Las llaves del Reino

Muy buenas tardes, amados amigos y herma­nos presentes; es para mí una bendición muy grande estar con ustedes en esta tarde, ya despi­diéndonos de estas actividades de hoy domingo para continuar hacia otros lugares.

En esta tarde quiero leer un pasaje muy importante de la Escritura, que se encuentra en San Mateo, capítulo 16, verso 13 en adelante, y dice de la siguiente manera:

“Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?

Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profe­tas.

Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en el cielo.

Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puer­tas del Hades (infierno) no prevalecerán contra ella.

Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.

Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo”.

“A ti daré las llaves del Reino de los Cielos”. “LAS LLAVES DEL REINO”.

Conocer Quién era Jesús de Nazaret, confor­me al Programa Divino que se estaba realizando en aquellos días, era conocer que Jesús de Nazaret era el Hijo del Dios viviente, era cono­cer que en aquel velo de carne estaba la Columna de Fuego, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; y Pedro tuvo esa revelación.

En una ocasión encontramos que Jesús dijo a Sus discípulos: “Gracias, Padre, que escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las has revelado a los niños; porque así te agra­dó. Y nadie sabe quién sea el Padre, sino el Hijo; y nadie sabe quién sea el Hijo, sino el Padre, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”1.

Ahora vean ustedes, nadie podía conocer quién era el Padre, sino el Hijo; y nadie podía conocer quién era el Hijo, sino el Padre, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar; porque el Hijo estaba revelando al Padre en carne humana, Dios estaba manifestado allí.

Por eso dice San Pablo en Primera de Timoteo, capítulo 3, verso 15 y 16: “Grande es el miste­rio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne”. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, aquella Columna de Fuego que le apareció a Moisés, el cual es Dios velado en esa Columna de Fuego; pero Dios velado en esa Columna de Fuego, luego se veló con esa Columna de Fuego en un cuerpo humano, en Jesús de Naza­ret; por eso descendió el día en que Juan le estaba bautizando y posó sobre Él, vino a ese Templo humano.

Ahora, miren aquí cómo Pedro llega a conocer quién es el Hijo del Hombre. El Hijo del Hombre para aquella nueva dispensación que había comenzado, la Dispensación de la Gracia, era nada menos que el Hijo de Dios, lo cual ninguna persona podía conocer, sino por revela­ción divina. Esa era la revelación divina para aquella dispensación nueva que había comenza­do.

Encontramos que en una ocasión Jesús les dice a Sus discípulos: “¿Quieren irse ustedes también?”, cuando la gente se estaba marchando porque no podían comprender aquellas palabras de Jesús que decía: “El que no coma la carne del Hijo del Hombre, no tiene vida permanecien­te en sí”2. También Él decía: “Yo soy el Pan vivo que he descendido del Cielo, y el que coma de este Pan vivirá eternamente, vivirá para siem­pre”3. Y también decía: “Nadie subió al Cielo, sino el Hijo del Hombre que está en el Cielo”4, y sin embargo estaba aquí en la Tierra.

Las personas allí presentes no podían com­prender estas cosas. Pensaban que Jesús de Nazaret era una persona que estaba fuera de sí, diciéndole a la gente que tenían que comer Su carne y beber Su sangre. Comenzaron a mar­charse, y se quedaron solamente los doce discí­pulos. Y Jesús les pregunta a ellos: “¿Quieren ustedes también marcharse?”. Y Pedro dice: “¿Y a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros sabemos y conocemos que Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”5.

Vean ustedes la revelación que Pedro tenía al comienzo de aquella dispensación, al comienzo de aquel nuevo día dispensacional, en la mañana, en aquel amanecer glorioso de aquel nuevo día dispensacional, en donde tenían la Columna de Fuego velada en carne humana.

Ahora, la Dispensación del Hijo estaba comenzando, la Dispensación del Padre había concluido, y el pueblo no se había dado cuenta.

Dios en la Dispensación de la Ley estuvo manifestado como Padre; en la Dispensación de la Gracia, como Hijo; y en la Dispensación del Reino, como Espíritu Santo.

Ahora, para la Dispensación del Reino nosotros tenemos muchas cosas grandes e importantes del Programa Divino que tienen que ser cumplidas, como fueron cumplidas las cosas correspondientes para la Dispensación del Padre, que fue la Dispensación de la Ley, en donde Dios estuvo sobre el pueblo como Padre; y luego en la Dispensación de la Gracia Él estuvo con Su pueblo, manifestado en medio de Su pueblo.

Encontramos que Jesús caminó en medio del pueblo hebreo, y pocas personas le conocieron como el Hijo del Dios viviente. Él aun también les decía: “No digan que yo soy el Cristo, el Mesías, el Ungido, el Hijo del Dios viviente; no digan a nadie esto que ustedes saben”6. Aun cuando descendió del Monte de la Transfigura­ción, dijo: “Ustedes no digan la visión que ustedes han tenido en el monte, hasta que el Hijo del Hombre sea entregado, muera y resuci­te”7.

Ahora, hemos visto que para la Dispensación de la Gracia, que se abrió cuando Juan el Bau­tista bautizó a Jesús de Nazaret, Dios estaba manifestándose en medio de Su pueblo como Hijo del Hombre e Hijo de Dios; pero esta parte de Hijo de Dios nadie la podía comprender, excepto por revelación divina.

Por esa causa cuando Jesús preguntó: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”, dijeron los discípulos: “Unos piensan que Tú eres Juan el Bautista, otros piensan que Tú eres Elías, otros dicen que Tú eres Jeremías o alguno de los profetas”8. Estaban pensando que Jesús era un profeta; lo cual no estaba muy mal, porque era un profeta; pero además de ser un profeta era el Ángel del Pacto, era Dios manifes­tado en carne, era nada menos que el Hijo del Dios viviente velado en carne humana, era el Ángel del Pacto en la mañana de la Dispensa­ción de la Gracia.

Y Pedro, por cuanto vio, reconoció, y decla­ró, testificó, que Jesucristo era el Hijo del Dios viviente, reconociendo así la Primera Venida de Cristo, la Primera Venida del Señor, recibió una bendición muy grande9.

Vean ustedes, el Señor Jesucristo dice: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás”10.

Ahora, cuando hay una bienaventuranza para alguna persona, hay grandes bendiciones para esa persona.

Ahora, le dice el Señor Jesucristo que es bienaventurado, “porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en el Cielo”. Una revelación directamente del Cielo; porque ningu­na escuela teológica y ninguna sinagoga, ni ningún sacerdote levita o sumo sacerdote enseñaba que Jesús de Nazaret era el Hijo del Dios viviente; por lo tanto, vino del Cielo, del Padre celestial, esa revelación divina.

Y Jesús dijo: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra (sobre esta roca, esa roca de la revelación divina que viene del Padre celestial) edificaré mi iglesia (la Iglesia del Señor Jesucristo edificada sobre revelación divina, y no sobre enseñanzas humanas); y las puertas del infierno, del Hades, no prevalecerán contra ella.

Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”11.

Ahora, el apóstol San Pedro recibiendo las llaves del Reino de los Cielos, el Día de Pente­costés ninguna otra persona podía abrir la puerta del Reino de los Cielos en la Dispensación de la Gracia, ninguna persona podía abrirle la puerta de la Dispensación de la Gracia al pueblo, sino Pedro, el cual tenía las llaves.

Él tenía la revelación divina de Quién era Jesús, y con esa revelación divina él le abrió las puertas del Reino de los Cielos a aquellas perso­nas que estaban presentes el Día de Pentecostés, cuando vino el Espíritu Santo sobre 120 perso­nas, derramándose sobre ellos en forma de lenguas de fuego.

Ahora, Pedro en el primer mensaje que dio le abrió las puertas a los hebreos; y luego en la casa de Cornelio12 (un gentil), Pedro predicó allí el Evangelio de la Gracia, dando testimonio de Quién es el Señor Jesucristo, y dando testimonio del bautismo del Espíritu Santo, y viendo la bendición del Espíritu de Dios para el pueblo gentil; allí en la casa de Cornelio le abrió la puerta también a los gentiles para que entraran al Reino de los Cielos en la Dispensación de la Gracia.

Ninguna otra persona podía abrirle la puerta a los gentiles, sino Pedro; y ya después que estaba abierta la puerta, entonces vinieron los demás apóstoles y también le hablaron a los gentiles; y vino el apóstol San Pablo, llamado primeramente Saulo de Tarso, y luego de su conversión a Cristo encontramos que fue envia­do a los gentiles13.

Fue enviado a los gentiles Saulo de Tarso, San Pablo, para ser Luz a los gentiles; y así (la puerta ya estando abierta) llamar a los gentiles a entrar por esa Puerta, que es Cristo. Le abrió Pedro la puerta a los gentiles, como también la había abierto a los hebreos; le abrió la puerta del Reino de los Cielos, que es Jesucristo en Su Primera Venida.

Y cuando fue abierta esa Puerta, los hebreos para entrar al Reino de los Cielos, entraron a través de Jesucristo en Su Primera Venida como Cordero de Dios y como el Hijo del Dios vi­viente. Luego los gentiles también entraron por la Puerta del Reino de los Cielos, Jesucristo en Su Primera Venida, el Hijo del Dios viviente.

Vean ustedes que durante la Dispensación de la Gracia, para entrar al Reino de los Cielos se ha entrado a través de la Primera Venida de Cristo y Su Sacrificio en la Cruz del Calvario; y fue Pedro el que abrió al pueblo hebreo y a los gentiles el secreto, el misterio, de la Primera Venida de Cristo. Abriendo ese misterio al pueblo, le abrió la Puerta del Reino de los Cielos al pueblo.

Ahora, así ha sido durante aproximadamente dos mil años, para entrar a la Dispensación de la Gracia se entra por la Puerta, que es Cristo, la Puerta que abrió San Pedro a los hebreos y también a los gentiles.

Ahora, hemos visto este misterio del Reino de los Cielos, porque es uno de los grandes misterios, o el misterio más grande del Reino de los Cielos, el misterio más grande de la Dispensación de la Gracia.

Ahora, para la Dispensación del Reino la Puerta es la misma: Jesucristo, pero no en Su Primera Venida, sino en Su Segunda Venida; y no como Cordero de Dios, sino como León de la tribu de Judá. Jesucristo, el Ángel del Pacto, el que le apareció a San Pablo o Saulo de Tarso en el camino a Damasco, esa Luz poderosa más fuerte que el sol, de la cual San Pablo dijo: “Me apareció una luz más fuerte que el sol, la cual me dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Y yo le pregunté: Señor ¿quién eres? Y Él, esa Luz, me dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persi­gues”14.

Vean ustedes, el Señor Jesucristo había dejado Su velo de carne en el Trono de Interce­sión en el Cielo, y había descendido a la Tierra en el Día de Pentecostés, y estaba en medio de Su pueblo en forma de Columna de Fuego, estaba manifestado como Hijo de Dios en medio de Su pueblo.

Y esa misma Columna de Fuego que es Jesucristo: en Apocalipsis, capítulo 10, desciende del Cielo, este Ángel Fuerte, esta Columna de Fuego, envuelto en una nube, esa Nube de Fuego que guio al pueblo hebreo; y desciende con el Título de Propiedad, el Librito abierto en Su mano, el Librito de los Siete Sellos, el cual abrió en el Cielo. Ese es el Título de la redención de todos los hijos de Dios, o sea, para la transfor­mación de nosotros los que estamos vivos y la resurrección de los que partieron en el pasado; y desciende a la Tierra, Jesucristo, la Columna de Fuego; y dice que cuando descendió a la Tierra puso el pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la Tierra.

Dice: “Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol (de lo que estábamos hablando en la mañana: la Venida del Señor, del Ángel Fuerte, como el Sol de Justicia), y sus pies como columnas de fuego.

Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra;

y clamó a gran voz, como ruge un león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces”.

A Juan le fue prohibido escribir lo que los truenos hablaron. ¿Por qué? Porque el contenido de esos Truenos es la revelación divina de la Segunda Venida de Cristo, es la revelación divina del Séptimo Sello, que es la Venida de Cristo en el fin del tiempo.

Ahora, Él viene como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores, Él viene como Rey, Él viene como el Hijo de David, Él viene en el fin del tiempo porque el tiempo de los gentiles ha llegado a su fin; por eso levantó Su mano al cielo y dijo, juró por el que vive por los siglos de los siglos, que el tiempo no sería más, que el tiempo del reino de los gentiles ha terminado, que el tiempo de la Dispensación de la Gracia ha terminado, que las siete edades de la Iglesia gentil han terminado, que todo lo que está sujeto a tiempo ha termina­do su tiempo; también hemos llegado al fin del tiempo para todas las cosas, aun para estos cuerpos mortales: hemos llegado al fin del tiempo de vivir en cuerpos mortales, porque pronto viviremos en cuerpos inmortales.

En la Dispensación del Reino es donde se cumple la Venida del Ángel Fuerte, la Venida de Jesucristo en esa Columna de Fuego; como fue mostrado en el Monte de la Transfiguración, en donde Su rostro resplandeció como el sol; estaba allí mostrando el Señor el orden de Su Segunda Venida, estaba mostrando allí el orden de la Venida del Reino.

Él les había dicho a Sus discípulos en San Mateo, capítulo 16, verso 27 y 28:

“Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.

De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino.

15Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;

y se transfiguró delante de ellos, y resplan­deció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.

Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.

Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.

Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”.

Aquí está el orden de la Venida del Reino, aquí está el orden de la Venida del Señor en Su Reino; y cuando el pueblo esté viendo a Moisés y Elías, o sea el espíritu ministerial de Moisés y Elías, los dos juntos (no el espíritu ministerial de Elías solamente —lo cual estuvo sobre la Tierra en cuatro ocasiones anteriores—, sino el espíritu de Elías en su quinta manifestación, juntamente con el espíritu ministerial de Moisés), estamos viendo la Venida del Reino, estamos viendo la Venida del Reino en una nueva dispensación, estamos viendo la Venida del Reino en la maña­na de ese nuevo día dispensacional.

Así como en la mañana del día dispensacio­nal de la Gracia aún los discípulos no podían comprender todas las Escrituras, las cuales Jesús citaba; pero Jesús sí las entendía, y siempre hizo de acuerdo a las Escrituras que hablaban para ese tiempo, que hablaban para la Dispensación de la Gracia y la Obra que Él tenía que realizar en Su Primera Venida.

Pero a medida que fue esclareciendo el día, y se hizo perfecto el día de la Dispensación de la Gracia, fue comprendido entonces el Programa Divino para la Dispensación de la Gracia, y fue proclamado el Señor Jesucristo en la Dispen­sación de la Gracia como el Hijo de Dios, fue proclamado así por los apóstoles del Señor, comenzando con San Pedro, el cual abrió esa puerta, el cual abrió la puerta de la Primera Venida de Cristo como Cordero de Dios y como el Hijo de Dios.

Ahora, a medida que fue avanzando el tiempo fueron comprendiendo el resto de las Escrituras para la Dispensación de la Gracia. Cuando vino el apóstol San Pablo como apóstol mensajero y Luz para los gentiles, él recibió una revelación más amplia de Jesucristo como el Hijo de Dios y estableció esa revelación divina en medio del pueblo, de la Iglesia gentil.

Ahora, sabiendo que ha pasado la Dispensa­ción de la Ley: la Dispensación del Padre, y también la Dispensación de la Gracia: la Dispen­sación del Hijo, sabiendo también que ha comenzado, ha amanecido el día de la Dispensa­ción del Reino…; y la Puerta del Reino de Dios ha sido abierta para que entremos al Reino de Dios, que es la Dispensación del Espíritu Santo, en donde Él se manifiesta conforme a todo el programa correspondiente para la Dispensación del Reino.

Leamos en la página 134 del libro de Los Sellos en español; dice:

“142. Y noten ustedes: Cuando este Espíritu Santo que tenemos llegue a encar­narse, el que está en nuestro medio ahora mismo en la forma del Espíritu Santo, cuando Él llegue a ser encarnado en la Persona de Jesu­cristo, entonces nosotros le coronaremos como ‘Rey de Reyes y Señor de Señores’”.

Y la página 256 del mismo libro de Los Sellos, dice:

“121. Pero cuando nuestro Señor apa­rezca sobre la Tierra, Él vendrá sobre un caba­llo blanco como la nieve, y será completamente Emmanuel —la Palabra de Dios encarnada en un hombre”.

Cuando nuestro Señor Jesucristo —el cual le apareció a San Pablo en esa luz, y le dijo: “Yo soy Jesús a quien tú persigues” —, cuando la Columna de Fuego venga en el fin del tiempo, será completamente la Palabra encarnada en un hombre, cuando venga para un nuevo día dispensacional.

Vean ustedes, Él viene ahí en Apocalipsis, capítulo 19, que es el capítulo que está citando el séptimo ángel mensajero, Él viene como Rey de reyes y Señor de señores.

Aquí en Apocalipsis, capítulo 19, verso 16, dice:

“Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores”.

Y también en Apocalipsis 17, verso 11 en adelante, dice:

“La bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete, y va a la perdición (hablando del anticristo y su reino).

Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes junta­mente con la bestia.

Estos tienen un mismo propósito, y entrega­rán su poder y su autoridad a la bestia.

Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles (que son los escogidos de Dios)”.

Ahora vean ustedes, así como los de la Dispensación de la Ley, los cuales no se salieron de esa dispensación, persiguieron a Jesús y a Sus apóstoles, los cuales estaban en un nuevo día dispensacional, en la mañana de ese día dispensacional; así también al final del tiempo la bestia y la imagen de la bestia, y esos diez reyes que le darán su poder y su autoridad a la bestia para que establezca la última parte del imperio de los gentiles, o sea, los pies de hierro y de barro cocido, perseguirán… dice: “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá”.

¿Por qué? Porque es Rey de reyes y Señor de señores, porque el Cordero se ha convertido en el León de la tribu de Judá, en Rey de reyes y Señor de señores.

Siempre ha sido en esa forma.

Miren ustedes, cuando se abrió la Dispensa­ción de la Ley para el pueblo hebreo, aun cuando estaba amaneciendo esa dispensación y le apareció la Columna de Fuego a Moisés en el monte Sinaí, cuando Moisés fue al pueblo hebreo, hubo allí grandes problemas; y el Fa­raón, el cual no pertenecía a esa dispensación de Dios, persiguió al pueblo hebreo, los apretó; él hizo grandes cosas en contra del pueblo de Dios; y aun cuando salieron, después los persiguió para destruirlos; porque así sucede al principio de toda dispensación.

Ahora, eso no le da miedo a los escogidos de Dios que comienzan en una dispensación, porque están dispuestos a dar sus vidas por Dios y Su Programa para esa dispensación; porque para ellos, Dios y Su Programa en esa nueva dispensación es el TODO de sus vidas; porque no hay vida fuera de Dios. Y cuando Dios se mueve para una nueva dispensación, la vida se ha movido a una nueva dispensación; y los que se mueven a esa nueva dispensación, se mueven ¿a donde está qué?, donde está la vida; los que se quedan en una dispensación pasada, se que­dan donde estuvo la vida en una ocasión; pero cuando se va la vida, la muerte es la que queda allí.

Por eso el que viene en el caballo amarillo tiene por nombre Muerte, y el infierno le sigue; ese es el anticristo en la Dispensación de la Gracia, el cual en el fin del tiempo establecerá plenamente su reino, su gobierno, el imperio del anticristo, el imperio del reino de los gentiles, que durará tres años y medio.

Ahora, cuando comienza una dispensación, la dispensación anterior tiene que ir desapareciendo para dar paso a una nueva dispensación que traerá para la raza humana todo el Programa Divino correspondiente para esa nueva dispensa­ción; y las cosas que tiene la humanidad serán cambiadas al modo de la nueva dispensación.

Así como hubo estos cambios dispensaciona­les en el pasado. El pueblo toma la forma de creer, de entender las cosas, de acuerdo a la dispensación en que está.

La Dispensación del Reino es la dispensa­ción que traerá a este mundo (que está en agonía de muerte, que está en ruinas), le traerá la paz y la prosperidad; no al reino de los gentiles, sino al Reino de Dios; y todos los que entren a ese Reino recibirán esas bendiciones.

Habrá naciones que entrarán a ese Reino: las naciones que hubieren sido salvas entrarán. Encontramos que estas naciones serán formadas por creyentes; creyentes, los cuales recibirán el conoci­miento de la Palabra de Dios; estas son para entrar a la eternidad, luego del Milenio. Pero para entrar al Milenio habrá naciones que escaparán del juicio divino, o parte de ellas, y pasarán al glorioso Reino Milenial.

Dice Apocalipsis, capítulo 11, verso 15, de la siguiente manera:

“El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos”.

Ahora vean que los reinos de este mundo serán entregados al Señor Jesucristo, vendrán a ser del Señor Jesucristo. En Daniel, capítulo 7, verso 18, dice:

“Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre”.

También el verso 21 y 22 de este mismo capítulo 7 dice:

“Y veía yo que este cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía,

hasta que vino el Anciano de días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino”.

Para eso es que nace el nuevo día dispensa­cional del Reino, para que el Reino sea dado a los santos del Altísimo.

Encontramos que Pedro, al recibir la revela­ción de Quién era Jesús, cuando dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, pudo ver Pedro, por revelación divina, que Jesús, el Hijo del Hombre, era el Hijo del Dios viviente; esa era la revelación divina para la Dispensación de la Gracia: Jesucristo la puerta para la Dispensa­ción de la Gracia.

Pedro abrió esa puerta con esa revelación divina que tuvo; abrió a Cristo en Su Primera Venida para el pueblo, en la Dispensación de la Gracia, en ese nuevo día dispensacional que había nacido.

Y para la Dispensación del Reino, cuando Jesucristo le revela a Su Ángel el gran misterio de Su Venida como León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores, como el Hijo de David, para tomar el Reino y establecer el glorioso Reino de Dios en la Tierra; ahí las llaves del Reino de Dios le son entregadas al Ángel del Señor Jesucristo para abrir la puerta, que es Cristo, en Su Segunda Venida como León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores, como Hijo de David, para reinar durante el Milenio y por toda la eternidad.

Al abrir esa revelación al pueblo, le está abriendo la puerta a todos los hijos de Dios, la puerta del Reino de Dios; el Reino de Dios que estará sobre la Tierra en toda su plenitud durante el glorioso Reino Milenial; pero que al amanecer del nuevo día dispensacional del Reino, de la Dispensación del Reino, se comienza a mover en el cumplimiento de todas las cosas que corresponden para ser realizadas antes de comenzar literalmente el glorioso Reino Milenial.

Así que con la revelación de la Venida de Cristo, del Ángel Fuerte, como León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores, como el Hijo de David, se abre la Puerta; porque con las llaves de la revelación divina de la Segunda Venida de Cristo, el Ángel del Señor Jesucristo le abre la Puerta del Reino a todos aquellos que están escritos en el Libro de la Vida, co­menzando por los primogénitos de Dios de entre los gentiles y también de entre los hebreos, y también para el resto de los hijos de Dios, los cuales estarán en ese Reino Milenial.

Vean ustedes, el Señor Jesucristo en Apoca­lipsis, capítulo 3, verso 7, dijo así:

“Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre”.

Esto fue dicho también en Isaías capítulo 22, verso 20. Y para esta persona para la cual fue dicha, se cumplió en tipo y figura de Cristo. Dice:

“En aquel día llamaré a mi siervo Elia­quim hijo de Hilcías,

y lo vestiré de tus vestiduras, y lo ceñiré de tu talabarte, y entregaré en sus manos tu potestad; y será padre al morador de Jerusalén, y a la casa de Judá.

Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá”.

Ahora vean cómo en tipo y figura se reflejó en una persona allá en el Antiguo Testamento; porque el Antiguo Testamento da testimonio del Nuevo Testamento, y las cosas que se cumplie­ron en muchas personas allá, eran tipo y figura de las cosas que se cumplirían en Cristo.

Ahora, vean ustedes, la llave de David tiene que ver con el Reino de David, con el Trono de David, para ser establecido en la tierra de Israel; y sentarse sobre el Trono de David, Jesucristo, la Columna de Fuego, el cual tiene esa promesa, y el cual es Heredero —como Hijo de David— a ese Trono de David; porque siendo el Hijo de David, Él tiene el derecho a ser Rey sobre Israel.

Él tiene la llave de David; y la llave de David tiene que ver con el glorioso Reino Milenial, tiene que ver con el Reino de Dios en la Dispensación del Reino; y para abrir ese Reino se requiere la llave de David, y para comprender el misterio del Reino de Dios, en donde el Trono de David será restaurado, se requiere que se abra la puerta del Reino de Dios, que es Jesucristo viniendo como el Hijo de David, como Rey de reyes y Señor de señores, en Su Obra de Reclamo. Él como León de la tribu de Judá hace el reclamo de todo lo que Él redimió con Su Sangre preciosa.

La puerta del Reino, para la Dispensación del Reino, es Jesucristo, el Ángel del Pacto, en Su Segunda Venida como León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores, como el Hijo de David.

Esa Puerta ha sido abierta, y hemos entrado a la Dispensación del Reino; y pronto recibiremos la transformación de nuestros cuerpos, y estaremos vestidos como reyes y sacerdotes, y reinaremos con Cristo mil años en ese glorioso Reino Milenial del Hijo de David, en la Dispensación del Reino; porque ha sido abierta la Puerta del Reino de Dios con las llaves del Reino.

“LAS LLAVES DEL REINO”.

Vean ustedes lo sencillo que es todo: Con las llaves se abre la Puerta, que es Cristo en Su Segunda Venida, dando a conocer el gran misterio de la Segunda Venida de Cristo como León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores, como el Hijo de David, para reinar en el glorioso Reino Milenial.

Así se abrió la Puerta del Reino, de la Dis­pensación del Reino en este tiempo final; y tenemos una puerta abierta, una puerta abierta en el Cielo: la Puerta del Reino de Dios, la Puerta del nuevo día dispensacional que ha comenzado, para todos entrar por esa Puerta a la Dispensa­ción del Reino, para entrar al Reino de Dios.

Por eso es que tenemos la promesa de ser transformados y raptados, y pasar al glorioso Reino Milenial sin ver muerte; esa promesa es para nosotros.

Hay algunos de los nuestros que han partido, pero ellos serán testigos de la resurrección cuando aparezcan nuevamente sobre la Tierra; hubo un propósito en la partida de ellos.

Así que en este tiempo final, vean ustedes cómo es que se abre la Puerta del Reino de Dios en la Dispensación del Reino: Se abre la Puerta con la llave del Reino de Dios, esa llave de David, para así entrar al glorioso Reino de Dios en la Dispensación del Reino.

“LAS LLAVES DEL REINO”.

Que Dios nos continúe bendiciendo en el Reino de Dios con todas las bendiciones del Reino.

Muchas gracias por vuestra amable atención. Y dejo con ustedes nuevamente a Miguel Bermú­dez Marín para concluir en esta tarde esta actividad, en la cual podemos ver las grandes bendiciones de Dios que Él tiene para nosotros en la Dispensación del Reino, en este nuevo día dispensacional que ha sido abierto para todos nosotros entrar en este tiempo final.

Hemos entrado por la Puerta, que es Cristo en Su Venida como León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores; Cristo, el Ángel del Pacto, la Columna de Fuego, vinien­do en este tiempo final a nosotros los latino­americanos y caribeños.

Él es la Puerta; y ha sido abierta esa Puerta, ese misterio ha sido abierto a todos nosotros; y hemos entrado por esa Puerta, y nos encontra­mos dentro del Reino de Dios, en un nuevo día dispensacional.

Así que grande es la bendición que nos ha tocado a nosotros. Bienaventurados somos nosotros, porque hemos entrado por la Puerta, Cristo, que ha sido abierta en este tiempo final.

Bueno, con nosotros nuevamente Miguel Bermúdez Marín para concluir nuestra parte en esta tarde. Que Dios nos continúe bendiciendo a todos con todas las bendiciones del Reino de Dios.

“LAS LLAVES DEL REINO”.

[Revisión enero 2022]

1 San Mateo 11:25-27

2 San Juan 6:52-54

3 San Juan 6:51

4 San Juan 3:13

5 San Juan 6:66-69

6 San Mateo 8:4; San Marcos 1:44, 8:26

7 San Mateo 17:9, San Marcos 9:9

8 San Mateo 16:13-14

9 San Mateo 16:16

10 San Mateo 16:17

11 San Mateo 16:18-19

12 Hechos 10:1-48

13 Hechos 22:21

14 Hechos 22:6-8, 26:12-15

15 Continúa en San Mateo 17:1-5

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