Muy buenas noches, amados amigos y hermanos presentes, aquí en Kerrville, Texas. Es para mí un privilegio grande estar con ustedes en esta ocasión, para compartir con ustedes unos momentos de compañerismo espiritual alrededor de la Palabra de Dios, y ver el tiempo que nos ha tocado vivir y el Programa Divino correspondiente a nuestro tiempo.
Para eso quiero leer en San Juan, capítulo 1, versos 6 en adelante, donde nos dice de la siguiente manera:
“Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan (o sea, Juan el Bautista).
Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.
No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.
Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.
En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.
A lo suyo vino (el pueblo hebreo), y los suyos no le recibieron.
Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.
Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.
Que Dios bendiga nuestras almas con Su Palabra en esta noche y nos permita entenderla.
El tema para esta ocasión es el mismo que está publicado en el periódico, en la prensa: “LOS HIJOS DE DIOS Y EL FIN DEL TIEMPO”.
Para poder entender nuestro tema necesitamos conocer quiénes son los hijos de Dios, para poder ver a los hijos de Dios en este tiempo final y reconocerlos.
Los hijos de Dios son los descendientes de Dios; los cuales, por medio del segundo Adán: de Jesucristo, han estado naciendo en el Reino de Dios.
En la Escritura que leímos nos enseña que:
“… todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
O sea que una persona no es un hijo de Dios porque haya nacido en este planeta Tierra, y piense (como muchas personas piensan) que todos los seres humanos son hijos de Dios.
Encontramos que Dios colocó a Adán en este planeta Tierra; y luego le dio una compañera, la cual sacó de su costado, al sacar una costilla y formarle una compañera a Adán[1].
Ahora, encontramos que luego de la caída del ser humano, el ser humano no ha tenido la oportunidad de producir hijos e hijas de Dios; más bien han estado viniendo seres humanos aquí a la Tierra, naciendo en esta Tierra y viviendo una temporada, y luego muriendo; porque con la caída del ser humano, el ser humano perdió el derecho a traer hijos e hijas de Dios. Y por eso es que cuando la persona nace en este planeta Tierra obtiene un espíritu del mundo y un cuerpo en la permisiva voluntad de Dios, temporal y corruptible y mortal.
Y ahora, encontramos que se requiere nacer de nuevo; porque por medio del nacimiento a través de papá y mamá hemos nacido a través de sangre y de carne.
Hemos nacido por medio de la unión de papá y mamá; y ellos, pues lo que han podido producir es un cuerpo mortal, temporal y corruptible; mucho han hecho por nosotros.
Ahora, encontramos que con la caída del ser humano, el ser humano perdió ese derecho de traer hijos e hijas de Dios a la Tierra; por lo tanto, la raza humana perdió el derecho a la vida eterna. Por eso el hombre nace, crece, después se pone viejo y después se muere, porque viene a la Tierra sin vida eterna.
Ahora, encontramos que Jesucristo vino a la Tierra dos mil años atrás, en el cumplimiento de lo que en el Antiguo Testamento fue la muerte de los corderitos y de los machos cabríos por el pecado del ser humano.
Con esos sacrificios el pecado de los seres humanos era cubierto con la sangre de esos animalitos, pero no era quitado el pecado; pero esos sacrificios, esos animalitos, eran tipo y figura del Cordero de Dios, Jesucristo, que vendría a la Tierra y tomaría nuestros pecados, y nos lavaría con Su Sangre preciosa y así quitaría el pecado de nosotros.
Ahora, encontramos que los tipos y figuras funcionaron en lo que llegaba el Sacrificio perfecto. Cuando llegó el Sacrificio perfecto ya Dios no aceptaba sacrificios y ofrendas de animalitos, porque ya estaba presente un Sacrificio perfecto.
Y cuando viene, llega, lo que es perfecto, lo que es en parte es quitado[2]; porque lo que es en parte es tipo y figura de lo que es perfecto.
Ahora, encontramos que Cristo estuvo hablando acerca de un nuevo nacimiento. A Nicodemo, en el capítulo 3 de San Juan, le dice acerca de ese nuevo nacimiento, y le dice que era necesario nacer de nuevo. Dice Cristo en el capítulo 3 de San Juan:
“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos.
Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.
Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios (o sea, no lo puede entender).
Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?
Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”.
Ahora, Nicodemo pensó que tenía que entrar en el vientre de su madre de nuevo y nacer; y dice: “¿Puede acaso el hombre ya siendo viejo…?”; porque Nicodemo ya estaba en una edad de anciano, quizás, y hace esa pregunta.
¿Y qué si su madre había muerto? Pues era imposible para Nicodemo nacer de nuevo; y si estaba ya muy ancianita, ¿cómo podía hacerse esto?, ¿podía entrar en el vientre de su madre y nacer de nuevo?, ¿cómo podría efectuarse este nuevo nacimiento?
Pues Nicodemo estaba interesado en el Reino de Dios; él estaba interesado en entrar al Reino de Dios. Y ahora Jesucristo le dice que es necesario nacer de nuevo; ahora, Cristo le enseñó que si no nacía de nuevo no podía entrar al Reino de Dios.
Luego encontramos en el libro de los Hechos, en el capítulo 2, que en el Día de Pentecostés llegó el Espíritu Santo sobre 120 personas, las cuales —antes de ese día— no habían nacido de nuevo; eran discípulos del Señor Jesucristo, pero no habían nacido de nuevo; pues ninguno de los discípulos del Señor Jesucristo había nacido de nuevo.
Pero el Día de Pentecostés comenzó el nuevo nacimiento sobre y para aquellas personas que tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida del Cordero y que están ordenados para vida eterna. Y allí nacieron 120 personas de nuevo; y así comenzó la creación de una nueva raza, la cual ya había comenzado con Jesucristo, que es el principio de la Creación de Dios[3], o sea, el principio, el primero de esa nueva raza.
Porque la antigua raza venida por medio de Adán es una raza caída, sin vida eterna; pero la nueva raza, la raza que es para vida eterna, viene por medio del segundo Adán, que es Jesucristo.
Y por medio de Jesucristo, encontramos que los hijos e hijas de Dios comenzaron a nacer el Día de Pentecostés; y de ahí en adelante han continuado naciendo de nuevo miles o millones de seres humanos, los cuales han escuchado la Palabra de Dios, el Evangelio siendo predicado, y han creído en Jesucristo como su Salvador y han recibido Su Espíritu Santo.
Pues por medio de creer en Jesucristo y recibir Su Espíritu Santo se produce el nuevo nacimiento en la persona; así es como la persona nace de Dios; y viene a formar parte de la Iglesia del Señor Jesucristo, que es el Cuerpo Místico de creyentes de nuestro amado Señor Jesucristo.
Y esa Iglesia, ese Cuerpo Místico de creyentes, es la descendencia de Dios; los hijos e hijas de Dios por medio del segundo Adán, por medio de Jesucristo, el primero, el principio de esa Nueva Creación.
Y San Pablo en su carta a los Hebreos, en el capítulo 3, nos dice de la siguiente manera…, y quiero leer este pasaje, nos dice así…; y vamos a leerlo. Hebreos, capítulo 3, dice:
“Por tanto, hermanos santos…”.
Por eso es que son llamados “hermanos”, porque son hijos e hijas de Dios, creyentes en Jesucristo como nuestro Salvador: recibiendo el Espíritu de Cristo, y así produciéndose el nuevo nacimiento.
Y así es como hemos venido a formar parte de la Familia de Dios, de la descendencia de Dios; de una nueva raza que ha estado siendo creada por Dios a través del segundo Adán, a través de nuestro amado Señor Jesucristo.
No es por medio de sangre y carne, no es por medio de la unión de un hombre y de una mujer; sino por medio de creer en Jesucristo como nuestro Salvador y recibir Su Espíritu Santo. Así es como nos enseña la Escritura que se nace en el Reino de Dios, en la Casa de Dios, como un hijo o una hija de Dios.
Por eso los miembros de la Familia de Dios son llamados “hermanos” los unos de los otros, porque pertenecen a una familia: son hijos e hijas de Dios por medio de Jesucristo el segundo Adán.
Por eso ustedes encuentran a los apóstoles hablando en términos de “hermanos”; porque somos hermanos los unos de los otros, al nacer como hijos e hijas de Dios en el Reino de Dios. Es una familia: la Familia de Dios, descendientes de Dios por medio de nuestro amado Señor Jesucristo. Dice:
“… participantes del llamamiento celestial…”.
Y cuando nosotros escuchamos la Voz de Cristo estamos recibiendo el llamamiento del Cielo, el llamamiento celestial, para nacer en el Reino de Dios como hijos o hijas de Dios, y así entrar a la Familia de Dios.
Sigue diciendo:
“… considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús;
el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios.
Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno este, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo.
Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios.
Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir (o sea que fue fiel en la Casa de Dios como siervo, no como un hijo sino como un siervo, para testimonio de lo que se iba a decir);
pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza”.
Ahora, veamos cuál es la Casa de Dios. Dice San Pablo: “La cual casa somos nosotros”.
Una casa es una familia, una descendencia; y la Casa de Dios es la Familia de Dios.
Es en la Casa de Dios donde también Jesucristo ha colocado siervos fieles y prudentes para cada edad de Su Iglesia gentil. Y para el fin del tiempo o Día Postrero o fin del siglo, Él coloca el último siervo fiel y prudente.
¿Y para qué Él coloca esos siervos fieles y prudentes en Su Casa? Nos dice el mismo Jesucristo…. Veamos en San Lucas, capítulo (vamos a ver), capítulo 12, nos dice… Un siervo fiel y prudente es un mayordomo fiel y prudente. San Lucas, capítulo 12, verso 41 en adelante, dice:
“Entonces Pedro le dijo: Señor, ¿dices esta parábola a nosotros, o también a todos?
Y dijo el Señor: ¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé (de) su ración?”.
Para que les dé (¿qué?) su ración, o sea, el alimento espiritual para el alma, en la Casa de Dios, a los hijos e hijas de Dios; o sea, a la Iglesia, o a los miembros de la Iglesia del Señor Jesucristo; porque esa es la Casa de Dios.
“Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así.
En verdad os digo que le pondrá sobre todos sus bienes”.
Esta es una promesa para el siervo fiel y prudente, para el mayordomo fiel y prudente que esté en el Día Postrero dándole la ración, el alimento espiritual, a los hijos e hijas de Dios, o sea, a los miembros del Cuerpo Místico del Señor Jesucristo.
Es una promesa para ser cumplida en el Día Postrero, en el fin del tiempo; y será cumplida esta promesa en medio de los hijos e hijas de Dios, o sea, en la Casa de Dios, en la Iglesia del Señor Jesucristo.
Ahora, ¿qué Alimento les estará dando? “No solamente de pan vivirá el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”[4]. Les estará dando el alimento espiritual de la Palabra de Dios, el Mensaje de Dios correspondiente al Día Postrero, al tiempo final.
Ese Mensaje es el Mensaje del Evangelio del Reino, representado en la Trompeta Final o Gran Voz de Trompeta; ese es el Mensaje que gira alrededor de la Segunda Venida de Cristo como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores, en Su Obra de Reclamo.
Ese Mensaje del Evangelio del Reino, que contiene la revelación divina de la Segunda Venida de Cristo como el León de la tribu de Judá, es el alimento espiritual para los hijos e hijas de Dios en el tiempo final, en el fin del tiempo, en el Día Postrero.
Ese es el Mensaje que alimenta el alma de los escogidos de Dios. ¿En dónde? En la Casa de Dios; “la cual Casa somos nosotros”, la cual Casa es la Iglesia del Señor Jesucristo.
De edad en edad Jesucristo ha colocado en Su Casa un siervo fiel y prudente. En cada edad de Su Iglesia gentil, en cada edad de Su Iglesia —pasando por las siete etapas de Su Iglesia gentil, o entre los gentiles— Cristo ha enviado un ángel mensajero tipificado en el mensajero, en el ministro, de cada una de aquellas siete iglesias que estaban en Asia Menor. Y cada etapa de la Iglesia del Señor Jesucristo ha sido representada en aquellas siete iglesias que fueron tomadas de Asia Menor.
Luego de esas siete etapas llega la Edad de la Piedra Angular; y llega el mensajero de la Edad de la Piedra Angular para alimentar a los hijos de Dios con el Mensaje de la Segunda Venida de Cristo, el Mensaje del Evangelio del Reino; y así recibir la fe, la revelación de la Segunda Venida de Cristo, y ser preparados para ser transformados y raptados en el Día Postrero; porque la fe para ser raptados – para ser transformados y raptados está en la revelación divina de la Segunda Venida de Cristo como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores, en Su Obra de Reclamo.
¿Y quién es el siervo fiel y prudente el cual será colocado en la Casa de Dios, en la Iglesia del Señor Jesucristo, en el Día Postrero, para darle el alimento espiritual, el Mensaje del Evangelio del Reino, a todos los hijos e hijas de Dios?
Ese mensajero está también señalado por Cristo… Vean que Cristo habló mucho de este mensajero; de todos los mensajeros del Señor Jesucristo para Su Iglesia, encontramos que este es del más que Él estuvo hablando.
Estuvo hablando del primero, del segundo, del tercero, del cuarto, del quinto, del sexto y del séptimo, que fueron los siete ángeles mensajeros para las siete edades de la Iglesia gentil. Pero del mensajero para la Edad de la Piedra Angular y Dispensación del Reino, es del cual ha hablado más en todas Sus profecías; porque este es el que le estará dando el alimento espiritual del Mensaje del Evangelio del Reino, con el cual le estará revelando el misterio de la Segunda Venida de Cristo en el Día Postrero, en el tiempo final o fin del tiempo.
Aquí en San Mateo, capítulo 24 y verso 42 en adelante, nos dice:
“Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor.
Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa.
Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis.
¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo?
Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así.
De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá”.
O sea que tiene la promesa de ser adoptado en el tiempo final o Día Postrero; para, por medio de ese siervo fiel y prudente, Jesucristo manifestarse y cumplir Sus promesas para el Día Postrero; pues será el administrador de todas las cosas que Jesucristo estará llevando a cabo en el Día Postrero.
Y Jesucristo en Espíritu Santo estará en él llevando a cabo Sus Obras correspondientes al Día Postrero; y estará colocando Su Palabra en la boca de ese siervo fiel y prudente, estará colocando Su Mensaje Final en la boca y el corazón de ese siervo fiel y prudente.
Y por cuanto toda revelación divina tiene que venir por medio de un hombre, de un profeta, ese será el profeta a través del cual vendrá toda revelación divina correspondiente al Día Postrero, al séptimo milenio.
Y las cosas que no fueron reveladas en edades y dispensaciones pasadas por los profetas y mensajeros que Dios envió, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, serán reveladas por Jesucristo a través de Su Ángel Mensajero, a través del siervo fiel y prudente que estará en la Tierra en la Venida del Hijo del Hombre.
Ahora, todo esto es para ser cumplido en medio de los hijos e hijas de Dios.
Y hemos visto que los hijos e hijas de Dios son los miembros de la Iglesia del Señor Jesucristo, que son los creyentes en Jesucristo, los cuales le han recibido como su Salvador y han recibido Su Espíritu Santo; y por consiguiente han nacido de nuevo, han nacido en el Reino de Dios, han nacido en la Iglesia del Señor Jesucristo.
Y ya no son extranjeros ni advenedizos (nos dice el apóstol San Pablo), sino que son conciudadanos de los santos. Vamos a ver, Efesios, capítulo 2, verso 19 en adelante, nos dice San Pablo:
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios…”.
Para ser un miembro de la Familia de Dios, la persona pues tiene que nacer en la Familia de Dios; y esto es por medio del nuevo nacimiento, al creer la persona en Jesucristo y recibir Su Espíritu Santo. Así es como se nace en el Reino de Dios, en la Iglesia del Señor Jesucristo; así es como la persona nace en esta Nueva Creación que comenzó con nuestro amado Señor Jesucristo.
Ahora podemos ver que en este planeta Tierra, desde el Día de Pentecostés hacia acá, han estado viviendo seres humanos que pertenecen a la antigua Creación, descendientes de Adán; y otros están muy mezclados con, también otra descendencia: la descendencia del maligno.
Pero del Día de Pentecostés en adelante ha comenzado una nueva raza a ser creada, a ser formada, por Dios a través de Cristo. Y esta nueva raza, vean ustedes en la forma tan sencilla que ha estado surgiendo: por medio de creer en Jesucristo como su Salvador y recibir Su Espíritu Santo; así es como ha comenzado y como ha continuado la creación de esa nueva raza; y han estado obteniendo el cuerpo teofánico, ese espíritu teofánico de la sexta dimensión que no pudieron obtener esas personas cuando nacieron por medio de papá y de mamá.
Por eso se ha requerido un nuevo nacimiento. Sin ese nuevo nacimiento la persona no puede obtener su cuerpo teofánico, y tampoco podrá obtener su cuerpo físico y eterno que Cristo ha prometido.
Ahora, para vida eterna, vean ustedes el orden para la persona aparecer: se requiere el nuevo nacimiento, y ahí es donde la persona obtiene su cuerpo teofánico; ahí es donde la persona, al obtener su cuerpo teofánico, se encuentra como estaba Jesucristo antes de aparecer en carne humana aquí en la Tierra.
O sea que lo primero que Cristo obtuvo fue Su cuerpo teofánico, y después obtuvo Su cuerpo de carne, el cual fue creado en el vientre de María por Dios.
Y cada hijo e hija de Dios nacido en el Reino de Dios, al creer en Cristo como su Salvador y recibir Su Espíritu Santo, se encuentra en la etapa de la teofanía; y ya tiene vida eterna porque obtuvo su cuerpo teofánico: ha recibido el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Dios, y ya la persona tiene vida eterna.
Por lo tanto, si muere el cuerpo físico que tiene, la persona no está perdida, ella va en ese cuerpo teofánico (que es un cuerpo parecido a nuestro cuerpo físico, pero de otra dimensión), ella va a vivir al Paraíso; y allí permanece hasta que llegue el momento de la resurrección de los muertos en Cristo, los cuales resucitarán en cuerpos eternos; y luego nosotros los que vivimos seremos transformados.
Y así obtendremos la segunda parte, o sea, el cuerpo eterno prometido para obtenerlo en el Día Postrero, en el séptimo milenio; para así entonces estar todos con un cuerpo eterno también y vivir por toda la eternidad, y estar a imagen y semejanza de nuestro amado Señor Jesucristo.
Ahora, hemos visto que desde que la persona ha creído en Cristo y ha recibido Su Espíritu Santo, ya no es un extranjero en el Reino de Dios, ni es un extranjero en la Familia de Dios, sino que es un conciudadano de los santos y es un miembro de la Familia de Dios; porque ha nacido en la Familia de Dios, en la Casa de Dios, en la Iglesia del Señor Jesucristo, que es la descendencia de Dios.
Y esa Familia va creciendo de edad en edad; así como una familia terrenal va creciendo a medida que va teniendo más hijos en esa familia; a medida que el matrimonio va teniendo más hijos, la familia pues va creciendo. Y a medida que han ido pasando las edades de la Iglesia gentil, la Familia de Dios, la Iglesia del Señor Jesucristo, la descendencia de Dios, ha ido creciendo.
Comenzó con 120, y luego ha continuado hasta este tiempo final. O sea, podríamos decir, comenzó con uno: con Jesucristo, el primero; y después continuó con 120 personas; y de ahí en adelante ha continuado la Nueva Creación produciendo más hijos e hijas de Dios; hasta llegar a nuestro tiempo, donde los ordenados para vida eterna son llamados y juntados en el Día Postrero, y colocados en el Cuerpo Místico de Cristo, en la edad que corresponde al tiempo final, que es la Edad de la Piedra Angular.
En cada edad del pasado fueron colocados los escogidos de Dios por medio del Mensaje de cada edad, a través del mensajero de cada edad, ¿dónde? En la edad correspondiente a ese tiempo; y así fueron colocados en la Casa de Dios, que es la Iglesia del Señor Jesucristo.
Y ahora, estamos viviendo nosotros en el tiempo final o fin del tiempo, o Día Postrero.
Ya han transcurrido dos mil años de Cristo hacia acá aproximadamente; si le añadimos al calendario los años de atraso que tiene, pues ya estamos en el siglo XXI, y por consiguiente estamos en el séptimo milenio, que es el Día Postrero delante de Dios; el Día Postrero para el cual Cristo ha dicho que resucitará a los creyentes en Él que han partido.
Pues en San Juan, capítulo 1… San Juan… vamos a ver aquí. San Juan, capítulo 6 (vamos a leer), verso 39 al 40, dice:
“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero”.
¿Qué es lo que le dará el Padre? Le dará las personas que están ordenadas para vida eterna. Y Él dice:
“Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada…”.
Esas son las personas que tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida del Cordero. Nadie las arrebatará de las manos de Jesucristo[5].
“… sino que lo resucite en el día postrero”.
Esas personas que Él menciona aquí, si sus cuerpos mueren, en el Día Postrero serán resucitados en cuerpos eternos. Y si estamos vivos cuando resuciten los muertos en Cristo, pues seremos nosotros transformados.
¿Quiénes serán los que recibirán la transformación? Los que estarán en la edad correspondiente al Día Postrero, que es la Edad de la Piedra Angular; y estarán escuchando el Mensaje del Evangelio del Reino, que es el Mensaje de la Trompeta Final o Gran Voz de Trompeta.
Es la Voz de Cristo hablándole a Sus hijos, a Su Iglesia, a la Casa de Dios; hablándole ¿qué? Hablándole el Mensaje del Evangelio del Reino, que es el Mensaje que revela la Segunda Venida de Cristo como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores en Su Obra de Reclamo; el Mensaje que revela la Venida del Hijo del Hombre con Sus Ángeles en el Día Postrero.
Y este misterio es abierto a los hijos e hijas de Dios, ¿dónde? En la Casa de Dios, o sea, en el Cuerpo Místico del Señor Jesucristo. ¿Y en qué edad? En la Edad de la Piedra Angular.
Sigue diciendo Jesucristo:
“Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.
Es una promesa de Cristo para todos los creyentes en Él que han nacido de nuevo; o sea que reciben Su Espíritu, y así obtienen su cuerpo teofánico y entran a vida eterna; aunque el cuerpo físico todavía es un cuerpo mortal. Pero para el Día Postrero tenemos la promesa de una resurrección para los muertos en Cristo y una transformación para nosotros los que vivimos; esto es para los hijos e hijas de Dios, que son los miembros del Cuerpo Místico del Señor Jesucristo.
Ahora, Cristo ha estado de edad en edad manifestándose, revelándose, por medio de cada ángel mensajero; y así llamando y juntando a Sus escogidos, los ordenados para vida eterna, escritos en el Libro de la Vida del Cordero. Pues está dicho por Cristo en San Juan, capítulo 10, verso 14 al 16:
“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen,
así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.
También tengo otras ovejas que no son de este redil (o sea que no son del redil hebreo, no son del pueblo hebreo; por lo tanto, son de entre los gentiles. Dice); aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor”.
Esas ovejas que son de otro redil, son los hijos e hijas de Dios de entre los gentiles, los cuales creerían en Jesucristo como su Salvador y recibirían Su Espíritu Santo; y así entrarían al Redil del Señor, que es la Iglesia del Señor Jesucristo; ese es el Redil del Buen Pastor, de nuestro amado Señor Jesucristo.
Él nos dice que el que es de Dios, oye la Voz de Dios. Dice en el capítulo 8, verso 47 [San Juan]:
“El que es de Dios, las palabras de Dios oye (y aquellos que no querían oír a Cristo, les dice); por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios (les dijo a aquellas personas que no lo querían escuchar)”.
Algunas personas quizás pensarían: “Cristo no está teniendo éxito con estas personas”. Más bien, la causa era que no eran ovejas del Padre celestial dadas a Cristo; por lo tanto, no podían escuchar la Voz de Cristo.
También nos dice la Escritura acerca de la muerte de Cristo, cuando Caifás habló acerca de la muerte de Cristo. En el capítulo 11 de San Juan, verso 47 al 52, nos dice:
“Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio (o sea, el Concilio de la religión hebrea), y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales (o sea, Jesús).
Si le dejamos así, todos creerán en él (y eso estaba muy bueno, que todos creyeran en Él; pero ellos no querían que la gente creyera en Jesucristo); y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación.
Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada;
ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca.
Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación;
y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos”.
Ahora miren el propósito de la Primera Venida de Cristo y Su muerte en la Cruz del Calvario: para congregar en uno, en un Cuerpo Místico de creyentes, a todos los hijos e hijas de Dios, produciendo el nuevo nacimiento en todos aquellos creyentes en Jesucristo como nuestro Salvador.
Ahora podemos ver quiénes son los hijos e hijas de Dios: son los creyentes en Jesucristo que han recibido Su Espíritu Santo, y por consiguiente han nacido de nuevo. Ellos tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida del Cordero desde antes de la fundación del mundo; por ellos murió Cristo en la Cruz del Calvario.
En Primera de Pedro, capítulo 1, nos dice de la siguiente manera, hablándonos San Pedro de la forma en que hemos sido rescatados, dice [verso 18]:
“… sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,
sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación,
ya destinado desde antes de la fundación del mundo…”.
¿Desde cuándo estaba el Programa Divino de la Venida de Cristo y Su muerte en la Cruz del Calvario? Desde antes de la fundación del mundo, desde antes de la Creación.
“… pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros…”.
Pero convertido en una realidad en medio de los seres humanos, la Primera Venida de Cristo y Su Obra de Redención en la Cruz del Calvario, ¿cuándo? En los postreros tiempos, que son los postreros días; porque para el tiempo de Jesucristo muriendo en la Cruz del Calvario ya habían comenzado los días postreros, los tiempos postreros habían ya comenzado.
Pues los tiempos postreros son los días postreros; y los días postreros delante de Dios, para los seres humanos son los milenios: quinto, sexto, y séptimo.
Por eso es que nos habla que en los días de Jesucristo ya se estaba viviendo en los días postreros. Y el Programa de Redención, vean ustedes, estaba señalado para los días postreros.
“… manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros”.
Y por amor a mí también. Por amor a todos nosotros Jesucristo vino en los postreros tiempos, en los postreros días (en el primero de los postreros días), y murió en la Cruz del Calvario derramando Su Sangre por cada uno de nosotros, y así limpiándonos de todo pecado.
Este Programa estaba en la Mente de Dios desde antes de la fundación del mundo; y allí, en la Mente de Dios, ya Jesucristo había sido sacrificado; o sea que todo estaba en la Mente de Dios. Y cada uno de nosotros también estábamos allí, porque Él estaba muriendo por cada uno de nosotros.
San Pablo en su carta a los Hebreos, capítulo 1, verso 1 en adelante, dice:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas,
en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo (¿Cuándo? En estos postreros días)”.
Y ya han transcurrido dos mil años, y todavía estamos en los postreros días; porque son los postreros días delante de Dios, los cuales comenzaron cuando Jesucristo tenía de 4 a 7 años de edad. Pues un día delante del Señor es como mil años, y mil años como un día; o sea que un día delante de Dios para nosotros significa o representan mil años.
Esto también lo dice San Pedro en su segunda carta, el capítulo 3 y verso 8, y nos dice que es algo que nosotros no podemos ignorar. Dice San Pedro de la siguiente manera, y quiero leerlo para que así tengamos el cuadro claro de lo que es un día delante del Señor. Segunda de Pedro, capítulo 3, verso 8, dice:
“Mas, oh amados, no ignoréis esto (no lo podemos ignorar): que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”.
También el profeta Moisés, en el Salmo 90 y verso 4, nos habla de lo mismo, enseñándonos que un día* delante de Dios es como el día de ayer que pasó.
Ahora, encontramos que nosotros estamos viviendo en el Día Postrero; o sea, de los días potreros, nosotros estamos viviendo en el último de los días postreros; o sea, estamos viviendo ya en el séptimo milenio.
“Porque mil años delante de tus ojos
Son como el día de ayer, que pasó…”.
Nos dice Moisés en el Salmo 90 y verso 4.
Había dicho: un día* delante de Dios como el día de ayer, pero es: “Mil años como el día de ayer”. O sea que para Dios, un día de los de Dios es mil años para nosotros.
Ahora, viendo nosotros que los días postreros o tiempos postreros comenzaron en los días de Jesucristo…, y todavía estamos viviendo en los días postreros.
Ya han transcurrido, de los tres días postreros delante de Dios han transcurrido dos; y para nosotros han transcurrido ya dos mil años de Cristo hacia acá; y nos queda el Día Postrero, que es el séptimo milenio, en donde los hijos e hijas de Dios tienen la promesa de ser resucitados si ya partieron en las edades pasadas, o en este tiempo en que vivimos si han partido tienen la promesa de ser resucitados.
¿Quiénes serán los que resucitarán? Pues todos los que han creído en Cristo y han recibido Su Espíritu Santo; pues ellos han nacido de nuevo, y tienen el derecho a obtener un cuerpo eterno conforme a la promesa divina. Ya tienen su cuerpo teofánico, y están viviendo en él allá en el Paraíso; pero ellos vendrán de nuevo a la Tierra en cuerpos eternos.
Y nosotros los que vivimos, que hemos recibido Su Palabra, hemos recibido Su Evangelio y hemos recibido Su Espíritu Santo: nosotros seremos transformados en este Día Postrero.
Y para poder ser transformados: la Gran Voz de Trompeta o Trompeta Final nos llama y nos junta en este Día Postrero, y nos revela el misterio de Su Segunda Venida. Es el misterio de la Segunda Venida revelado el que nos da la fe para ser transformados y raptados.
Así como al recibir, conocer y recibir el misterio de Su Primera Venida nos da la oportunidad de recibir un cuerpo teofánico; porque al recibirlo, a Cristo como nuestro Salvador, luego recibimos Su Espíritu Santo, y así obtenemos un cuerpo teofánico.
Y ahora, para el Día Postrero, recibiendo la revelación de Su Segunda Venida en nuestros corazones, en nuestras almas, recibiremos luego el cuerpo físico y eterno que Él ha prometido; o sea, recibiremos el otro cambio; porque primero recibimos un cambio, con el nuevo nacimiento: nacemos en el Reino de Dios y obtenemos el cuerpo teofánico.
Y luego, para el Día Postrero, los que partieron pues tienen la promesa de escuchar la Trompeta Final o Gran Voz de Trompeta, la Voz de Cristo, la Voz del Hijo de Dios. Ellos en el Paraíso escuchan Su Voz; porque desde el Paraíso ellos pueden escuchar lo que Cristo esté hablándole a Su Iglesia aquí en la Tierra.
Y los que vivimos, pues tenemos la promesa de recibir una transformación, un cuerpo eterno; y para eso se requiere obtener la revelación de la Segunda Venida de Cristo como el León de la tribu de Judá, como Rey de reyes y Señor de señores en Su Obra de Reclamo; y así ver ese misterio, para en nuestra alma tener esta revelación, creer con toda nuestra alma ese misterio revelado y esperar la transformación de nuestros cuerpos. Esto es para los hijos e hijas de Dios, que son los miembros del Cuerpo Místico del Señor Jesucristo.
Cristo dijo en San Juan, capítulo 6, el verso 40 que habíamos leído hace unos momentos, dice:
“Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero”.
¿Para quién es esta promesa? Para los creyentes en Jesucristo; para ellos es la promesa de la resurrección si han muerto, si han partido. Y la promesa de la transformación es para los que han creído en Él también, pero que estarán vivos en el Día Postrero cuando los muertos en Cristo resuciten; para ellos es esta promesa.
O sea que habrá un grupo de hijos de Dios (que será de millones: los de las edades pasadas y algunos de los nuestros que han partido), que tienen la promesa de una resurrección en cuerpos eternos; y para un grupo pequeño que estarán viviendo en este tiempo, y que serán llamados y juntados con Gran Voz de Trompeta, como dijo Cristo:
[San Mateo 24:31] “Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos”.
Esos son los escogidos de Dios de entre los gentiles primeramente, o sea, los miembros del Cuerpo Místico de Cristo del Día Postrero; y luego los escogidos del pueblo hebreo.
Para los escogidos de entre los gentiles, para ser parte de la Iglesia del Señor Jesucristo como hijos e hijas de Dios, la promesa es una transformación, para obtener el cuerpo eterno que Él nos ha prometido; aunque algunos de los nuestros pueden partir e ir al Paraíso, y luego cuando regresen en cuerpos eternos serán testigos de la resurrección.
Ahora, ¿a cuántos les gustaría ser testigos de la resurrección? Se me quedan calladitos; porque saben que para ser testigos de la resurrección, en el sentido de venir con un cuerpo eterno, resucitar con un cuerpo eterno, para eso pues tienen que partir.
Ahora decimos nosotros como decía San Pablo: “Me gustaría partir, y estar presente a Dios; pero me conviene más estar presente aquí”[6].
Nos conviene más estar aquí trabajando en el Reino de Dios; porque aquí se trabaja en el Reino de Dios. Si uno va al Paraíso, ya las labores que estaba llevando a cabo aquí no continúan allá; mientras estamos aquí, estamos trabajando en la Obra de Dios.
Así que nos conviene estar aquí; aunque tengamos luchas, problemas, dificultades, y aunque las naciones se estén pelando las unas con las otras, y haya guerras y haya escasez, con todo y eso, es mejor está aquí; porque aquí es donde Dios está llevando a cabo Su Programa correspondiente al Día Postrero.
Y Él está llamando y juntando a Sus escogidos en este Día Postrero, en el tiempo final, para completar el número de Sus escogidos; o sea, el número del Cuerpo Místico del Señor Jesucristo.
Y así como la primera edad de la Iglesia gentil se cumplió en Asia Menor; y luego la segunda, tercera, cuarta, quinta y sexta se cumplieron en Europa, en diferentes territorios, donde Dios envió diferentes mensajeros; luego la edad séptima: la Edad de Laodicea se cumplió en Norteamérica, donde envió a Su séptimo ángel mensajero: el reverendo William Marrion Branham, con el espíritu y virtud de Elías, y como precursor de la Segunda Venida de Cristo.
Y luego, la Edad de la Piedra Angular, representada en el 8 (y el 8 representa eternidad), se cumple en la América Latina y el Caribe, donde Jesucristo envía Su Ángel Mensajero para dar testimonio de estas cosas que deben suceder pronto, en el Día Postrero.
Y así nos muestra Jesucristo, por medio de Su Ángel Mensajero, quiénes son los hijos de Dios y dónde estarían en el Día Postrero, y con quiénes se completaría el grupo de los hijos de Dios; o sea, con quiénes se completaría la Iglesia del Señor Jesucristo: se completaría con los últimos escogidos.
¿Y dónde estarían los últimos escogidos de Dios? En la América Latina y el Caribe; y aunque hayan viajado a otras naciones y continentes, si son hijos de Dios, pues el Mensaje les llegará, como les ha llegado a ustedes aquí en Norteamérica.
Porque el llamado de Dios le llega a los hijos e hijas de Dios dondequiera que se encuentren; pero la Obra es llevada a cabo en cierto territorio, y de ahí se extiende esa labor hacia otras naciones, hacia otros territorios, para alcanzar a todos los hijos e hijas de Dios, no importa dónde se encuentren.
Ahora, podemos ver que la Obra del Día Postrero corresponde al territorio de la América Latina y el Caribe; y de ahí se extiende hacia otras naciones y hacia otros continentes.
Y llegará hasta el pueblo hebreo, donde serán llamados y juntados 144.000 hebreos; y serán colocados en y con los escogidos de Dios, pues ellos son escogidos de Dios escritos en el Libro de la Vida del Cordero; por lo tanto, recibirán a Cristo como su Salvador. Entenderán el Programa Divino de la Segunda Venida de Cristo, y también entenderán el Programa Divino de la Primera Venida de Cristo; entenderán primero el de la Segunda Venida, y luego entenderán el de la Primera Venida de Cristo.
Ahora podemos ver quiénes son los hijos e hijas de Dios en el fin del tiempo.
Él está llamando y juntando a todos Sus hijos: tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida del Cordero desde antes de la fundación del mundo.
“Si oyes hoy Su Voz, no endurezcas tu corazón”[7]; pues Jesucristo te está llamando para darte vida eterna, y para prepararte para transformarte en este Día Postrero. Abre tu corazón y recibe Su Voz; oye Su Voz hoy, hablándote a ti y a todos los hijos e hijas de Dios.
Hemos visto quiénes son los hijos de Dios en el fin del tiempo; hemos visto también dónde estarían los últimos hijos e hijas de Dios, y dónde se llevaría a cabo la Obra del Día Postrero; y hemos visto también qué estarían escuchando los hijos e hijas de Dios en el fin del tiempo o tiempo final: estarían escuchando la Voz de Cristo, esa Gran Voz de Trompeta, dándonos a conocer todas estas cosas que deben suceder pronto; porque la Voz de Cristo estaría hablándole a Su Iglesia a través de Su Ángel Mensajero.
Estamos en el tiempo final, estamos en el tiempo más glorioso para los hijos e hijas de Dios; estamos en el tiempo en que de un momento a otro los muertos en Cristo resucitarán y nosotros los que vivimos seremos transformados.
Cuando el último de los escogidos entre, se completará el número así de los escogidos de Dios del Cuerpo Místico de Cristo; y luego seremos transformados los que vivimos, antecediéndole a la transformación nuestra la resurrección de los muertos en Cristo.
“LOS HIJOS DE DIOS Y EL FIN DEL TIEMPO”.
Ha sido para mí un privilegio muy grande estar con ustedes en esta noche, dándoles testimonio de: “LOS HIJOS DE DIOS Y EL FIN DEL TIEMPO”.
Hemos visto lo que es el fin del tiempo: es el fin del siglo, el fin del mundo; y hemos visto también quiénes son los hijos e hijas de Dios, y las bendiciones que estarían recibiendo en este tiempo final.
Muchas gracias por vuestra amable atención, amados amigos y hermanos presentes, y pasen todos muy buenas noches.
Dejo con nosotros nuevamente al reverendo Miguel Bermúdez Marín para finalizar nuestra parte, dándole gracias a Dios por Sus bendiciones; y así concluiremos nuestra parte en esta noche. Con nosotros nuevamente Miguel Bermúdez Marín.
Que las bendiciones de Jesucristo, el Ángel del Pacto, sean sobre cada uno de ustedes y sobre mí también.
Buenas noches.
“LOS HIJOS DE DIOS Y EL FIN DEL TIEMPO”.
[Revisión mayo 2023 – RM – DM]
[1] Génesis 2:18-22
[2] 1 Corintios 13:10
[3] Apocalipsis 3:14
[4] Dt. 8:3, Mt. 4:4, Lc. 4:4
[5] San Juan 10:28
[6] Filipenses 1:23-24
[7] Salmos 95:7-8, Hebreos 3:7-8