Haciendo la Voluntad del Padre

Muy buenas noches, amables amigos y hermanos presentes, y radioyentes y televidentes. Es para mí un privilegio grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor del Programa de Dios correspondiente a este tiempo final.

Para lo cual quiero leer en el Evangelio según San Juan, capítulo 6, versos 37 en adelante, donde nos dice Jesucristo:

“Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.

Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.

Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.

Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.

Nuestro tema para esta ocasión es “HACIENDO LA VOLUNTAD DEL PADRE”.

El ejemplo más perfecto de hacer la voluntad del Padre celestial, de Dios, lo dio nuestro amado Señor Jesucristo. Él descendió del Cielo no para hacer Su propia voluntad, sino la voluntad del que lo envió. Y haciendo la voluntad del que lo envió, estaría llevando a cabo la Obra de Dios correspondiente a aquel tiempo, para abrir el camino de la salvación, de la vida eterna, para todos los hijos e hijas de Dios, todos los que el Padre le había dado en Su mano para redimirlos, para retornarlos a la vida eterna.

Pues a causa de la caída en el Huerto del Edén, el ser humano perdió el derecho a la vida eterna; y por eso es que el ser humano nace por medio de sus padres terrenales, vive una cantidad de tiempo aquí en la Tierra, donde crece, obtiene conocimientos terrenales (estudiando) y trabaja, y lleva una vida de comer, dormir y trabajar, y al final de sus días se muere.

Y ahora, ¿qué será de todo su trabajo terrenal, para la persona que ha vivido aquí en la Tierra? La persona no sabe qué ha sido de él y de su vida terrenal y de su trabajo terrenal. Pero por medio de Jesucristo haciendo la voluntad del Padre, encontramos que Él abrió el camino a la vida eterna para ser reconciliados con Dios y ser tornados a la vida eterna.

Y en ese Plan de Redención para el ser humano, realizado por nuestro amado Señor Jesucristo (el cual es la voluntad de Dios), Cristo viniendo y trabajando en ese Programa, que es la voluntad de Dios: hizo así la voluntad de Dios.

Y ahora, cada ser humano para hacer la voluntad de Dios necesita entrar a ese Programa que Cristo llevó a cabo, ese Programa de Redención, de Salvación, para darnos vida eterna; y tener la promesa de que si mueren nuestros cuerpos mortales, ser resucitados en el Día Postrero; porque esa es la voluntad de nuestro Padre celestial.

La voluntad de nuestro Padre celestial es que Jesucristo viniera a la Tierra, muriera en la Cruz del Calvario, y así hiciera la Obra de Dios de Redención, para que así nos diera vida eterna.

Y ahora nosotros, para hacer Su voluntad, necesitamos recibir, creer con toda nuestra alma ese Programa Divino y entrar a él.

Le preguntaron a Cristo en una ocasión: “¿Qué haremos para hacer las obras de Dios?”. Y Cristo contestó: “La Obra de Dios es que creáis en el que Él ha enviado”1.

Ahora vean cómo cada ser humano que viene a este planeta Tierra está llamado a hacer la Obra de Dios, la Obra del Padre celestial, la Obra del que lo envió a vivir en este planeta Tierra.

Es muy triste —para cualquier persona— venir a este planeta Tierra y vivir una temporada de tiempo sin hacer contacto con la vida eterna, con Jesucristo nuestro Salvador, y recibirlo como nuestro Salvador y lavar nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibir Su Espíritu Santo, y así recibir el nuevo nacimiento, y entrar así al Reino de Dios.

Usted por sus propios méritos no puede recibir vida eterna: tiene que ser por los méritos de nuestro amado Señor Jesucristo, el cual vino (conforme a la voluntad de Dios) para hacer la voluntad de Dios aquí en la Tierra y morir (conforme a la voluntad de Dios) en la Cruz del Calvario, para Él llevar nuestros pecados y así quitar de nosotros nuestros pecados; y así todos nosotros tener la oportunidad de recibir vida eterna.

Y recibiendo vida eterna al recibirlo a Él como nuestro Salvador y recibir Su Espíritu: recibimos un cuerpo teofánico de la sexta dimensión, un cuerpo igual al cuerpo teofánico de Jesucristo en el cual Cristo vivía antes de venir a la Tierra a vivir en el cuerpo de carne.

Por eso Él podía decir: “Abraham deseó ver mi día; lo vio, y se gozó”. Y le dicen: “No tienes aún cincuenta años, ¿y dices que has visto a Abraham?”. Jesús dijo a aquellas personas: “Antes que Abraham fuese, yo soy”2.

¿Y cómo era antes que Abraham y vino después de Juan el Bautista?, ¿y Abraham había vivido hacía miles de años? Porque Jesucristo antes de estar en Su cuerpo físico estaba en Su cuerpo teofánico de la sexta dimensión, en el cual le apareció a Abraham como Melquisedec3 y también le apareció como Elohim4; y comió con Abraham cuando le apareció como Elohim el día antes de la destrucción de Sodoma y de Gomorra; y antes de eso le había aparecido como Melquisedec, y le había dado pan y vino a Abraham, y Abraham había pagado a Melquisedec los diezmos.

Y vean ustedes, Melquisedec, Rey de Jerusalén y Sacerdote del Dios Altísimo, del Templo que está en el Cielo, vean cómo bendijo a Abraham; pues la bendición del Sumo Sacerdote del Templo que está en el Cielo es tan grande que no tiene limitaciones; y esa es la bendición de Jesucristo, el Sumo Sacerdote del Templo que está en el Cielo.

Él es el Melquisedec que apareció a Abraham en el Antiguo Testamento y del cual el apóstol San Pablo en su carta a los Hebreos, en el capítulo 7, habla como Sacerdote del Dios Altísimo, sin padre, sin madre y sin principios de día. ¿Y quién puede ser? Solamente Dios es sin padre, sin madre y sin principios de día, y sin fin de días también.

Ahora, vean ustedes, Dios estaba en Su cuerpo teofánico, llamado el Verbo, y llamado también el Ángel de Jehová o Ángel del Pacto. Y el Verbo, que era con Dios y era Dios, y creó todas las cosas…, o sea, Dios en Su cuerpo teofánico, un cuerpo parecido a nuestro cuerpo pero de la sexta dimensión. Y estando Dios en Su cuerpo teofánico, creó los Cielos y la Tierra: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, dice Génesis, capítulo 1, verso 1.

Ahora, tenemos la buena noticia que ese que creó los Cielos y la Tierra es un hombre de la sexta dimensión, llamado el Ángel de Jehová o Ángel del Pacto, el cual es el Verbo que era con Dios y era Dios y creó todas las cosas, y luego se hizo carne y habitó en medio de nosotros, y fue conocido por el nombre de Jesús. Ese es el Verbo que se hizo carne, ese es el Melquisedec que le había aparecido a Abraham y el Elohim que le había aparecido a Abraham, y ese es el que creó los Cielos y la Tierra.

Por eso es que luego, estando aquí en la Tierra, le hablaba a la tempestad, a los vientos y al mar, y se calmaban5; y también le hablaba a la Creación, a los peces y a los panes, y se multiplicaban por la Palabra de Cristo6; porque Él es el Creador de los Cielos y de la Tierra, y todo lo que contienen.

Y ahora, vean cómo también caminaba sobre el mar7; y así por el estilo podemos ver cómo Jesucristo hablaba, ordenaba, y todo le obedecía.

Ahora, podemos ver que era nada menos que el Verbo que era con Dios y era Dios, haciéndose carne, haciéndose hombre, para llevar a cabo una Obra muy importante aquí en la Tierra.

Vean, Cristo mismo dice que Él vino, no para hacer Su propia voluntad, sino la voluntad del que lo envió:

“Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero.

Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.

Aquí tenemos expresadas estas palabras de parte de Cristo, con relación al motivo de Su Primera Venida: vino no para hacer Su propia voluntad, sino la voluntad del Padre, para darnos vida eterna.

Ahora, vean ustedes cómo también en el capítulo 10 de los Hebreos nos habla algo muy importante aquí, el mismo apóstol San Pablo; capítulo 10, nos dice el apóstol San Pablo las siguientes palabras, en el verso 7, dice:

“Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad,

Como en el rollo del libro está escrito de mí”.

¿Para qué vino? Para hacer la voluntad del Padre, del que lo envió. Ese es el propósito de la Primera Venida de Cristo, para que así cada uno de ustedes y yo también tengamos vida eterna.

En Hebreos, capítulo 1, también nos dice algo muy importante; capítulo 1 nos dice que Él ha venido para un propósito divino. Capítulo 1, verso 3 en adelante, dice:

“… el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,

hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos.

Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás:

Mi Hijo eres tú,

Yo te he engendrado hoy,

y otra vez:

Yo seré a él Padre,

Y él me será a mí hijo?

Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice:

Adórenle todos los ángeles de Dios.

Ciertamente de los ángeles dice:

El que hace a sus ángeles espíritus,

Y a sus ministros llama de fuego.

Mas del Hijo dice:

Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo;

Cetro de equidad es el cetro de tu reino.

Has amado la justicia, y aborrecido la maldad,

Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo,

Con óleo de alegría más que a tus compañeros.

Y:

Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra,

Y los cielos son obra de tus manos.

Ellos perecerán, mas tú permaneces;

Y todos ellos se envejecerán como una vestidura,

Y como un vestido los envolverás, y serán mudados;

Pero tú eres el mismo,

Y tus años no acabarán.

Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás:

Siéntate a mi diestra,

Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?

¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?”.

Ahora vean cómo habla del Hijo, de Jesucristo, y también cómo habla de los ángeles. Los ángeles son espíritus ministradores; ministran la Palabra de Dios, traen la Palabra de Dios de la sexta dimensión, del Cielo, ¿a quiénes? A los que serán herederos de salvación, o sea, a la Iglesia del Señor Jesucristo.

Y ahora, pasando al capítulo 2 del libro de los Hebreos, verso 9 en adelante, también nos habla, diciendo:

“Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.

Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.

Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos (o sea, que Él no se avergüenza de llamarnos a nosotros hermanos),

diciendo:

Anunciaré a mis hermanos tu nombre,

En medio de la congregación te alabaré.

Y otra vez:

Yo confiaré en él. Y de nuevo:

He aquí, yo y los hijos que Dios me dio.

Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,

y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham.

Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo.

Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”.

Ahora miren todas las cosas que Jesucristo ha hecho por cada uno de ustedes y por mí también; y no se avergüenza de llamarnos hermanos; y dice: “Y he aquí, yo y los hijos que Dios me dio”.

Y ahora, todos los hijos de Dios han sido dados a Jesucristo para que los redima y para que así los limpie con Su Sangre de todo pecado; y para que los restaure a la vida eterna, a la vida eterna de la cual Adán y Eva cayeron en el Huerto del Edén.

No hay otra forma para el hombre vivir eternamente, solamente por nuestro amado Señor Jesucristo; por eso es que Él en una ocasión dijo8: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; y nadie viene al Padre, sino por mí”.

Ahora, podemos ver que también Él es la Resurrección y la Vida9; o sea que todo lo que tiene que ver con la vida eterna lo encontramos en nuestro amado Señor Jesucristo; no lo busque en otro lugar.

“Yo soy el camino, la verdad y la vida; y nadie viene al Padre, sino por mí”. Nadie puede llegar a Dios y nadie puede vivir eternamente con Dios a menos que sea por medio de Jesucristo y Su Sacrificio realizado en la Cruz del Calvario.

Y ahora, de Cristo hacia acá encontramos que han pasado aproximadamente dos mil años. ¿Y qué ha estado sucediendo? Cristo ascendió al Cielo victorioso, ¿y qué ha estado haciendo en el Cielo? Pues Jesucristo ha estado en el Cielo, en el Templo de Dios, porque Él es el Sacerdote del Dios Altísimo, Melquisedec, el Sumo Sacerdote del Templo de Dios en el Cielo; y Él fue con Su propia Sangre, como hacía el sumo sacerdote en el templo o tabernáculo que construyó Moisés y también en el templo que construyó Salomón.

El sumo sacerdote, el día 10 del mes séptimo, que era el día de la expiación, entraba al lugar santísimo con la sangre de la expiación del macho cabrío, la colocaba sobre el propiciatorio, que es el asiento de misericordia mientras hay sangre en ese lugar; y si no era colocada la sangre de la expiación en ese lugar el día 10 del mes séptimo, ese propiciatorio (que es el trono de Dios en el templo que construyó Salomón y en el templo que construyó Moisés), ese lugar se convertía en un trono de juicio.

Y por eso es que toda persona que en ese día no se arrepentía de sus pecados y ofrecía la expiación, y estaba allí con sus pecados confesados a Dios y con su corazón puesto en la obra que el sumo sacerdote realizaba en ese día, esa persona no quedaba reconciliada con Dios en ese día y por lo tanto tendría un año de juicios divinos sobre él.

Ahora vean el por qué todas estas ordenanzas divinas dadas por Dios al profeta Moisés y establecidas en medio del pueblo hebreo, y el tabernáculo establecido en medio del pueblo hebreo.

Ahora, vean cómo en aquel tabernáculo que construyó Moisés y el templo que construyó Salomón estaba simbolizado, representado, reflejado, el Templo de Dios que está en el Cielo. Y el sumo sacerdote de ese templo terrenal representaba al Sumo Sacerdote del Templo que está en el Cielo; y el Sumo Sacerdote del Templo que está en el Cielo es nuestro amado Señor Jesucristo. Él es el Melquisedec del Antiguo Testamento, Rey de Jerusalén y también Sacerdote del Dios Altísimo, del Templo que está en el Cielo.

Por eso es que cuando Él vino dos mil años atrás, no vino como un sacerdote de la descendencia de Aarón, no vino como un descendiente de Leví, porque Él no es sacerdote del templo terrenal y de la descendencia terrenal de Aarón: Él es Sumo Sacerdote del Templo celestial, del Templo que está en el Cielo.

Y por eso el Sacrificio de Cristo y Su Sangre no podían ser colocados en el templo terrenal, sino tenía que ser llevado Su Sacrificio y Su Sangre al Templo que está en el Cielo; y ser colocada la Sangre de Cristo por Melquisedec, el Sacerdote del Templo que está en el Cielo (que es Jesucristo), ser colocada esa Sangre sobre el Propiciatorio del Templo que está en el Cielo, allá en el Lugar Santísimo.

Y ahora, vean cómo el arca del pacto y el propiciatorio (que era la tapa del arca del pacto), todo eso que estaba en el templo o tabernáculo que construyó Moisés y el que construyó Salomón, representaban lo que está allá en el Cielo.

Y ahora, el verdadero Tabernáculo de Dios, del Cielo, recibió a Jesucristo, el Sumo Sacerdote, llevando la Sangre de la Expiación; y la colocó sobre el Propiciatorio, sobre el Trono de Dios; y ha estado haciendo intercesión por todos los que tienen sus nombres escritos en el Cielo, en el Libro de la Vida del Cordero, desde los días de Su entrada al Cielo hasta este tiempo final; y todavía está allí haciendo intercesión hasta que entre hasta el último de los que tienen sus nombres en el Cielo escritos, en el Libro de la Vida del Cordero.

Así como hacía el sumo sacerdote el día 10 del mes séptimo, que permanecía entrando al lugar santísimo en todos los oficios de ese día de la expiación, es lo mismo que Cristo ha estado haciendo de etapa en etapa, de edad en edad, hasta este Día final.

Pero cuando entre hasta el último de los escogidos de Dios al Programa Divino, y entre a la Obra de Redención… que es la voluntad de Dios, para la cual Cristo vino: para hacer la voluntad de Dios, llevar a cabo la Expiación…

Ahora, nosotros entramos a la voluntad de Dios entrando a ese Programa Divino, en donde recibimos a Cristo como nuestro Salvador, lavamos nuestros pecados en la Sangre de Cristo y recibimos Su Espíritu Santo, y así nacemos de nuevo; porque “el que no nazca de nuevo, no nazca del Agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios”, dijo Cristo a Nicodemo en el capítulo 3, verso 1 al 6, de San Juan, del Evangelio según San Juan.

Ahora, vean ustedes, Jesucristo nuestro Salvador ha estado en el Cielo, pero Su Espíritu Santo ha estado en la Tierra en medio de Su Iglesia desde el Día de Pentecostés, realizando el nuevo nacimiento de millones de seres humanos que han creído en Cristo como su Salvador y han lavado sus pecados en la Sangre de Cristo; y el Espíritu de Cristo ha venido a esas personas y ha producido en ellos el nuevo nacimiento; y han obtenido un cuerpo teofánico de la sexta dimensión, parecido a nuestro cuerpo pero de otra dimensión.

Y por eso es que cuando un creyente en Cristo muere, la persona no ha muerto: solamente ha muerto su cuerpo físico; pero la persona (que es alma viviente), por cuanto tiene otro cuerpo (que es de otra dimensión, de la sexta dimensión), sigue viviendo, pero vive en la sexta dimensión. Y no lo podemos ver porque está en otra dimensión; donde hay árboles, donde hay animales, donde hay pajaritos, pero de otra dimensión.

Y esas personas son, vean ustedes, millones de seres humanos que se encuentran en el Paraíso viviendo hasta que se complete el número de los escogidos de Dios, y Cristo termine Su Obra de Intercesión como Sumo Sacerdote allá en el Templo de Dios en el Cielo.

Entonces Cristo saldrá como Sumo Sacerdote, saldrá de Sumo Sacerdote y se convertirá en el León de la tribu de Judá, y reclamará a todos los que Él ha redimido con Su Sangre preciosa, y resucitará a los muertos en Cristo y a nosotros los que vivimos nos transformará; y nos dará un cuerpo igual a Su propio cuerpo, o sea, un cuerpo eterno, inmortal, incorruptible y glorificado; y así seremos a imagen y semejanza de nuestro amado Señor Jesucristo.

Vean las bendiciones tan grandes que Cristo ha ganado para cada uno de ustedes y para mí también.

Ahora, Cristo dijo10: “El que es de Dios, la Voz de Dios oye”; y también Él dijo11: “Mis ovejas oyen mi Voz, y me siguen”; y también Él dijo: “Nadie arrebata mis ovejas de mi mano”; Él dijo: “Mi Padre que me las dio, mayor que todos es, y nadie las arrebatará de la mano de mi Padre celestial”.

O sea que las ovejas del Señor, que son los hijos e hijas de Dios, el trigo de Dios, tienen la promesa de que nadie los arrebatará de las manos de Cristo, nadie los arrebatará de la mano de Dios. Son personas que vienen a vivir a este planeta Tierra, almas vivientes, pero vienen a vivir en estos cuerpos mortales para hacer contacto con la vida eterna, con Jesucristo, y ser lavados sus pecados en la Sangre de Cristo, y recibir el Espíritu de Cristo; y así recibir el nuevo nacimiento: recibir un cuerpo teofánico de la sexta dimensión, y así comenzar con un cuerpo eterno y por consiguiente con vida eterna.

Cristo dijo12: “El que oye mi Palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas pasó de muerte a vida”.

Ahora, podemos ver que es un Programa de y para vida eterna el cual Cristo vino a llevar a cabo en este planeta Tierra. Y todo Dios lo ha hecho tan sencillo, para que la persona no tenga necesidad de tener estudios universitarios para poder entender el Programa de Dios que Cristo ha llevado a cabo, para luego recibirlo.

Por revelación divina, que viene de parte de Dios, el cual le abre el entendimiento a la persona y el corazón a la persona, y les abre las Escrituras, la persona obtiene la revelación del Cielo; y entonces se da cuenta que necesita a Jesucristo como su Salvador para que quite sus pecados y lo llene de Su Espíritu, y le dé así un cuerpo de la sexta dimensión para poder vivir eternamente. Si muere, pues va a vivir, con y en ese cuerpo, va a vivir al Paraíso.

Y es muy importante asegurar nuestra vida después de esta vida terrenal, y la única forma de asegurarla es por medio de Jesucristo. Él murió y resucitó, y Él es el que sabe cómo es en la otra vida, y Él es el único que ha prometido a los que creen en Él vida eterna.

Así que toda persona que quiere hacer la voluntad de Dios: entra al Programa que Jesucristo ha realizado para darnos vida eterna; y el que es de Dios, la Voz de Dios oye.

No es que usted lo escogió a Él, es que Dios lo escogió a usted. Usted ya ha venido a la Tierra como un alma de Dios; y viene para hacer contacto con ese Programa de Salvación, que es la voluntad de Dios, para la cual Cristo vino: para llevar a cabo ese Programa de Redención y para que todos nosotros entremos a la voluntad de Dios entrando a ese Programa de Salvación.

Y ahora, así como Cristo decía: “No he descendido del Cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”, así también toda persona que recibe a Cristo como su Salvador puede decir: “No he venido a este planeta Tierra para vivir aquí y hacer mi voluntad, sino he venido para hacer la voluntad del que me envió”.

Cristo también en una ocasión también, teniendo solamente unos 12 años de edad (Su cuerpo físico), dijo a María13: “¿No sabías que en los negocios de mi Padre me conviene estar?”. Él es un ejemplo perfecto de la persona o de una persona que hizo la voluntad de Dios desde que nació hasta que murió, y también cuando ascendió al Cielo. Él es nuestro ejemplo.

Y si Él por nosotros se hizo carne y habitó entre nosotros para pagar el precio de la Redención, ahora nosotros lo recibimos y recibimos todos los beneficios de Su Sacrificio en la Cruz del Calvario.

“Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre (¿ven?, estamos en cuerpos de carne y sangre), Él participó de lo mismo (teniendo un cuerpo de carne y sangre), para por medio de ese cuerpo quitar el pecado del mundo”14; y así darnos vida eterna, pasarnos de muerte a vida.

Ahora, estamos viviendo en el tiempo final, en el Día Postrero; pues los días postreros son quinto, [sexto] y séptimo milenio; porque “un día delante del Señor es como mil años y mil años como un día”, dice el apóstol San Pedro en su segunda carta, capítulo 3, verso 8.

Y ahora, viviendo nosotros en el Día Postrero…

Jesucristo, vean ustedes, aquí cuando estuvo en la Tierra vivió en los días postreros, porque los días postreros son el quinto, sexto y séptimo milenio. Y Cristo estuvo aquí en la Tierra en el quinto milenio; en el primer siglo del quinto milenio, Cristo tuvo Su ministerio y tuvo también Su muerte en la Cruz del Calvario.

Por eso es que San Pedro15 y San Pablo16 hablan acerca de aquellos días en que Cristo estuvo en la Tierra como los días postreros; porque los días postreros son…, delante de Dios para nosotros son quinto milenio, sexto milenio y séptimo milenio; son días mileniales, días que están compuestos por mil años, un día milenial.

Y ahora, nos ha tocado a nosotros vivir en el tiempo final. Si le añadimos al calendario los años de atraso que tiene, ya estamos en el Día Postrero; y es para el Día Postrero que Cristo dijo: “… y yo le resucitaré en el día postrero”. Pero si no le añadimos al calendario los años de atraso que tiene, pues falta 1 año con 10 meses y unos 15 a 18 días.

Ahora, ¿en qué año del Día Postrero, en qué año del séptimo milenio, Cristo resucitará a los muertos en Cristo y nos transformará a nosotros? No sabemos; pero cuando los muertos en Cristo resuciten y nosotros seamos transformados, podremos ver el calendario y decir: “Mira el año en que Él ha cumplido esta promesa”.

Ahora, lo importante es estar preparados para esa transformación que Él llevará a cabo en nosotros. Es una promesa de nuestro amado Señor Jesucristo, para lo cual Él vino en Su Primera Venida: para llevar a cabo esa Obra que se requería para darle vida eterna al ser humano y para —en el Día Postrero, luego— darle un cuerpo eterno y glorificado, igual al cuerpo de nuestro amado Señor Jesucristo. Y cuando tengamos ese nuevo cuerpo, entonces veremos a nuestro amado Señor Jesucristo.

Por eso es tan importante estar haciendo la voluntad del que nos ha enviado a vivir en este planeta Tierra: estar en Su Programa, todos los días de nuestra vida sirviendo a nuestro amado Señor Jesucristo, y trabajando en Su Obra en las cosas correspondientes a nuestro tiempo, y así estar haciendo la Obra del que nos ha enviado a este planeta Tierra.

Ahora hemos visto el Plan de Redención para el cual Cristo vino, el cual es el plan de la perfecta voluntad de Dios, para el cual Dios envió a Jesucristo a la Tierra. No lo envió para ser una persona importante en la política, no lo envió para ser una persona importante en los deportes, no lo envió para ser una persona importante en el campo artístico, sino que lo envió para llevar a cabo el Programa de Salvación y vida eterna para todos los hijos e hijas de Dios.

Jesucristo es el hombre más grande que ha pisado este planeta Tierra. Jesucristo es el segundo Adán, con vida eterna; y probó que tenía vida eterna, porque murió y resucitó y ascendió al Cielo.

Y Él ha venido para darnos vida eterna a todos nosotros. Y nosotros que vivimos en este tiempo final somos los últimos que estaríamos en la Tierra recibiendo vida eterna.

Hemos llegado al tiempo final, al Día Postrero, al séptimo milenio, si le añadimos al calendario los años de atraso que tiene; pero no sabemos cuándo será la resurrección de los muertos y transformación de nosotros los que vivimos, o sea, no sabemos cuál será el año; pero ya sabemos que es en el séptimo milenio, que es el Día Postrero.

Y ahora, Dios está llamando y juntando a todos Sus escogidos, como Él dijo:

“Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos…”. (San Mateo, capítulo 24 y verso 31).

Es el mismo Señor Jesucristo profetizando estas cosas.

Luego encontramos también que en San Mateo, capítulo 16, verso 27 al 28, nos dice que el Hijo del Hombre vendrá con Sus Ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.

Y ahora, ¿quiénes son los Ángeles del Hijo del Hombre, que vienen con la Gran Voz de Trompeta?, la Gran Voz de Trompeta del Evangelio del Reino, que gira alrededor de la Segunda Venida de Cristo como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores en Su Obra de Reclamo.

Ahora, los Ángeles del Hijo del Hombre, viniendo con la Gran Voz de Trompeta del Evangelio del Reino, son los Dos Olivos y Dos Candeleros de oro de Apocalipsis, capítulo 11, verso 3 en adelante; y Zacarías, capítulo 4. Esos son los ministerios de Moisés y Elías repitiéndose en este tiempo final, y esos ministerios proclamando el Mensaje del Evangelio del Reino, que gira alrededor de la Segunda Venida de Cristo como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores en Su Obra de Reclamo.

Y con ese Mensaje todos los escogidos de Dios estarán escuchando la Voz de Dios, la Voz de Jesucristo, esa Trompeta Final o Gran Voz de Trompeta, que es la Trompeta de Dios, la Voz de Dios, llamando y juntando a todos Sus escogidos en este tiempo final.

Y cuando se complete el número de los escogidos del Día Postrero, se habrá completado el número de la Iglesia del Señor Jesucristo; y Cristo terminará Su labor como Intercesor allá, en el Cielo, en el Templo, en el cual Él está como el Sumo Sacerdote Melquisedec, intercediendo con Su propia Sangre por cada hijo e hija de Dios, para así reconciliar a cada hijo e hija de Dios con Dios.

“Reconciliaos hoy con Dios”, dice el apóstol San Pablo17. Y nos reconcilia Jesucristo por medio de Su Sacrificio y de Su intercesión que hace en el Cielo con Su propia Sangre.

Ahora, podemos ver el motivo por el cual nosotros vivimos en este planeta Tierra. No estamos aquí por mera casualidad, sino por un propósito divino, el cual Él está dándonos a conocer en este tiempo final, como también lo dio a conocer a Sus apóstoles y a Sus ministros de las edades pasadas y a Su pueblo de las edades pasadas.

Y ahora nos ha tocado a nosotros el privilegio de obtener la revelación divina de todo el Programa de Dios correspondiente a nuestro tiempo, para así entrar al Programa de Dios y hacer la voluntad del que nos envió a vivir en este planeta Tierra.

Recuerden que ustedes son…, principalmente, lo primero es alma, alma viviente, lo segundo es espíritu y lo tercero es cuerpo.

Ahora lo más importante de cada de uno de ustedes y también de mí, ¿qué es? El alma. Eso es lo que en realidad somos nosotros: alma viviente. El resto, el espíritu y el cuerpo, son dos cuerpos: uno de otra dimensión y otro de esta dimensión.

Y Cristo ha prometido darnos un nuevo cuerpo de esta dimensión, un cuerpo eterno y glorificado, igual al cuerpo de Jesucristo; y también un cuerpo de la sexta dimensión, el cual recibimos cuando hemos creído en Cristo como nuestro Salvador y hemos lavado nuestros pecados en la Sangre de Cristo y hemos recibido Su Espíritu; y ahí recibimos ese cuerpo nuevo de la sexta dimensión, del Paraíso, y ahí es donde obtenemos esa bendición de vida eterna.

Ahora, estamos aquí para estar haciendo la voluntad del que nos envió.

La parte más importante en nuestra vida aquí en la Tierra es la de hacer la voluntad del que nos envió a vivir en este planeta Tierra; como también Jesucristo dijo: “No he venido…”. “No he descendido del Cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”.

Y ese fue el placer para Él: hacer la voluntad del que lo envió. Y ese es el placer, privilegio y regocijo para nosotros: hacer la voluntad del que nos ha enviado a vivir en este planeta Tierra.

Vean el propósito por el cual vivimos en este planeta Tierra. Así que no estamos aquí por mera casualidad, estamos aquí por causa de ese propósito divino para el cual Él nos ha enviado: para que entremos a Su Programa y hagamos Su voluntad entrando a la vida eterna, para vivir con Cristo por toda la eternidad; vivir en el Reino Milenial y luego por toda la eternidad.

Ahora, Cristo en una ocasión dijo18: “No me escogisteis vosotros a mí; yo os escogí a vosotros”. Él nos escogió a nosotros desde antes de la fundación del mundo. Y ahora se nos revela, y nos abre las Escrituras, y nos abre el entendimiento y el corazón, para comprender estas cosas. Y para comprender estas cosas en este tiempo final, Jesucristo dice:

“Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias”. (Apocalipsis, capítulo 22, verso 16).

Y en Apocalipsis, capítulo 4, verso 1, dice, con esa Voz de Trompeta:

“Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas”.

Y luego, en Apocalipsis, capítulo 22, verso 6 en adelante, por medio de Su Ángel Mensajero son mostradas todas estas cosas que deben suceder pronto, porque en Su Ángel Mensajero estará Jesucristo en Espíritu Santo manifestado hablándoles a Sus hijos en este tiempo final y mostrándoles todas las cosas que han de suceder.

Por eso dice Apocalipsis, capítulo 22, verso 6:

“Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto”.

¿Para qué envía Su Ángel Mensajero? Para mostrar a Sus siervos, a Sus hijos, a Su Iglesia, y también al pueblo hebreo, las cosas que deben suceder pronto, en este tiempo final.

Y es por medio de ese Ángel Mensajero de Jesucristo, que es el último profeta que Jesucristo envía a Su Iglesia (con el Mensaje del Evangelio del Reino, con el Mensaje de la Gran Voz de Trompeta del Evangelio del Reino, que gira alrededor de la Segunda Venida de Cristo), que obtenemos el conocimiento de todas estas cosas que deben suceder pronto, en este tiempo final, las cuales están profetizadas en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento.

Están también ahí, en el libro del Apocalipsis, donde hay grandes bendiciones para cada uno de ustedes y para mí también. Y todo esto está en estos símbolos del Apocalipsis, como también están en las profecías del Antiguo Testamento.

Y ahora, nos ha tocado a nosotros venir a este planeta Tierra para hacer la voluntad no nuestra, sino del que nos envió. Y eso es lo que estamos haciendo en este tiempo final: HACIENDO LA VOLUNTAD DEL PADRE, que nos envió a vivir en este planeta Tierra.

Esta es la bendición más grande que hemos obtenido: venir a este planeta Tierra a vivir; aunque en estos cuerpos mortales, temporales, corruptibles, pero es para estar en el Programa de vida eterna.

Es la única ocasión en que la persona puede hacer contacto con la vida eterna. Es la única ocasión en que el ser humano puede comer del Árbol de la Vida, que es Cristo, para vivir eternamente.

Él dijo19: “Yo soy el Pan vivo que he descendido del Cielo”, y también Él dijo20: “El que come de este Pan, vivirá eternamente”. El que no aprovecha la oportunidad que tiene aquí en la Tierra, pues no podrá vivir eternamente, porque no comió del Pan de vida eterna, de Jesucristo, el Árbol de la Vida.

Ahora vean la bendición y oportunidad tan grande que tenemos al estar viviendo en este planeta Tierra. Y hemos llegado a este planeta Tierra para hacer contacto con el Programa Divino, con la vida eterna, y hacer la voluntad de Dios y vivir eternamente; para eso es que estamos aquí.

El nacer, comer, crecer, estudiar, trabajar, dormir: comer, ir a trabajar, volver: todo eso es lo común de la vida; pero lo especial de la vida es el Programa de Dios que Él tiene para cada uno de ustedes.

Ahora, ¿de qué le vale al hombre, si granjeare todo el mundo, y pierde su alma?21. Pues se ha ocupado solamente de las cosas comunes de la vida terrenal, pero se olvidó del propósito por el cual Dios lo envió a este planeta Tierra; y perdió entonces la bendición de Dios, que es para vida eterna, y que es la que enriquece.

Ahora, Dios está en este tiempo llamando y juntando a todos Sus escogidos con la Gran Voz de Trompeta del Evangelio del Reino, que gira alrededor de la Segunda Venida de Cristo como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores en Su Obra de Reclamo. Y Él está haciendo esa Obra, llamando y juntando a Sus escogidos con esa Gran Voz de Trompeta, ¿dónde? En la América Latina y el Caribe.

Y por eso es que ustedes están aquí presentes escuchando la Voz de Cristo, el Evangelio del Reino, esa Gran Voz de Trompeta sonando en este Día Postrero y llamando a todos Sus escogidos en este tiempo final para entrar al Programa Divino y hacer la voluntad del Padre, el que nos ha enviado a vivir en este planeta Tierra.

También para eso yo he sido enviado por Jesucristo a esta Tierra: para vivir en este cuerpo mortal, corruptible y temporal, para hacer contacto con Jesucristo, la Vida Eterna, y ser redimido, y entrar así a la vida eterna, y estar haciendo así la voluntad del que me envió; y estar dándoles testimonio a ustedes de todas estas cosas que deben suceder pronto, en este tiempo final.

He venido no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Jesucristo, el que me ha enviado, y darles testimonio de todas estas cosas que deben suceder pronto, en este tiempo final.

Y ustedes han sido enviados al planeta Tierra no para hacer la voluntad propia de ustedes, sino la voluntad del que les envió: para estar escuchando la Gran Voz de Trompeta del Evangelio del Reino y estar recibiendo la bendición del que les envió a este planeta Tierra, y estar siendo preparados para ser transformados en este tiempo final.

Por eso es tan importante estar haciendo la voluntad del que nos envió, la voluntad (¿de quién?) del Padre celestial, de Jesucristo nuestro amado Salvador.

Y ahora, podemos decir que estamos aquí en la Tierra viviendo en estos días difíciles, pero estamos viviendo en esta Tierra HACIENDO LA VOLUNTAD DEL PADRE, que nos envió a este planeta Tierra.

“HACIENDO LA VOLUNTAD DEL PADRE”, así como hizo nuestro amado Señor Jesucristo, que es nuestro hermano mayor.

Y así como los hermanos siguen el ejemplo de su hermano mayor, sigamos el ejemplo de nuestro hermano mayor, nuestro amado Señor Jesucristo, el cual hizo la voluntad del Padre. Todos también sigamos ese hermoso ejemplo de nuestro hermano mayor, y continuemos hacia adelante haciendo la voluntad del Padre celestial.

“HACIENDO LA VOLUNTAD DEL PADRE”. Para eso estamos aquí en la Tierra, enviados por nuestro Padre celestial.

Ha sido para mí un privilegio muy grande, amados amigos y hermanos presentes, radioyentes y televidentes, estar con ustedes esta noche dándoles testimonio de cómo estar HACIENDO LA VOLUNTAD DEL PADRE, que nos ha enviado a vivir en este planeta Tierra.

Que las bendiciones de Jesucristo nuestro Salvador sean sobre todos ustedes y sobre mí también, y pronto se complete el número de los escogidos de Dios, y pronto Jesucristo resucite a los muertos en Cristo y nos transforme a nosotros los que vivimos, y nos lleve a todos juntos a la Cena de las Bodas del Cordero en el Cielo en este tiempo final. En el Nombre Eterno del Señor Jesucristo. Amén y amén.

Que Dios les bendiga y pasen todos muy buenas noches.

“HACIENDO LA VOLUNTAD DEL PADRE”.

[Revisión junio 2020]

1 San Juan 6:28-29

2 San Juan 8:56-58

3 Génesis 14:17-20

4 Génesis 18:1-8

5 San Mateo 8:23-27, San Marcos 4:35-41, San Lucas 8:22-25

6 Cinco mil: San Mateo 14:13-21, San Marcos 6:30-44, San Lucas 9:10-17, San Juan 6:1-13. Cuatro mil: San Mateo 15:32-38, San Marcos 8:1-9

7 San Mateo 14:22-27, San Marcos 6:45-50, San Juan 6:16-21

8 San Juan 14:6

9 San Juan 11:25

10 San Juan 8:47

11 San Juan 10:27-29

12 San Juan 5:24

13 San Lucas 2:49

14 Hebreos 2:14

15 Hechos 2:14-17

16 Hebreos 1:1-2

17 2 Corintios 5:20

18 San Juan 15:16

19 San Juan 6:51

20 San Juan 6:58

21 San Mateo 16:26, San Marcos 8:36, San Lucas 9:25

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