Muy buenas tardes, amados amigos y hermanos presentes, ministros y hermanos de diferentes Iglesias; que las bendiciones de Cristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes y sobre mí también. En el Nombre del Señor Jesucristo. Amén.
Leemos en San Juan, capítulo 10, versos 11 al 21, palabras de nuestro amado Señor Jesucristo. Dice de la siguiente manera:
“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.
Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa.
Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen,
así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.
También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.
Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar.
Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.
Volvió a haber disensión entre los judíos por estas palabras.
Muchos de ellos decían: Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís?
Decían otros: Estas palabras no son de endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?”
Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.
“AL FINAL, SÓLO UN REBAÑO Y UN PASTOR.”
A través del Salmo 23 leemos que Dios, el Señor, es el Pastor, nuestro Pastor. El salmista decía: “Jehová es mi pastor.”
El mismo Dios en Su cuerpo angelical —llamado el Ángel del Pacto— libertó a Israel y lo pastoreó por el desierto con maná y dándole agua cada día.
Encontramos que Dios por medio de Su Espíritu, Su cuerpo angelical, estuvo pastoreando a Su pueblo por medio de Moisés, en el cual estaba el Espíritu de Dios, el Ángel del Pacto, el Espíritu Santo, que es el Pastor; y usaba un velo de carne llamado Moisés; y así Dios guiaba a Sus ovejas y se mantenían unidas las ovejas.
Sin un varón a través del cual Dios pastoree a Su pueblo por medio del Espíritu Santo obrando en ese varón, el pueblo estará desparramado. Eso fue lo que Moisés le dijo a Dios con relación al pueblo de Israel. En Números, capítulo 27, versos 15 al 20, dice:
“Entonces respondió Moisés a Jehová, diciendo:
Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, un varón sobre la congregación,
que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor.
Y Jehová dijo a Moisés: Toma a Josué hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él;
y lo pondrás delante del sacerdote Eleazar, y delante de toda la congregación; y le darás el cargo en presencia de ellos.
Y pondrás de tu dignidad sobre él, para que toda la congregación de los hijos de Israel le obedezca.”
Sin pastor el pueblo perece, se desparrama. Cuando Dios envía un mensajero, un profeta, para una edad o una dispensación, Dios por medio de Su Espíritu Santo estará en ese hombre guiando a Su pueblo, tanto en la trayectoria física como en la trayectoria espiritual, y le estará dando el alimento espiritual para el alma, que es la Palabra de Dios, para esa edad y para esa dispensación.
Hay profetas para edades y hay profetas para dispensaciones, que son los profetas más grandes que Dios envía.
A través de los profetas, Dios en Espíritu (o sea, en el Ángel del Pacto) velado en cada profeta que Él envió, estaba guiando a Su pueblo, pastoreando a Su pueblo; y por eso hubo un Pastor y hubo un Redil.
Aunque, como sucede en lo físico, que algunas ovejitas o cabritas o cabritos quieren salirse del redil, así en lo espiritual algunas personas en el tiempo de Moisés, en el tiempo de Josué, en el tiempo de los jueces, como en el tiempo del último de ellos, Samuel, en el cual estaba Dios en Espíritu Santo velado, guiando a Israel. Ese era el Guía: el Espíritu Santo en y a través de un velo de carne llamado Samuel.
Cuando el pueblo vio que las demás naciones tenían reyes, quisieron ellos también tener un rey, y le piden a Samuel que les dé un rey porque ya Samuel está avanzado en edad y los hijos de Samuel no eran dignos para ocupar la posición de jueces, o uno de los hijos de Samuel venir a ser el sucesor de Samuel; no andaban correctamente delante de Dios.
Y encontramos que Samuel lleva el caso ante la presencia de Dios, ante el Trono de Dios, y se pone a llorar Samuel, porque Samuel no le había fallado al pueblo, no se había aprovechado económicamente del pueblo, sino que dedicó su vida a servir a Dios, a servir a Dios y al pueblo de Dios; porque sirviendo al pueblo estaba sirviendo a Dios.
A través de los jueces, hasta el último de ellos, Samuel, Dios estaba reinando por medio de Su Espíritu a través de cada uno de los jueces. Por eso cuando Samuel le dice a Dios que lo han rechazado, lo han desechado, Dios le dice: “No te han desechado a ti, sino que me han desechado a mí para que no reine sobre ellos.” Era Dios el que estaba reinando.
Eso era la teocracia: Dios reinando sobre el pueblo y para el pueblo; usando, por supuesto, un hombre. Luego el pueblo quiso que entraran a un reino con un rey literal con una corona. Samuel no tenía ninguna corona, la corona de Samuel era Dios. Y querían un rey como los reyes de las demás naciones; rechazaron la teocracia y pidieron la monarquía.
Samuel estaba muy triste, les dijo los problemas que iban a tener. Dios le dice: “Dales un rey,” eso era en la permisiva voluntad de Dios; la perfecta era que continuara la teocracia.
Y ahora, encontramos que entró la etapa de la monarquía en la permisiva voluntad de Dios: Dios le muestra a Samuel la persona que va a ungir como rey; le dice que va a llegar hasta él, porque se le habrán perdido unas mulas y va a consultar al vidente, al profeta, para que le diga, le muestre, dónde están; y Dios le dijo: “Ese va a ser el hombre, la persona, que vas a ungir como rey.”
Ellos habían visto naciones que tenían reyes importantes, reyes gigantes como los de la descendencia de Anac; y Saúl era una persona, un joven, un hombre joven, que de los hombros hacia arriba era más alto que toda persona de Israel, o sea, que el más alto le llegaba a los hombros, y de una apariencia muy agradable.
Y cuando luego Samuel se lo presenta al pueblo, el pueblo se puso muy contento. Algunas veces las personas, y aun el pueblo, se pone contento por algo que es en la permisiva voluntad de Dios. Lo que debió de poner contento al pueblo era que Samuel, un ancianito, era el hombre a través del cual Dios estaba reinando: un profeta. Saúl no era profeta, recibió una unción y por eso profetizó, pero no era profeta.
Y ya sea en la teocracia o en la monarquía, la persona a través de la cual esté reinando Dios, si es profeta, la Palabra de Dios, la revelación divina, viene a él, y él la pasa al pueblo, y Dios por medio de él pastorea a Su pueblo.
Tuvieron a Saúl, y Saúl luego quiso mandar más que Samuel; al que lo colocó en el trono ahora lo quiere mandar. Y Samuel decía, cuando le tocó ir a ungir a David, Samuel le dice a Dios: “Si Saúl lo sabe, me va a mandar a matar.” O sea, que Samuel sabía hasta dónde llegaba una persona colocada en una posición en la permisiva voluntad de Dios, trabajando con el pueblo de Dios. Y entonces Dios le dijo cómo tenía que hacer para llevar a cabo el sacrificio y todas esas cosas, y luego ungir a la persona que Él le iba a indicar.
No le dijo cuál era la persona, porque cosas muy importantes, como el misterio del Séptimo Sello, Dios guarda silencio sobre eso para que no sea interrumpido; y lo envía allá a Belén de Judea, convoca a los líderes del pueblo, a las cabezas de familias, y entre ellos a Isaí, que tenía ¿cuántos hijos?, ocho hijos. Si hubiera tenido siete nada más, la bendición no llegaba a nosotros, se quedaba más arriba, más arriba del continente americano, se quedaba en Norteamérica (y no vamos a explicar mucho porque no queremos que se interrumpa el Programa Divino).
Fueron pasando uno a uno; y recuerden, el que llega primero, el que nace primero, no quiere decir que ese va a quedarse con la Bendición de la Primogenitura, porque todo depende cómo lo vio Dios desde antes de la fundación del mundo; si vio a Jacob primero, ese es el primogénito delante de Dios, aun sin haber nacido en la Tierra.
José le tocaba ser el primogénito, nacer primero, porque Jacob se había casado con Raquel y durante la noche le colocaron a Lea, y entonces el primero que nació fue el hijo de Lea como primogénito.
Pero vean, aunque el suegro de Jacob trató de interrumpir el Programa Divino de la Primogenitura, y venía a ser primogénito el hijo de la que escogió el padre de Lea para que fuera dada ella como esposa de Jacob, aunque Jacob se había casado con Raquel; pero delante de Dios la boda corresponde a Raquel y a Jacob; y el primogénito de ese matrimonio sería – el primero que naciera sería el que tendría la Bendición de la Primogenitura.
Dios se encargaría… A Dios no se le pueden hacer trampas, Dios se encargaría de todo.
Les voy a mostrar cómo se encargó Dios, porque algún error iba a cometer el primogénito, Rubén, hijo de Jacob y Lea; así como Esaú cometió un error y perdió la Bendición de la Primogenitura, pasó a Jacob, le vendió por un plato de lentejas, de fríjoles (o las lentejas que llaman, que son de otra forma), por un plato de lentejas le vendió la Primogenitura.
Eso nos muestra que el que no es delante de Dios primogénito: no aprecia la Bendición de la Primogenitura, no sabe ni lo que es la Bendición de la Primogenitura delante de Dios, solamente la puede ver en la parte física en la Tierra, lo correspondiente a lo físico, en donde el primogénito recibía una doble porción.
Pero miren, Dios obrando con Jacob y con relación a la Bendición de la Primogenitura, así como Esaú cometió el error de vender la Bendición de la Primogenitura y luego fueron añadiéndose cosas a favor de Jacob: Isaac ciego, bendiciendo a Jacob, pensando que era Esaú; pero Jacob delante de Dios era el primogénito, apreció la Bendición de la Primogenitura. Esa es una de las cosas buenas que tiene un primogénito.
Y los que son como Esaú y como Rubén, no saben lo que tenían hasta que lo pierden; ese es un dicho muy común que conocemos muy bien.
Ahora, vamos a ver el problema que tuvo Rubén, por lo cual perdió la Primogenitura [Primera de Crónicas 5:1]:
“Los hijos de Rubén, primogénito de Israel (este es el hijo de Jacob y Lea) (porque él era el primogénito, mas como violó el lecho de su padre, sus derechos de primogenitura fueron dados a los hijos de José, hijo de Israel, y no fue contado por primogénito;
bien que Judá llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y el príncipe de ellos; mas el derecho de primogenitura fue de José).”
Vean cómo para los que son amados por Dios, los primogénitos escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, todas las cosas obran para bien. Por lo tanto ¿de qué nos vamos a quejar? Más bien le damos gracias a Dios por lo que somos delante de Dios, le damos gracias a Dios por lo que Él desde antes de la fundación del mundo determinó para cada uno de nosotros.
Es importante que veamos también a Saúl agarrando la Bendición de la Primogenitura allí como rey, el primero; pero vean, no obedeció la Palabra de Dios que fue dada por Samuel para hacer un trabajo – una guerra, en favor de Israel, y la llevó a cabo; pero vean, una de las cosas que hizo fue ofrecer el sacrificio delante de Dios antes de ir a la guerra, y él ni era profeta ni era sacerdote para llevar a cabo esa labor, aunque había sido coronado como rey, pero esa posición no podía interferir en la parte profética ni en la parte ministerial sacerdotal.
Samuel siendo profeta y también siendo la persona que llevaba a cabo las labores desde niño en el templo, encontramos que él en el tabernáculo recibió el llamado de Dios porque Samuel fue el niño que Dios le dio a una señora que era estéril, creo que fue Ana… Ana, ¿y el padre de él?… (ya por ahí tenemos a Miguel que nos dirá…) Elcana; y ella quería un niño para Dios, para que le sirviera a Dios; y ese es el deseo de toda creyente en Cristo.
El mundo, muchas mujeres o padres dicen: “Quiero tener un niño para que trabaje para mí.” ¡Lo que quiere es un esclavo! “Quiero tener unos hijos para que cuando ya esté anciano, ellos se encarguen de mí.” Quieren un médico y una enfermera. De seguro van a recomendar que estudien medicina, unos sean médicos y otros sean enfermeras y enfermeros. Y si es rica la persona, pues “quiero también tener otros más, unos para abogados, otros para contables,” para que vigilen la fortuna, el dinero que tienen.
Pero cuando surge una persona como Ana, pidiendo a Dios un niño para ofrendarlo a Dios, ofrecerlo a Dios, para que sirva a Dios, esa es la clase de persona que agrada a Dios, que conmueve el corazón de Dios, y le da lo mejor; aunque tarde, porque no le ha tocado todavía el tiempo de venir esa persona importante, entonces Dios dice, Dios determina: “Le voy a colocar este profeta que voy a enviar a la Tierra, lo voy a enviar a través de esta persona que quiere un niño para que me sirva, para que trabaje en la Obra de Dios.” Así sucedió con Ana, a la cual Dios le concedió tener un niño y le colocó por nombre Samuel. Dice la Escritura que ninguna de las palabras que habló Samuel cayeron en tierra.
Ahora, Samuel está terminando su tiempo, ya anciano, y le pregunta al pueblo qué falla ellos han visto en él y el pueblo le dice que ninguna; y con todo y con eso lo quieren cambiar. Y para Samuel, el último de los jueces, fue algo muy triste, pero Dios lo consuela y le dice: “No te han desechado a ti, me han desechado a mí para que no reine sobre ellos”; porque Dios en Espíritu Santo, que es el Ángel del Pacto, estaba en Samuel reinando sobre Israel, guiando a Israel, pastoreando a Israel, protegiendo a Israel de sus vecinos enemigos en las guerras. A través de la historia de los jueces encontramos la forma en que Dios luchaba en favor de Israel.
Ahora, en los días que fue ungido Saúl como rey (lo cual produjo mucha alegría para el pueblo, pero mucha tristeza para Samuel), luego Saúl cometió el error que les dije: hacer algo que no le correspondía. Samuel le había dicho: “Espera cierta cantidad de días y en tal día yo vendré a ti y llevaré a cabo el sacrificio,” esto es para presentar a Dios la petición para que Dios les diera la victoria; y tenía necesidad Saúl, de esperar a Samuel, que aunque el pueblo lo había desechado, Dios no lo había desechado, todavía estaba como profeta, como juez del pueblo, y se estaba entrelazando la teocracia y la monarquía.
Al cometer el error de hacer el sacrificio él, el cual no era sacerdote, Samuel le dijo: “Locamente has actuado, no esperaste que yo llegara, por lo tanto tu reino no será firme. Dios se ha buscado o se buscará un varón conforme a su corazón,” y así lo desechó; aunque continuó reinando hasta cierta edad, pero vean, luego Dios ordena a Samuel que unja a David, el octavo hijo (el octavo siempre es muy importante porque el ocho habla de eternidad).
Y encontramos que desde el momento en que llegó Samuel allá, él pensó que el próximo rey que él ungiría sería una persona alta, como era Saúl, y cuando ve que pasa el primero, porque el padre, Isaí, va pasando sus hijos como Samuel le ordena que los traiga delante de él; ve al mayor y dice: “Estoy delante del ungido de Jehová,” y Dios le dice: “No mires su aspecto, su altura, la apariencia; porque Dios no mira la apariencia, Dios mira el corazón.”
O sea, que una persona puede ser hallada muy mal delante de Dios aunque tenga una apariencia muy hermosa, y aunque tenga muchos títulos y aunque sea multibillonario; y una persona sencilla, que no es rica, una persona pobre como la viuda que colocó en el arca de la ofrenda dos moneditas, fue hallada delante de Dios bien; y los ricos no fueron hallados muy bien, ellos echaban de lo que les sobraba, pero ella echó todo lo que tenía, ella dio ciento por ciento; los ricos dieron quizás un uno por ciento o mucho menos, o un mil por ciento o un millón de cien millones o de mil millones; o sea, que Dios mira ese término de porcientos, y Él mira el corazón, con qué intención la persona actúa.
Por lo tanto, cuando hay un mal pensamiento de una mala actuación, clame a Dios para que no eche raíz en su corazón.
Y ahora, Dios le dice a Samuel: “No es este.” Pasa el segundo y Dios le dice: “Tampoco es este.”
Ya Samuel se calló la boca, ahora va a esperar que Dios le diga, porque Dios le había dicho: “Yo te diré a quién vas a ungir.” Y ya Samuel con el primero comenzó a opinar: “Estoy delante de la presencia del Ungido del Señor.” Su padre Isaí (del joven) se pondría muy contento.
Pero vean, por cuanto no fue ASÍ DICE EL SEÑOR, falló Samuel al pensar que ése era el escogido para ser el próximo rey; pero él tiene que corregir eso. ¿Cómo? Pues dando a conocer cuál es el verdadero ungido por Dios para rey; para lo cual tiene que esperar: “Ahora vamos a esperar que Dios diga quién es, porque ahora me acaba de decir que no es este; yo pensaba que era él, pero no es él.”
Van pasando, Isaí va llevando los hijos delante de él, y pasan siete hijos; y Samuel dice: “Aquí hay algo raro.” No pasa ningún otro hijo.
—“¿Son todos éstos tus hijos?”
—“No, tengo uno más, pero ese está por el campo pastoreando las ovejas, es un pastor de ovejas, este no tiene estudio ni nada, estos otros sí, este es un muchacho del campo.”
—“No nos sentaremos a la mesa a comer hasta que él sea traído.”
Cuando lo buscan, un jovencito rubio, lo buscan, de apariencia agradable, ojos hermosos, dice también la Escritura; y cuando Samuel lo ve, no dice nada. Dios le dice: “Ese es él, úngelo.” El octavo hijo de Isaí.
No era un militar, no era nada más que un pastor de ovejas. Iba Dios a continuar pastoreando Su pueblo como lo hacía por los profetas Moisés, Josué y los jueces; y Samuel ordenó a Saúl cómo hacer las cosas, y él se salió del orden divino: no era un buen pastor para el pueblo; pero Dios preparó a uno pastoreando ovejas, las cuales son tipo y figura del pueblo de Israel.
Por eso en los Salmos nos habla que Dios pastorea Su pueblo, que Dios es el pastor de Israel, como lo fue del rey David, y como lo es de mí, ¿y de quién más? De cada uno de ustedes, y como lo es de la Iglesia del Señor Jesucristo.
Y ahora, vean ustedes, la monarquía y dinastía de Saúl terminó. La de David acá, aunque aparentemente terminó, hay promesa de que será restaurada la monarquía de David; y por lo tanto, el rey que ocupará ese Reino tendrá el título de David; como en el reino o imperio romano, los emperadores, de cierto tiempo en adelante, obtenían el título del César, como en Egipto obtenían el título de Faraón, era el Farón, moría uno y venía otro Faraón; así también aquí: El David siempre ha sido el sucesor de David, del Reino de David, ese llevará siempre el título de David o El David, El Amado.
Y ahora, encontramos que somos un rebaño y que hay un pastor, que es Cristo en Espíritu Santo en medio de Su Redil, de Su Iglesia, pastoreando a Su Iglesia, guiando a Su Iglesia por medio de Su Espíritu Santo, que descendió el Día de Pentecostés y ha permanecido en medio de Su Iglesia; y ha estado enviando y usando mensajeros, de edad en edad, uno para cada edad; y así ha estado guiando y pastoreando a Su Iglesia el Espíritu Santo, de etapa en etapa, en la trayectoria de Su Iglesia.
A través de la historia que ya conocemos de la Iglesia, podemos identificar territorio, edad, mensajero, Mensaje y tiempo en que el Espíritu Santo ha pastoreado a Su Iglesia en cada etapa; podemos, por consiguiente, localizar al Espíritu Santo en la edad, territorio y mensajero, y podemos identificar el Mensaje que trajo para guiar y alimentar a Su pueblo, a Su rebaño.
Pero ya todo eso es historia; nos resta a nosotros ver que estuvo en Norteamérica guiando a Su pueblo; desde ahí estuvo trayendo, el Espíritu Santo, el alimento espiritual para todo Su Rebaño, como lo hizo en edades pasadas. Por lo tanto, pudimos localizarlo en la séptima edad en Norteamérica, donde nació la séptima etapa de la Iglesia, representada en la iglesia de Laodicea de Asia Menor.
Pero ahora, ¿para dónde se fue el Guía, el Buen Pastor, Jesucristo, el Espíritu Santo? ¿Hacia dónde se ha movido? Tenemos que saber dónde, porque Él ha prometido que estará revelando los misterios que no han sido revelados todavía, los misterios de los Siete Truenos, para darle la fe a Su Iglesia, a Su Rebaño, para ser transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero.
Tenemos la promesa que el Espíritu Santo va a estar llevando a cabo una obra importante en una Gran Carpa-Catedral; por lo tanto, Él va a estar guiando a Su pueblo que corresponde a esa etapa, digamos, etapa de oro de la Iglesia o etapa de Piedra Angular, para cumplir Sus promesas que corresponden a este tiempo final, para prepararnos para ser transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero.
Todo va a girar alrededor del Séptimo Sello; y el Séptimo Sello es la Venida del Señor a Su Iglesia para darle la fe para ser transformados y llevados con Él a la Cena de las Bodas del Cordero.
Los Siete Truenos de Apocalipsis 10 es la Voz de Cristo, el Ángel Fuerte que desciende del Cielo, es la Voz del Espíritu Santo, es la Voz del Guía, el que guía a Su Iglesia; Él nos guiará a toda justicia y a toda verdad, dijo Cristo en San Juan, capítulo 16: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, Él os enseñará todas las cosas y os guiará a toda justicia y a toda verdad.”
Él es el Maestro, Él es el Guía, Él es el Buen Pastor, y Él es el Ángel Fuerte que desciende del Cielo en Apocalipsis 10, clamando como cuando ruge un león; o sea, que cambia de Cordero a León, de Sumo Sacerdote a Rey, y clama como cuando un león ruge. Ese es un Mensaje: clamando como cuando ruge un león, y siete voces, siete truenos, hablando sus voces.
Ese Mensaje contenido en esas siete voces, es la revelación de Jesucristo que será dada a la Iglesia en el Día Postrero, con la cual revelará el misterio del Séptimo Sello, el misterio de la Venida del Señor a Su Iglesia; y nos dará la fe, así, para ser transformados y raptados.
La fe para ser transformados y raptados gira alrededor de la Segunda Venida de Cristo, así como la fe para ser transformados espiritualmente gira alrededor de la Primera Venida de Cristo.
“AL FINAL, SÓLO UN REBAÑO Y UN PASTOR.”
Un Rebaño: la Iglesia del Señor Jesucristo compuesta por los creyentes en Cristo; y un Pastor: nuestro amado Señor Jesucristo.
Él coloca a cada persona en la posición que Él quiere en Su Obra. A unos los ha colocado como apóstoles, otros como profetas, otros como evangelistas, otros como pastores, otros como maestros, otros como ayudas, y así por el estilo; a cada uno le ha dado una parte para llevar a cabo. Y de esa parte es que usted tiene que ocuparse ciento por ciento, porque ese es el talento que Dios le ha dado a usted; quizás unos cuantos talentos o un solo talento.
Por lo tanto, en la posición en que Cristo, el Espíritu Santo, el Guía de Su Rebaño, de Su Iglesia, de Sus ovejas, nos coloque, ahí debemos estar trabajando sin protestar y sin decir: “No, yo quiero también aquella otra posición.”
No, en la que Él le coloca a usted es en la que usted va a salir bien. Si usted trata de que lo coloquen en otra posición, quizás va a estar interfiriendo con la labor de otro y le va a interrumpir la labor de otro, y por consiguiente va a interrumpir la labor en la Obra del Señor.
También puede ser cambiada una persona de un trabajo a otro trabajo, lo importante es que cuando sea cambiado usted haya hecho bien el trabajo que le correspondía en esa posición y cierre con broche de oro su labor en ese trabajo que estaba llevando a cabo, y Dios lo colocará en otra labor para la gloria de Dios. “En lo poco has sido fiel, en lo mucho te pondré,” es la promesa de Cristo.
Por lo tanto, adelante Rebaño del Señor Jesucristo, Iglesia del Señor Jesucristo, con el Buen Pastor, el Guía, Jesucristo nuestro Salvador.
Que Dios les continúe bendiciendo a todos, y les use también grandemente en Su Obra en este tiempo final. Y nos veremos mañana, Dios mediante, a la hora que ya está acordada.
Dejo con ustedes al reverendo, misionero Miguel Bermúdez Marín, para finalizar nuestra parte en esta ocasión.
Dios les bendiga y les guarde a todos, y continúen pasando una tarde feliz, llena de las bendiciones de Jesucristo nuestro Salvador.
“AL FINAL, SÓLO UN REBAÑO Y UN PASTOR.”