El misterio de un Pariente Redentor

Muy buenas noches, amados amigos y hermanos presentes. Es para mí un privilegio grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor del Programa Divino correspondiente a este tiempo final.

Para lo cual quiero leer en la carta de San Pablo a los Hebreos, capítulo 9, verso 11 al 15, donde nos dice San Pablo de la siguiente manera; hablando de Jesús dice:

“Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación,

y no por sangre de machos cabríos ni por becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.

Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne,

¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?

Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna”.

Nuestro tema para esta ocasión es “EL MISTERIO DE UN REDENTOR SEMEJANTE”, el cual es Cristo.

El misterio de un redentor semejante está desde el Antiguo Testamento tipificado. Por ejemplo, para la liberación del pueblo hebreo, para la redención del pueblo hebreo como nación, hubo un cordero pascual que fue sacrificado —en el tiempo de Moisés— para la preservación de la vida de los primogénitos del pueblo hebreo.

Cuando la muerte, durante la noche de la Pascua, llegaría a los hogares de todos los egipcios, los hebreos estaban tranquilos porque tenían el sacrificio del cordero pascual y su sangre aplicada en el dintel y los postes de las puertas; y por consiguiente, la vida de los primogénitos era preservada: no morirían los primogénitos del pueblo hebreo porque tenían el sacrificio del cordero pascual y su sangre aplicada.

Y Cristo es nuestra Pascua, nos dice el apóstol San Pablo en Primera de Corintios, capítulo 5, verso 7; y lee de la siguiente manera: dice, capítulo 5, verso 7:

“Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros”.

Cristo es nuestra Pascua, así como el cordero pascual que fue sacrificado en Egipto para la preservación de la vida de los primogénitos del pueblo hebreo.

Ahora podemos ver el por qué Cristo vino a la Tierra.

Ahora, Cristo es también representado en Booz, el que llevó a cabo la obra de redimir a Noemí, y por consiguiente redimió a Rut; porque era el pariente que podía redimir. Dios permitía que un pariente cercano a una persona que había perdido todo, pudiera redimir a la persona y a toda su propiedad, toda su herencia, para la persona ser restaurada a su posición de heredero.

Y Booz redimiendo a Rut y a su propiedad, su herencia, redimió por consiguiente también a… redimiendo a Noemí redimió por consiguiente a Rut, la nuera de Noemí, que era una gentil.

Y Booz como pariente redentor representa a Cristo, el cual se hizo hombre y habitó en medio de la raza humana, y vino a ser el Pariente de la raza humana para llevar a cabo la Obra de Redención; porque los seres humanos no podían redimirse a sí mismo, porque todos habían pecado y estaban destituidos de la gloria de Dios1.

Con la caída de Adán y Eva en el Huerto del Edén a causa del pecado, toda la descendencia de la raza humana había caído de la vida eterna y de la herencia que Dios le había dado al ser humano. Pero ahora viene el Pariente Redentor de la raza humana, que es Jesucristo: se hace hombre, vive en medio del pueblo hebreo; y por cuanto no tenía pecado, por cuanto no había perdido Él Su herencia, ahora Él redime al ser humano y redime la herencia del ser humano con Su propia vida, pagando con Su vida nuestra redención; y así Él ha pagado el precio de la redención para todo ser humano, para (todo ser humano) ser restaurado a la vida eterna.

Y por eso se predica el Evangelio, para que toda persona sepa que nuestro Redentor, el Pariente Redentor de la raza humana, es nuestro amado Señor Jesucristo, que pagó el precio de la redención para que nosotros podamos ser restaurados a la vida eterna.

Por eso Cristo nos dice en San Juan, capítulo 5, verso 24: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”.

Es creyendo en Jesucristo que pasamos de muerte a vida, para así ser restaurados a todo lo que perdió la raza humana cuando Adán y Eva pecaron.

Por eso también, en el capítulo 6, verso 40, de San Juan, dice el mismo Jesús: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.

Vean cómo Cristo aquí nos muestra que es creyendo en Él que la persona obtiene vida eterna; porque Él es nuestro Pariente Redentor.

Y ahora en el capítulo 14 de San Juan, Cristo también habla a Sus discípulos diciéndoles:

“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.

En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.

Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.

Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.

Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?

Jesús les dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”.

Y todo ser humano quiere llegar a Dios y vivir con Dios por toda la eternidad. Y ahora Cristo nos muestra el camino para llegar al Padre, y Cristo es ese Camino; y Él es la Verdad, y Él es la Vida Eterna.

Por lo tanto, siendo Cristo el Camino, la Verdad y la Vida, Él es nuestro Pariente Redentor para restaurarnos a Dios, reconciliarnos con Dios con vida eterna, para vivir por toda la eternidad en un cuerpo eterno, glorificado, un cuerpo inmortal, incorruptible, igual al cuerpo de nuestro amado Señor Jesucristo.

Él es nuestro Redentor, Él es nuestro Pariente Redentor. Por eso se hizo hombre y habitó entre nosotros, para llevar a cabo la Obra del Pariente Redentor y restaurarnos a la vida eterna; y restaurar la herencia divina que el ser humano perdió en la caída, restaurarla a nosotros, conforme al Programa del Pariente Redentor.

Por eso es que todos los creyentes en Jesucristo, nuestro Salvador, han lavado sus pecados en la Sangre de Cristo y han recibido Su Espíritu Santo; y por consiguiente han recibido el espíritu de adopción para, en el Día Postrero, ser adoptados y restaurados físicamente a la vida eterna, en un cuerpo eterno, un cuerpo glorificado, un cuerpo que Cristo nos dará en el Día Postrero, que es el séptimo milenio.

Y ahora, Cristo resucitará a los muertos creyentes en Él que han partido, en cuerpos eternos los resucitará, y a nosotros nos transformará en este tiempo final, a la Final Trompeta2, o sea, al Mensaje Final. Al Mensaje de la Gran Voz de Trompeta del Evangelio del Reino, Cristo llamará y juntará a Sus escogidos del Día Postrero; con esa Gran Voz de Trompeta del Evangelio del Reino, como dijo Jesús en San Mateo, capítulo 24, verso 31:

“Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos”.

Son llamados y juntados en este tiempo final para ser transformados, conforme al propósito divino. Pero si alguno parte, no tiene ningún problema: será resucitado en un cuerpo eterno, juntamente con los santos que ya han partido. Los apóstoles y los siete ángeles mensajeros con todos los creyentes de las edades pasadas serán resucitados en cuerpos eternos.

Y ahora, todos los que han creído en Cristo y han recibido Su Espíritu, y por consiguiente han nacido de nuevo, tienen un cuerpo teofánico de la sexta dimensión; y pronto recibirán el cuerpo físico y eterno, cuando Cristo los resucite en cuerpos eternos; y nosotros los que vivimos seremos transformados; y entonces tendremos el cuerpo eterno y glorificado, igual al cuerpo de Jesucristo; y seremos a imagen y semejanza de Jesucristo nuestro Salvador, porque Él es nuestro Pariente Redentor.

Por eso es que dice en Efesios, capítulo 1, verso 3 en adelante:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo,

según nos escogió en él antes de la fundación del mundo (hemos sido escogidos por Dios antes de la fundación del mundo), para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,

en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (seremos adoptados como hijos Suyos por medio de Jesucristo)”.

También, en el capítulo 1, verso 13 al 14, de Efesios, dice:

“En él (o sea, en Cristo) también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,

que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”.

Hemos recibido el espíritu de adopción, el Espíritu Santo, el Sello del Espíritu Santo, para ser adoptados en el tiempo final, en el Día Postrero. Hemos recibido el Sello del Dios vivo; hemos recibido las primicias del Espíritu, las arras de nuestra salvación, de nuestra redención.

En el capítulo 4 de la carta a los Efesios, verso 30, San Pablo dice:

“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención (o sea, para el día en que Cristo resucitará a los muertos creyentes en Él en cuerpos eternos y nos transformará a nosotros los que vivimos)”.

Ese es el día en que la redención del cuerpo se llevará a cabo, en donde nuestro cuerpo será redimido siendo transformado; y para los muertos en Cristo, siendo resucitados en cuerpos eternos. Esa es la redención del cuerpo, de la cual habló San Pablo en Romanos, capítulo 8 y versos 14 en adelante, donde dice:

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.

Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción (o sea, el Espíritu Santo), por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!

El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”.

La gloria venidera que se manifestará en nosotros al ser transformados y tener el cuerpo eterno será tan grande que los sufrimientos que hemos pasado en este cuerpo mortal serán insignificantes, comparados con la gloria venidera que tendremos en el nuevo cuerpo.

“Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios (o sea, la manifestación de los hijos de Dios en cuerpos eternos).

Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza;

porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora;

y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”.

La redención de nuestro cuerpo, que es nuestra transformación, en donde obtendremos el nuevo cuerpo; y para los muertos en Cristo es la resurrección en cuerpos eternos.

Vean ustedes, con la redención de nuestro cuerpo volveremos —como hijos e hijas de Dios— a ser eternos físicamente también, lo cual es una promesa divina para todos los creyentes en nuestro amado Señor Jesucristo, es una promesa divina para todos los que han recibido a Cristo nuestro Salvador como nuestro Pariente Redentor.

Él es nuestro Redentor, Él pagó el precio de la redención nuestra. Y cuando le hemos aceptado como nuestro Redentor, nuestro Salvador: Él ha quitado nuestros pecados de nosotros, se hace efectivo el Sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario, se hace efectivo en nosotros; y somos limpios de todo pecado por la Sangre de Cristo, y somos justificados, o sea, como si nunca hubiésemos pecado ante Dios; y somos preparados para ser transformados y ser restaurados a la vida eterna física, que perdió Adán y Eva en la caída.

Y ahora, para el Día Postrero es que Cristo ha prometido la resurrección de los muertos creyentes en Él y la transformación de nosotros los que vivimos. Eso lo hará nuestro Pariente Redentor, nuestro amado Señor Jesucristo; y entonces seremos totalmente a imagen y semejanza de Jesucristo, nuestro Pariente Redentor.

Cuando hemos recibido Su Espíritu Santo: hemos recibido Su imagen, hemos recibido un cuerpo teofánico como el cuerpo teofánico de Jesucristo: un cuerpo angelical de la sexta dimensión.

Y cuando recibamos el cuerpo físico y eterno, al ser transformados en el Día Postrero y los muertos en Cristo ser resucitados en cuerpos eternos: recibiremos la semejanza física de Jesús: un cuerpo eterno y glorificado, igual al cuerpo de nuestro amado Señor Jesucristo.

Ahora, hemos visto el misterio de nuestro Pariente Redentor, el misterio de Jesucristo como Pariente Redentor nuestro, pagando el precio de la redención con Su propia vida, Su propio cuerpo muriendo en la Cruz del Calvario para que usted y yo podamos vivir eternamente, ser restaurados a la vida eterna, a la herencia divina que Dios le dio al ser humano y que él perdió al pecar en el Huerto del Edén.

Para ser restaurados a la vida eterna necesitamos el Pariente Redentor, Jesucristo nuestro Salvador. Sin Él, todo ser humano está perdido. Él es la única salvación del ser humano.

Por eso es que Él nos da la oportunidad de entender el misterio de Su Obra de Redención en la Cruz del Calvario, muriendo allí por cada uno de ustedes y por mí también como nuestro Pariente Redentor. Ninguna otra persona puede redimir al ser humano, solamente nuestro Pariente Redentor, nuestro amado Señor Jesucristo.

Y cuando lo aceptamos como nuestro Redentor, nuestro Salvador, se hace efectivo el Sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario en nosotros. Y comienza la redención para nosotros recibiendo nuestro cuerpo teofánico de la sexta dimensión, un cuerpo angelical, al recibir el Espíritu de Cristo y nacer de nuevo; y ya obtenemos vida eterna, vida eterna en la sexta dimensión.

Y si la persona muere, pues sigue viviendo en la sexta dimensión en el cuerpo teofánico, angelical, que ha recibido cuando recibió a Cristo como su Salvador y recibió Su Espíritu y nació de nuevo.

Y para el tiempo final o Día Postrero, que es el séptimo milenio, Día Postrero delante de Dios, Cristo resucitará a los muertos creyentes en Él y nos transformará a nosotros los que vivimos, y la redención del cuerpo se efectuará; será la restauración nuestra a y en un cuerpo físico eterno, inmortal, incorruptible, jovencito —de 18 a 21 años— y glorificado, como el cuerpo de nuestro amado Señor Jesucristo.

Eso es lo que nuestro Pariente Redentor ha comprado para nosotros. Él nos compró la redención, Él nos compró la salvación, Él nos compró la herencia que perdió Adán y Eva en la caída.

Ahora, Cristo con Su Sacrificio en la Cruz del Calvario pagó el precio de la redención, pagó el precio de nuestra salvación, pagó el precio de nuestra herencia, para ser restaurada esa herencia a cada uno de ustedes y a mí también. Por eso es tan importante recibir a Cristo como nuestro Salvador, lavar nuestros pecados en Su Sangre y recibir Su Espíritu Santo.

Y cuando haya entrado al Cuerpo Místico de Cristo hasta el último de los que tienen sus nombres en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, cuando haya recibido a Cristo como su Salvador y haya entrado al Cuerpo Místico de Cristo hasta el último de los escogidos de Dios: Cristo terminará Su Obra de Intercesión en el Cielo como Pariente Redentor, delante de Dios y delante de los veinticuatro ancianos en el Cielo; y luego reclamará a todos los que Él ha redimido con Su Sangre preciosa: los resucitará, a los que han muerto físicamente (en cuerpos eternos los resucitará), y a nosotros los que vivimos nos transformará.

Eso es lo que hará nuestro Pariente Redentor luego que termine de hacer intercesión en el Cielo con Su Sangre hasta por el último de los que serán redimidos, los cuales tienen sus nombres escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, desde antes de la fundación del mundo.

Y así como le dijo Cristo a San Pablo en una ocasión: “Yo tengo mucho pueblo en esta ciudad”3, yo les digo a ustedes en esta noche: Dios tiene, Jesucristo tiene, mucho pueblo, muchos hijos en esta ciudad; y en toda la República Mexicana, y en toda la América Latina y el Caribe. Él tiene mucho pueblo, muchos hijos, por los cuales Él ha estado obrando como nuestro Pariente Redentor.

Y pronto habrá terminado Su Obra de Intercesión en el Cielo con Su propia Sangre; porque Él, como Sumo Sacerdote, el Sumo Sacerdote Melquisedec en el Templo de Dios en el Cielo, está haciendo intercesión con Su propia Sangre. La Sangre del Cordero de Dios, la Sangre de Cristo, esa es la Sangre que Jesucristo como Sumo Sacerdote ha presentado ante la presencia de Dios, en el Trono de Dios, en el Trono de Intercesión, en el Lugar Santísimo del Templo celestial.

Y cuando termine de hacer intercesión hasta por el último de los escogidos, terminará Su Obra de Intercesión en el Cielo como Sumo Sacerdote, y se convertirá en el León de la tribu de Judá y Juez de toda la Tierra, para hacer el reclamo de todos los que Él ha redimido con Su Sangre preciosa y restaurarnos a la vida eterna física, dándonos un nuevo cuerpo, eterno, inmortal y glorificado, igual a Su propio cuerpo; y seremos así a Su imagen y a Su semejanza, con vida eterna física también; y así estaremos como inmortales por el Milenio y por toda la eternidad.

Así es como seremos restaurados a la vida eterna: es por medio de nuestro Pariente Redentor, nuestro amado Señor Jesucristo. Y el que es de Dios, la Voz de Dios oye4. “Mis ovejas oyen mi Voz y me siguen”5, dice Jesucristo el Buen Pastor, nuestro Pariente Redentor.

Todos los que son de Dios, que tienen sus nombres en el Cielo escritos, oyen la Voz de Jesucristo, nuestro Pariente Redentor, para recibir el perdón de sus pecados y ser limpiados de todo pecado, y recibir el Espíritu de Cristo y obtener el nuevo nacimiento; y para el Día Postrero obtener la transformación de sus cuerpos, y obtener el cuerpo eterno y glorificado, igual al cuerpo de nuestro amado Señor Jesucristo; y ser restaurados así a la vida eterna con nuestro amado Señor Jesucristo, con nuestro Pariente Redentor.

“EL MISTERIO DE UN PARIENTE REDENTOR”.

Vean cómo en un hilo de pensamiento divino, desde el Antiguo Testamento, desde el Génesis, Dios aceptó un sustituto: un sacrificio de un animalito por el pecado del ser humano. Esos animalitos eran tipo y figura de Jesucristo el Cordero de Dios; eran tipo y figura de Jesucristo el Cordero de Dios, el cual vendría y moriría en la Cruz del Calvario.

Y ahora, nuestro Pariente Redentor es el Cordero de Dios, Jesucristo, y Él es el Sumo Sacerdote del Templo que está en el Cielo, para restaurar a todos los que tienen sus nombres escritos en el Cielo, restaurarlos a la vida eterna, de la cual cayó Adán y Eva en el Huerto del Edén cuando pecaron.

Ahora podemos ver el por qué Jesucristo vino a la Tierra y tuvo que morir en la Cruz del Calvario: porque Él es nuestro Pariente Redentor, para así efectuar la Obra de Redención y quitar nuestros pecados y restaurarnos a la vida eterna; y restaurar la herencia que Dios le dio al ser humano, restaurarla a todos los que le reciben como su Salvador, lavan sus pecados en Su Sangre y reciben Su Espíritu Santo, y obtienen el nuevo nacimiento.

Todos los que han obtenido el nuevo nacimiento serán restaurados a la vida eterna física también, en el Día Postrero, por nuestro Pariente Redentor, nuestro amado Señor Jesucristo.

“EL MISTERIO DE UN PARIENTE REDENTOR”.

Ese es el misterio de la Primera Venida de Cristo como nuestro Pariente Redentor, muriendo en la Cruz del Calvario y pagando así el precio de nuestra redención: el precio para nuestra restauración a nuestra herencia, a la vida eterna, de la cual cayó Adán y Eva.

Hemos visto EL MISTERIO DE UN PARIENTE REDENTOR, de nuestro amado Señor Jesucristo.

Y Él es el único Pariente Redentor del ser humano. No podemos buscar a otro. ¡Ya lo tenemos!: es nuestro amado Señor Jesucristo, que murió en la Cruz del Calvario para restaurarnos a la vida eterna.

Que las bendiciones de Jesucristo, el Ángel del Pacto, sean sobre todos ustedes, amables amigos y hermanos presentes, y televidentes; y que pronto se complete el número de los escogidos de Dios; y pronto nuestro Pariente Redentor, Jesucristo, salga del Trono de Intercesión en el Cielo y reclame todo lo que Él ha redimido con Su Sangre, y resucite a los muertos en Cristo en cuerpos eternos y a nosotros nos transforme; y nos restaure a todos a la vida eterna, con un cuerpo eterno; y nos lleve a la Casa de nuestro Padre celestial, a la Cena de las Bodas del Cordero. En el Nombre Eterno del Señor Jesucristo. Amén y amén.

Muchas gracias por vuestra amable atención, amables amigos y hermanos presentes, y televidentes.

Que Dios les bendiga a todos, y pasen todos muy buenas noches.

“El MISTERIO DE UN PARIENTE REDENTOR”.

[Revisión junio 2020]

1 Romanos 3:23

2 1 Corintios 15:51-52

3 Hechos 18:10

4 San Juan 8:47

5 San Juan 10:27

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