La grandeza y contenido del Séptimo Sello

Muy buenas noches, amables amigos y hermanos presentes, y todos los que están a través del satélite Amazonas o de internet en diferentes naciones. Es para mí una bendición y privilegio grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo alrededor de la Palabra de Dios y Su Programa correspondiente a este tiempo final.

Para lo cual leemos en el libro del Apocalipsis, capítulo 8, versos 1 al 5, y dice de la siguiente manera:

“Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora.

Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron siete trompetas.

Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono.

Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.

Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto”.

Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra y nos permita entenderla.

“LA GRANDEZA Y CONTENIDO DEL SÉPTIMO SELLO”, es nuestro tema para esta ocasión.

Este Séptimo Sello y su apertura es un misterio celestial. Y para poder comprender mejor este misterio del Séptimo Sello, tenemos que ver de dónde es este Séptimo Sello, para así tener un cuadro claro de nuestro tema para esta ocasión.

En Apocalipsis, capítulo 4 y capítulo 5, encontramos el Cielo abierto y encontramos a Dios sobre Su Trono celestial, y en Su diestra un Librito sellado, cerrado y sellado con siete Sellos.

Capítulo 5 del Apocalipsis, ahí leeremos para tener el cuadro claro; dice:

“Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos”.

Este es el Libro de la Vida, en donde están escritos los nombres de todos los que han de ser salvos, de todos los que han de vivir eternamente en el Reino de Dios; es el Libro de la Vida del Cordero.

Este es el Libro más importante de los Cielos y, por consiguiente, de la Tierra también, del cual se nos habla en el mismo libro del Apocalipsis, capítulo 13 y capítulo 17, en donde dice que los que no tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida del Cordero van a adorar a la bestia.

Y ahora, siendo este el Título de Propiedad de la vida eterna, Título de Propiedad de los Cielos y de la Tierra, este Título de Propiedad lo tuvo Adán; le fue dado por Dios a Adán, porque Dios colocó a Adán en este planeta Tierra como rey sobre todo lo que estaba en el planeta Tierra.

Pero Adán, al pecar él y Eva, perdieron el derecho a tener ese Título de Propiedad; ellos perdieron la vida eterna, y pasó nuevamente a la diestra de Dios este Título de Propiedad.

Para que seres humanos puedan entrar a la vida eterna físicamente, y tener la inmortalidad física (que será en la resurrección de los muertos creyentes en Cristo en cuerpos glorificados y la transformación de los creyentes en Cristo que estarán vivos), este Título de Propiedad tiene que estar abierto.

Y ahora vamos a ver cómo es que ocurre todo en el Cielo, porque este Libro está en el Cielo, pero Cristo está en el Cielo con Su cuerpo glorificado y eterno haciendo intercesión como Sumo Sacerdote en el Lugar Santísimo del Templo celestial.

El tabernáculo que construyó Moisés y el templo que construyó el rey Salomón es tipo y figura de ese Templo celestial que está en la Jerusalén celestial.

Y ahora, este es el Título de Propiedad de la vida eterna, por lo tanto es el Libro más importante que hay en el Cielo.

Sigue diciendo:

“Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?

Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo.

Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo.

Y uno de los ancianos me dijo: No llores”.

¿Por qué Juan lloraba tanto? Porque no se había hallado a ninguno digno de tomar ese Libro, el Título de Propiedad de los Cielos y de la Tierra, el Título de Propiedad de la vida eterna; y si no se hallaba a ninguno digno, que lo tomara de la diestra de Dios y lo abriera, todo estaba perdido y todo regresaría a la nada.

Ahora, el anciano dice a Juan: “Juan, no llores”. Está consolando a Juan. Juan sabía lo que pasaría a la raza humana y a todo el universo si este Título de Propiedad no era tomado y abierto en el Cielo, y ser hecha la Obra de Reclamo que el Señor tiene que hacer: reclamar todo lo que Él ha redimido con Su Sangre preciosa: seres humanos, el pueblo hebreo, el planeta Tierra y toda la Creación.

Ahora, el anciano le dice a Juan:

“He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos”.

Y ahora el anciano le dice a Juan que hay una persona que es digna, y que es nada menos que el León de la tribu de Judá.

El león representa al Mesías, representa a Cristo: a Cristo como Hijo de David, a Cristo como Rey de reyes y Señor de señores, a Cristo como el Heredero al Trono y del Trono y Reino de David.

Como le dijo el Ángel Gabriel a la virgen María: que Dios le dará el Trono de David Su padre, y que reinará sobre Jacob, sobre Israel, para siempre. San Lucas, capítulo 1, versos 30 al 36.

Y ahora, dice:

“Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos…”.

Son 24 ancianos sentados en 24 tronos, los cuales son los 12 patriarcas hijos de Jacob y los 12 apóstoles del Señor.

Recuerden que Cristo dijo a Sus discípulos: “Vosotros que me habéis seguido, os sentaréis sobre 12 tronos y juzgaréis a las 12 tribus de Israel”[1]. Esos son los tronos… sentados en el Cielo en tronos. Y por consiguiente, cuando regresen a la Tierra en y para el Reino Milenial del Mesías, estarán en tronos.

Tienen coronas también; coronas, lo cual los identifica como reyes; porque coronas corresponde a seres humanos.

“… y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra”.

Los siete cuernos y los siete ojos, pues son las siete edades de la Iglesia con los siete mensajeros de las siete edades de la Iglesia, en donde estuvo el Espíritu de Dios recorriendo toda la Tierra, desde el este hasta el oeste; desde la tierra de Israel, donde nació la Iglesia del Señor, y luego pasó a los gentiles en Asia Menor la bendición, de ahí hacia acá, hasta llegar al continente americano; pasando por Asia Menor, por Europa, y llegando al continente americano: a Norteamérica y la América Latina; lo cual corresponde a este tiempo final, lo correspondiente a la América Latina.

Ahora, Juan vio, miró, cuando el anciano le dice:

“He aquí que el León de la tribu de Judá…”.

Y cuando Juan mira, ve un Cordero como inmolado.

¿Estaba equivocado el anciano? No. Es que Cristo es el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo en la Cruz del Calvario. Juan el Bautista, cuando presentó a Cristo, dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”[2].

Por lo tanto, Cristo en Su Primera Venida aparece como el Cordero de Dios para quitar el pecado del mundo, y Su muerte en la Cruz del Calvario fue como el Cordero de Dios en la Obra de Expiación para, llevando Él nuestros pecados, quitarlos así de nosotros y llevarlos al que los originó, que es el diablo.

Cuando Cristo bajó al infierno en Su cuerpo angelical, llevó los pecados nuestros y los dejó en el infierno, allá al diablo, que fue el originador; y resucitó luego con los santos del Antiguo Testamento: Abraham, Isaac, Jacob, los profetas, todos esos hombres de Dios que resucitaron cuando Cristo resucitó, y aparecieron en la ciudad a muchos de la ciudad.

Eso está en el capítulo 27, verso 51 en adelante, de San Mateo, en donde nos dice… Capítulo 27, verso 51 en adelante, de San Mateo, dice:

“Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo (esto fue cuando Cristo fue crucificado); y la tierra tembló, y las rocas se partieron;

y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron;

y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él (o sea, después de la resurrección de Cristo), vinieron a la santa ciudad (o sea, a Jerusalén), y aparecieron a muchos”.

Apareció Abraham, Sara también, Isaac y su esposa, Jacob y su esposa Raquel (como Isaac y su esposa Rebeca); y todos los patriarcas y todos los profetas resucitaron con Cristo cuando Cristo resucitó, y aparecieron en la ciudad a muchas personas.

Y en la resurrección el cuerpo que se recibe es joven, que representa de 18 a 21 años, porque es un cuerpo glorificado, inmortal, incorruptible, eterno.

Y ahora, los santos del Nuevo Testamento, que son los creyentes en Cristo de las diferentes etapas de la Iglesia, incluyendo nuestro tiempo, recibirán también un cuerpo inmortal, incorruptible y glorificado, igual al cuerpo glorificado del Señor Jesucristo, que está tan joven como cuando subió al Cielo. Así será el cuerpo nuevo que yo he de tener.

Por lo tanto, estoy 70 años más cerca de ese cuerpo eterno y glorificado que Él ha prometido para mí.

Por lo tanto, cuando cumplo año, estoy cumpliendo un año más; en cada año, un año más cerca del cuerpo eterno y glorificado que Él ha prometido para mí. ¿Y para quién más? Pues para cada uno de ustedes también, creyentes en Cristo. Esas son bendiciones grandes de parte de Cristo para todos los creyentes en Él.

Por eso dice que nuestra ciudadanía está ¿dónde? En los Cielos[3].

¿Pero no somos ciudadanos del país que nacimos? Sí, como personas mortales sí; pero como personas que hemos nacido del Cielo (porque el nuevo nacimiento es celestial, del Cielo) somos ciudadanos celestiales, como personas que hemos nacido del Cielo.

Le dijo Cristo a Nicodemo en el capítulo 3 de San Juan: “De cierto, de cierto te digo, que el que no nazca del Agua y del Espíritu, no puede entrar al Reino de Dios”.

Nacer del Agua es nacer de la predicación del Evangelio de Cristo, nacer del Evangelio de Cristo, en donde la fe de Cristo nace en el corazón de la persona; porque la fe viene por el oír la Palabra, el Evangelio de Cristo[4]; y con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación[5].

Por eso es que se predica el Evangelio, nace la fe de Cristo en el alma de las personas, creen en Cristo, y entonces se les da la oportunidad de que lo reciban como único y suficiente Salvador: confesando a Cristo como su único y suficiente Salvador, dando testimonio público de su fe en Cristo, confesando con su boca a Cristo; porque con la boca se confiesa… ¿se confiesa qué? Se confiesa a Cristo como su único y suficiente Salvador.

Por eso Cristo dijo en una ocasión: “El que me confesare delante de los hombres, Yo le confesaré delante de Mi Padre que está en los Cielos”. O sea: “El que me negare delante de los hombres, Yo le negaré delante de Mi Padre que está en los Cielos”. San Mateo, capítulo 10, versos 32 al 33.

Y ahora, nos preguntamos: “¿De qué le vale al hombre si ganare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”. “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de Su Padre con Sus Ángeles, y entonces pagará a cada uno según sus obras”[6].

Lo más importante es el alma de la persona, no el cuerpo. El cuerpo es importante para nosotros para vivir en esta Tierra y hacer contacto con los demás seres humanos, y trabajar, y hacer contacto con la vida eterna mientras estamos en estos cuerpos mortales. Cuando ya muere nuestro cuerpo físico, si no había recibido a Cristo, ya se le hizo demasiado de tarde y no hay más oportunidad.

Y no habrá esperanza de vida eterna para esa persona, porque no lo aprovechó; no se dio cuenta que su estadía en la Tierra es para escuchar la predicación del Evangelio de Cristo, que nazca la fe de Cristo en su alma, que crea en Cristo, y lo reciba como su único y suficiente Salvador; y sea bautizado en agua en el Nombre del Señor Jesucristo, arrepentido de sus pecados, y Cristo lo bautice con Espíritu Santo y Fuego, y produzca en la persona el nuevo nacimiento; así nazca del Cielo, sea un ciudadano celestial.

Cristo es el único que bautiza con Espíritu Santo y Fuego. Bien dijo Juan el apóstol [el Bautista]: “He aquí el que viene después de mí, del cual yo dije que vendría Uno mayor que yo, del cual yo no soy digno de desatar la correa de Su calzado; Él les bautizará con Espíritu Santo y Fuego, Él es el que les bautiza o les bautizará con Espíritu Santo y Fuego”[7]. Y no hay otra persona.

Jesucristo fue el que dijo también: “Yo les enviaré el Espíritu Santo”[8]. Él es el que bautiza con Espíritu Santo y Fuego.

De eso fue que le habló a la mujer samaritana, en el capítulo 4, versos 10 al 14, de San Juan, cuando le dijo: “Si tú supieras Quién es el que te pide de beber, pedirías de Él, y Él te daría Agua de Vida, Agua que salta para vida eterna”. Y esto está hablando Él del Espíritu Santo que ha de darle a todos los creyentes en Él.

En el capítulo 7, también de San Juan, versos 37 al 39, Cristo dice… Eso fue en el último día, en el último y gran día de la fiesta de los tabernáculos. Dice, clamando dice:

“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”.

“Y esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues no había todavía venido el Espíritu Santo, porque Jesús todavía no había sido glorificado”.

Él fue glorificado al resucitar, resucitó glorificado. Por eso hace la promesa para todos los que vienen a Él:

“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”.

“Y esto dijo del Espíritu Santo que iban a recibir los que creyesen en Él”.

“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”.

Y dice: “Ríos de Agua Viva correrán por su vientre”[9], hablando del Espíritu Santo que iban a recibir todos los que creerían en Él.

En la roca en Horeb que hirió Moisés con su vara, y dio agua para el pueblo (que estaba sediento y sin agua: pues la persona muere); dio agua a todo el pueblo, a las personas y a los animales también, y no murieron[10].

Y sin el Espíritu Santo el ser humano no puede vivir eternamente, moriría; como moriría el pueblo hebreo allá en el monte Sinaí si no recibía agua de la roca.

Y ahora, Cristo es la Roca, y por eso es Él el que nos da Agua de Vida. Por eso tenía que ser herido en la Cruz del Calvario, para poder luego darnos el Espíritu Santo, y así darnos vida eterna.

La Vida de la Sangre de Cristo es el Espíritu Santo; por lo tanto, el que tiene el Espíritu Santo tiene la Sangre de Cristo aplicada en su alma, en su corazón. Esa es la señal de que la persona tiene vida eterna.

Y ahora, Juan el apóstol, cuando ve a la persona que el anciano le dice: “He aquí el León de la tribu de Judá”, cuando Juan mira ve un Cordero.

¿Qué vio Juan y qué vio el anciano? Ni vio un león el anciano, ni vio un cordero Juan; y parece que les estoy diciendo algo contradictorio. Pero es que el León de la tribu de Judá es el Señor Jesucristo, y el Cordero de Dios ¿quién es? Pues el Señor Jesucristo.

Ambos vieron a Jesucristo: el anciano lo vio como el León de la tribu de Judá, y Juan lo vio como Cordero de Dios, pues así era como Juan el apóstol conocía a Jesucristo. Estuvo con Jesucristo por unos tres años y medio, y cuando él oyó a Juan el Bautista presentar a Cristo, oyó que él dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Y así lo conocía Juan el apóstol.

Pero ahora Cristo está saliendo del Trono del Padre, donde con Su propia Sangre, la Sangre del Cordero de Dios, ha estado haciendo intercesión como Sumo Sacerdote en el Cielo, por todos aquellos que lo reciben como su único y suficiente Salvador, y limpiándolos con Su Sangre preciosa; y así presentándolos ante Dios sin pecados, porque es la Sangre de Cristo la que limpia de todo pecado a toda persona que recibe a Cristo como único y suficiente Salvador. Es la Sangre de la Expiación, es la Sangre que fue derramada para bendición de todos nosotros.

En el capítulo 1, verso 14, de Colosenses, dice:

“… en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.

Sin la Sangre de Cristo no hay perdón de pecados.

Y ahora, Cristo como León de la tribu de Judá (como lo ve el anciano) ha cambiado de Cordero a León, y de Sumo Sacerdote a Rey y Juez de toda la Tierra. Es un cambio en el Cielo que el Sumo Sacerdote hace; porque Cristo es Rey y también Sumo Sacerdote, Rey-Sacerdote, y también Juez; eso es el Mesías.

Y ahora, como Cordero no podía tomar el Título, pero ahora como Juez y como Rey de reyes y Señor de señores, o sea, como León de la tribu de Judá, Él toma el Libro; pero Juan sigue comprendiendo que Él es Jesucristo el Cordero de Dios, y por eso así lo presenta. Dice:

[Apocalipsis 5:7] “Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono (o sea, de la diestra de Dios tomó ese Libro sellado con siete Sellos).

Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos…”.

Los santos del Nuevo Testamento, los creyentes en Cristo que murieron físicamente, han estado orando por la resurrección en cuerpos eternos y glorificados, para regresar a este planeta Tierra; por lo tanto, esas oraciones suben ahí con el incienso que sube ante la presencia de Dios allí en el Cielo.

“… y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación;

y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”.

Y ahora todos los creyentes en Cristo han sido hechos para nuestro Dios reyes y sacerdotes. ¿Y quién hizo eso? El Señor Jesucristo; nos ha hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, conforme al Orden celestial de Melquisedec.

Y ahora, en el capítulo 6 comienza el Cordero, Cristo, a abrir esos Sellos, a abrir ese Libro de la Redención; y luego, en el capítulo 8, es abierto el último de los siete Sellos: el Séptimo Sello. Y luego, en el capítulo 10 del Apocalipsis, encontramos algo muy importante que todos debemos conocer:

“Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego”.

¿Quién es ese Ángel, ese mensajero? El Señor Jesucristo, el Ángel del Pacto, el Espíritu Santo.

“Tenía en su mano un librito abierto…”.

Ese Librito abierto es el mismo Librito que estaba cerrado en la diestra de Dios; Él lo tomó, lo abrió en el Cielo, y ahora viene en Apocalipsis, capítulo 10, a la Tierra, y lo trae en Su mano abierto.

“… y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra…”.

El mar tipifica pueblos, naciones y lenguas; y ahí la tierra pues corresponde al continente americano, que incluye Norteamérica y la América Latina.

“… y clamó a gran voz, como ruge un león…”.

¿Ve? Ahí está como León.

Él viene, está viniendo a Su Iglesia; pero Él estará obrando en pueblos, naciones y lenguas, y estará obrando en el continente americano; al cual pertenece Norteamérica y la América Latina con todo el Caribe incluido; no es dejado fuera el Caribe.

“Clamando como cuando ruge un león” viene; o sea que ya no es como Cordero sino como León, Su Venida aquí en Apocalipsis; y viene con el Librito abierto en Su mano.

“… y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces”.

Es la Voz de Cristo, el Ángel Fuerte que desciende del Cielo. Y viene como León de la tribu de Judá, y viene clamando y siete truenos emitiendo sus voces: es la Voz de Cristo hablando consecutivamente en medio de Su Iglesia, así como habló durante las siete etapas o edades de la Iglesia a través de cada uno de Sus mensajeros. Pero aquí, a través de uno solo estará hablando.

“Cuando los siete truenos hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas.

Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo,

y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más…”.

Termina el tiempo para la Dispensación de la Gracia, termina el tiempo para el reino de los gentiles, que está en la etapa de los pies de hierro y de barro cocido; termina el tiempo para todo.

Es el fin del tiempo, el fin del siglo, el fin del mundo, del cual tanto hemos leído en la Escritura, y del cual Cristo dijo: “Y será predicado este Evangelio del Reino para testimonio a todo el mundo; y entonces vendrá el fin”[11].

Esa predicación del Evangelio del Reino será en el Día Postrero la Gran Voz de Trompeta. Esa Gran Voz con la cual clama Cristo, el Ángel Fuerte, cuando desciende del Cielo y siete truenos emiten sus voces, esa es la Gran Voz de Trompeta de Primera de Corintios, capítulo 15, versos 49 al 58, y Primera de Tesalonicenses, capítulo 4, verso 13 al 17.

Es la Voz de Dios por medio del Espíritu Santo hablando en el Día Postrero, hablándonos con el Mensaje del Evangelio del Reino, y abriéndonos estos misterios, y dándonos la fe para ser transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero.

El verso 7 sigue diciendo:

“… sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas.

La voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, y dijo: Ve y toma el librito que está abierto en la mano del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra.

Y fui al ángel, diciéndole que me diese el librito. Y él me dijo: Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel.

Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre.

Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes”.

Juan el apóstol representa a la Iglesia del Señor Jesucristo y a cada mensajero que Cristo tendría en medio de Su Iglesia.

Por lo tanto, la Iglesia del Señor Jesucristo en el Día Postrero está representada en Juan el apóstol; y también el mensajero del Día Postrero, que será un profeta dispensacional, que estará haciendo el entrelace de la Dispensación del Reino con la Dispensación de la Gracia, con el Mensaje del Evangelio del Reino siendo entrelazado con el Mensaje del Evangelio de la Gracia… Aquí es ese mensajero el que toma ese Librito de la mano del Ángel Fuerte que desciende del Cielo y lo come; y lo da a conocer también a la Iglesia del Señor Jesucristo.

Y ahora, el mensajero que toma ese Librito y lo come, luego recibe la orden de profetizar sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes; ese será el último Mensaje profético para la humanidad. Ese Mensaje es el Evangelio del Reino, en donde estará contenido todo lo que va a ocurrir en este tiempo final.

Y ese mensajero tendrá la bendición del Espíritu Santo: la Estrella de la Mañana estará en él operando los ministerios de los Dos Olivos: de Moisés y Elías, y Jesús. Esos son los tres ministerios prometidos para el Día Postrero, y por eso son mencionados con los nombres de los que tuvieron esos ministerios, en los cuales el Espíritu Santo operó esos ministerios.

Por eso en Apocalipsis, capítulo 11, aparecen los Dos Olivos profetizando sobre muchos pueblos, naciones y lenguas.

Ya para ese tiempo Cristo no va a estar en el Trono de Intercesión como Sumo Sacerdote haciendo intercesión con Su Sangre por todos los que lo reciben como Salvador; ya se habrá completado Su Iglesia y se habrá cerrado la Puerta.

Las vírgenes prudentes estarán con ese Mensaje, habiendo recibido la fe para ser transformadas, esperando su transformación, para ir con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero.

Las vírgenes prudentes estarán con la bendición de recibir al Esposo, Cristo; pero las vírgenes insensatas ni siquiera lo vieron, ni siquiera supieron que había venido. Porque la Venida de Cristo a Su Iglesia antes de la gran tribulación, que es el misterio más grande contenido en el Séptimo Sello, de Apocalipsis, capítulo 8, será una revelación dada para la Iglesia-Novia del Señor, para las que van a entrar con Él a las Bodas.

La revelación del Séptimo Sello es la revelación de la Venida de Cristo, el Ángel Fuerte, a Su Iglesia; ese es un misterio que será revelado a la Iglesia del Señor Jesucristo en el Día Postrero.

Cuando se abra el Séptimo Sello en el Cielo se habrá completado la apertura del Libro sellado con siete Sellos; Cristo estará como León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores, y Juez de toda la Tierra.

Ya ahí comienza, luego de cierto momento, el lapso de tiempo correspondiente a la semana número setenta, la segunda parte que falta, que es correspondiente al tiempo de la gran tribulación; y son tres años y medio. Ese es el tiempo del fin o el fin del tiempo, porque es el ciclo divino final para el reino de los gentiles, es el ciclo divino final de las setenta semanas de Daniel.

Dios tratará con el pueblo hebreo durante esos tres años y medio, pero ya no los tratará con los gentiles. Ya el tiempo de trato con los gentiles se habrá terminado con la apertura de ese Libro en el Cielo; cuando Cristo lo tome en el Cielo, ya habrá terminado el trato de Dios con los gentiles, y Cristo ya no estará como Sumo Sacerdote.

Ahí se cumple: “El que esté… el justo, sea justificado todavía; y el injusto, sea injusto todavía”[12]. Ya no habrá oportunidad de cambio.

Y ahora, para la Iglesia del Señor Jesucristo será el momento más glorioso la apertura del Séptimo Sello en el Cielo; y la traída del Título de Propiedad, de ese Libro que Él abre en el Cielo (será traído a la Tierra), será de bendición para la Iglesia del Señor Jesucristo al ser entregado al mensajero que Cristo tenga en Su Iglesia en ese tiempo final, que será un profeta dispensacional; que será el Ángel del Señor Jesucristo, del cual Cristo dice:

“Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias” (Apocalipsis, capítulo 22, verso 16).

Y Apocalipsis, capítulo 22, verso 16, dice: “Yo soy la raíz…”. Vamos a leerlo aquí: capítulo 22, verso 16, dice:

“Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana”.

Y el capítulo 22, verso 6, dice:

“Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto”.

Este Ángel Mensajero de Jesucristo es el último profeta mensajero dispensacional: el séptimo profeta mensajero dispensacional; y es enviado a la Iglesia del Señor Jesucristo.

Ese será el que recibirá el Título de Propiedad de parte del Ángel Fuerte que desciende del Cielo, y que profetizará sobre muchos pueblos, naciones y lenguas; porque ese Ángel Mensajero estará en carne humana en medio de la Iglesia del Señor Jesucristo.

Ese es el mismo de Apocalipsis, capítulo 7, verso 2 en adelante: el Ángel que sube de donde nace el sol y que viene con el Sello del Dios vivo, o sea, con el Espíritu Santo; con la Estrella resplandeciente de la Mañana, que es el Espíritu Santo.

Es en él y a través de él que Cristo en Espíritu Santo estará en medio de Su Iglesia dándonos a conocer todas estas cosas, y dándonos la fe para ser transformados y llevados con Cristo a la Cena de las Bodas del Cordero. Y estará el Espíritu Santo, Cristo en Espíritu Santo a través de este mensajero, profetizando sobre muchos pueblos, naciones y lenguas.

“LA GRANDEZA Y CONTENIDO DEL SÉPTIMO SELLO”.

Y ahora dejamos el Séptimo Sello quietecito ahí, y no vamos a revelar cómo será, cuándo será y los demás detalles de ese Séptimo Sello; porque el Séptimo Sello es la Venida del Señor, la Venida del Señor a Su Iglesia.

Continúen pasando todos una noche feliz, llena de las bendiciones de Jesucristo nuestro Salvador.

Dios les bendiga y les guarde a todos.

“LA GRANDEZA Y CONTENIDO DEL SÉPTIMO SELLO”.

[Revisión agosto 2023 – RM-JR-PP]

[1] San Mateo 19:28, San Lucas 22:29-30

[2] San Juan 1:29

[3] Filipenses 3:20

[4] Romanos 10:17

[5] Romanos 10:10

[6] Mt. 16:26-27, Mr. 8:36-38, Lc. 9:25-26

[7] Mt. 3:11, Mr. 1:7-8, Lc. 3:16, Jn. 1:26-27

[8] San Juan 14:16-17, 14:26, 15:26

[9] Reina-Valera 1909

[10] Éxodo 17:1-6

[11] San Mateo 24:14

[12] Apocalipsis 22:11

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