La victoria que Dios nos da por medio de Jesucristo

Muchas gracias, reverendo Miguel Bermúdez Marín. Te deseo un feliz cumpleaños número 82, y que las bendiciones de Cristo, el Ángel del Pacto, sean sobre ti y sobre tu esposa Ruth, y sobre tus hijos e hijas; y que Dios los bendiga y los use grandemente a todos en la Obra del Señor correspondiente a este tiempo final. En el Nombre del Señor Jesucristo. Amén.

La Embajada de Activistas por la Paz comienza la donación de sangre el sábado 5 de octubre en Puerto Rico y en todos los países; por lo tanto, pueden ir desde esa fecha en adelante a los centros de donación de sangre que la Embajada de Activistas por la Paz tendrá para esa importante labor en pro de la vida, de la salud, del prójimo; pues la vida está en la sangre. En la sangre está la vida, nos dice la Escritura en el libro de Levítico. Es una importante labor que la Embajada de Activistas por la Paz lleva a cabo dos veces al año, para que así todos tengamos una cultura de donación de sangre voluntaria.

En la República Mexicana, la Embajada de Activistas por la Paz tiene la campaña nacional de apoyo a los damnificados por los huracanes Manuel e Ingrid, en la República Mexicana. A los Activistas y voluntarios de la Embajada de Activistas por la Paz en México: en días recientes la nación mexicana sufrió el fuerte impacto de los tormentas Manuel en el Pacífico mexicano, e Ingrid en la región del Golfo, las cuales provocaron grandes inundaciones dejando miles de damnificados en varios estados del país; especialmente en Guerrero, Tamaulipas y Veracruz.

La Embajada de Activistas por la Paz, que trabaja por el bienestar de la familia humana, tiene el ineludible compromiso de apoyar a quienes resultaron afectados por estas inundaciones como una expresión de apoyo a nuestro prójimo, a nuestros semejantes.

Por este motivo es que se hace un llamado a todos los Activistas y voluntarios de la Embajada, para que participen en la campaña nacional de apoyo a los damnificados por los huracanes Manuel e Ingrid. La campaña consiste en el acopio de alimentos enlatados o empaquetados, agua en envase, artículos de limpieza e higiene personal y ropa.

Debido a realizarse esta convocatoria a nivel nacional, el trabajo de la campaña deberá realizarse a la brevedad, esperando resultados en los próximos días a partir de la fecha; a fin de que, igualmente en breve, podamos canalizar esos apoyos a donde más los necesitan.

Esta campaña de la Embajada de Activistas por la Paz deberá ser bajo la supervisión y dirección de todos los coordinadores locales del país, quienes deberán rendir un informe detallado y documentado, y trabajar bajo la organización del licenciado Francisco Guerra, Coordinador Nacional de la Embajada de Activistas por la Paz.

Por el bienestar de México y toda la familia humana, los convoco a que juntos hagamos equipo y trabajemos de manera efectiva en esta campaña, iglesias, ministros y ciudadanos en general.

Para esta ocasión leemos en Primera de Corintios, capítulo 15, versos 42 al 58, un pasaje muy importante y profético, de grande bendición para todos los creyentes en Cristo; y dice así San Pablo por Palabra de Dios, en el capítulo 15, versos 42 en adelante, de Primera de Corintios:

“Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción.

Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder.

Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual.

Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.

Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual.

El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo.

Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales.

Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.

Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.

He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados,

en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.

Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.

Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria.

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?

ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.

Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da (siempre) la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.”

“LA VICTORIA QUE DIOS NOS DA POR MEDIO DE JESUCRISTO,” porque dice el verso 57: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.”

La victoria la da Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

“LA VICTORIA QUE DIOS NOS DA POR MEDIO DE JESUCRISTO.”

Cristo es el Salvador, el Redentor, el segundo Adán, el hombre celestial, el que descendió del Cielo no para hacer su propia voluntad sino la voluntad del que lo envió, “el Verbo que era con Dios y era Dios, por el cual fueron creadas, hechas, todas las cosas.”

“Y aquel Verbo era la Luz de los hombres; y aquella Luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por Él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo Suyo vino y los Suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su Nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de voluntad de carne, de voluntad de varón,” no son engendrados por un hombre, no son engendrados por medio de la unión de un hombre y de una mujer.

Vamos a ver cómo lo dice aquí. El verso 13 estamos leyendo, en el capítulo 1 de San Juan, versos 1 al 14:

“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios…”

Son hechos hijos de Dios, nacen como hijos de Dios por medio de Cristo, creyendo en el Nombre del Señor Jesucristo y recibiéndolo como su único y suficiente Salvador.

“…los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.”

O sea, que la persona cuando nace en la Tierra no nace como un hijo de Dios, pero cuando obtiene el nuevo nacimiento, nace (ese nacimiento) como un hijo o una hija de Dios, y es por medio del Espíritu de Dios, del Espíritu Santo: “sino de Dios.”

Lo que le dijo Cristo a Nicodemo en San Juan, capítulo 3, versos 1 al 6, donde dice:

“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos.

Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.

Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?

Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.

Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.”

Por lo tanto, para entrar al Reino de Dios y estar como un hijo o una hija de Dios, se requiere nacer de nuevo.

Cuando nacemos en la Tierra a través de nuestros padres terrenales, nacemos como hijos de nuestro padre y nuestra madre, pero cuando nacemos del Espíritu de Dios, nacemos de Dios, como hijos e hijas de Dios, como descendientes de Dios. Por lo cual, vienen a ser los herederos de Dios y coherederos con Cristo Jesús Señor nuestro, de los cuales nos habla San Pablo en Romanos, capítulo 8, versos 14 en adelante, donde nos dice:

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.”

Ahora, el verso 9 nos dice, de este capítulo 8:

“Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.”

Y ahora, sigue diciéndonos:

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios (capítulo 8, verso 14 en adelante).

Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!

El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.”

Esto, “la gloria venidera,” cuando seamos transformados ahí estaremos glorificados, y ahí tendremos la gloria venidera para todos los hijos de Dios en cuerpos glorificados, eternos, jóvenes, inmortales, para estar con Cristo en Su Reino como reyes, como sacerdotes y jueces.

“Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.”

Esa manifestación, esa glorificación, esa adopción, esa redención del cuerpo, en donde todos estaremos glorificados como nuestro amado Señor Jesucristo está glorificado, con ese cuerpo celestial, no es terrenal sino celestial; así será para todos los hijos e hijas de Dios.

“Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza;

porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora;

y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.”

La adopción es la redención del cuerpo, la glorificación, la transformación del cuerpo de los que vivimos, y resurrección en cuerpos glorificados de los creyentes de edades pasadas que murieron, los cuales resucitarán en cuerpos eternos, glorificados, como el cuerpo glorificado de Cristo nuestro Salvador.

Nos dice la Escritura, el verso 42, de Primera de Corintios, capítulo 15:

“Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción.”

O sea, siembra en un cuerpo mortal, corruptible, temporal; nacemos, trabajamos y sembramos, y luego es sepultado el cuerpo porque era corruptible, era temporal; pero se resucitará en incorrupción, se resucitará en cuerpo glorificado, y los que estemos vivos pues seremos transformados.

“Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder.

Se siembra cuerpo animal…”

Recuerden que este cuerpo es cuerpo animal. ¿Resucitará cómo? Cuerpo espiritual, cuerpo glorificado igual al cuerpo glorificado de Cristo. Hay cuerpo animal y hay cuerpo espiritual.

“Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante.

Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual.”

Primero el cuerpo animal, lo obtenemos al nacer de nuestros padres terrenales y ahí es que tenemos la oportunidad de confirmar nuestro lugar en la vida eterna con Cristo en Su Reino, y luego viene el cuerpo espiritual, el cuerpo glorificado.

“El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo (o sea, Él es el segundo Adán).

Cual el terrenal (cual Adán), tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales.

Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.”

Y ahí vemos que hay grandes bendiciones de parte de Dios a través de Cristo para todos los creyentes en Cristo que lo reciben como único y suficiente Salvador, son bautizados en agua en Su Nombre, y Cristo los bautiza con Espíritu Santo y Fuego; y así produce en ellos el nuevo nacimiento. Han nacido del Agua (del Evangelio) y del Espíritu Santo.

Así es el Programa Divino por medio de Cristo, para la salvación y vida eterna de todos los que están escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero.

Es un Programa Divino donde están todas las bendiciones de Dios del Nuevo Pacto. Todas las bendiciones de Dios del Pacto Antiguo, también están ahí confirmadas, por eso los creyentes en Cristo nacidos de nuevo son señalados como los primogénitos de Dios escritos en el Cielo desde antes de la fundación del mundo.

Aquí en Hebreos, capítulo 12, nos habla de esto desde el verso 21, cuando Moisés estuvo en el Monte Sinaí recibiendo las tablas de la Ley. Dice, verso 21 en adelante, del capítulo 12 de Hebreos:

“…Y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando;

sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles,

a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos…”

La congregación de los primogénitos es la Iglesia del Señor Jesucristo compuesta por los creyentes en Cristo, que tienen sus nombres escritos ¿dónde? En los Cielos.

“…a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos,

a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.”

Jesús es el mediador del Nuevo Pacto, es el Sumo Sacerdote del Templo celestial; y Él con Su Sangre intercede por cada uno de los que tienen sus nombres escritos en el Cielo, y con Su Sangre los mantiene limpios de todo pecado al confesar los pecados a Cristo.

Por lo tanto, la Sangre de Cristo es la Sangre del Nuevo Pacto como Él dijo en San Mateo, capítulo 26, versos 26 al 29; y leemos lo que Él dijo de Su Sangre. Capítulo 26, verso 26 en adelante, de San Mateo:

“Y mientras comían (esto fue en la última cena de Jesús con Sus discípulos), tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo.

Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos;

porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.”

Y ahora, la Sangre del Nuevo Pacto es la Sangre de Jesucristo; ya no son de los sacrificios que Israel hacía durante los diferentes tiempos pasados allá en medio de Israel, ya Dios no acepta la sangre de esos animalitos.

En el capítulo 22 de San Lucas nos dice, verso 19 en adelante:

“Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.

De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.”

Ahí se repite también que la Sangre de Cristo es la Sangre del Nuevo Pacto. En San Lucas, capítulo 24, versos 45 en adelante, dice:

“Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras…”

Si Dios no les abre el entendimiento a las personas, no podrán entender las Escrituras; por lo tanto, es una Obra Divina que Dios hace en la vida, en el alma y el espíritu de la persona para que puedan entender las Escrituras.

“…y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día;

y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.

Y vosotros sois testigos de estas cosas.

He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.”

Ahora, podemos ver que es un Proyecto Divino para la redención del ser humano, para la redención de todos los que tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida del Cordero, para darnos la victoria, esa gran victoria a través de Cristo nuestro Salvador; y así restaurarnos a Dios, así reconciliarnos con Dios.

Esta reconciliación estaba representada también allá en el capítulo 23, versos 26 al 29, cuando se ofrecía el macho cabrío de la expiación el día diez del mes séptimo de cada año y luego se confesaban los pecados del pueblo, el sumo sacerdote los confesaba colocando sus manos sobre el macho cabrío que era por Azazel, y lo enviaba lejos llevando los pecados del pueblo. Así fue establecido por Dios para representar allá lo que Él haría por medio de Cristo nuestro Salvador.

Es importante saber que todo lo que Cristo haría fue representado en el Antiguo Testamento, porque la Ley es la sombra, es el tipo y figura de lo que sucedería en y bajo y para el Nuevo Pacto que Dios haría con el ser humano.

Un macho cabrío por Jehová, que moriría por los pecados del pueblo; y un macho cabrío por Azazel, que llevaría los pecados del pueblo lejos. Los dos machos cabríos representan a Cristo, porque Él llevaría los pecados lejos; los quitaría del ser humano como el Sacrificio de Cristo por el pecado, como el macho cabrío por Jehová; y como el macho cabrío por Azazel llevaría los pecados confesados lejos: los regresaría al originador del pecado, que fue el diablo; por eso tuvo que ir al infierno y allí predicó a las almas encarceladas, espíritus encarcelados, que fueron desobedientes en el tiempo de Noé; y luego pasó al Paraíso, donde estaban Abraham, Isaac, Jacob y todos los creyentes del Antiguo Testamento.

Allí le quitó, en el infierno, le quitó las llaves del infierno y de la muerte al diablo. Por eso salió del infierno, pasó al Paraíso, al Seno de Abraham, y de ahí resucitó con todos los santos del Antiguo Testamento, como nos dice también San Mateo, capítulo 27, versos 51 en adelante. Dice:

“Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron;

y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron;

y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.”

Por lo tanto, vean, Cristo resucitó a los santos del Antiguo Testamento, y ahora falta la resurrección de los santos del Nuevo Testamento, los cuales están bajo el Nuevo Pacto, cubiertos con la Sangre de Cristo, que es la Sangre del Pacto eterno, del Nuevo Pacto, que Dios prometió hacer con la casa de Israel y con la casa de Judá.

Al Nuevo Pacto han entrado todos los creyentes en Cristo nacidos de nuevo; y por eso todas las bendiciones, las cuales habla la Escritura en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento, pertenecen a todos los creyentes en Cristo que forman la Iglesia del Señor Jesucristo.

Él nos ha dado la victoria, Dios por medio de Cristo nos ha dado la victoria, nos ha restaurado a Dios, al Reino de Dios, nos ha reconciliado con Dios.

Y ahora tenemos paz para con Dios por medio de nuestro amado Señor Jesucristo, porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación que hubo en el Antiguo Testamento. Y ahora vean cómo nos dice: Capítulo 2, verso 11 en adelante, de Efesios:

“Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne.

En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.

Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo (y ahora, por la Sangre de Cristo Dios nos ha acercado a Él).

Porque él es nuestra paz (Cristo es nuestra Paz) que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación,

aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz…”

Y ahora, tenemos paz para con Dios ¿por medio de quién? De nuestro amado Señor Jesucristo, estamos reconciliados con Dios. Él nos ha dado la victoria por medio de Cristo nuestro Salvador.

“…y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.

Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca;

porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.

Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos…”

“Conciudadanos de los santos,” por eso la Escritura dice en Filipenses, capítulo 3, verso 20 al 21:

“Mas nuestra ciudadanía está (¿dónde?) en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;

el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.”

[Efesios 2:19]:

“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios…”

“Miembros de la familia de Dios,” por eso Él enseñó a orar diciendo: “Padre nuestro que estás en los Cielos.” Todos los hijos de Dios tienen un Padre, que es Dios, y por eso le pueden llamar: Padre nuestro, Abba Padre, Padre nuestro.

“…edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,

en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;

en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.”

Cada persona como individuo es edificado para Dios morar en Espíritu Santo en la persona, y caminar con la persona todos los días de su vida cristiana. Y en la Iglesia del Señor Jesucristo como Cuerpo Místico de creyentes, es igual, para Cristo estar en Su Iglesia para siempre.

Él dijo: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” San Mateo, capítulo 28, verso 20. Y también Él dijo: “Donde estén dos o tres reunidos en mi Nombre, allí yo estaré.” [San Mateo 18:20]

Por lo tanto, Dios nos ha dado la victoria por medio de Jesucristo: nos ha reconciliado con Dios, nos ha colocado nuevamente en el Reino de Dios; por medio del nuevo nacimiento, por medio de Su Sangre derramada en la Cruz del Calvario, Él ha hecho la redención, nos ha regresado a Dios; y ahora tenemos vida eterna en nuestra alma y también en el espíritu que nos ha dado al nacer de nuevo; y nos falta solamente obtener la vida eterna del cuerpo físico, que será la transformación de nuestro cuerpo físico, para tener así un cuerpo glorificado, eterno, inmortal, incorruptible, igual al cuerpo glorificado de Cristo nuestro Salvador; esa es la redención del cuerpo, la adopción como hijos e hijas de Dios.

Por lo tanto, Él nos ha dado la victoria y ahora tenemos la bendición de ser herederos de todas las bendiciones de Dios prometidas para todos los hijos e hijas de Dios que estarían bajo la Sangre del Nuevo Pacto.

La Sangre del Nuevo Pacto borra los pecados del ser humano, por la Sangre del Nuevo Pacto Él nos ha redimido y nos ha reconciliado con Dios.

Por lo tanto, el corito que dice: “Todas las promesas del Señor mías son,” se hace una realidad en cada uno de los creyentes en Cristo, porque Él nos ha dado la victoria por medio de Jesucristo. Todas las promesas son de los creyentes en Cristo.

¿Y cómo hacemos para que se materialicen en nosotros? Por la fe, creyendo lo que Él ha hecho por nosotros, creyendo en esa victoria que Él nos ha dado por medio de Cristo nuestro Salvador.

Los que conquistan las promesas divinas por la fe son los creyentes en Cristo; por lo tanto, toda promesa que usted encuentre en la Biblia, es suya, es mía, es de todo creyente en Cristo.

Por lo tanto, usted puede clamar, reclamar, lo que Él ha prometido. ¿Cómo? Creyéndolo. Si no la cree acá en el alma, no se ponga a pedir nada. Él dijo: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará.” La fe es la que hace que se materialicen cada una de las promesas de Dios por medio de Cristo.

Tenemos que ser como los que en el pasado conquistaron las promesas por la fe; y ahora conquistamos toda promesa por la fe: creyéndolas acá en el alma; y de ahí sale, pasa al espíritu, y de ahí pasa al cuerpo para la materialización.

Pero tiene que ser desde acá, desde el alma, donde se cree o se duda; porque tiene libre albedrío para creer o dudar, ese es el sentido del alma; y por consiguiente, cuando usted cree, ya comenzó bien. Ese es el comienzo: cuando usted cree la Palabra de Dios, las promesas de Dios; y de ahí comienza el trabajo, luego de oír la predicación y creer, comienza la labor para la visualización de todo, y luego la materialización de toda promesa; por la fe.

Miren, en San Marcos, capítulo 14, Cristo dice… San Marcos, capítulo 11, versos 20 en adelante, dice:

“Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado desde las raíces.

Entonces Pedro, acordándose, le dijo: Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.

Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios.

Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho.

Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.”

Y con el corazón es que se cree; no es con la imaginación, es con el corazón, con el alma; porque la fe viene por el oír la Palabra del Señor; y acá es que se cree o se duda: en el alma. Siempre representamos el alma con el corazón, por eso es que se dice: “Dale tu corazón a Cristo.” El alma representada en el corazón.

Y ahora, así es como la victoria que Cristo – que Dios nos da por medio de Cristo, se hace una realidad en la vida de cada persona que recibe a Cristo como único y suficiente Salvador. La persona es justificada por la fe en Cristo y reconoce que no hay otro Nombre en el cual podamos ser salvos. Solamente hay un Nombre y ese es el Nombre del Señor Jesucristo.

“Porque no hay otro Nombre, dado a los hombres, en que podamos ser salvos,” dice San Pedro en el libro de los Hechos, capítulo 4, verso 12.

“Y Dios añadía a Su Iglesia los que han de ser salvos.” Dice también en el libro de los Hechos, capítulo 2, verso 47:

“…Alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”

Los que han de ser salvos, los que han de obtener la salvación y vida eterna por medio de Cristo, Dios los añade a Su Iglesia; esos son los miembros de la Iglesia del Señor Jesucristo, los que han nacido del Cielo, los que tienen las grandes promesas de las grandes bendiciones de Dios; sobre todo, lo más grande, que es la vida eterna; y junto a esa bendición de la vida eterna están todas las demás bendiciones para mí, ¿y para quién más?, para cada uno de ustedes también.

Y ahora, todas esas personas que han sido lavadas con la Sangre de Cristo han sido hechos reyes y sacerdotes para Dios su Padre. Capítulo 1, versos 5 al 9, de Apocalipsis; capítulo 5, versos 9 al 10, de Apocalipsis; y capítulo 20, versos 4 al 6, de Apocalipsis.

Y en el capítulo 12, verso 1, del Apocalipsis, vean lo que nos dice… Capítulo 12, verso 7 en adelante, dice, de Apocalipsis:

“Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles;

pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo.

Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.

Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.

Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.”

Y ellos le han vencido ¿cómo? “Y ellos le han vencido por medio de la Sangre del Cordero.” Porque la Sangre del Cordero es la Sangre del Nuevo Pacto, es la Sangre que nos limpia de todo pecado y es la Sangre que retorna al originador del pecado, el pecado de cada persona que recibe a Cristo como único y suficiente Salvador. Vuelve el pecado al original, al diablo, que fue el originador del pecado.

“Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos (es un momento importante el que viene). ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo.

Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón.”

Aquí podemos ver que el diablo al saber que le queda poco tiempo, va a estar enojado contra Israel; y ese es el tiempo. Aquí dice que Miguel… que hubo una gran batalla en el cielo [verso 7]:

“Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles;

pero no prevalecieron, ni se halló lugar para ellos en el cielo.”

Esta es la misma batalla de Daniel, capítulo 12. Capítulo 12, verso 1, de Daniel, dice:

“En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo (o sea que está de parte de los hijos de Israel, porque Miguel, el Arcángel Miguel, es el Ángel, Arcángel guardián de Israel); y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro (todos los que se hallen escritos en el Libro de la Vida, serán resucitados en ese tiempo).”

Y ahora, todo esto es porque Dios por medio de Cristo nos da la victoria. No hay otra forma de obtener la victoria en contra del diablo, es por medio de Cristo y Su Sangre derramada en la Cruz del Calvario, en Su Sacrificio de Expiación por nuestros pecados.

Y ahora, Dios ha colocado delante del ser humano la vida y la muerte, la bendición y la maldición, y nos dice: “Escoge la vida para que vivas tú y tu familia.”

Capítulo 21, verso 8 en adelante, de Jeremías, dice:

“Y a este pueblo dirás: Así ha dicho Jehová: He aquí pongo delante de vosotros camino de vida y camino de muerte.”

Dios coloca delante del ser humano la vida y la muerte. Por lo tanto, es por medio de recibir a Cristo como Salvador, que obtenemos la Vida, la vida eterna, la Vida que solamente puede ser hallada en Jesucristo nuestro Salvador.

En Primera de Juan, capítulo 5, nos dice, versos 10 en adelante:

“El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo.

Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.”

¿Dónde está la vida eterna que tanto anhela el ser humano porque quiere vivir eternamente? No está en la ciencia, no está en las vitaminas, no está en los árboles literales, no está en la alimentación física. Está en Jesucristo nuestro Salvador: “El que come mi carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna,” dice Cristo en el capítulo 6 de San Juan [verso 54]. Y “el que cree, tiene vida eterna.” [Verso 47]

“El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.”

El que no tiene a Cristo como único y suficiente Salvador, no tiene la vida eterna; porque la vida eterna… y le fue dada a Cristo para impartirla al ser humano. Él tiene la exclusividad de la vida eterna, ninguna otra persona la tiene; por eso Él dijo:

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,

y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.

Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.

Yo y el Padre uno somos.”

San Juan, capítulo 10, versos 27 al 30. Y en San Juan, capítulo 6, versos 37 al 40, dice:

“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.

Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.

Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.”

Tan sencillo como eso es el plan, el Programa de Redención, para el cual Cristo descendió del Cielo a la Tierra, y se hizo carne en medio de la raza humana al hacerse carne en medio de Israel.

Ya Él venía con el Programa Divino para la redención del ser humano; por eso en el capítulo 10 de San Juan Él dice, verso 14 en adelante:

“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen,

así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.”

¿Él puso Su vida por quién? Por las ovejas que el Padre le dio para que las buscara y les diera vida eterna, porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. “Por eso me ama el Padre.”

“También tengo otras ovejas que no son de este redil (esos son los gentiles); aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.”

Él es el Buen Pastor, la Iglesia del Señor Jesucristo es el rebaño, y las ovejas ¿quiénes son? Todos los creyentes en Cristo, todos nosotros.

“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar.

Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.”

Él vino con un mandamiento divino: de poner Su vida en Expiación por cada creyente que tiene su nombre escrito en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero; esos los son hijos e hijas de Dios que nacerían en el Redil del Señor, esas son las ovejas de Dios el Padre, que le serían dadas a Cristo para que las buscara y les diera vida eterna.

Por eso es tan importante entender todas las Escrituras; para lo cual, Él nos abre el entendimiento para que sepamos quiénes somos en el Programa de Dios.

“Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido.” San Mateo, capítulo 18, verso 11.

Y en San Lucas también nos habla de esto cuando nos dice en el capítulo 19 de San Lucas, verso 9 al 10. Dice:

“Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham.

Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”

Y el verso… Esto fue San Lucas, capítulo 19, verso 9 al 10; y San Mateo, capítulo 18, verso 11 al 14, dice:

“Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido.

¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado?

Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve que no se descarriaron.

Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.”

No es la voluntad de Dios el Padre, que se pierda una de estas ovejas, que se pierda uno de estos hijos e hijas de Dios. La voluntad de Dios es la salvación de esas ovejas. Para eso le fueron dadas a Cristo, para que las buscara y les diera vida eterna; y por eso Él dijo que predicaran el Evangelio a toda criatura:

“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.

El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.”

San Marcos, capítulo 16, versos 15 al 16.

Ahí podemos ver que es un Proyecto Divino, un Programa Divino para la redención de todas las ovejas, de todos los hijos e hijas de Dios que tienen sus nombres escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero.

Dios nos conocía desde antes de la fundación del mundo, estábamos en la mente de Dios eternamente; y de ahí pasamos a Cristo.

“Mis ovejas oyen mi voz y me siguen, y yo las conozco.” Él las conoce, a todas las ovejas, y las llama por su nombre. “Y yo las conozco y yo les doy vida eterna.”

Es para darnos vida eterna que se predica el Evangelio, es para darnos vida eterna que Él murió en la Cruz del Calvario, es para darnos vida eterna que Él vino dos mil años atrás a la Tierra, y es para darnos vida eterna que se predica y se le da la oportunidad a las personas que reciban a Cristo como único y suficiente Salvador.

Y por eso nace la fe de Cristo en el alma de las personas, por medio de la predicación de la Palabra; porque la fe viene por el oír la Palabra. “Con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.” [Romanos 10:10]

Le toca a la persona, luego que cree en el corazón, expresar abiertamente que cree en Cristo y lo recibe como único y suficiente Salvador; lo cual yo hice cuando recibí a Cristo como mi único y suficiente Salvador. ¿Y quién más? Cada uno de ustedes también.

Si hay alguno que todavía no ha recibido a Cristo como Salvador, lo puede hacer en estos momentos, y estaremos orando por usted, para que Cristo lo reciba, lo perdone, con Su Sangre lo limpie de todo pecado y sea bautizado en agua en Su Nombre; y Cristo lo bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en usted el nuevo nacimiento; y así usted reciba de parte de Dios la victoria por medio de Jesucristo.

“El que oye mi Palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna,” dice Cristo nuestro Salvador.

En todos los países, en todas las iglesias, también pueden continuar viniendo a los Pies de Cristo, todos aquellos que escucharon la predicación del Evangelio de Cristo y ha nacido la fe de Cristo en su alma y en su corazón.

Capítulo 5, verso 24, de San Juan, dice:

“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.”

Pasa de muerte a Vida el que oye la Palabra del Señor y recibe a Cristo como único y suficiente Salvador. El que oye la Palabra del Señor y cree al que lo envió, a Dios, ¿tiene qué?, vida eterna: “no vendrá condenación, mas pasó de muerte a Vida.”

“De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.

Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo.”

Es vida eterna lo que recibe la persona cuando escucha la Palabra de Cristo, el Evangelio, y recibe a Cristo como Salvador; para eso es que se predica el Evangelio de Cristo, para que la persona obtenga la vida eterna. Por eso todos los muertos escucharán la Voz del Hijo de Dios y el Evangelio de Cristo.

El ser humano, luego que pecó en el Huerto del Edén murió a la vida eterna, y por consiguiente, lo que le quedó fue vida temporal; y ha estado viviendo en esta Tierra, el ser humano, en un valle de tinieblas y de sombras de muerte, como lo señala Isaías, capítulo 9, verso 1 en adelante, y también en San Mateo, representado en la tierra de Zabulón y de Neftalí.

Los niños de 10 años en adelante, también pueden continuar viniendo a los Pies de Cristo; recuerden que Él dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.” [San Mateo 19:14]

En el capítulo 4 de San Mateo, verso 12 en adelante, dice:

“Cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, volvió a Galilea;

y dejando a Nazaret, vino y habitó en Capernaum, ciudad marítima, en la región de Zabulón y de Neftalí,

para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo:

Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,

Camino del mar, al otro lado del Jordán,

Galilea de los gentiles;

El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz;

Y a los asentados en región de sombra de muerte,

Luz les resplandeció.

Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.”

Y ahora, Zabulón y Neftalí representan también a los gentiles, que han estado viviendo en valle de sombra de muerte, en una región de sombra de muerte, y han estado sentados en tinieblas; pero Cristo es la Luz del mundo. Dijo Él: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” San Juan 8, verso 12.

Y ahora, la Luz para los gentiles se ha extendido por todas las naciones y ha llegado hasta el continente americano.

En Efesios, capítulo 5, verso 13, nos dice:

“Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo.

Por lo cual dice:

Despiértate, tú que duermes,

Y levántate de los muertos,

Y te alumbrará Cristo.”

Por cuanto la raza humana pecó al Adán pecar, cayó en el reino de las tinieblas y bajo sombras de muerte; pero ahora: “Despiértate tú que duermes (es un despertamiento espiritual, del alma), y te alumbrará Cristo.”

Cristo es la Vida. Él dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; y nadie viene al Padre, sino por mí.” San Juan, capítulo 14, verso 6 en adelante.

Con ese despertamiento espiritual del alma, la persona despierta a la vida eterna al recibir a Cristo como único y suficiente Salvador.

El ser humano vive en un valle de tinieblas y de sombra de muerte, en región de tinieblas y de sombra de muerte; y si no ve a Cristo, la Luz del mundo, y lo recibe como Salvador: permanece en tinieblas y permanece en la sombra de muerte que lo llevará a la segunda muerte; pero si ve y recibe la Luz de Vida Eterna, que es Cristo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida.” Por lo tanto, es importante recibir a Cristo como único y suficiente Salvador.

Cristo es para todos: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” La Luz de la Vida Eterna, que es Cristo nuestro Salvador. Él es el único que da vida eterna al ser humano, es Dios por medio de Cristo.

Por lo tanto, Él es el que nos da la victoria en contra de la muerte, en contra del diablo, en contra de la potestad de las tinieblas, en contra del reino de las tinieblas; y nos traslada al Reino de Luz.

Eso también está en la Escritura de Colosenses, capítulo 1, versos 12 en adelante. Dice:

“…Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz;

el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas (del poder de ese reino de las tinieblas del maligno, del poder de esa región de tinieblas y de sombra de muerte), y trasladado al reino de su amado Hijo.”

Hemos sido trasladados al Reino de Jesucristo; y por eso cuando Cristo establezca el Reino de Dios en la Tierra, ahí yo estaré. ¿Y quién más? Pues cada uno de ustedes también.

Los reinos de este mundo, dice la Escritura que vendrán a ser los reinos de nuestro Dios y de Su Ungido, de Su Cristo. Apocalipsis, capítulo 11, verso 15 en adelante, dice:

“El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.”

Ahí podemos ver que los reinos de este planeta Tierra, de este mundo, van a pasar a ser de nuestro Señor Jesucristo, van a pasar a ser de nuestro Señor y de Su Ungido, de Su Cristo; y ahí, en este planeta Tierra, vamos a estar como reyes, como sacerdotes y como jueces, del Orden del Reino de Dios que será establecido en la Tierra; y ese es el Orden de Melquisedec. De ese orden celestial es que son todos los creyentes en Cristo, y Cristo es el Sumo Sacerdote del Templo Celestial. Él es nuestro Intercesor, Él es el eslabón entre el ser humano y Dios.

Dios tiene mucho pueblo aquí en la República de Venezuela y los está llamando para colocarlos dentro de Su Reino; los que están escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, desde antes de la fundación del mundo.

Y también tiene mucho pueblo en Colombia, también tiene mucho pueblo en el Ecuador, en Perú, en Paraguay, en Bolivia, en Argentina, en Uruguay, en Brasil, en todos los países del Caribe; también en Norteamérica y en muchos otros países Él tiene mucho pueblo, y los está llamando en este tiempo final, para completar Su Iglesia, para completar el número de los que están escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, para completar las ovejas del Redil del Señor.

Y yo soy uno de esas ovejas del Redil del Señor. ¿Y quién más? Pues cada uno de ustedes también.

La evidencia está en que estamos escuchando la Voz de Cristo, el Buen Pastor, llamando a Sus ovejas, y hemos estado respondiendo a Su llamado: “Mis ovejas oyen mi voz, y me siguen.” No es solamente escuchar, sino luego seguir a Cristo.

“Y yo las conozco, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” San Juan, capítulo 10, versos 27 al 30.

“El que es de Dios, la voz de Dios oye.” San Juan, capítulo 8, versos 47 al 48.

Esa es la evidencia de que la persona es una oveja del Señor: que oye la Voz del Buen Pastor, que es Cristo; así como en un rebaño de ovejas, las ovejas conocen la voz del pastor que tienen.

Vamos a estar puestos en pie en todos los países y aquí también, para orar por las personas que han venido a los Pies de Cristo en estos momentos.

Todavía pueden continuar viniendo en diferentes países a los Pies de Cristo, pues Dios tiene mucho pueblo en toda la América Latina y el Caribe, y los están llamando en este tiempo final, y en todos los demás países.

Con nuestras manos levantadas a Cristo al Cielo y nuestros ojos cerrados:

Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea Tu Nombre. Venga Tu Reino y hágase Tu voluntad, como en el Cielo también en la Tierra; y el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy; y perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal; porque Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

Padre, vengo a Ti con todas estas personas que están recibiendo a Cristo como único y suficiente Salvador. Recíbelos en Tu Reino y dales vida eterna por medio de Cristo nuestro Salvador. En el Nombre del Señor Jesucristo Te lo ruego, para quien sea la gloria y la honra, por los siglos de los siglos. Amén.

Y ahora repitan conmigo esta oración los que han venido a los Pies de Cristo:

Señor Jesucristo, escuché la predicación de Tu Evangelio, escuché Tu Voz y nació Tu fe en mi alma, en mi corazón.

Creo en Ti con toda mi alma. Creo en Tu Nombre como el único Nombre bajo el Cielo, dado a los hombres, en que podemos ser salvos. Creo en Tu Primera Venida y creo en Tu muerte en la Cruz del Calvario como el Sacrificio de Expiación por mis pecados y por los de todo ser humano.

Reconozco que soy pecador y necesito un Salvador. Doy testimonio público de mi fe en Ti y de Tu fe en mí, y Te recibo como mi único y suficiente Salvador.

Te ruego perdones mis pecados y con Tu Sangre me limpies de todo pecado, y me bautices con Espíritu Santo y Fuego, luego que yo sea bautizado en agua en Tu Nombre, y produzcas en mí el nuevo nacimiento.

Señor, Te lo ruego en Tu Nombre Eterno y glorioso, Señor Jesucristo. Amén y Amén.

Y con nuestras manos levantadas a Cristo al Cielo, todos decimos: ¡LA SANGRE DEL SEÑOR JESUCRISTO ME LIMPIÓ DE TODO PECADO! ¡LA SANGRE DEL SEÑOR JESUCRISTO ME LIMPIÓ DE TODO PECADO! ¡LA SANGRE DEL SEÑOR JESUCRISTO ME LIMPIÓ DE TODO PECADO! AMÉN.

Cristo les ha recibido en Su Reino, porque ustedes escucharon la predicación del Evangelio de Cristo y nació la fe de Cristo en vuestra alma, y lo han recibido como único y suficiente Salvador.

Ustedes me dirán: “Quiero ser bautizado en agua lo más pronto posible, porque Cristo dijo: ‘El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.’ ¿Cuándo me pueden bautizar?” Es la pregunta desde lo profundo de vuestro corazón.

Por cuanto ustedes han creído en Cristo de todo corazón, bien pueden ser bautizados; y que Cristo les bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en ustedes el nuevo nacimiento.

El bautismo en agua no quita los pecados, es la Sangre de Cristo la que quita los pecados, la que nos limpia de todo pecado; pero el bautismo en agua es un mandamiento de Cristo nuestro Salvador. El mismo Cristo fue bautizado por Juan el Bautista, para cumplir toda justicia. Si Cristo fue bautizado, ¡cuánto más nosotros tenemos que ser bautizados!

El bautismo en agua en el Nombre del Señor Jesucristo es tipológico. Cuando la persona recibe a Cristo como Salvador, muere al mundo; y cuando el ministro lo sumerge en las aguas bautismales, tipológicamente, simbólicamente, está siendo sepultado; y cuando lo levanta de las aguas bautismales, está resucitando a una nueva vida: a la vida eterna con Cristo en Su Reino eterno. Ese es el simbolismo, la tipología del bautismo en agua, que se lleva a cabo desde los días de los apóstoles hasta nuestro tiempo, en el Nombre del Señor Jesucristo.

Es que en el bautismo en agua nos identificamos con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección; por lo tanto, cuando somos bautizados en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, estamos identificándonos con Cristo en Su muerte, sepultura y resurrección.

Estábamos con Él y de Él hemos venido. Dios por medio de Él ha hecho la Obra de Redención para restaurarnos a la vida eterna; por lo tanto, nos identificamos con Él. Estábamos en Él y continuaremos con Él por toda la eternidad.

Bien pueden ser bautizados; y que Cristo les bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en ustedes el nuevo nacimiento. En el Nombre del Señor Jesucristo. Amén.

Ha sido para mí un privilegio grande estar con ustedes en esta ocasión. Dejo al ministro,  dejo al reverendo Miguel Bermúdez Marín, el misionero Miguel Bermúdez Marín, a continuación, para que les indique cómo hacer para ser bautizados los que han recibido a Cristo como Salvador en estos momentos. Y en cada país dejo al ministro correspondiente, para que haga en la misma forma. Y nos continuaremos viendo eternamente en el Reino de Jesucristo nuestro Salvador.

Continúen pasando una tarde feliz llena de las bendiciones de Cristo.

“LA VICTORIA QUE DIOS NOS DA POR MEDIO DE JESUCRISTO.”

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