Espíritu Santo y Fuego, y produce en esas personas el nuevo nacimiento, nacen como hijos e hijas de Dios en el Reino de Dios. “De cierto, de cierto te digo…”  Dice Cristo a Nicodemo en San Juan, capítulo 3, versos 1 al 6:     “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.”     Esa es la única forma para entrar al Reino de Dios: naciendo del agua, o sea, del Evangelio de Cristo y del Espíritu, recibiendo el Espíritu Santo, así es como se entra al Reino de Dios, así es como se nace de nuevo; así como para estar en este planeta Tierra tuvimos que nacer a través de nuestros padres terrenales, y para estar en el Reino de Dios tenemos que nacer ese nuevo nacimiento, del agua y del Espíritu, del Evangelio de Cristo y del Espíritu Santo. No hay otra forma para entrar al Reino de Dios.     Ahora, sigue diciendo:     “…los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.”     El nuevo nacimiento no es por voluntad humana, no es por medio de la unión de un hombre y de una mujer, sino por medio de Dios a través de Su Espíritu Santo en medio de Su Iglesia, que está produciendo, reproduciéndose en muchos hijos e hijas de Dios.     La Iglesia del Señor Jesucristo es la segunda Eva y el señor Jesucristo es el Segundo Adán, para reproducirse en muchos hijos e hijas de Dios, y nacer así en el Reino de Dios; y luego cuando llegue la parte física, la esfera física, recibirán los muertos en Cristo un cuerpo nuevo y eterno; y es como nacer de nuevo, nacer en la parte física, surgir nuevamente a la vida física en un cuerpo físico y glorificado y joven para toda la eternidad; y para los que estén vivos creyentes en Cristo nacidos de nuevo, la transformación. Y entonces todos seremos jóvenes a imagen y semejanza de Cristo con Vida eterna, no solamente en el alma y el espíritu, sino con Vida eterna en el cuerpo físico también; un cuerpo inmortal, incorruptible, un cuerpo para toda la eternidad. Y ese es el cuerpo que todos nosotros hemos estado deseando y pronto lo vamos a recibir.     Por ese cuerpo, por esa adopción, es que claman los hijos de Dios y toda la creación; clama por esa adopción, por la manifestación de los hijos de Dios, manifestación de los hijos de Dios en cuerpos eternos. Esa es la adopción, la redención del cuerpo; y así tendremos cuerpos eternos para vivir ¿por cuánto tiempo? Por toda la eternidad con Cristo en Su Reino eterno. “Si oyes hoy Su Voz no endurezcas tu corazón.” Es la Voz de Cristo la que todos están llamados a escuchar.     Ahora, la Venida del Mesías conforme a Malaquías, capítulo 3, nos habíamos detenido cuando llegó (en ese capítulo 3, verso 1), cuando llegó a la mitad, donde dice:     “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí…”     Y sabemos que ese fue Juan el Bautista, ahí nos detuvimos hace algunos minutos; y luego la continuación dice:     “…y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis…”     O sea, vendrá Dios el Padre, y el Ángel del Pacto, o sea, el Ángel de Dios, el Espíritu Santo, el cuerpo angelical de Dios, la imagen del Dios viviente. ¿A dónde vendrá? A Su Templo.     Cuando Cristo estuvo frente al templo allá en Jerusalén en el capítulo 2 de San Juan, dice: “Destruyan este templo, y en tres días Yo lo levantaré.” Le dicen a Jesús: “En cuarenta y seis años fue levantado este templo, fue edificado este templo, ¿y Tú dices que en tres días Tú lo vas a levantar, que lo destruyamos?” O sea, para las leyes allá, estaba incitando al pueblo a destruir el templo; y cualquier persona que hace eso y es reportado, lo denuncian, lo llevan a la Corte.     Cualquier persona que diga, se pare frente a las agencias de gobierno y vaya con un grupo de personas, y diga: “Destruyan este edificio de gobierno,” lo van a meter preso, es un terrorista. Así pensaban acerca de Jesús, en las acusaciones que le hicieron cuando lo estaban juzgando, hubo unos testigos que decían: “Le escuchamos decir que destruyéramos el templo, y ‘en tres días Yo lo voy a levantar.” Pero la Escritura nos dice ahí en San Juan, capítulo 2, verso 19 en adelante:     “Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.     Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?     Mas él hablaba del templo de su cuerpo.     Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho.”     Ahora, vean cómo Jesús hablando de Su cuerpo dice: “Destruyan este templo.” El Templo humano de Dios es el cuerpo físico de Jesús; el templo de piedras de Dios, el que construyó Salomón ni siquiera estaba allí, ese que estaba allí en esos días, de piedras, lo había construido Herodes.     Ahora, también la Escritura dice que somos Templos de Dios, que nuestro cuerpo es Templo de Dios, que el Espíritu de Dios mora en nosotros. Somos un Templo humano, por eso tenemos alma, espíritu y cuerpo; tenemos el cuerpo que es el atrio, el espíritu que es el lugar santo y el alma que es el lugar santísimo, el lugar de morada de Dios en nosotros como Templo.     Y ahora, “vendrá súbitamente a Su templo el Señor (o sea, Dios el Padre, al Templo humano, al Templo de carne: Jesús, vino), y el Ángel del Pacto, a quien vosotros deseáis,” el Espíritu Santo el Día de Pentecostés, el día que fue bautizado Jesús, vino sobre Jesús. Juan dijo: “Este es aquel del cual yo dije que después de mí vendría uno mayor que yo, el cual les bautizaría con Espíritu y Fuego. Yo no le conocía, pero el que me mandó a bautizar me dijo: Sobre quien tú veas el Espíritu Santo descender sobre Él, ese es Él.” Y él dice que vio al Espíritu Santo descender en forma de paloma sobre Jesús. Eso no quiere decir que todas las personas lo vieron, Juan era profeta y tenía las dos conciencias juntas, y por consiguiente podía ver la dimensión angelical.     Y ahora, ahí tenemos el Templo humano de Dios, el cuerpo de Jesús; y tenemos el cuerpo angelical de Dios, el Ángel del Pacto, el Espíritu Santo, y por consiguiente Padre, Hijo y Espíritu Santo lo encontramos todo en Jesús; porque en Él habitó y habita, y habitará eternamente la plenitud de la divinidad de Dios. Por eso Él decía: “Yo y el Padre (o el padre y Yo) una cosa somos. El Padre que mora en mí Él hace las obras.” Y también decía: “El Espíritu del Señor está sobre mí por cuanto me ha ungido.” (San Lucas, capítulo 4).     Y eso fue leyendo Él, la Escritura de Isaías, capítulo 61, y luego dijo cuando se sentó luego dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.” La Escritura, la promesa de la Venida del Mesías estaba cumplida en ese joven de Nazaret, un hombre sencillo, un obrero de la construcción, porque Él trabajaba con Su padre adoptivo en la ebanistería o carpintería, y era sencillo, pero era el velo de carne el Templo humano donde Dios moraba; y por medio de ese cuerpo humano, de ese Templo humano llevó a cabo el Sacrificio de Expiación por el pecado del ser humano para que todos tenganos la misma oportunidad de obtener la salvación y Vida eterna. “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (San Lucas, capítulo 19, verso 10). Y San Mateo, capítulo 18, versos 11 al 14: “Porque no es la voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeñitos, de estos hermanos más pequeños o menores que Jesús.”     No es la voluntad de Dios que nos perdamos sino que nos salvemos, para eso Él llevó a cabo la obra de Salvación, de Redención en la Cruz del Calvario para salvarme a mí, ¿y a quién más? A cada uno de ustedes también.     Ya yo le recibí como mi Salvador, y por consiguiente ya me dio Vida eterna, viviré con Él en Su Reino por toda la eternidad. ¿Y quién más? Cada uno de ustedes también.     Si hay alguna persona que todavía no ha recibido a Cristo como Salvador, lo puede hacer en estos momentos y estaremos orando por usted; para que Cristo le reciba en Su Reino, le perdone y con Su Sangre le limpie de todo pecado, sea bautizado en agua en Su Nombre, y Cristo le bautice con Espíritu Santo y Fuego y produzca en ustedes el nuevo nacimiento, y así obtenga la Vida eterna, así tenga asegurado el futuro eterno suyo en el Reino de Dios.     Pueden pasar al frente las personas que todavía no lo han recibido y Dios les ha hablado a su corazón y nació la fe de Cristo en su alma, en su corazón, pueden pasar al frente, porque recuerden que “la fe viene por el oír la Palabra,” el Evangelio de Cristo, “y con el corazón se cree para justicia pero con la boca se confiesa para salvación.”     Luego de escuchar y nacer la fe de Cristo en el alma y creer en Cristo, entonces damos testimonio público de nuestra fe en Cristo recibiéndole como nuestro único y suficiente Salvador; porque se confiesa con la boca a Cristo como Salvador, ¿para qué? Para salvación.     Dios tiene mucho pueblo en la República Mexicana y los está llamando en este tiempo final, para colocarlos ¿dónde? En Su Reino eterno para que vivan eternamente en el Reino de Dios.     Lo más importante es la Vida eterna. No hay otra cosa más importante que la Vida eterna.     Los niños de diez años en adelante, pueden también venir a los Pies de Cristo, porque Cristo tiene lugar en Su Reino para los niños también. Recuerden que Él dijo: “Dejad a los niños venir a mí y no se lo impedíais, porque de los tales es el Reino de los Cielos.”     Vamos a estar puestos en pie para orar por las personas que han venido a los Pies de Cristo; los que están en otras naciones y en otras ciudades pueden también venir a los Pies de Cristo, para que queden incluidos en la oración que estaremos haciendo por los que están recibiendo a Cristo como único y suficiente Salvador.     Vida eterna es lo que todos deseamos, y todos tenemos la oportunidad de recibirlo por medio de Cristo. Él dijo: “Yo he venido para que tengáis vida en abundancia, Vida eterna.” También dice Cristo, dice la Escritura: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo Unigénito para que todo aquel que en Él cree no se pierda, más tenga Vida eterna.” Esa es la única forma de tener la Vida eterna por medio de Cristo. “Mis ovejas oyen mi Voz y me siguen; y Yo las conozco, y Yo les doy Vida eterna.”     Es para recibir la Vida eterna que escuchamos la predicación del Evangelio de Cristo, lo recibimos como Salvador, y Él nos da Vida eterna. Esa es la meta, ése es el propósito por el cual Él envió a predicar el Evangelio y por el cual Él también murió en la Cruz del Calvario.     Con nuestras manos levantadas al Cielo, a Cristo, los que están presentes y los que están en otras naciones, nuestros ojos cerrados repitan esta oración que estaremos haciendo:     Señor Jesucristo, vengo a Ti trayendo todas estas personas que Te están recibiendo como único y suficiente Salvador. Señor, los traigo a Ti, han escuchado la predicación de Tu Evangelio y nació la fe Tuya en sus corazones.     Repitan conmigo esta oración:     Señor Jesucristo, escuché la predicación de Tu Evangelio y nació Tu fe en mi corazón. Creo en Ti con toda mi alma, creo en Tu primera Venida, creo en Tu Nombre como el único Nombre bajo el Cielo dado a los hombres en que podemos ser salvos. Creo en Tu muerte en la Cruz del Calvario como el Sacrificio de Expiación por nuestros pecados. Doy testimonio público de mi fe en Ti y Te recibo como mi único y suficiente Salvador.     Te ruego Señor, tengas misericordia de mí, reconozco que soy pecador y necesito un Salvador. Te ruego perdones mis pecados y con Tu Sangre me limpies de todo pecado, y me bautices con Espíritu Santo y Fuego, y produzcas en mí el nuevo nacimiento.     Señor, sálvame, Te lo ruego en Tu Nombre eterno y glorioso, Señor Jesucristo. Amén.     Con nuestras manos levantadas al Cielo, a Cristo, todos decimos: ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! ¡La Sangre del Señor Jesucristo me limpió de todo pecado! Amén.     Ustedes me dirán: “Quiero ser bautizado en agua lo más pronto posible porque Cristo dijo: ‘El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.’ ¿Cuándo me pueden bautizar?” Es la pregunta desde lo profundo de vuestro corazón. Por cuanto ustedes han creído en Cristo, bien pueden ser bautizados.     El bautismo en agua no quita los pecados, es tipológico, simbólico, es a la semejanza de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, es un mandamiento de Cristo que dijo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo.”     Por lo tanto, en el bautismo en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, la persona se identifica con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección.     Bien pueden identificarse con Cristo siendo bautizados en agua en el Nombre del Señor Jesucristo. Y que Cristo les bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en ustedes el nuevo nacimiento, recordando que cuando usted recibe a Jesucristo como Salvador muere al mundo; y cuando el ministro lo sumerge en las aguas bautismales, tipológicamente está siendo sepultado; y cuando es levantado de las aguas bautismales está resucitando a una nueva vida, a la Vida eterna con Cristo en Su Reino eterno. Tan sencillo como eso es el simbolismo, la tipología del bautismo en agua en el Nombre del Señor Jesucristo.     Por lo tanto, bien pueden ser bautizados. Y que Cristo les bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en ustedes el nuevo nacimiento; y nos continuaremos viendo por toda la eternidad en el glorioso Reino de Jesucristo nuestro Salvador.     Continúen pasando todos muy buenas noches.     Dejo al ministro aquí correspondiente para que les indique cómo hacer para ser bautizados en agua en el Nombre del Señor Jesucristo. Y mañana estaremos en Reforma, Dios mediante, para los que viven en esa área o los que estarán también allá acompañándonos.     Dios les bendiga y les guarde, y continúen pasando una noche feliz, llena de las bendiciones de Cristo nuestro Salvador.     “A ÉL OÍD.”

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