Muy buenas noches, amados amigos y hermanos presentes aquí en el Tigre, Buenos Aires. Es para mí una bendición grande estar con ustedes aquí en la Argentina, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor del Programa de Dios, y ver este nuestro tema correspondiente a esta ocasión: “EL MISTERIO DE LAS RECOMPENSAS”, lo cual la Escritura contiene desde el Génesis hasta el Apocalipsis.
Podemos ver que desde el Génesis hasta el Apocalipsis nos habla de las recompensas divinas, y vamos a ver este misterio en esta noche.
Para lo cual, leemos Apocalipsis, capítulo 22, verso 12, donde dice, Cristo dice:
“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”.
Que Dios nos permita comprender este misterio de las recompensas, nos abra el entendimiento, y nos bendiga; y a cada uno les dé conforme a sus obras en este Día Postrero. En el Nombre Eterno del Señor Jesucristo. Amén y amén.
Todo ser humano tiene la oportunidad de vivir en este planeta Tierra cuando ha nacido en este planeta Tierra, y toda la trayectoria de su vida tendrá una recompensa; pues en toda la trayectoria de su vida el ser humano siempre ha estado trabajando, haciendo algo en su vida, y tendrá su recompensa.
Y ahora, encontramos que Dios dará Su recompensa a todo ser humano “según sea su obra”, dice aquí nuestro amado Señor Jesucristo.
Esta recompensa es para el Día Postrero, en el cual la Venida del Hijo del Hombre será cumplida en medio de la raza humana. Ahí los seres humanos comienzan a recibir la recompensa por sus obras; esto es para los que estarán viviendo aquí en la Tierra en este tiempo final.
Los que partieron en edades pasadas o dispensaciones pasadas y generaciones pasadas recibirán su recompensa cuando sean presentados ante la presencia de Dios; cuando resuciten recibirán la recompensa de parte de Dios, sea buena o sea mala.
La recompensa va a depender de las obras realizadas por las personas aquí en la Tierra.
Ahora, podemos ver que Cristo nos dice en San Mateo, capítulo 16, versos 24 al 28:
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.
Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?
Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.
De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte (o sea que no verán muerte), hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino”.
Y luego, seis días después, tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan (hermano de Jacobo), y los llevó aparte a un monte alto, llamado el Monte de la Transfiguración; y… (es llamado así por nosotros). Y en ese monte se transfiguró delante de Sus discípulos: Su rostro resplandeció como el sol, Sus vestiduras se hicieron blancas como la luz, resplandecientes como la luz, y aparecieron allí Moisés y Elías[1].
Siendo que esto es una visión: esto es la Venida del Reino de Dios con Sus Ángeles, y el Hijo del Hombre viniendo en el Reino de Su Padre con Sus Ángeles, lo cual para el Día Postrero será cumplido conforme a como fue mostrado aquí en la visión del Monte de la Transfiguración.
Porque la Segunda Venida de Cristo, que es la Venida del Hijo del Hombre con Sus Ángeles, es con Su rostro como el sol. ¿Y qué significa el rostro como el sol? El rostro como el sol representa a Cristo como Rey de reyes y Señor de señores, porque el sol es el astro rey, y Jesucristo es la Luz del mundo[2]; y Él es el Rey de reyes y Señor de señores para el mundo entero.
Y ahora, vean ustedes cómo la Venida del Hijo del Hombre con Sus Ángeles en el Reino de Su Padre, encontramos que es el evento más grande prometido para los seres humanos, para ser cumplido en el Día Postrero, para ser cumplido en este tiempo en el cual nosotros estamos viviendo. Ese es el misterio más grande de todos los misterios divinos.
Ese es el misterio bajo el Séptimo Sello; y cuando fue abierto el Séptimo Sello en el Cielo hubo silencio, causó silencio la apertura de ese Séptimo Sello allá en el Cielo[3].
Nadie sabía, ni en el Cielo ni en la Tierra, cuándo sería la Venida del Hijo del Hombre con Sus Ángeles; pero ese misterio fue abierto en el Cielo cuando el Séptimo Sello fue abierto, y todos en el Cielo supieron, conocieron, ese misterio; y guardaron silencio para que no se interrumpiera en la Tierra el cumplimiento de la Venida del Hijo del Hombre con Sus Ángeles, o sea, para que no se interrumpiera el Programa Divino correspondiente a la Segunda Venida de Cristo con Sus Ángeles en el Día Postrero.
Y ahora, vean ustedes que la Venida de Cristo para el Día Postrero, que es la Venida del Hijo del Hombre con Sus Ángeles, es para recompensar a cada uno según sean sus obras. Por eso es que la raza humana tendrá su recompensa, cada ser humano tendrá su recompensa.
Ahora, ¿cuál será la recompensa de cada uno de ustedes? Tiene que estar en la Escritura.
Ahora, a través de la Escritura tenemos la parábola —dada por Jesucristo— del trigo y de la cizaña[4]; pues Cristo en Sus parábolas habló acerca de las recompensas, habló acerca de lo que será de los seres humanos en el tiempo final; eso es en la Venida del Hijo del Hombre con Sus Ángeles.
Porque para el tiempo final, para el fin del siglo, que es el tiempo de la cosecha, dice que el Hijo del Hombre enviará Sus Ángeles[5].
¿Y para qué enviará Sus Ángeles? ¿Y para qué será que el Hijo del Hombre estará en la Tierra? Para recompensar a cada uno según sea su obra.
Y ahora, vean ustedes que Cristo dice que la cizaña será atada en manojos y será echada en el horno de fuego, donde será el lloro y el crujir de dientes; y eso es nada menos que los hijos del malo representados en la cizaña, pues Cristo explicando la parábola de la cizaña dijo que la cizaña son los hijos del malo.
Vean, aquí lo dice: San Mateo, capítulo 13, versos 37 en adelante, dice… explicando la parábola dice:
“Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre.
El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino (o sea, los hijos de Dios), y la cizaña son los hijos del malo (los hijos del malo, o sea, los hijos del diablo, son la cizaña en esta parábola).
El enemigo que la sembró (o sea, que sembró la cizaña) es el diablo; la siega (o sea, la cosecha) es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles”.
¿Ven? Aquí aparecen nuevamente los Ángeles, porque la Venida del Hijo del Hombre para pagar a cada uno conforme a sus obras es con Sus Ángeles. Dice:
“De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo.
Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad,
y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes.
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga”.
Ahora, vean ustedes lo que será de la cizaña, de los hijos del malo: serán echados en el horno de fuego, donde será el lloro y el crujir de dientes. Eso es: serán echados en la gran tribulación, donde el juicio divino caerá sobre la raza humana.
Y el profeta Malaquías nos dice en el capítulo 4 cómo será ese tiempo de la gran tribulación. Dice capítulo 4, verso 1 en adelante:
“Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama”.
Ese es el pago para los que hacen maldad, ese es el pago para la cizaña, los hijos del malo; ese es el pago para los soberbios, conforme a Malaquías, capítulo 4, verso 1; lo cual está en armonía con las palabras de Jesucristo: de que la cizaña, los hijos del malo, serán echados en el horno de fuego, donde será el lloro y el crujir de dientes.
¿Y por qué el horno de fuego? ¿Y por qué aquí nos habla del día ardiente como un horno? Porque para ese tiempo la radioactividad será desatada y el fuego atómico quemará a los hijos del malo. Por eso nos habla del horno de fuego, porque durante esos tres años y medio de la gran tribulación será desatado el fuego atómico y quemará la cizaña; y ya el fuego atómico está almacenado.
Así como el agua del diluvio fue almacenada (¿dónde?) en las nubes; cuando llovió, pues estaba en las nubes ya almacenada el agua.
Y ya el fuego atómico también está almacenado: lo tienen almacenado en equipos nucleares, como bombas y reactores y así por el estilo.
Y si se suelta toda esa radioactividad, ¿qué es lo que sucede con la raza humana en los territorios donde se suelte esa radioactividad? Pues es quemada la humanidad. Eso es lo que dice la Escritura, y vean cómo va a cumplirse esa profecía.
Ahora vean, cuando Dios dijo que vendría un diluvio, vean ustedes, después, en el tiempo señalado y en el día correspondiente, aparecieron las nubes. Primero no se veían, pero Dios, que conoce la fórmula y que hizo la fórmula del agua, pues sabía que uniendo hidrógeno [H] y oxígeno [O] se forma el agua; y Él, pues vean ustedes cómo nos da agua todos los días, nos da H2O, unido, que es agua.
Ahora vean, Dios también sabe cómo almacenar el agua allá arriba. Si usted trata de almacenarla, no puede, pero Dios sí puede; Él sabe cómo hacerlo. Y cuando ustedes miran las nubes (que son de agua), ustedes ven agua allá arriba, y usted dice: “Pero no se cae”. Pero cuando Dios determina, en cierto momento que llega a cierta fase, cae el agua del cielo.
Y ahora, vean ustedes cómo también sobre Sodoma y Gomorra llovió fuego y azufre; no agua, sino fuego y azufre[6].
Y para el tiempo final, tenemos la profecía que será un día ardiente como un horno que quemará la cizaña. Eso es lo que será el pago para los hijos del malo; eso será el pago para los soberbios, para los que hacen maldad. “Aquel día que vendrá los abrasará (o sea, los quemará), ha dicho Dios”. O sea que no es un asunto de una persona decir que eso va a suceder, sino que eso ya Dios lo dijo desde el Antiguo Testamento.
¿Y qué será de los escogidos de Dios, de los hijos e hijas de Dios? Pues para ellos, sigue diciendo aquí en el verso 2 del capítulo 4 de Malaquías:
“Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada”.
Esa será la recompensa para los hijos e hijas de Dios: nacerá el Sol de Justicia, y eso es la Segunda Venida de Cristo. Porque Cristo es el Sol de Justicia, el cual, en un nuevo día dispensacional, aparece manifestado en la mañana de un nuevo día dispensacional y de un nuevo día milenial.
Cuando Dios nos habla del Día Postrero en la Escritura, para el cual resucitará a los muertos en Cristo, conforme a las palabras de Jesús en San Juan, capítulo 6, verso 39 al 54; ese Día Postrero, que es el Día del Señor, es el séptimo milenio; porque un día delante del Señor es como mil años para nosotros, nos dice el apóstol San Pedro en su segunda carta, capítulo 3, verso 8; y también nos dice así el profeta Moisés en el Salmo 90 y verso 4.
Y ahora vean, cuando nos habla de los días postreros nos habla de los milenios postreros.
Cuando Jesucristo estuvo sobre la Tierra predicando se estaba viviendo ya en los días postreros, porque los días postreros delante de Dios, para los seres humanos son el quinto milenio, sexto milenio y séptimo milenio. Y cuando Jesús tenía de 4 a 7 años de edad comenzó el quinto milenio, y por consiguiente comenzaron los días postreros delante de Dios; para los cuales el Mesías estaría aquí en la Tierra predicando en Su Primera Venida bajo Su ministerio como Cordero de Dios, para quitar el pecado del mundo al final de Su ministerio.
Y vendría luego el Espíritu Santo sobre los creyentes en Cristo, de edad en edad, comenzando el Día de Pentecostés. Durante todos esos días postreros, que son quinto milenio, sexto milenio y séptimo milenio, Dios estaría derramando de Su Espíritu sobre toda carne, conforme a la promesa divina.
Y ahora, vean ustedes cómo estos días postreros son los tres milenios postreros, que son: quinto milenio, sexto milenio y séptimo milenio. Y si le añadimos al calendario los años de atraso que tiene, ya estamos en el séptimo milenio.
Y delante de Dios solamente han transcurrido dos días, pero para los seres humanos, de Jesucristo hacia acá han transcurrido dos mil años; dos mil años si le añadimos al calendario los años de atraso que tiene.
Ahora podemos ver este misterio de los días postreros, y ver que son los tres milenios postreros: quinto milenio, sexto milenio y séptimo milenio. Y podemos ver el misterio del Día Postrero, que es el misterio del séptimo milenio, en el cual la Venida del Hijo del Hombre estará siendo cumplida para los hijos e hijas de Dios; y estará el Hijo del Hombre viniendo con Sus Ángeles para pagar a cada uno conforme a sus obras.
Ahora, la Iglesia del Señor Jesucristo, que es Su Cuerpo Místico de creyentes, que son esos reyes y sacerdotes, ese pueblo que es real sacerdocio, gente santa, ha estado pasando por diferentes etapas.
Desde los días de Jesucristo hacia acá, encontramos que Él ha estado obrando entre la raza humana, en medio de la raza humana; y encontramos que el Día de Pentecostés nacieron las primeras personas en el Reino de Dios: 120 personas recibieron el nuevo nacimiento[7]; del cual Cristo le habló a Nicodemo, diciéndole: “De cierto, de cierto te digo, que el que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”, o sea, no lo puede entender.
Nicodemo pensó en nacer de nuevo pero por medio de una mujer, y pensó en nacer de nuevo por medio de su madre. ¿Y qué si su madre estaba muerta o estaba muy anciana? Pues preguntó: “¿Cómo puede hacerse esto? ¿Puede acaso el hombre ya siendo viejo…?”. Y si él dice “el hombre ya siendo viejo”, es porque se refiere a él, que ya estaba viejo. Y si él estaba viejo, ¿cómo estaría su mamá? Más viejita todavía, más ancianita, si estaba viva; y si no estaba viva, ya el problema para Nicodemo era mayor, porque ¿cómo iba a nacer de nuevo si su madre ya había muerto?; o si estaba viva, ¿cómo iba a nacer de nuevo por medio de su madre ya ancianita?
Miren qué pregunta más infantil: “¿Puede el hombre, ya siendo viejo, entrar en el vientre de su madre y nacer de nuevo?”. Pero Cristo le hablaba de un nuevo nacimiento; y siendo un nuevo nacimiento era en una forma nueva también.
Y ahora, le dice:
[San Juan 3:5] “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, (no puede ver, o) no puede entrar en el reino de Dios.
Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo”.
Ahora, este nuevo nacimiento es el que obtuvo aquel grupo de 120 personas el Día de Pentecostés, cuando el Espíritu de Cristo descendió y allí produjo el nuevo nacimiento; entró en aquellas 120 personas creyentes en nuestro amado Señor Jesucristo y que habían lavado sus pecados en la Sangre de Jesucristo.
Para una persona poder recibir el Espíritu de Cristo: necesita creer en Cristo como su Salvador y lavar sus pecados en la Sangre de Cristo, para poder recibir el Espíritu de Cristo, y así producirse en la persona el nuevo nacimiento; y así nacer en el Reino de Dios.
Ninguna persona puede entrar al Cuerpo Místico de Cristo, o sea, a la Iglesia del Señor Jesucristo, a menos que sea por medio del nuevo nacimiento.
Y al nacer de nuevo: ha nacido en el Reino de Dios, es una nueva criatura, y pertenece al Cielo; tiene un cuerpo teofánico, obtiene un cuerpo teofánico de la sexta dimensión, o sea, un espíritu teofánico, y ya ha comenzado con vida eterna una nueva vida.
Y Cristo dijo en San Juan, capítulo 5, verso 24:
“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”.
Cuando nosotros hemos nacido aquí en la Tierra, hemos nacido en medio de una raza que está muerta ante Dios; por causa del pecado allá en el Huerto del Edén, la raza murió ante Dios. “El día que de él comas, ese día morirás”[8]. Y perdió los derechos a la vida eterna, murió a la vida eterna el ser humano; perdió el derecho a comer del Árbol de la Vida y perdió el derecho a todo lo eterno que el ser humano tenía.
Y por eso, del tiempo de la caída del ser humano en adelante, las personas nacen aquí en la Tierra, reciben un espíritu del mundo y reciben un cuerpo mortal, corruptible y temporal de esta Tierra; y luego de pasada una cantidad de tiempo, digamos de 50 a 100 años o a 125 años, el cuerpo ya se ha ido poniendo cada día más viejo y ha ido decayendo; y las luces que tenía cuando nació, ya de cierta cantidad de años en adelante solamente le queda una; y ya cuando llega a los 70 años y 80 años: una, y bastante agotadita.
Como las linternas, que cuando ya se le va la carga que tienen las pilas alumbra en una forma que casi ni se ve lo que está alumbrando. Así es el ser humano cuando ya pasa de los 70 o de los 80 años, ya se siente agotado en la vida, se siente ya agotado. ¿Y qué es? Es que por causa de la caída en el Huerto del Edén el ser humano perdió el derecho a la vida eterna; perdió el derecho a tener un cuerpo eterno, y por eso hemos obtenido un cuerpo mortal, corruptible y temporal; y cuando le llega cierto tiempo se tiene que morir.
Ahora, en ese lapso de tiempo, desde que nace la persona hasta que muere, Dios le ha dado la oportunidad al ser humano de buscar a Dios, de lavar sus pecados en la Sangre de Cristo, creyendo en Cristo como su Salvador, y de recibir el Espíritu de Cristo, para pasar de muerte a Vida, y obtener un espíritu teofánico de la sexta dimensión.
Y ahí, cuando recibe el Espíritu de Cristo, recibe un espíritu con vida eterna; y un espíritu con vida eterna, un cuerpo teofánico, es un cuerpo parecido a este, pero de otra dimensión: de la sexta dimensión. Y ya tiene su cuerpo teofánico con vida eterna de la sexta dimensión, y solamente le falta un cuerpo físico con vida eterna, un cuerpo físico eterno, en el cual pueda vivir por toda la eternidad; y ese es el que Cristo ha prometido para darlo a Sus hijos en este tiempo final; del cual Cristo habló en San Juan, capítulo 6, versos 39 al 40, cuando dijo:
“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.
Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.
Él resucitará a todos los creyentes en Él que han muerto en el pasado, los cuales habían recibido a Cristo como su Salvador, habían lavado sus pecados en la Sangre de Cristo y habían recibido Su Espíritu Santo.
No importa que sus cuerpos físicos hayan muerto, pues lo que murió fue el cuerpo mortal, corruptible y temporal; pero esas personas están en el Paraíso viviendo en sus cuerpos teofánicos, y regresarán en el Día Postrero, o sea, en el séptimo milenio, regresarán en cuerpos eternos, y nosotros los que vivimos seremos transformados; y tendremos un cuerpo eterno y glorioso, como Cristo lo ha prometido para cada uno de Sus hijos. Y esa sí que es una recompensa grande para cada uno de ustedes y para mí también.
El ser humano, por más vuelta que ha dado, miren, lo que está buscando es la inmortalidad. Va por un lado y va por otro lado buscando esto y lo otro, pero miren, detrás de todo, lo que está buscando es la inmortalidad, porque si obtiene la inmortalidad pues lo obtiene todo. Así que obteniendo la inmortalidad obtendrá todas las cosas.
Ahora, Cristo ha prometido la inmortalidad para todos los creyentes en Él.
El apóstol San Pablo, hablando del tiempo en que los muertos en Cristo van a resucitar y nosotros vamos a ser transformados, nos dice de la siguiente manera:
“Y así como hemos traído la imagen del terrenal…”.
Primera de Corintios, capítulo 15, verso 49 en adelante:
“… así como hemos traído la imagen del terrenal (o sea, de Adán), traeremos también la imagen del celestial (o sea, de Jesucristo).
Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción”.
O sea que un cuerpo corruptible no puede vivir eternamente, no puede continuar viviendo sin corromperse; llega un tiempo en que muere y se corrompe ese cuerpo. Sigue diciendo:
“He aquí, os digo un misterio (es uno de los misterios del Reino de Dios): No todos dormiremos (o sea, no todos vamos a morir); pero todos seremos transformados…”.
Viene una transformación para el cuerpo de los hijos e hijas de Dios, tanto para los que estamos vivos como para los que murieron en el pasado, porque van a resucitar en cuerpos eternos, y eso será un cuerpo glorificado, un cuerpo transformado, un cuerpo con vida eterna. ¿Y cuándo será esto? Dice San Pablo:
“… en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta…”.
Nos habla aquí de una Trompeta. Es muy importante tomar en cuenta esta Trompeta. Dice:
“… a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.
Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.
Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria”.
Y de ahí en adelante ya no hay más muerte que pueda hacer mortales a los hijos e hijas de Dios, ya de ahí en adelante la muerte no tiene potestad sobre nuestros cuerpos; de ahí en adelante ya estaremos en cuerpos inmortales, cuerpos glorificados, y estaremos a imagen y semejanza de nuestro amado Señor Jesucristo.
Ahora, ¿para qué tiempo es esta promesa? Dice:
“… a la final trompeta; porque se tocará la trompeta”.
Cristo nos habló también de una Gran Voz de Trompeta en Mateo, capítulo 24, verso 31, cuando dijo:
“Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos”.
Es la misma Trompeta: es la Trompeta del Evangelio del Reino siendo predicado.
Y con esa Gran Voz de Trompeta, que es un Mensaje dispensacional, todos los escogidos de Dios en el Día Postrero serán llamados y juntados y preparados para ser transformados, y obtener así el cuerpo eterno que Cristo ha prometido para nosotros; y los muertos en Cristo serán resucitados. Por eso es tan importante escuchar esta Trompeta Final o Gran Voz de Trompeta, que es el Mensaje del Evangelio del Reino para el Día Postrero.
El Día Postrero, les dije que es el séptimo milenio; y es en el Día Postrero, en el séptimo milenio, donde se abre la séptima dispensación, que es la Dispensación del Reino, y se predica el Mensaje del Evangelio del Reino, que es la Trompeta Final o Gran Voz de Trompeta, con la cual todos los escogidos de Dios son llamados y juntados en la Dispensación del Reino, en la Edad de la Piedra Angular y Dispensación del Reino, para ser transformados en el Día Postrero los que vivimos, y los muertos en Cristo ser resucitados.
Porque el Hijo del Hombre viene para pagar a cada uno conforme a sus obras, para recompensar a cada uno conforme a sus obras. Y los creyentes en Cristo, que han lavado sus pecados en la Sangre de Cristo y han recibido Su Espíritu Santo, la recompensa será un nuevo cuerpo, un cuerpo eterno prometido por Cristo, para vivir por toda la eternidad con nuestro amado Señor Jesucristo.
Y con esa recompensa del cuerpo eterno estarán todas las demás recompensas, porque obteniendo ese cuerpo eterno obtendremos la inmortalidad, obtendremos la perfección, seremos a imagen y semejanza de Jesucristo, y heredaremos el Reino de Dios; y estaremos en el Reino de Jesucristo como reyes y sacerdotes, reinando con Cristo por mil años y luego por toda la eternidad.
Nos dice Apocalipsis, capítulo 1, verso 4 en adelante, de la siguiente manera, dice:
“Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono;
y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre,
y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”.
Nos hizo ¿qué? Reyes y sacerdotes para nuestro Dios.
Y en el capítulo 5 de Apocalipsis, versos 8 al 10, nos dice:
“… cuando hubo tomado el libro (o sea, cuando el Cordero, Jesucristo, tomó el Libro de la diestra del que está sentado en el Trono), los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos;
y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación;
y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”.
Reinaremos sobre la Tierra en el glorioso Reino Milenial de nuestro amado Señor Jesucristo.
En Apocalipsis, capítulo 20, verso 4 en adelante, nos dice:
“Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años”.
¿Reinaremos o no reinaremos con Cristo? Aquí dice que ¡sí!, que vamos a reinar. Y nosotros decimos: ¡Amén! ¡Así es!
“Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años”.
O sea, los otros muertos son los que no son los primogénitos de Dios; aunque de entre los otros que resucitarán más adelante, después del glorioso Reino Milenial, una parte entrará a la vida eterna y otra parte será echada en el lago de fuego. Dice:
“Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección.
Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre estos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años”.
¿Ven? Son (¿qué?) reyes y sacerdotes, son real sacerdocio, gente santa que Cristo tiene, y que son del Orden de Melquisedec; como Jesucristo es Sacerdote según el Orden de Melquisedec, porque Él es aquel Melquisedec que le apareció a Abraham y le dio pan y vino a Abraham[9].
Él es el Melquisedec del Antiguo Testamento, Él es el Elohim del Antiguo Testamento, Él es el Jehová del Antiguo Testamento y Él es el Ángel de Jehová del Antiguo Testamento; ese es nuestro amado Señor Jesucristo. Él es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; y por eso Él dijo: “Antes que Abraham fuera, Yo soy”, y dijo también: “Abraham deseó ver Mi día; lo vio, y se gozó”[10].
El día antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra estaba Dios visitando a Abraham, Elohim visitando a Abraham con Sus Arcángeles Gabriel y Miguel, y estaba allí comiendo con Abraham una comida que Abraham le preparó: le había preparado una ternera con unos panes y diferentes cosas que acompañaron esa comida. Allí estaba Elohim, Dios, Jesucristo en teofanía, comiendo con Abraham; y Abraham viéndolo y gozándose allí[11].
Luego Elohim, el Ángel del Pacto, el Ángel de Jehová, se creó un cuerpo de carne en el vientre de María: creó allí una célula de vida, la cual se multiplicó y formó el cuerpo de Jesús, y nació en Belén de Judea ese cuerpo; y en ese cuerpo habitó Dios, habitó Elohim, habitó Melquisedec, habitó el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y vino a ser Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros, conforme a la promesa de Dios por medio del profeta Isaías en el capítulo 7, verso 14, donde dice: “Porque he aquí, el mismo Señor os dará señal: He aquí la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y se llamará Su nombre (¿cómo?) Emanuel”, que traducido es: Dios con nosotros.
Era el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob visitando al pueblo hebreo en carne humana, en aquel velo de carne llamado Jesús, el cual en la Cruz del Calvario murió como el Cordero de Dios, quitando el pecado del mundo. Y en Él se cumplieron todos aquellos sacrificios que el pueblo hebreo realizaba de animalitos, de corderitos, de machos cabríos y de la becerra bermeja o roja; todos esos sacrificios se han cumplido en la persona de Jesucristo muriendo en la Cruz del Calvario.
Y por esa causa, encontramos que de ahí en adelante no se han necesitado más sacrificios por el pecado; y aun el pueblo hebreo ya no tiene su templo donde realizaba esos sacrificios; y al no tener esos sacrificios y no haber recibido el Sacrificio de Cristo, el Cordero de Dios, y la Expiación por el pecado: el pueblo hebreo ha estado sufriendo grandes persecuciones y ha estado padeciendo los juicios divinos, porque sus pecados no han estado cubiertos ni con la sangre de machos cabríos y de corderitos, y tampoco han estado cubiertos con la Sangre de Cristo, porque rechazaron a Cristo.
Y ya Dios tampoco acepta sacrificios de animalitos, porque ya el Sacrificio perfecto, el Sacrificio del Cordero de Dios, fue realizado en la Cruz del Calvario; y cuando llegó lo que es perfecto, lo que era en parte fue quitado[12].
Lo que era en parte eran aquellos sacrificios de animalitos; ya no se necesitaban. Aquellos sacrificios, con la sangre derramada de ellos, solamente cubría el pecado del ser humano; pero la Sangre de Cristo lo quita, y al quitarlo la persona es justificada; o sea que la persona queda como si nunca en su vida hubiera pecado: no se encuentra el pecado en la persona, es justificada delante de Dios.
Y la persona recibe el Espíritu de Cristo, en donde la manifestación de Cristo en Espíritu Santo es una realidad para la persona; y lo guía a toda justicia y a toda verdad todos los días de su vida[13]; y así la persona tiene un espíritu teofánico de la sexta dimensión, un cuerpo teofánico de la sexta dimensión; para en el Día Postrero luego obtener el cuerpo físico y glorificado que Cristo ha prometido para todos nosotros, para vivir a imagen y semejanza de Jesucristo por toda la eternidad, y reinar con Cristo por mil años y luego por toda la eternidad.
Ahora vean, ese es el grupo de los reyes y sacerdotes de los cuales habla aquí la Escritura; ese es el grupo de los reales sacerdotes, real sacerdocio[14]: esos son los miembros de la Iglesia del Señor Jesucristo.
Y encontramos que todo este Cuerpo Místico de creyentes allá comenzó en Jerusalén, naciendo de nuevo 120 personas, y de ahí en adelante siguieron naciendo por miles.
Luego pasó la Obra de Cristo a los gentiles: envió a San Pablo a los gentiles allá en Asia Menor, y allá se cumplió la primera edad de la Iglesia del Señor Jesucristo entre los gentiles; y de ahí pasó a Europa la Obra de Cristo, Cristo pasó en Espíritu Santo a Europa, y se cumplieron en Europa cinco etapas o edades de Su Iglesia, donde envió cinco mensajeros en diferentes edades.
Y luego, de ahí pasó a Norteamérica, donde envió Su séptimo ángel mensajero para la séptima edad de la Iglesia gentil o séptima etapa de la Iglesia gentil, y precursor de la Segunda Venida de Cristo; y si ustedes lo quieren recibir, él fue el reverendo William Branham.
Él es aquel Elías que había de venir precursando la Segunda Venida de Cristo; y él dijo así como Juan el Bautista: que después de él vendría aquel que él estaba anunciando y preparándole el camino[15]. Y él dijo [Los Sellos, pág. 474]:
“[174]. No habrá dos aquí al mismo tiempo. Y aun si así fuera, él crecerá y yo menguaré”.
O sea que el precursor, si permanece vivo cuando aparece el precursado, menguará el precursor y crecerá el precursado.
Cuando eso se cumplió también dos mil años atrás, en la Primera Venida de Cristo, estaba allí el precursor Juan el Bautista y el precursado, que era Jesús. Y cuando le dicen a Juan el Bautista: “Mira, Aquel del cual tú diste testimonio, ahora a Él le siguen más personas que a ti y bautiza más personas que tú”; aunque Jesús no bautizaba, sino los discípulos de Jesucristo. Juan el Bautista dice: “A Él le conviene crecer, y a mí menguar”[16].
Juan el Bautista… El precursor siempre está representado en el sol de la tarde; y el sol de la tarde, le conviene (¿qué?) menguar, va menguando.
Vean ustedes, de las 3:00 o 4:00 de la tarde va cayendo el sol; cuando se llega a las 6:00 o 7:00 de la noche, depende la temporada: si es verano, pues la caída del sol es más tarde; pero de todos modos va a bajar, le conviene menguar al sol de la tarde.
Y Juan era el sol de la tarde allí alumbrando, dándole luz a aquellas personas y preparándolos para la Primera Venida de Cristo. Pero Jesucristo dijo: “Yo soy la luz del mundo”. Y el sol cuando sale en la mañana, sale para recorrer el mundo entero. Y ahora, Cristo como la Luz del mundo, el Sol naciente, le convenía (¿qué?) crecer.
Vean ustedes, el sol en la mañana (para los madrugadores) comienza a verse como un resplandor por el este, ahí comienza la mañana a rayar, y comienza a verse cada vez más claridad; va aumentando la luz del sol hasta que el día es perfecto. O sea que al sol le conviene crecer, ir creciendo, hasta que el día es perfecto, y se vea el sol resplandeciendo en toda su fuerza, y alumbrando a todo ser humano. Y cuando el sol así crece y alumbra, las cosas entonces se ven sin necesidad de luz de lámparas o de luz de estrellas o de luz de la luna; ya no se necesita la luna, ni se necesitan los luceros o estrellas que alumbraron durante la noche.
Y así es para este tiempo final: Tuvimos al precursor de la Segunda Venida de Cristo, representado también en la luz de la tarde, el cual dijo que a él le convenía menguar; pero la Venida del Hijo del Hombre con Sus Ángeles es la Luz de la mañana de un nuevo día dispensacional y de un nuevo día milenial; y le conviene crecer, ir aumentando en luz cada día, hasta que el día es perfecto.
Y así todos, a medida que va aumentando la luz, vamos viendo cada día más claramente las Escrituras y el significado de esas Escrituras; porque la Luz del Sol de Justicia, que es Cristo en Su Venida con Sus Ángeles, nos alumbra el entendimiento y el alma, y nos abre las Escrituras para poder comprender todos estos misterios divinos correspondientes a este tiempo final; y así nosotros saber dónde nos encontramos en este Día Postrero.
Vean ustedes, Jesucristo en Espíritu Santo había pasado de la tierra de Israel a la tierra de Asia Menor, donde fue la primera edad; después pasó a Europa, donde se cumplieron cinco edades; después pasó a Norteamérica, donde se cumplió la séptima edad de la Iglesia gentil; y de ahí, ¿a dónde ha viajado el Espíritu Santo, Jesucristo en Espíritu Santo? Pues a la América Latina y el Caribe, al territorio donde Él nos ha colocado para ver Su Programa correspondiente a este Día Postrero, y ver la Luz del Sol de Justicia naciendo y aumentando cada día, para que el día se haga perfecto y todas las cosas sean vistas tal y como son; y las Escrituras se abran completamente y entendamos el contenido de esas Escrituras, y así obtengamos las bendiciones de Jesucristo en este Día Postrero.
Ahora, vean ustedes, el precursor de la Primera Venida de Cristo fue un profeta; el precursor de la Segunda Venida de Cristo fue un profeta, así como el precursor de la Primera fue un profeta; y el precursado (el precursado allá, dos mil años atrás) por el precursor de la Primera Venida de Cristo fue ¿qué? Un profeta también.
El precursor fue un profeta y el precursado fue otro profeta, pero ese otro profeta fue un profeta mayor que el anterior. Juan el Bautista fue un profeta grande, pero más grande fue nuestro amado Señor Jesucristo.
Juan el Bautista era el último profeta de la Dispensación de la Ley; era el profeta de la séptima etapa o edad de la Iglesia hebrea bajo la Ley, del pueblo hebreo bajo la Ley. No era un profeta dispensacional, sino de una edad. Pero el que vino tras él, el que vino después de él, al cual él le preparó el camino: Jesucristo, es un profeta dispensacional, o sea, mayor que Juan el Bautista.
Bien dijo Juan: “El que viene después de mí (o sea, ‘tras mí’) es mayor que yo, y es primero que yo”. Y vendría ¿cómo? Después de Juan: “Es primero que yo y viene después de mí”.
¿Y cómo se puede entender esto? Jesucristo es primero que Juan, no en Su cuerpo físico sino en Su cuerpo teofánico; porque en su cuerpo físico Juan el Bautista nació primero que Jesús; pero Jesucristo en Su cuerpo teofánico es primero que Juan, es primero que Moisés, es primero que Jacob, es primero que Isaac, es primero que Abraham, es primero que Noé, es primero que Enoc, es primero que Adán, y es primero que toda la Creación, porque Él es el Creador. Así que:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios.
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (San Juan, capítulo 1, verso 1 en adelante).
Y en San Juan, capítulo 1, verso 14, dice: “Y aquel Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros (y vimos Su gloria, como la gloria del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Y cuando lo vimos, al Verbo que era con Dios y era Dios, hecho carne, lo conocimos por el nombre de Jesús.
Jesús es nada menos que el Verbo hecho carne, Jesús es nada menos que el Dios Todopoderoso con Su cuerpo teofánico dentro de un cuerpo de carne. Jesús es nada menos que el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; Jesús es nada menos que el Ángel del Pacto, el Ángel de Jehová que le habló a Moisés, que guio a Moisés, que por medio de Moisés libertó al pueblo hebreo. Es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Ese es nuestro amado Señor Jesucristo en Su cuerpo teofánico; y luego se hizo carne, y fue conocido por el nombre de Jesús.
Miren el personaje tan grande que es nuestro amado Salvador Jesucristo. Es Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros[17].
Y ahora, vean ustedes cómo nuestro amado Salvador pagó el precio de la redención, para que nosotros podamos regresar a la vida eterna; y por eso es que pasamos por este planeta Tierra en estos cuerpos mortales: para hacer contacto con la Vida Eterna, con Jesucristo: recibirlo como nuestro Salvador, lavar nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibir Su Espíritu Santo, y así tener un cuerpo teofánico de la sexta dimensión y tener vida eterna; y en el Día Postrero obtener el cuerpo eterno y glorioso, el cuerpo glorificado que Él ha prometido para cada uno de ustedes y para mí, y para los muertos en Cristo.
Ahora vean las bendiciones tan grandes que Cristo tiene para cada uno de ustedes, para mí y para los muertos en Cristo.
Y para este tiempo final, el Día Postrero, que es el séptimo milenio, los muertos en Cristo resucitarán en cuerpos eternos y nosotros seremos transformados.
Por eso es que en este tiempo la Trompeta del Evangelio del Reino estaría llamando y juntando a todos los escogidos de Dios, a todos los hijos e hijas de Dios que tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida del Cordero.
Y por cuanto la Iglesia del Señor Jesucristo se encuentra en la etapa de la Edad de la Piedra Angular, y esa etapa es manifestada, es cumplida, en la América Latina y el Caribe, por consiguiente, el llamado de la Gran Voz de Trompeta o Trompeta Final, el llamado del Evangelio del Reino, es en la América Latina y el Caribe.
Y es en la América Latina y el Caribe donde Dios ha colocado la mayor parte de Sus escogidos que tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida del Cordero desde antes de la fundación del mundo; los escogidos que estarían viviendo (¿dónde?) en el Día Postrero.
Y ahora, vean ustedes el por qué es en la América Latina que Él tendría a Sus escogidos del Día Postrero, en su mayoría.
Algunos, quizás, latinoamericanos o caribeños se han ido a otros continentes buscando mejores trabajos, mejor condición económica, pero con todo y eso siguen siendo latinoamericanos y caribeños; y el Mensaje les llega a ellos dondequiera que se encuentren; y si sus nombres están escritos en el Libro de la Vida del Cordero, ellos dondequiera que se encuentren van a decir: “Este era el Mensaje que yo estaba esperando”. Ellos van a creer. Pero la mayoría de los escogidos estarán en la América Latina y el Caribe.
Y estamos viviendo en el tiempo de la Edad de la Piedra Angular, donde una nueva dispensación: la Dispensación del Reino, se abriría; y se ha abierto la Dispensación del Reino, se está entrelazando la Dispensación del Reino con la Dispensación de la Gracia.
Estamos en un entrelace, en donde grandes bendiciones Cristo tiene para todos Sus hijos que Él llama. En este entrelace los llama a una nueva edad y a una nueva dispensación.
Es un entrelace como lo fue en el tiempo de la Primera Venida de Cristo, donde se estaba llevando a cabo el entrelace entre la Dispensación de la Ley y la Dispensación de la Gracia. Y los que pasaron a la nueva dispensación: la Dispensación de la Gracia, con Jesucristo, recibieron las bendiciones de Jesucristo; los que se quedaron en la Dispensación de la Ley no podían recibir las bendiciones de la nueva dispensación.
Así será también en este tiempo final. Las bendiciones correspondientes a la Dispensación del Reino para la Iglesia de Jesucristo son: la resurrección de los muertos en Cristo, la transformación de nosotros los que vivimos, el llamado de la Trompeta Final o Gran Voz de Trompeta, y las recompensas para todos los escogidos de Dios en este Día Postrero.
Ahora, nosotros, estando en el tiempo más grande y glorioso de todos los tiempos, estamos esperando nuestra transformación. Esa es una bendición, es una recompensa que Él ha prometido para cada uno de nosotros. Él ha dicho que seremos vestidos de lino finísimo, seremos vestidos de blanco[18]: hemos de recibir un cuerpo transformado, hemos de ser transformados y tendremos ese cuerpo eterno; y hemos de vivir por toda la eternidad con Jesucristo como reyes y sacerdotes.
Ahora vean las bendiciones tan grandes que Cristo tiene para cada uno de ustedes y para mí en este Día Postrero en el cual nosotros estamos viviendo.
Y “nuestro trabajo en el Señor no es en vano”, dice el apóstol San Pablo[19]; porque toda persona recibirá la recompensa por sus trabajos. Y durante la Cena de las Bodas del Cordero en el Cielo, cuando ya estemos transformados y tengamos así el nuevo cuerpo, y vayamos con Cristo al Cielo, a la Cena de las Bodas del Cordero, que durarán tres años y medio; mientras en la Tierra la humanidad estará pasando por la gran tribulación, allá en la Cena de las Bodas del Cordero estaremos nosotros con Cristo, recibiendo los galardones por todas las labores que hemos realizado aquí en la Tierra en el Reino de Jesucristo.
Ahora, podemos ver: “EL MISTERIO DE LAS RECOMPENSAS”; porque nuestro trabajo en el Señor no es en vano: Cristo dará la recompensa debida.
El Hijo del Hombre viene con Sus Ángeles para pagar a cada uno conforme a sus obras. “He aquí vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno conforme a sus obras (o sea, según sean sus obras)”. Apocalipsis, capítulo 22 y verso 12.
Ha sido para mí un privilegio muy grande estar con ustedes en esta ocasión, dándoles testimonio de: “EL MISTERIO DE LAS RECOMPENSAS”.
Que grandes recompensas Dios le dé a cada uno de ustedes y a mí también, cuando Él reparta esas recompensas en la Cena de las Bodas del Cordero; y en este Día Postrero nos dé la recompensa del cuerpo eterno, del nuevo cuerpo que Él ha prometido para cada uno de ustedes y para mí también. En el Nombre Eterno del Señor Jesucristo. Amén y amén.
Muchas gracias por vuestra amable atención, amados amigos y hermanos presentes, radioyentes y televidentes; y que pronto todos seamos transformados y raptados.
Muchas gracias, y pasen todos muy buenas noches.
Dejo con nosotros nuevamente al pastor, al reverendo Daniel, para continuar conforme a lo que tengan programado para esta noche.
Que Dios les bendiga, y buenas noches.
“EL MISTERIO DE LAS RECOMPENSAS”.
[Revisión abril 2023 –RM-JR]
[1] Mt. 17:1-8, Mr. 9:2-8, Lc. 9:28-36
[2] San Juan 8:12
[3] Apocalipsis 8:1
[4] San Mateo 13:24-30
[5] San Mateo 24:31
[6] Génesis 19:24-25
[7] Hechos 1:15, 2:1-4
[8] Génesis 2:17
[9] Génesis 14:18-20
[10] San Juan 8:56-58
[11] Génesis 18:1-8
[12] 1 Corintios 13:10
[13] San Juan 16:13
[14] 1 Pedro 2:9
[15] Mt. 3:11, Mr. 1:7, Lc. 3:16, Jn. 1:27
[16] San Juan 3:26-30
[17] San Mateo 1:23
[18] Apocalipsis 19:7-8, 19:14
[19] 1 Corintios 15:58