Muy buenas noches, amables amigos y hermanos presentes. Es para mí una bendición y privilegio grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor de la Palabra de Dios y Su Programa correspondiente a este tiempo final.
Para lo cual quiero leer en San Juan, capítulo 7, versos 37 al 39, donde dice de la siguiente manera:
“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.
El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.
Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”.
Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.
“BEBIENDO DEL AGUA DE LA VIDA ETERNA”. Ese es nuestro tema para esta ocasión, y de esto es de lo que habló nuestro amado Señor Jesucristo.
Y ahora, ¿cuál es el Agua de la vida eterna? Conforme a este mismo pasaje, dice que cuando Él habla estas palabras —está hablando “del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él”—, esa Agua de la vida eterna es el Espíritu Santo que vendría a los creyentes en Él. Cristo habló de esa Agua de vida eterna.
También Juan el Bautista predicando, dice en su mensaje del capítulo 1 de San Juan, hablando acerca de Cristo, del Mesías, dice… vamos a ver… Verso 22 en adelante dice, cuando le preguntan a Juan el Bautista quién es él… Quién es él, le preguntan unos fariseos que habían sido enviados por los sacerdotes para saber quién era Juan el Bautista, qué testimonio daba de sí mismo, o sea, quién Juan el Bautista decía que él era:
“Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?
Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.
Y los que habían sido enviados eran de los fariseos.
Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?
Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis.
Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado.
Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo.
Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua.
También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.
Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.
Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.
¿Quién es el que bautiza con el Espíritu Santo? Nuestro amado Señor Jesucristo. Juan siempre dijo1: “El que viene después de mí, Él les bautizará con Espíritu Santo y Fuego”.
Y ahora, vean cómo Juan el Bautista nos habla de la Venida del Espíritu Santo en Fuego; y este es el cumplimiento de la promesa de toda persona que cree en Jesucristo como su Salvador y lava sus pecados en la Sangre de Cristo: recibe y bebe del Agua de la vida gratuitamente: recibe el Espíritu Santo, que es el Agua de la vida eterna.
Y ahora, vean cómo también cuando Jesús estuvo en el pozo de Jacob y tuvo sed, y era como el mediodía…, y quedó solo allí, pues los discípulos fueron a la ciudad a comprar pan, alimento; y a esa hora del mediodía vino una mujer, la mujer samaritana, a sacar agua2. A esa hora no estaban las jóvenes sacando agua, porque era la hora del almuerzo, y ya habían venido en la mañana a buscar agua para preparar comida, el almuerzo.
Y ahora, la mujer samaritana, para evitar la burla de las demás muchachas jóvenes y mujeres, vean ustedes, iba al pozo a buscar agua a la hora que ella sabía que estaba solo ahí el pozo, que no había nadie; pero allí se encontró que estaba un Pozo de Agua de vida eterna: Jesucristo nuestro Salvador; y por eso es que comienza la conversación Jesús con ella, pidiéndole agua.
Y por cuanto en aquel tiempo había en medio de ellos esa segregación, de que los samaritanos y los judíos no se trataban, habiendo esa segregación de esos dos territorios, ella le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí, siendo que yo soy samaritana? ¿Y me pides tú a mí agua, sabiendo que los samaritanos y los judíos no se tratan?”. Miren hasta dónde había llegado esa segregación entre los judíos y los samaritanos; porque los samaritanos estaban mezclados con gentiles.
A ese territorio de los samaritanos pertenecía la tribu de Efraín, la de Manasés y otras tribus, y, por consiguiente, los judíos los trataban muy mal; eran menospreciados por los judíos y los trataban como si fueran gentiles, los trataban como pecadores.
Pero miren, en una parábola Jesús usó a un sacerdote levita, usó también a otra persona y también a un samaritano; un sacerdote, un levita y un samaritano.
El sacerdote pasó y vio un hombre tendido que había sido herido por ladrones, y estaba sangrando y muy grave, y no lo ayudó: se retiró del camino para no pasar cerca de él por temor a contaminarse; y si estaba muerto y lo tocaba, quedaba contaminado, conforme a la Ley de Moisés. Luego pasó el levita, y lo vio y se apartó también. Pero luego pasó el samaritano y lo vio, y fue movido a compasión y lo ayudó.
Y ahora, eso fue cuando Jesús estuvo hablando del amor al prójimo, cuando en una ocasión una persona preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?”.
Y ahora, Jesús le muestra allí quién es su prójimo, y pregunta: “¿Cuál de ellos…?”. “¿A cuál de ellos…?”. Vamos a buscarlo, Miguel, para leerlo completo. [Hno. Miguel: 10:30]. ¿10:30 de? [Hno. Miguel: De Lucas]. De Lucas, para que tengan el cuadro claro. Dice… Esto fue cuando el intérprete de la Ley… Vamos a comenzar en el verso 25, de San Lucas, capítulo 10:
“Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.
Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.
Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo.
Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo.
Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia;
y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón (o sea, a la casa de huésped, al hotel), y cuidó de él.
Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero (o sea, al dueño de la casa de hospedaje, del hotel), y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.
¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo”.
O sea, que el usar de misericordia con el prójimo hace que la persona ame a su prójimo; es una manifestación externa del amor al prójimo.
Y ahora, vean ustedes, los samaritanos… Aquí Jesús usó un samaritano para mostrar lo que es el amor al prójimo, cómo expresar ese amor al prójimo. No es solamente decir que ama a su prójimo, sino que cuando se requiere que le exprese, le manifieste ese amor —no con palabras sino con hechos— a su prójimo, lo haga.
Así como también no es solamente decir que uno ama a Dios, sino que uno está llamado a expresarle el amor a Dios haciendo lo que se requiere: llevando a cabo para Dios obras de amor hacia nuestro Dios, y cumpliendo Sus mandamientos, y así expresándole nuestro amor a nuestro Dios Creador de los Cielos y de la Tierra.
Y ahora, Cristo aquí, en el pozo de Samaria, sabía que estaba en un lugar que no era bien mirado por los judíos; pero Jesús amaba a todos, aun a los samaritanos, a los cuales los judíos menospreciaban. Y ahora llega Jesús para darles del Agua de la vida eterna también a los despreciados: a los samaritanos; porque el Agua de la vida eterna está disponible para todo ser humano.
Hay personas que piensan que por sus buenas obras van a entrar al Cielo, pero no es así. Es por haber bebido de la Fuente del Agua de la vida eterna. Es por haber bebido del Agua de la vida eterna, que es el Espíritu Santo, al creer en Cristo como nuestro Salvador, lavar nuestros pecados en Su Sangre y recibir Su Espíritu Santo; y así es como obtenemos esa vida eterna.
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Por Él fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Eso está en el capítulo 1, verso 1 en adelante.
Y luego, en el verso 9, nos dice… Vamos aquí a buscarlo, para que lo tengan aquí claro [verso 4]:
“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz en las tinieblas resplandece…”.
Y luego… Esto, llegamos aquí hasta el verso 5 del capítulo 1 de San Juan. La Luz de todo hombre es el Verbo, Cristo. Y el verso 9 dice:
“Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.
En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”.
El Verbo, que era con Dios y era Dios, es la Luz del mundo, la Luz que alumbra a todo hombre. Y ahora, el Verbo “venía a este mundo”:
“En el mundo estaba, y el mundo por Él fue hecho; y el mundo no le conoció.
A lo suyo vino (o sea, al pueblo hebreo), y los suyos no le recibieron (le rechazaron).
Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios…”.
Ser hechos hijos de Dios creyendo en Jesucristo como nuestro Salvador, lavando nuestros pecados en Su Sangre y recibiendo Su Espíritu Santo; y así obtenemos el nuevo nacimiento, del cual le habló Cristo a Nicodemo cuando le dijo que era necesario nacer de nuevo3; porque el que no naciera de nuevo, no podía ver el Reino de Dios y no podía entrar al Reino de Dios.
Nicodemo pensó en un nacimiento como el que había tenido por medio de su madre, y le dice: “¿Cómo puede hacerse esto? ¿Cómo se puede nacer de nuevo? ¿Puede acaso el hombre entrar en el vientre de su madre por segunda vez, y nacer?”. Porque siempre que se nos habla de nacer, pensamos en el vientre de nuestra madre; pero este es un nuevo nacimiento. Siendo un nuevo nacimiento, va a producir una nueva vida.
Y ahora, por medio de creer en Cristo como nuestro Salvador, se opera ese nuevo nacimiento. Cristo le dijo: “El que no nazca del Agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios (o Reino de los Cielos). Lo que es nacido de la carne, carne es; lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”.
Y ahora, por medio del nuevo nacimiento obtenemos un cuerpo teofánico de la sexta dimensión, un espíritu teofánico; porque lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. Y lo que es nacido del Espíritu de Dios, del Espíritu Santo, es espíritu; y obtenemos un cuerpo espiritual de la sexta dimensión, un cuerpo parecido a nuestro cuerpo terrenal pero de la sexta dimensión, un cuerpo teofánico de la sexta dimensión parecido… como el de nuestro amado Señor Jesucristo.
Vean ustedes, en el Antiguo Testamento, encontramos que Dios apareció en Su cuerpo teofánico (parecido al cuerpo humano pero de la sexta dimensión), llamado el Ángel de Jehová o Ángel del Pacto. Encontramos que a Jacob le apareció; y Jacob luchó con Él y no lo soltó hasta que bendijo a Jacob. Génesis, capítulo 32, verso 24 al 32.
Y ahora, encontramos también que les apareció a Manoa y a su esposa para decirles que iban a tener un hijo, el cual fue Sansón. Y Manoa vio que era un hombre, un varón; pero cuando Manoa ofreció el sacrificio a Dios de un cabrito, y ofreció ese sacrificio mientras el fuego consumía el sacrificio, por la llama del fuego subió el Ángel de Jehová y entonces se dio cuenta que era el Ángel de Jehová. Y dijo Manoa a su esposa: “Hemos de morir, vamos a morir, porque hemos visto a Dios cara a cara”4.
Habían visto a Dios en Su cuerpo teofánico, pero nadie jamás ha visto a Dios en Su esencia; solamente en Su cuerpo teofánico y en la Columna de Fuego manifestado, y en el cuerpo de carne llamado Jesús; pero a Dios en Su esencia nadie lo ha visto. A Dios nadie jamás lo ha visto, dice San Juan, capítulo 1, verso 18:
“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”.
Y ahora Jesucristo, en San Juan, capítulo 8, verso 55 al 59, encontramos que está hablando con unos judíos que trataban de hacerle la vida difícil e imposible; y en el verso 56, del capítulo 8 de San Juan, dice:
“Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó.
Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?
Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.
Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue”.
No pudieron creer que Jesús estaba diciendo la verdad. Pero antes de Jesús estar en la Tierra en Su cuerpo de carne, Él estaba en Su cuerpo teofánico de la sexta dimensión, en el cual les apareció a los profetas del Antiguo Testamento; y ellos lo llamaron el Ángel de Jehová. El Ángel de Jehová es el Señor Jesucristo en Su cuerpo teofánico.
Por eso la promesa de la Venida del Mesías, conforme a Malaquías, capítulo 3, es la Venida del Ángel del Pacto, del Ángel de Jehová, del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, haciéndose carne en medio del pueblo hebreo. Eso es el Verbo hecho carne, como dice San Juan, capítulo 1, verso 14: “Y aquel Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”.
Y ahora, Malaquías, capítulo 3, verso 1, dice:
“He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí (¿Ese fue quién? Juan el Bautista); y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis (¿Quién vendrá después de Juan el Bautista? El Señor, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el cual el pueblo hebreo buscaba), y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros”.
El Señor, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Ángel del Pacto, el Ángel de Jehová, es el que viene después de Juan el Bautista. ¿Y cómo vendría? Vendría hecho carne, hecho hombre en medio del pueblo hebreo. Y eso es Emanuel. Emanuel significa ‘Dios con nosotros’. Dios con nosotros en la forma de un hombre, de un profeta llamado Jesús.
Y ahora, lo que dice San Pablo en Primera de Timoteo, capítulo 3, verso 16: “Sin contradicción, grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne… Él ha sido manifestado en carne y ha sido visto de los ángeles y ha sido predicado a los gentiles”.
La Venida del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob en un velo de carne humana, es esa la predicación del Evangelio de la Gracia para todos los seres humanos; la Venida del Ángel del Pacto, del Ángel de Jehová; la Venida del Verbo, que era con Dios y era Dios, hecho carne en medio del pueblo hebreo llevando a cabo la Obra de Redención en la Cruz del Calvario.
Y ahora, vean el por qué Jesús podía decir: “Antes que Abraham fuese, yo soy”. Él era antes que Juan el Bautista también, pues Juan el Bautista dice que el que viene después de él, es primero que él5; vean, el que es primero, viene después. Era primero que Juan el Bautista en Su cuerpo teofánico; en Su cuerpo de carne nació después de Juan el Bautista, o sea, Su cuerpo de carne nació después del cuerpo de carne de Juan el Bautista.
Y era antes que Abraham y era antes que Noé; era antes que Enoc, era antes que Matusalén y era antes que Adán también; porque “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
Ese es el Dios Todopoderoso en Su cuerpo teofánico, ese es el Creador de los Cielos y de la Tierra. Y aquel Verbo se hizo carne, se hizo hombre, y habitó en medio del pueblo hebreo, y fue conocido por el nombre de Jesús.
Vean quién es nuestro amado Señor Jesucristo: es el Creador de los Cielos y de la Tierra; por Él fueron hechos, creados, los Cielos y la Tierra, todas las cosas fueron hechas por Él.
San Pablo en Hebreos, capítulo 1, también nos dice que por Él fueron hechas todas las cosas, creadas todas las cosas. Dice:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas,
en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo…”.
O sea que Dios por medio de Su manifestación en Su cuerpo teofánico (de la sexta dimensión), que es un cuerpo parecido a nuestro cuerpo, estando Dios en ese cuerpo teofánico creó el universo completo. Ahí tenemos el origen del universo, el cual la ciencia está buscando. Y dice:
“… el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas…”.
Ahora vean cómo fue el Ángel de Jehová, el Ángel del Pacto, el mismo Dios en y con Su cuerpo teofánico de la sexta dimensión, el que se hizo carne y habitó en medio del pueblo hebreo.
Y hecho carne, vestido de un cuerpo de carne humana creado por Él (y nacido a través de una virgen llamada María, en Belén de Judea, donde nació), vean ustedes, Dios manifestado en ese cuerpo en toda Su plenitud era nada menos que la Divinidad manifestada, la Divinidad en carne humana; era nada menos que Dios manifestado en la forma de un hombre en medio del pueblo hebreo, para llevar a cabo la Obra de Redención para nosotros, llevarla a cabo con Su propio cuerpo, que Él creó al crear una célula de vida en el vientre de María, la cual se multiplicó célula sobre célula, y así fue formado el cuerpo de Jesús; el cual nació en Belén de Judea, creció, y cuando llegó a Su edad correspondiente para ser sacrificado en la Cruz del Calvario, fue sacrificado en la Cruz del Calvario como nuestro Sacrificio por el pecado.
Recuerden que en medio del pueblo hebreo se requería efectuar sacrificios, por el pecado, con y de animalitos; pero ahora Dios ofreció Su propio cuerpo de carne, que nació a través de una virgen, lo ofreció en sacrificio por nosotros. Él es nuestro Cordero Pascual y Él es también el Macho Cabrío de la Expiación. Él es nuestra Expiación para quitar nuestros pecados.
Vean el personaje tan grande que es nuestro amado Señor Jesucristo. Es el hombre más grande que ha pisado este planeta Tierra.
Y ahora, vean ustedes la forma sencilla en que apareció en medio de los seres humanos: apareció en la forma de un obrero de la construcción, de Nazaret; pero ese hombre era nada menos que Dios hecho carne, hecho hombre, en medio del pueblo hebreo, viniendo como Cordero de Dios y Sumo Sacerdote para ofrecer el Sacrificio por el pecado en favor del ser humano.
Como Sacerdote, no era sacerdote del orden levítico, no era sacerdote de la descendencia de Aarón, pues nació por medio de una virgen de la tribu de Judá, descendiente ella del rey David; por lo tanto, no tenía sacerdocio terrenal, del orden de Aarón; por lo tanto, no era un sacerdote del templo terrenal. Pero sin embargo, era el Sumo Sacerdote Melquisedec del Templo que está en el Cielo.
Y así como el sumo sacerdote terrenal, Aarón, y los descendientes de Aarón, el día 10 de cada año tenían que sacrificar un macho cabrío para la expiación de los pecados del pueblo, para la reconciliación del pueblo hebreo con Dios y de cada individuo con Dios, para la reconciliación de cada persona; Melquisedec, el Sumo Sacerdote del Templo que está en el Cielo, tenía que llevar a cabo un Sacrificio de Expiación, para la expiación de nuestros pecados, para ser reconciliados con Dios.
Y por eso el Sumo Sacerdote Melquisedec, Sacerdote del Dios Altísimo y del Templo celestial, vino en carne humana y ofreció el Sacrificio por el pecado, el Sacrificio de la Expiación; y ese fue Su propio cuerpo, ofrecido en sacrificio vivo en la Cruz del Calvario.
Y luego que murió, a los tres días resucitó, y estuvo con los discípulos unos cuarenta días; y luego ascendió al Cielo, se sentó a la diestra de Dios, y todo poder le fue dado en el Cielo y en la Tierra6.
Y Jesucristo nuestro Salvador ha estado haciendo intercesión con Su propia Sangre; no en el templo terrenal que hubo en los días de Jesús aquí en la Tierra (ya ese templo, vean ustedes, en el año 70 de la era cristiana fue destruido por el general romano Tito), en ese templo Cristo no llevó Su Sangre; ni siquiera tenía el propiciatorio ese templo ni el arca del pacto.
Pero el Templo de Dios en el Cielo tiene el Trono de Dios, que es el asiento de misericordia, el Propiciatorio, donde Jesús ascendió y se sentó, y colocó Su propia Sangre en ese asiento de misericordia. Y ha estado haciendo intercesión, como lo hacía el sumo sacerdote en el templo terrenal, Cristo ha estado haciendo intercesión en el Cielo por cada persona que tiene su nombre escrito en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, para así ser quitados los pecados de todos los hijos e hijas de Dios.
Solamente por medio de un sacrificio eran perdonados los pecados de las personas en el Antiguo Testamento, pero sus pecados solamente eran cubiertos, no quitados; aunque eran perdonados. Pero ahora por medio del Sacrificio de Cristo, nuestros pecados no solamente han sido perdonados sino quitados y echados en el mar del olvido; y hemos sido justificados, y eso significa: como si nunca hubiésemos pecado.
Y todo eso, vean ustedes, quien lo ha estado realizando es ¿quién? El Sumo Sacerdote Melquisedec por medio de Su propio Sacrificio, el Sacrificio de Su propio cuerpo y Su Sangre derramada en la Cruz del Calvario, Su Sangre derramada para… no cubrir nuestros pecados sino quitar nuestros pecados.
Y Él colocó Su Sangre allá, en el Propiciatorio, que es el Trono de Dios en el Cielo, en el Templo celestial; y ha permanecido allí haciendo intercesión hasta que entre hasta el último —de los que tienen sus nombres en el Cielo— escrito en el Libro de la Vida del Cordero desde antes de la fundación del mundo.
Y por eso es que se predica el Evangelio y se da a conocer el misterio de la Primera Venida de Cristo como Cordero de Dios: muriendo en la Cruz del Calvario por todos nosotros, y así quitando nuestros pecados, para que toda persona tenga la oportunidad de creer en la Primera Venida de Cristo y Su Obra de Redención en la Cruz del Calvario, y pueda echar sus pecados en la Sangre de Cristo y ser limpiado de todo pecado, para recibir el Espíritu Santo, el Espíritu de vida eterna, el cual viene sobre los creyentes en Jesucristo que le han recibido como su Salvador.
Y la venida del Espíritu Santo sobre los creyentes, vean ustedes, es una promesa desde el Antiguo Testamento7, pero que en el Nuevo Testamento es cumplida en los creyentes en Jesucristo, pues Cristo bautizaría a los creyentes en Él con Espíritu Santo y Fuego.
Juan dijo: “Este es el que bautizará con Espíritu Santo y Fuego”. Él estuvo anunciando que el que vendría después de él sería el que los bautizaría con Espíritu Santo y Fuego; y cuando lo vio, dijo: “Este es Él, este es el que viene y bautiza con Espíritu Santo y Fuego”. ¿A quiénes? A los creyentes en Él.
Los creyentes en Juan solamente eran bautizados en agua, en bautismo de arrepentimiento, pero los creyentes en Jesucristo serían bautizados con el Espíritu Santo y Fuego; y así obtendrían un cuerpo teofánico de la sexta dimensión.
Pues luego de la caída del ser humano, el ser humano nace en esta Tierra obteniendo a través de papá y mamá un cuerpo mortal, corruptible y temporal, sin vida eterna, y recibe un espíritu del mundo.
Y así la persona vive en la Tierra con cuatro rayos de luz; y a medida que van pasando los años, esos rayos de luz se van agotando y van apagándose uno a uno. El primero se apaga cuando la persona tiene de 20 a 25 años; y por eso se nota —y la misma persona nota— un cambio. Luego, cuando tiene de 30 a 35 años, ocurre otro cambio, porque se le apaga otro de los cuatro rayos de luz. Y cuando ya tiene 65 años, ya el tercer rayo de luz se le ha apagado, y está viviendo solamente con el último rayo de luz; por eso de los 65 años en adelante, en la persona se nota un cambio y también la persona nota un cambio8.
Es como los automóviles, que cuando están nuevos se ve que tienen una potencia que suben las cuestas rapidito, aunque vayan con pasajeros (y así es en los camiones también); pero ya cuando les pasan unos cuantos años, ya van perdiendo fuerza; y cuando ya están viejitos, algunas veces hay que estar empujándolos, algunas veces ni la batería les quiere funcionar. Ahora, podemos ver que es que se van agotando.
Y así es el cuerpo del ser humano, porque es un cuerpo temporal. No es en la perfecta voluntad de Dios, sino en la permisiva voluntad de Dios, para que los hijos e hijas de Dios (que son alma viviente, que vienen de la séptima dimensión) puedan vivir en esta dimensión terrenal y hacer contacto con la vida eterna, que es Cristo, y puedan recibir el perdón de sus pecados y puedan recibir la limpieza de sus pecados por la Sangre de Cristo; y entonces poder recibir el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo, y así obtengan ese cuerpo espiritual de la sexta dimensión, que es parecido a nuestro cuerpo pero de la sexta dimensión. Ese cuerpo teofánico, en el cual Jesús dice que era antes que Abraham, y aun antes de la Creación, del universo completo; pues Él, estando en ese cuerpo teofánico, fue el que creó el universo completo.
Y ahora, el Espíritu de vida eterna es el Espíritu Santo, el cual recibimos al creer en Cristo como nuestro Salvador y lavar nuestros pecados en Su Sangre; y así creemos en Su Primera Venida y Su Obra de Redención, y recibimos Su Espíritu; y así obtenemos el nuevo nacimiento. Y así es como bebemos del Agua de la vida eterna, que es el Espíritu Santo.
Y ahora, siendo que el Espíritu Santo es la Luz de la Vida y es la Luz que alumbra a todo hombre, vean ustedes, estando en carne humana Él dijo también9: “Yo soy la Luz del mundo”, pues Él es la Luz que alumbra a todo hombre.
Y ahora, para todos los redimidos por Cristo, que han recibido Su Espíritu, la promesa es que si el cuerpo físico muere (porque se le agoten los rayos de luz, esos cuatro rayos de luz, o por alguna enfermedad o algún accidente), Cristo ha prometido que en el Día Postrero nos resucitará: nos resucitará en un cuerpo eterno, donde estaremos con la Luz de la Vida, con ese Espíritu de vida eterna, con el Espíritu Santo, con ese cuerpo teofánico de luz de la sexta dimensión. Y ahí sí que no se nos apagarán ninguno de los rayos de luz; y nunca nos pondremos viejos, porque no se nos apagarán ninguno de los rayos de luz.
El hombre se pone viejo porque se le van apagando esos rayos de luz. Si inventaran un cargador de luz cósmica y lo pudieran conectar al ser humano en alguna forma, vean ustedes, cargarían, diríamos “cargarían las pilas”, ¿verdad? Irían al lugar donde llevarían a cabo esas labores, y se despediría de la familia y le diría: “Bueno, mis hijos y mi esposa: Esposa, me voy de vacaciones porque voy a cargar las pilas; voy a cargar las pilas allá, a la clínica o al lugar tal. Y después les tocará a ustedes. Pero ya yo tengo que ir a cargar mis pilas, porque me han pasado ya unos cuantos años”.
Vean, en los tiempos de Adán, Set y Matusalén y Enoc y Noé, como que las pilas eran mejores, ¿verdad?, duraban más años; como que los cuatro rayos de luz se apagaban más tarde.
Es que miren ustedes, en la actualidad ustedes pueden comprar o tener unas pilas que ustedes las usan un día y ya se agotaron; pero hay otras que las usan unos cuantos días, corridamente, y no se agotan, son mejores.
Para aquellos tiempos, vean ustedes, esos cuatro rayos de luz no se agotaban tan rápidamente; pero a lo último, siempre se agotaban.
Pero ahora, en el nuevo cuerpo, tendremos la Luz de la Vida: a Cristo en Espíritu Santo, el Espíritu de Vida, y nunca se nos agotará la Luz de la Vida; por lo tanto, no nos pondremos viejos. El problema para el ser humano es que se van agotando esos rayos de luz y se va poniendo vieja la persona.
Vean, desde los 20 años en adelante el ser humano comienza a morir; ¿por qué? Porque comienzan a agotarse en la persona esos rayos de luz. De los 20 a los 25 años se agota el primero; por lo tanto, comenzó a los 20 a ponerse vieja la persona, comenzó a morir, aunque diga: “Yo estoy jovencito todavía”.
Bueno, eso es así. Y está bien que sea así, porque de otra manera el planeta Tierra estaría tan poblado que no habría ni siquiera hojas de los árboles para comer.
Pero miren, lo importante, estando viviendo nosotros en estos cuerpos mortales, no es vivir muchísimos años: lo importante es hacer contacto con la Luz de la Vida, hacer contacto con Jesucristo, y vivir con Él; y beber del Agua de la vida eterna, beber de Su Espíritu, tomar Su Espíritu, recibir Su Espíritu Santo; y así queda sellada la persona con vida eterna, queda sellada con el Sello del Dios vivo, para vivir por toda la eternidad.
Y si muere físicamente, pues va al Paraíso; pero en el Día Postrero, que es el séptimo milenio, será resucitado en un cuerpo eterno, que tendrá toda la Luz de la Vida: tendrá dentro el cuerpo teofánico, ese cuerpo de luz de la sexta dimensión; y ese no se agotará, esa luz no se agotará, por lo tanto el cuerpo no se pondrá viejo.
Y nos miraremos en el espejo cuando lo recibamos, y veremos que será un cuerpo que estará representando de 18 a 21 años de edad. Y después, cuando pasen mil años, nos daremos una miradita de nuevo y veremos que está igual. Diremos: “Está como en la fina hora” (eso quiere decir ‘como en el momento que lo recibimos’, nuevecito). Y cuando pase un millón de años, nos podremos mirar de nuevo y ver que estaremos iguales que cuando recibimos el cuerpo; porque no se le apagarán esos rayos de luz, porque son rayos de luz de vida eterna, rayos eternos; luz eterna, la luz de la vida eterna.
Y ahora, vean ustedes lo que será para los muertos en Cristo: resucitarán en un cuerpo eterno. Y nosotros los que vivimos seremos transformados, si permanecemos vivos hasta que los muertos en Cristo resuciten. Cuando los veamos resucitados, seremos transformados nosotros.
Por eso es que esas luces misteriosas, que les llaman platillos voladores, están directamente relacionadas con los escogidos de Dios y la transformación y rapto que vendrá para los escogidos de Dios, para los miembros de la Iglesia del Señor Jesucristo.
El reverendo William Branham habló de esas luces misteriosas, y dijo que cuando Elohim, Gabriel y Miguel estuvieron con Abraham comiendo, eran luces misteriosas que descendieron del Cielo10.
Y vean, el reverendo William Branham dice que Dios creó para Sí mismo un cuerpo del polvo de la tierra, otro para Gabriel y otro para Miguel, y entraron en esos cuerpos y comieron con Abraham; y después fueron a Sodoma y Gomorra, y después desaparecieron, después del juicio de Sodoma y Gomorra11. Y en un carro de fuego también se fue el profeta Elías12.
Y ahora, para este tiempo final están apareciendo muchos carros de fuego o platillos voladores por toda la América Latina y el Caribe, porque Dios tiene muchos hijos e hijas en la América Latina y el Caribe.
El reverendo William Branham dice13: “Uno descenderá y lo transformará a usted”, “y entonces las canas se irán, y las arrugas también”; y usted estará jovencito, en un nuevo cuerpo.
Y luego nos iremos de aquí; ya seremos a imagen y semejanza de nuestro amado Señor Jesucristo, con un cuerpo eterno y glorificado como nuestro amado Señor Jesucristo. Y nos iremos vestidos del nuevo cuerpo espiritual, que es el cuerpo teofánico, y con el nuevo cuerpo físico, que es el cuerpo físico y eterno que hemos de recibir; o sea que tendremos esa doble porción, esa doble vestidura, para ir a la Cena de las Bodas del Cordero.
Ahora podemos ver el misterio de beber del Agua de la vida eterna.
Por eso es que Cristo prometió también derramar de Su Espíritu Santo sobre los creyentes en Él, y dijo a Sus discípulos14: “Si yo no me voy, el Espíritu Santo no puede venir. Yo tengo que irme, pero yo enviaré del Padre el Espíritu Santo”. Y con eso comenzaría la nueva creación de una nueva raza, de la cual Jesucristo es el primero, Él es la cabeza15; y la continuación somos todos nosotros.
Una nueva raza, una nueva creación con vida eterna está siendo creada; y la humanidad no se ha dado cuenta de lo que está sucediendo, pensó que Dios dejó de crear; y miren, está creando, diríamos “bajo nuestras narices”, está creando una nueva raza; y las personas piensan que son gente metiéndose a la religión.
Pero lo que está sucediendo es que millones de seres humanos de Cristo hacia acá han estado entrando a una Nueva Creación, creyendo en Cristo como nuestro Salvador, lavando nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibiendo Su Espíritu Santo, y así naciendo en el Reino de Dios, naciendo en y del Cielo, naciendo así de Dios.
Cuando hay un nacimiento, un cuerpo ha nacido. ¿Es así o no es así? Cuando se dice: “Le nació un hijo a fulano y fulana”, hay un cuerpo que nació.
Y cuando en el Reino de Dios ha nacido un hijo, ha nacido un cuerpo teofánico en la sexta dimensión, y ha nacido en un cuerpo teofánico esa persona; aunque todavía sigue viviendo aquí en la Tierra con el cuerpo mortal, terrenal y corruptible, pero ya tiene un cuerpo de la sexta dimensión, un cuerpo que tiene toda la luz, que no se agotará, para vivir por toda la eternidad.
Y ahora lo que necesita es que llegue el momento de la resurrección de los muertos en Cristo; y cuando los veamos resucitados, ese cuerpo teofánico nuestro se manifestará en nuestro cuerpo físico en tal grado que será transformado nuestro cuerpo; y así estaremos a imagen y semejanza de nuestro amado Señor Jesucristo.
Ya no necesitaremos los cuatro rayos de luz que habíamos recibido al principio, porque ya no tendremos esos cuatro rayos de luz sino que tendremos una planta completa de luz: el cuerpo teofánico de la sexta dimensión, que nunca se agotará.
Y ahora, en este tiempo todos estamos deseosos de ser transformados, de no ver muerte; y serán transformados todos los que estarán viviendo en el Día Postrero que están ordenados por Dios para no ver muerte.
Y ellos estarán viendo la Segunda Venida de Cristo como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores en Su Obra de Reclamo, y estarán creyendo en Su Venida; en adición a creer en Su Primera Venida, estarán creyendo en Su Segunda Venida, porque Él viene por Sus hijos, por Sus santos, por Su Iglesia, para resucitar a los muertos en Cristo y transformarnos a nosotros los que vivimos, y llevarnos a la Casa de nuestro Padre celestial, a la Cena de las Bodas del Cordero.
E iremos con Cristo estrenando cuerpo nuevo, estrenando vestidura nueva; vestidura nueva de cuerpo físico eterno y glorificado nuevo, y también con el cuerpo teofánico de la sexta dimensión, que es un cuerpo nuevo que hemos recibido al recibir el Espíritu de Cristo, pero es un cuerpo de otra dimensión: de la sexta dimensión; es el cuerpo de la Palabra.
Y ahora, podemos ver la importancia de estar BEBIENDO DEL AGUA DE LA VIDA ETERNA, o sea, de creer en Cristo como nuestro Salvador, lavar nuestros pecados en Su Sangre y recibir Su Espíritu Santo. Recibir Su Espíritu es beber del Agua de la vida eterna.
Y para el Día Postrero, en adición de darnos el Espíritu Santo y darnos el cuerpo teofánico de la sexta dimensión, nos dará el cuerpo físico y eterno. Por eso en Apocalipsis, capítulo 21 y capítulo 22, dice… Capítulo 21, verso 6:
“Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida”.
Tomamos de la Fuente del Agua de la Vida Eterna al recibir a Cristo como nuestro Salvador y lavar nuestros pecados en Su Sangre y recibir Su Espíritu Santo.
Y en adición, en el Día Postrero recibiremos también el cuerpo eterno y glorificado. Tomaremos del Agua de la vida eterna física, obteniendo un cuerpo eterno y glorificado, para vivir con Él por toda la eternidad, con nuestro amado Señor Jesucristo, como reyes y sacerdotes en el Reino de Dios.
Estando nosotros en estos cuerpos mortales, quizás la mayoría no tenga una posición económica o social o política alta, pero todo aquí en la Tierra es terrenal, temporal; es vanidad, porque es temporal. Pero cuando estemos en el cuerpo eterno y glorificado tendremos la posición más alta que una persona pueda tener, y eso será en el Reino de nuestro amado Señor Jesucristo; y eso es lo importante.
No es importante qué posición usted tenga aquí, lo importante es usted tomar del Agua de la vida eterna; y en el Reino de Dios, durante el Milenio y por toda la eternidad, estaremos con nuestro cuerpo eterno nuevo y glorificado, y seremos iguales a Jesucristo: seremos personas perfectas: con vida eterna y jovencitos por toda la eternidad, y tendremos la posición más alta en el Reino de Dios: la posición de reyes y sacerdotes con Jesucristo, el Rey de reyes y Señor de señores y Sumo Sacerdote del Templo celestial.
Por cuanto Él es el Sumo Sacerdote y también Él es el Rey de reyes y Señor de señores, todos los creyentes en Él que han lavado sus pecados en Su Sangre y han recibido Su Espíritu Santo: han bebido de la Fuente del Agua de la Vida y así han nacido de nuevo, por lo tanto son hijos de Dios por medio de nuestro amado Señor Jesucristo; y por consiguiente, somos todos herederos de Dios y coherederos con Cristo nuestro Salvador; y somos descendientes de Dios.
Cuando se dice “hijos de Dios”, eso es “descendientes de Dios”, simiente de Dios. Así, cuando usted dice que sus padres terrenales son tal y tal persona, usted es un descendiente —según la carne— de ellos. Y cuando decimos que somos hijos e hijas de Dios al haber creído en Cristo como nuestro Salvador y lavado nuestros pecados en Su Sangre, y haber bebido del Agua de la vida eterna, de Su Espíritu Santo, y haber nacido de nuevo, somos hijos e hijas de Dios nacidos en el Reino de Dios: somos descendientes de Dios, nuestro Padre celestial.
Y si Él es el Rey del universo, Sus hijos son reyes también. Y si Él es —Jesús es— el Sumo Sacerdote Melquisedec del Templo que está en el Cielo, pues nosotros somos descendientes del Sumo Sacerdote celestial, somos sacerdotes también. Por eso es que somos reyes y sacerdotes, y herederos de Dios, y reinaremos con Cristo en el Milenio y por toda la eternidad.
Miren la descendencia de la Realeza celestial. Y ustedes pertenecen a esa Realeza no terrenal, sino celestial, y yo también. Y por eso es que hemos sido invitados por Cristo a beber, a tomar del Agua de la vida eterna: a tomar, a recibir Su Espíritu Santo al creer en Él en Su Primera Venida y lavar nuestros pecados en Su Sangre, y recibir Su Espíritu; y así recibimos el nuevo nacimiento, y así nacemos en el Reino de Dios como hijos e hijas de Dios.
Así como al nacer por medio de nuestros padres hemos nacido en este mundo, y en el reino de este mundo; pero al nacer por medio del Espíritu de Dios, nacemos en el Reino de Dios, en el mundo de Dios.
¿Vieron por qué Cristo dijo16: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”? Es porque al beber de Él, o sea, recibir Su Espíritu Santo, se recibe vida eterna, se nace en el Reino de Dios.
“BEBIENDO DEL AGUA DE LA VIDA ETERNA”.
Eso es lo importante para el ser humano: estar bebiendo del Agua de la vida eterna en el tiempo que Dios le ha dado para vivir en este planeta Tierra. De otra forma, ¿de qué le vale al hombre, si gana todo el mundo, y pierde su alma? De nada le habrá servido vivir en esta Tierra.
Hemos sido enviados por Dios. Nuestra alma, que es lo más importante y es lo que en realidad es la persona, ha venido nuestra alma a esta Tierra en un cuerpo mortal y con un espíritu del mundo, para hacer contacto con la Fuente del Agua de la Vida Eterna: hacer contacto con Cristo, para recibir Su Espíritu Santo, beber del Agua de la vida eterna.
Ha sido para mí un privilegio estar con ustedes dándoles testimonio de cómo beber del Agua de la vida eterna. Y les he mostrado lo que es el Agua de la vida eterna: es el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios; y les he mostrado que al tomar de Él, al recibirlo, recibimos un cuerpo teofánico de la sexta dimensión; y que en el Día Postrero recibiremos también un cuerpo eterno físico, inmortal e incorruptible y glorificado como el cuerpo físico del Señor Jesucristo; y que nos iremos con Él a la Casa de nuestro Padre celestial, a la Cena de las Bodas del Cordero, cuando tengamos el nuevo cuerpo.
“En la Casa de mi Padre muchas moradas hay; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez (esa es Su Segunda Venida), y os tomaré a Mí mismo (porque somos parte de Él), para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Y nos llevará con Él a la Casa de nuestro Padre celestial. San Juan, capítulo 14.
“BEBIENDO DEL AGUA DE LA VIDA ETERNA”.
¿Vieron? Para eso es que Él nos ha enviado a este planeta Tierra: para beber del Agua de la vida eterna, para poder vivir por toda la eternidad.
Ha sido una bendición grande verles en esta noche y darles testimonio del Agua de la vida eterna y de cómo beber del Agua de la vida eterna.
Que Dios les bendiga, que Dios les guarde, y continúen pasando una noche llena de las bendiciones de nuestro amado Señor Jesucristo. Dios les bendiga.
“BEBIENDO DEL AGUA DE LA VIDA ETERNA”.
[Revisión junio 2020]
1 San Mateo 3:11, San Lucas 3:16
2 San Juan 4:1-26
3 San Juan 3:1-6
4 Jueces 13:1-25
5 San Juan 1:15
6 San Mateo 28:18
7 Joel 2:28-29
8 Citas, pág. 48, párr. 412
9 San Juan 8:12
10 Citas, pág. 109, párr. 952
11 SPN57-1006 “Preguntas y respuestas sobre Hebreos #3”, pág. 303, párrs. 844-845
12 2 Reyes 2:11
13 Citas, pág. 159, párr. 1418 / pág. 47, párr. 402
14 San Juan 16:7
15 Colosenses 1:18
16 San Juan 7:37